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Jorge Corrales Quesada
06/01/2018, 19:00
Siempre es oportuno leer escritos fundamentales de liberalismo económico. En este caso, el economista austriaco Ludwig von Mises nos brinda una explicación clara de la relación entre la libertad y los principios económicos.

LOS FUNDAMENTOS ECONÓMICOS DE LA LIBERTAD

Por Ludwig von Mises
Fundación para la Educación Económica
Viernes 1 de abril de 1960

NOTA DEL TRADUCTOR: Este ensayo, escrito en 1960, fue luego publicado como parte del libro publicado en 1990, Economic Freedom and Interventionism, que contiene una serie de 47 artículos de Mies que previamente no se habían publicado en forma de un libro.

Los animales son manejados por impulsos instintivos. Ceden al impulso que prevalece en el momento y perentoriamente pide que sea satisfecho. Ellos son los títeres de sus apetitos.

La eminencia del hombre debe ser vista en el hecho de que él escoge entre alternativas. Regula su comportamiento deliberadamente. Puede dominar sus impulsos y deseos; tiene el poder para suprimir deseos cuya satisfacción le obligaría a renunciar al logro de objetivos más importantes. En resumen: el hombre actúa; deliberadamente apunta hacia los fines escogidos. Eso es lo que tenemos en mente cuando afirmamos que el hombre es una persona moral, responsable de su conducta.

LA LIBERTAD COMO UN POSTULADO DE MORALIDAD

Todas las enseñanzas y preceptos de la ética, ya sea que se basen en un credo religioso o que lo están en una doctrina secular, como aquella de los filósofos estoicos, presuponen esa autonomía moral del individuo y, por tanto, apelan a la consciencia del individuo. Presuponen que el individuo es libre de elegir entre diversos modos de conducta y requieren que él se comporte de acuerdo con reglas definidas, las reglas de la moral. Haz las cosas buenas, rechaza las cosas malas.

Es obvio que las exhortaciones y las admoniciones de la moral tienen sentido sólo cuando se refieren a individuos que son agentes libres. Son vanas al dirigirlas a esclavos. Es inútil decirle a un esclavo qué es moralmente bueno y qué es moralmente malo. Él no es libre de determinar su comportamiento; está obligado a obedecer las órdenes de su amo. Es difícil culparlo si es que prefiere ceder a las órdenes de su amo en vez de a las amenazas de castigo más crueles, no sólo para él, sino también para miembros de su familia.

Esta es la razón por la cual la libertad no es sólo un postulado político, y no menos un postulado de toda moral religiosa o secular.
LA LUCHA POR LA LIBERTADAun así, durante miles de años, una parte considerable de la humanidad estaba totalmente, o al menos en muchos sentidos, privada de la facultad para elegir entre lo que es correcto y lo que es equivocado. En la sociedad del estatus de años idos, la libertad de actuar de acuerdo con su propia elección estaba, para el estrato más bajo de la sociedad, la gran mayoría de la población, seriamente restringido por un sistema rígido de controles. Una formulación directa de este principio fue el estatuto del Santo Imperio Romano, que confería sobre príncipes y condes del Reino, el poder y el derecho para determinar la pertenencia religiosa de sus súbditos.

Los de Oriente mansamente se doblegaban ante este estado de cosas. Pero, los pueblos cristianos de Europa y sus descendientes, quienes se asentaron en territorios de ultramar, nunca cedieron en su lucha por la libertad. Paso a paso abolieron todos los privilegios e impedimentos del estatus y la casta, hasta que finalmente tuvieron éxito estableciendo el sistema que los heraldos del totalitarismo tratan de desprestigiar, llamándolo el sistema burgués.

LA SUPREMACÍA DE LOS CONSUMIDORES

El fundamento económico de este sistema burgués es la economía de mercado, en la cual el consumidor es soberano. El consumidor, esto es, todo mundo, determina, al comprar o abstenerse de hacerlo, qué es lo que debe producirse, en qué cantidad y de qué calidad. Los empresarios están obligados por el instrumento de la ganancia y la pérdida a obedecer las órdenes de los consumidores. Sólo pueden florecer aquellas empresas que suplen, de la mejor manera posible y más barata, aquellos bienes y servicios que los consumidores están más ansiosos de adquirir. Aquellas quienes fracasan en satisfacer al público sufren pérdidas y finalmente se ven obligados a dejar su actividad económica.

