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Jorge Corrales Quesada
22/12/2017, 09:36
EL COSMPOLITISMO ES LA RESPUESTA

Por Peter J. Bottke
Fundación para la Educación Económica
Miércoles 15 de noviembre del 2017

Somos iguales los unos y los otros. No debería existir confusión en este punto.

Nota del traductor: El académico Peter J. Boettke participó recientemente como expositor en la reunión especial de la Sociedad Mont Pelerin, ente de pensamiento liberal clásico, realizada a principios de noviembre en Estocolmo, Suecia. Este tercero y último artículo de esta serie, cuyo título he traducido como “El Cosmopolitismo es la Respuesta,” se une al primero que ya publiqué, titulado “La Reconstrucción del Proyecto Liberal,” así como el segundo con el nombre “El Verdadero Liberalismo es acerca de la Compasión.” Recomiendo sus lecturas por aquellas personas interesadas en el futuro del liberalismo clásico y de la defensa de la libertad.

Mis respuestas a nuestros desafíos actuales son simples. Empecemos por el principio –que, para el liberal, es la igualdad humana básica. Somos iguales los unos y los otros. No debería existir confusión en este punto. Y si usted es un defensor del liberalismo y se encuentra propiamente “de pie” (metafórica o literalmente), a la par de alguien que afirma la superioridad de un grupo sobre otro, debería saber que se encuentra en medio del público equivocado y que, en oposición, necesita alejarse rápidamente, a fin de no haya duda alguna en sus mentes o en las de otros.

El liberalismo es liberal. Es una filosofía de la emancipación y una feliz celebración de la energía creativa de diversos pueblos, cercanos y lejanos. El orden liberal es acerca de un marco de reglas que cultiva la creatividad y estimula la interacción mutuamente beneficiosa, con otros que se encuentra a una gran distancia social –sobreponiéndose a temas tales como el lenguaje, la etnicidad, la raza, la religión y la geografía.

TROPEZANDO Y NEGOCIANDO

En un nivel esencial, nadie es un privilegiado por encima de cualquier otro, en reconocimiento de nuestra humanidad básica.

Como solía decir esa gran maestra filosófica de mi vida -mi Mamá- Elinor Boettke, “la gente es gente;” eso es lo que somos, simplemente tenemos que dejar que cada uno viva, y eso es todo. [1] Todos nosotros somos falibles, pero humanos capaces de escoger y existimos e interactuamos con cada uno en un mundo muy imperfecto.

Nadie de nosotros, y ni digamos de cualquier grupo de nosotros, tiene acceso a la verdad de parte del Todopoderoso de Arriba, no obstante, a la vez, estamos encargados de encontrar reglas que nos permitan vivir mejor juntos, que lo que alguna vez podríamos serlo en aislamiento. Nos tropezamos entre sí y negociamos el uno con el otro para tratar de disminuir el dolor del tropiezo o para evitar tropezar en el futuro. Sin embargo, debemos reconocer que, pese a nuestra igualdad humana básica, discutimos y naturalmente no estamos de acuerdo el uno con el otro, acerca de cómo vivir nuestras vidas.

De forma que, en nuestros tropiezos y negociaciones del uno con el otro, es crítico tener presente en nuestra mente que pronto enfrentaremos severas limitaciones a aquello en lo que podamos estar de acuerdo. En particular, tenemos pocas esperanzas de llegar a un acuerdo entre individuos y grupos dispersos y diversos, acerca de una escala de valores, sobre los objetivos fundamentales que el hombre debe procurar.

Tal como lo puso Hayek en Camino de Servidumbre (1944, p. 101):

“Lo esencial para nosotros es que no existe un código ético tan completo. El intento de dirigir toda la actividad económica de acuerdo con un solo plan alzaría innumerables cuestiones, cuya respuesta sólo podría provenir de una regla moral, pero la ética existente no tiene respuesta para ellas, y cuando la tiene, no hay acuerdo respecto a lo que se deba hacer.”