En las eras pre-capitalistas, los ricos eran los dueños de grandes latifundios. Ellos o sus ancestros habían adquirido sus derechos de propiedad como regalos -feudos- de parte del soberano quien -con su ayuda- había conquistado al país y subyugado a sus habitantes. Estos terratenientes aristocráticos eran señores verdaderos, en el sentido que no dependieron del patrocinio de compradores. Pero, los ricos de una sociedad industrial capitalista están sujetos a la supremacía del mercado. Ellos adquieren su riqueza sirviendo a los consumidores mejor que como lo hace otra gente y ellos pierden su riqueza cuando otra gente satisface los deseos de los consumidores mejor o más barato que como ellos lo hacen. En una economía de libre mercado, los dueños del capital son obligados a invertir en aquellas líneas que mejor sirven al público. De esta forma, la propiedad de los bienes de capital cambia constantemente hacia manos de aquellos que han tenido el mayor éxito en servir a los consumidores. En la economía de mercado, la propiedad privada es en este sentido un servicio público, que impone sobre los propietarios la responsabilidad de usarlo en los mejores intereses de los consumidores soberanos. Eso es lo que entienden los economistas cuando llaman a la economía de mercado una democracia, en la que cada moneda da un derecho al voto.

LOS ASPECTOS POLÍTICOS DE LA LIBERTAD

El gobierno representativo es el corolario político de la economía de mercado. El mismo movimiento espiritual que creó al capitalismo moderno sustituyó la regla autoritaria de los reyes absolutos y las aristocracias hereditarias por funcionarios electos. Fue este muy deplorado liberalismo burgués el que trajo la libertad de consciencia, de pensamiento, de expresión y de prensa y puso final a la persecución intolerante de quienes difirieran.

Un país libre es uno en donde cada ciudadano es libre de modelar su vida según sus propios planes. Es libre de competir en el mercado para obtener los mejores empleos y, en la escena política, los cargos más elevados. No depende más del favor de la gente tanto como esos otros dependen de su favor. Si quiere tener éxito en el mercado tiene que satisfacer a los consumidores y, en los cargos públicos, satisfacer a los votantes. Este sistema ha ocasionado que en los países capitalistas de Europa Occidental, los Estados Unidos y Australia se haya presentado un crecimiento sin precedentes en las cifras de población y el nivel de vida más alto jamás conocido en la historia. El tan a menudo citado hombre común tiene a su disposición comodidades con las que el hombre más rico de las eras pre-capitalistas ni siquiera soñó. Él está en posición de disfrutar los logros espirituales e intelectuales de la ciencia, la poesía y el arte, que en días previos eran asequibles sólo para una pequeña élite de gente adinerada. Y es libre de adorar lo que su consciencia le dicte.
LA TERGIVERSACIÓN SOCIALISTA DE LA ECONOMÍA DE MERCADOTodos los hechos del funcionamiento del sistema capitalista son tergiversados y distorsionados por políticos y escritores que se arrogaron a sí mismos la etiqueta del liberalismo, de la escuela de pensamiento que en el siglo diecinueve había aplastado al gobierno arbitrario de monarcas y aristócratas y pavimentado el camino para el comercio y la empresa libres. Como lo ven estos promotores de un regreso al despotismo, todos los males que plagan a la humanidad se deben a las maquinaciones siniestras de parte de grandes empresas. Lo que se necesita para llevar riqueza y felicidad a toda la gente decente es poner a las corporaciones bajo estricto control gubernamental. Ellos admiten, aunque sólo oblicuamente, que eso significa adoptar el socialismo, el sistema de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Sin embargo, manifiestan que el socialismo será algo diferente en los países de la civilización occidental de lo que es en Rusia. Y, de todos modos, dicen ellos, no hay otro método para despojar a las corporaciones gigantescas del enrome poder que han adquirido y prevenir que dañen aún más a los intereses del pueblo.

Ante toda esta propaganda fanática, existe la necesidad de enfatizar una y otra vez la verdad de que son los grandes negocios los que han traído esa mejora sin precedentes en el estándar de vida de las masas. Los bienes de lujo para un número comparativamente pequeño de adinerados pueden ser producidos por una empresa de tamaño pequeño. Pero, el principio fundamental del capitalismo es producir para satisfacer los deseos de muchos. La misma gente que es empleada por las grandes corporaciones son los consumidores principales de los bienes que se producen. Si usted mira alrededor del hogar de un asalariado promedio estadounidense, verá por quién es que se mueven las ruedas de las máquinas. Son las grandes empresas las que hacen accesibles los logros de la tecnología moderna al hombre común. Todo mundo se beneficia de la alta productividad de la producción en gran escala.