Esta es una de las razones de por qué la idea del sistema progresista acerca de un planificador benevolente y omnisapiente con un función estable de bienestar social, que dirigiera fácilmente la política pública hacia el “bienestar general,” es un enfoque hacia la economía política sin sentido, como efectivamente lo adujo James Buchanan a través de su carrera, desde su primera crítica en 1949 hacia el “cerebro fiscal.” [2]

Aun así, la economía pública en la tradición de Paul Samuelson y Richard Musgrave continuó, y continúa, como si un desafío a ella de parte de Hayek y Buchanan nunca se hubiera hecho. Y, debería agregar, como si Kenneth Arrow nunca hubiera demostrado la imposibilidad de un procedimiento democrático, para el establecimiento de una función de bienestar social estable. “Sólo podemos contar un acuerdo voluntario,” así lo puso Hayek, “para guiar la acción del estado cuando ésta se limita a las esferas en que el acuerdo existe.”

De manera que, si descartamos como imposible tener una escala completa de valores en la cual podamos estar de acuerdo, en vez de buscar argumentos acerca de los fines que han de ser perseguidos, nuestra discusión se limitaría a los medios por los cuales se puede buscar una diversidad de fines dentro de la sociedad. Podemos, en esencia, estar de acuerdo en estar en desacuerdo acerca de los fines últimos, pero estar de acuerdo con la forma en que aceptablemente podemos involucrarnos el uno con el otro, al haber desacuerdo. Después de todo, somos iguales los unos a los otros y a cada uno de nosotros se nos debe otorgar la dignidad y respeto como arquitectos capaces de labrar nuestra propias vidas.

Todas las virtudes liberales de respeto, honestidad, apertura y tolerancia implican un compromiso con una forma de relacionarse el uno con el otro, no necesariamente en un compromiso de estar de acuerdo entre sí, acerca de creencias sagradas o de elecciones de estilos de vida, o en cuanto a qué bienes son los que deseamos o de cuál sea la ocupación que queremos proseguir.

LA FILOSOFÍA SÍ IMPORTA

El liberalismo radical verdadero es acerca del marco dentro del cual interactuamos, y quiero sugerir que, el aspecto más crítico de un marco viable para una sociedad liberal, es aquel que puede balancear la impugnación en todos los niveles de gobernabilidad, con la necesidad de organizar la acción colectiva, para poder encarar temas problemáticos que no pueden ser adecuadamente enfrentados por medio de la acción individual. [3]

Permítanme desempacar esa frase. La primera tarea, al pensar acerca de cuál es el marco viable, consiste en determinar qué problemas demandan la acción colectiva y qué problemas pueden ser enfrentados por formas alternativas de toma de decisiones.

Una de las grandes percepciones de la teoría de las finanzas del estado de Buchanan, fue que cualquier teoría de la hacienda pública -ya sea liberal clásica, de la élite progresista o del planificador socialista- tenía que postular una filosofía política básica por no otra razón más que las finanzas del estado se supone que con para dar alguna respuesta a la pregunta de la escala apropiada y, más importante aún, del alcance de la acción gubernamental.

En otras palabras, un teórico de la hacienda pública puede trabajar ya sea explícitamente con la filosofía política con que ellos laboran o bien ellos pueden trabajar implícitamente con ella, pero no pueden hacerlo sin tener una filosofía política.

Es la filosofía política la que les dice que el gobierno es responsable de un conjunto de bienes públicos en el interés del bienestar general.

No hay una respuesta puramente técnica a esa pregunta. Una vez que se brinda la respuesta acerca de lo que el gobierno debería hacer, entonces puede tener lugar un análisis político y económicamente positivo, pero, los esfuerzos de proveer una respuesta económica técnica a esta pregunta de debería, es simplemente filosofía normativa enmascarada de economía política positiva, y la economia científica sólo avanzará cuando detengamos ese enmascaramiento y reconozcamos explícitamente este punto de filosofía política que Buchanan planteó.

Este punto es tan relevante para la discusión de hoy en día, como lo fue en el momento en que, por primera vez, él hizo esta argumentación durante el apogeo de la así llamada economía “científica” del bienestar. Ese mismo estilo de finanzas del gobierno y de estructura de la economía de bienestar de Samuelson-Musgrave, es lo que uno todavía puede ver en la más moderna hacienda pública y en discusiones de asuntos normativos candentes, tales como la desigualdad en el ingreso y el esquema impositivo Pigouviano para emisiones de carbono.

ESCALA Y EXTENSIÓN

Los cuestionamientos acerca de la escala del gobierno no son invariables con respecto a preguntas acerca de la extensión. Como lo aseveró Keynes en una ocasión, usted no puede hacer que un gordo se adelgace apretando la faja. La extensión es acerca del rango de posibilidades del gobierno; la escala es acerca del tamaño de la unidad de gobierno. El crecimiento del gobierno que se discutió en la sección previa, se refiere primariamente a su alcance, pero ello, a su vez, se refleja en la escala. [4]

Los cuestionamientos en torno a la extensión son tanto filosóficos como prácticos. Pero, aunque filosóficos, hay un componente institucional debido al mismo hecho de que, incluso las ilusiones, deben ser puestas en práctica y eso requiere de instituciones y organizaciones.

La delineación de la extensión de la autoridad de diferentes unidades gubernamentales debería empatarse con la externalidad que se supone la acción colectiva debe encarar. De nuevo, poniendo esto en forma del mayor sentido común, no necesitamos que el gobierno federal decida cómo recolectar nuestra basura y probablemente no deberíamos esperar que nuestro alcalde decida cómo diseñar un sistema de defensa contra un ataque nuclear.

Asumiendo que hemos resuelto estos dos problemas estructurales del gobierno -reglas generales acerca de las cuales estamos de acuerdo en cómo relacionarnos el uno con el otro en nuestras interacciones como vecinos, y en la delineación de la extensión de la responsabilidad y autoridad entre gobiernos locales, estatales y federales- aun así tenemos el problema de aprender acerca de cómo empatar la demanda de los ciudadanos, las expresiones de las preferencias del votante con las políticas y servicios gubernamentales.

Tenemos que postular algún mecanismo de aprendizaje dentro del orden político liberal, que concuerde con el proceso que se identificó dentro del mercado. ¿Cómo podemos lograr alguna especie de aprender liberalismo dentro de esta estructura general?

En el mercado, el aprendizaje lo guían los precios y es disciplinado por la contabilidad de ganancias o pérdidas, pero se alimenta por el proceso competitivo de rivalidad, en donde uno puede estar seguro de que, si A no ajusta su comportamiento para aprender a partir de oportunidades previamente desperdiciadas, para hacer efectivas las ganancias del intercambio o de hacer una realidad las ganancias de la innovación, entonces, B gustosamente entrará para tomar su lugar. ¿Podemos tener este grado de disputa en el proceso político?

No es sólo un asunto de elecciones disputadas, sino de impugnar a través de todo el proceso gubernamental de producción y distribución de servicios. No podemos responder estas preguntas sin referirnos a la oferta y demanda de bienes públicos y, con ello, al proceso político dentro de la sociedad democrática.

Obviamente, las frustraciones con la élite del sistema están arraigadas en el verdadero liberal radical, tal como lo son para el populista de la izquierda o el de la derecha. El statu quo no es ni deseable ni sostenible. La diagnosis de las razones de por qué la élite del sistema ha fracasado, difiere entre el liberal y el populista, pero la crítica del gobierno del experto es un área de traslape.
LOS MONOPOLIOS TERRITORIALESEl proyecto liberal tiene una historia que viene de siglos atrás y el liberal radical verdadero siempre ha estado frustrado. Las restricciones constitucionales se flexionan cuando se supone que deben apretar, en especial en momentos de guerra.

La autoridad y responsabilidad definidas son violadas todo el tiempo y no siempre debido a improcedencias del gobierno federal en asuntos del gobierno local, sino en reacción a funcionarios estales electos, que interactúan estratégicamente con funcionarios debidamente electos de otros estados, para formar un cartel político que beneficia a grupos de interés local, a expensas de la población en general.

Hayek le pidió a su audiencia en 1949 que se permitieran ser Utópicos, y pienso que eso fue lo correcto. Necesitamos imaginar un sistema liberal que respete las reglas generales de participación, pero que estructure una competencia intensa y constante entre unidades gubernamentales.

Bruno Frey [Inspiring Economics: Human Motivation in Political Economy] (2001) presentó una visión de un gobierno sin monopolio territorial. Su noción de jurisdicciones competitivas traslapadas puede ser una de esas ideas acerca de cómo cultivar un liberalismo que aprenda. El trabajo de Edward Stringham [Private Governance: Creating Order in Economic and Social Life] (2015) brinda otra visión y Peter Leeson [Anarchy Unbound: Why Self-Governance Works Better Than You Think] (2014) nos da una más.

Lo que hay en común entre todos estos es que ellos no acuden a deducciones axiomáticas a partir de algún axioma de no agresión. En vez de ello, ofrecen argumentos y evidencias relacionadas con la operación de instituciones y, en particular, de procesos mediante los cuales el auto-gobierno no sólo se desempeña mejor de lo que usted piensa, sino que, en muchos casos, lo hace mejor que cualquier aproximación razonable acerca de cómo lo haría el gobierno tradicional en las condiciones descritas.