Es una tontería hablar del “poder” de las grandes empresas. La misma marca del capitalismo es que en todos los asuntos económicos el poder supremo descansa en los consumidores. Todas las grandes empresas crecieron desde inicios modestos hasta la enormidad debido al patrocinio de los consumidores que hizo que crecieran. Sería imposible que empresas de tamaño pequeño o mediano produzcan esos productos que ningún estadounidense de hoy en día querría prescindir de ellos. Entre más grande es una corporación, más depende de la disposición del consumidor para comprar sus cosas. Fueron los deseos -o, como algunos dicen, la locura- de los consumidores, lo que movió a que la industria del automóvil produjera carros cada vez más grandes y, en la actualidad, que les obligara a manufacturar carros más pequeños. Las cadenas de tiendas y las tiendas de departamentos se encuentran en la necesidad de ajustar sus operaciones nuevamente cada día, para satisfacer los deseos cambiantes de sus clientes. La ley fundamental del mercado es: el consumidor siempre está en lo correcto.

Un hombre que critica la conducción de los asuntos de negocios y que pretende conocer mejores métodos para la provisión de los consumidores, es un charlatán ocioso. Si piensa que sus propios diseños son mejores, ¿por qué no los prueba por sí mismo? En este país siempre hay capitalistas en busca de una inversión de sus fondos que sea rentable, y están listos para ofrecer el capital requerido para cualquier innovación razonable. El público siempre está deseoso de comprar lo que es mejor o más barato o mejor y más barato. Lo que cuenta en el mercado no son ensueños fantásticos, sino hacerlo. No fue hablar lo que hizo ricos a los “magnates,” sino el servicio a los clientes.
LA ACUMULACIÓN DEL CAPITAL BENEFICIA A TODA LA GENTEEn la actualidad está de moda dejar pasar silenciosamente el hecho de que toda mejora económica depende del ahorro y de la acumulación del capital. Ninguno de los logros maravillosos de la ciencia y la tecnología podría haberse utilizado prácticamente, si el capital requerido no hubiera estado disponible de previo. Lo que impide que las naciones económicamente retrasadas tomen ventaja plena de todos los métodos de producción occidentales y, por tanto, que mantiene pobres a sus masas, no es el desconocimiento de las enseñanzas de la tecnología, sino la insuficiencia de su capital. Uno juzga mal los problemas que encaran los países subdesarrollados si afirma que de lo que carecen es de conocimiento técnico, de “know how.” Sus empresarios y sus ingenieros, la mayoría de ellos graduados de las mejores escuelas de Europa y de los Estados Unidos, están muy familiarizados con el estado de la ciencia aplicada contemporánea. Lo que ata sus manos es una escasez de capital.

Hace cien años, los Estados Unidos eran incluso más pobres que esas naciones atrasadas. Lo que hizo que los Estados Unidos se convirtiera en el país más afluente del mundo, fue el hecho de que el “individualismo feroz” de los años previos al Nuevo Trato, no puso obstáculos demasiado serios en el camino de los hombres de empresa. Los empresarios se enriquecieron porque consumían sólo una parte de sus ganancias y reinvertían la mayor parte de regreso en sus negocios. Así, ellos se enriquecieron por sí mismos y a toda la gente. Porque fue esta acumulación de capital lo que elevó la productividad marginal de la mano de obra y, por tanto, de las tasas de salarios.

Bajo el capitalismo, el poder adquisitivo del empresario individual beneficia no sólo a él mismo, sino también a todas las otras personas. Hay una relación recíproca entre la adquisición de su riqueza sirviendo a los consumidores y la acumulación de capital y la mejora en el estándar de vida de los asalariados, que forman la mayoría de los consumidores. Las masas están, tanto en su capacidad de asalariados como de consumidores, interesadas en que los negocios florezcan. Esto es lo que los viejos liberales tenían mente, cuando declararon que en la economía de mercado prevalece una armonía de los verdaderos intereses de todos los grupos de la población.

EL BIENESTAR AMENAZADO POR EL ESTATISMO

Es en la atmósfera moral y mental de este sistema capitalista en donde el ciudadano estadounidense vive y trabaja. Aún hay algunas partes de su país en que hay condiciones que parecen ser altamente insatisfactorias para los habitantes prósperos de los distritos desarrollados que forman la mayor parte del país. No obstante, el progreso rápido de la industrialización desde hace tiempo habría eliminado esas bolsas de retraso, si no hubiera sido porque las políticas desafortunadas del Nuevo Trato retrasaron la acumulación de capital, la herramienta irremplazable de la mejora económica. Acostumbrado a las condiciones de un medioambiente capitalista, el estadounidense promedio toma como un hecho que cada año las empresas hacen algo nuevo y más accesible para él. Mirando hacia atrás en su propia vida, se da cuenta de que muchos implementos que eran totalmente desconocidos en los días de su juventud, y muchas otras cosas que en aquella época sólo podían ser disfrutadas por una pequeña minoría, son ahora un equipo estándar en cada hogar. Tiene confianza plena de que esta tendencia también prevalecerá en el futuro. Simplemente le llama el “estilo de vida americano” y no considera seriamente la pregunta de qué es lo que ha hecho posible esta mejora continua en la oferta de bienes materiales. No le disturba en serio la operación de factores que frenan no sólo una mayor acumulación del capital, sino que pueden muy pronto dar lugar a una des-acumulación del capital. No se opone a fuerzas que -al incrementar frívolamente el gasto público, reducir la acumulación de capital e incluso dar lugar al consumo de partes del capital ya invertido en empresas y finalmente la inflación- están socavando los propios fundamentos de su bienestar material. No se interesa en el crecimiento del estatismo, que, en cualquier lugar donde se ha intentado, resulta en la producción y preservación de condiciones que, a sus ojos, son escandalosamente infortunadas.
NADA DE LIBERTAD PERSONAL SIN LIBERTAD ECONÓMICADesafortunadamente, muchos de nuestros contemporáneos no se dan cuenta del enorme cambio radical en las condiciones morales del hombre, el surgimiento del estatismo, la sustitución de la economía de mercado por la omnipotencia del gobierno, que indudablemente traerá. Son engañados por la idea de que prevalece un dualismo claro en los asuntos del hombre, que por un lado existe una esfera de actividades económicas y, por el otro lado, un campo de actividades que se consideran como no económicas. Piensan que entre estos dos campos no existe una conexión estrecha. La libertad que el socialismo abole es “sólo” la libertad económica, mientras que la libertad en todos los otros asuntos permanece intacta.

A pesar de lo anterior, estas dos esferas no son independientes la una de la otra, tal como lo asume esta doctrina. Los seres humanos no flotan en regiones etéreas. Todo lo que un hombre hace debe necesariamente, de una u otra manera, afectar la esfera económica o material y requiere de su poder para interferir con esta esfera. Para subsistir, debe trabajar duro y tener la oportunidad para encargarse de algunos bienes materiales tangibles.

Esta confusión se presenta propiamente en la idea vulgar de que lo que está sucediendo en el mercado se refiere únicamente al lado económico de la vida y la acción humanas. Pero, de hecho, los precios del mercado reflejan no sólo las “inquietudes materiales” -como obtener comida, abrigo y otras facilidades- pero no menos esas inquietudes que comúnmente se les llama espirituales o más elevadas o más nobles. La observancia o inobservancia de los mandamientos religiosos -abstenerse de ciertas actividades del todo o en días específicos, ayudar a aquellos en necesidad, construir y mantener sitios de culto y muchos otros- es uno de los factores que determinan la oferta y la demanda de diversos bienes de consumo y, de ahí, los precios y la conducción de los negocios. La libertad que la economía de mercado les otorga a los individuos no es simplemente “económica,” al distinguirla de otras formas de libertad. Implica la libertad de determinar todos esos asuntos que son considerados como morales, espirituales e intelectuales.

Al controlar exclusivamente todos los factores de producción, el régimen socialista también controla la vida entera de cada individuo. El gobierno le asigna a cada uno un trabajo específico. Determina qué libros o artículos deben imprimirse y leerse, quién debe disfrutar de la oportunidad de embarcarse a escribir, quién tiene derecho a usar los salones de asambleas públicas, de transmitir y usar todas las demás instalaciones para la comunicación. Esto significa que, aquellos a cargo de la conducción suprema de los asuntos gubernamentales, en última instancia determinan qué ideas, enseñanzas y doctrinas pueden ser propagadas y cuáles no. Lo que sea que una constitución escrita y promulgada pueda decir acerca de la libertad de consciencia, de pensamiento, de expresión y de prensa y acerca de neutralidad en asuntos religiosos, en un país socialista debe permanecer siendo letra muerta si el gobierno no brinda los medios materiales para el ejercicio de esos derechos. Aquél que monopoliza todos los medios de comunicación, tiene poder pleno para mantener el puño cerrado sobre las almas y mentes de los individuos.
LAS ILUSIONES DE LOS REFORMISTASLo que hace que mucha gente permanezca ciega ante las características esenciales de cualquier sistema socialista o totalitario, es la ilusión de que este sistema será operado precisamente en la forma en que ellos, propiamente, consideran como deseable. Al apoyar al socialismo, dan por un hecho que siempre el “estado” hace lo que ellos quieren que haga. Ellos sólo llaman a esa marca de totalitarismo, socialismo “verdadero”, “real” o “bueno,” cuando los gobernantes están de acuerdo con las ideas propias de aquellos. Todas las otras marcas ellos las denuncian como falsificaciones. Lo primero que esperan del dictador es que suprimirá aquellas ideas que ellos propiamente desaprueban. De hecho, todos estos partidarios del socialismo están, sin darse cuenta, obsesionados por el complejo dictatorial o autoritario. Quieren que todas las opiniones y planes con los cuales están en desacuerdo sean aplastados por la acción violenta de parte del gobierno.
EL SIGNIFICADO DEL DERECHO EFECTIVO A DISENTIRLos diversos grupos que están proponiendo el socialismo, sin importar que ellos se llamen a sí mismos comunistas, socialistas o simplemente reformadores sociales, están de acuerdo en su programa económico esencial. Todos quieren sustituir la economía de mercado con su supremacía de los consumidores individuales, por el control del estado -o, como algunos de ellos prefieren llamarlo, el control social- sobre las actividades de producción. Lo que los separa al no del otro no son asuntos de la administración económica, sino las convicciones religiosas e ideológicas. Hay socialistas cristianos -católicos y protestantes de diferentes denominaciones- y hay socialistas ateos. Cada una de estas variedades de socialismo da por un hecho que la comunidad socialista será guiada por los preceptos de su propia fe o por su rechazo a credo religioso alguno. Nunca piensa un poco acerca de la posibilidad de que el régimen socialista pueda ser dirigido por hombres hostiles a su propia fe y principios morales, que puedan considerar como su deber usar el tremendo poder del aparato socialista, para suprimir lo que ante sus ojos es error, superstición e idolatría.

La verdad simple es que los individuos son libres de elegir entre lo que ellos consideran como bueno o malo, sólo cuando son económicamente independientes del gobierno. Un gobierno socialista tiene el poder de hacer imposible el disentimiento al discriminar a grupos religiosos o ideológicos no bienvenidos y negarles todos los implementos materiales que se requieren para la propagación y práctica de sus convicciones. El sistema de partido único, el principio político del gobierno socialista, implica también un sistema de una religión y una moral. Un gobierno socialista tiene a su disposición medios que pueden ser usados para el logro de una conformidad rigurosa en cada asunto, “Gleichschaltung,” como lo llamaron los nazis. Los historiadores han señalado que un papel importante en la Reforma lo jugó la imprenta. Pero, ¿qué chances habrían tenido los reformadores, si todas las impresoras hubieran sido operadas por gobiernos encabezados por Carlos V de Alemania o los reyes Valois de Francia? Y, por ende, ¿qué chances habría tenido Marx en un sistema en donde todos los medios de producción hubieran estado en manos de los gobiernos?

Quienquiera que desee libertad de consciencia debe aborrecer al socialismo. Por supuesto, la libertad le permite al hombre no sólo hacer cosas buenas, sino también hacer cosas equivocadas. Pero, no se le puede adscribir valor moral alguno a una acción, por muy buena que sea, si ha sido realizada bajo la presión de un gobierno omnipotente.

Ludwig von Mises (1881-1973) enseñó en Viena y Nueva York y sirvió como consejero cercano de la Fundación para la Educación Económica. Es considerado el teórico más importante de la Escuela Austriaca del siglo XX.