Como Hayek, quien a través de su carrera propuso una serie de sugerencias institucionales para impedir que la autoridad monetaria se involucrara en la manipulación del dinero y del crédito, tan sólo para que fuera recibida con frustración en el tanto en que el método que sugirió probó ser inefectivo contra el hábito del gobierno. [5] Tal vez en la oferta y demanda de bienes y servicios gubernamentales, el hábito del gobierno también es, de igual manera, una fuente de inestabilidad, ineficiencia e injusticia, y, por tanto, de frustración.

Si fuera así, la reconstrucción del proyecto liberal en el siglo XXI puede requerir volver a visiones utópicas, tales como lo fueron propuestas por escritores que he mencionado.

Un liberalismo humano, así como un liberalismo robusto y resistente, puede encontrar su operatividad en una estructura institucional de jurisdicciones competitivas que se traslapan, y en un discurso público que respete los límites del acuerdo acerca de valores supremos, pero que insista en un marco general que no exhiba ni discriminación ni dominio.

NOTAS AL PIE DE PÁGINA[1] Estas palabras fueron pronunciadas en una época en que estaba creciendo en Nueva Jersey, justo afuera de Elizabeth y Newark, Nueva Jersey, y con abuelos que estaban no muy lejos de Asbury Park, Nueva Jersey y en el contexto de disturbios que casi destruyen esas ciudades por generaciones, y como joven, en los años setenta, con temas de preferencia sexual que se convirtieron en tópicos candentes entre algunos miembros de mi familia extendida y, luego, en la década de 1990 y del 2000, cuando se discutió acerca del matrimonio inter-racial y del matrimonio del mismo sexo y también de los derechos de libertad reproductiva entre las mujeres. La gente es gente, tienes que dejar que ellos vivan. Simple sentido común. Elinor Boettke (1 de enero de 1926-10 de agosto del 2017).

[2] Ver el ensayo de James Buchanan, “A Pure Theory of Government Finance” (1949); también, ver el libro de Richard Wagner, James M. Buchanan and Liberal Political Economy: A Rational Reconstruction (2017), para una brillante discusión de cómo ese artículo sembró los cimientos de gran parte de las contribuciones subsecuentes de Buchanan al campo de la economía política.

[3] Los temas inquietantes son los males sociales que plagan las interacciones humanas, como la pobreza, la ignorancia, la miseria. Pero, el asunto problemático al diseñar el marco es el potencial del poderoso para ejercer su influencia sobre quienes no tienen poder y de establecer reglas que les otorgan a aquellos una ventaja permanente. Así que, tanto “dentro de cualquier sistema” como “acerca de cualquier sistema” de gobernabilidad, enfrentamos compensaciones entre obtener acuerdos y refrenar las externalidades políticas. Si nuestro sistema liberal de gobierno va a institucionalizar nuestra igualdad humana básica en nuestras formas de relacionarnos, entonces, debe ser diseñado de forma que no permita ni la discriminación ni el dominio. Diversos trabajos clásicos en la tradición analítica de la economía política desde una perspectiva liberal, han abordado diferentes aspectos de estos rompecabezas, empezando, por supuesto, con The Constitution of Liberty [Los Fundamentos de la Libertad] (1960), luego con The Calculus of Consent [El Cálculo del Consenso] (1962) de Buchanan y Gordon Tullock, The Meaning of Democracy and the Vulnerabilities of Democracies de Vincent Ostrom (1997) y con Choosing in Groups de Michael y Kevin Munger (2015).

[4] Y básico para el argumento es que esta expansión de la escala y extensión ha impulsado a la política en el oeste democrático, más allá de los límites de un acuerdo y esto explica tanto las disfunciones como la desilusión.

[5] Adam Smith en La Riqueza de las Naciones sostuvo que los gobiernos, antiguos tanto como modernos, todos, acudieron a un “juego de malabarismo con tres bolas” al enfrentar el prospecto de una disciplina fiscal. El truco implica un ciclo de déficits, deuda y luego desvalorización. Smith advirtió que un incumplimiento de pago sería más honorable y menos dañino, pero, en vez de ello, todos los gobiernos se dedicarán al malabarismo. De forma que, si tomamos por un momento la metáfora, si usted quiere dejar de hacer malabares, usted puede atar las manos del malabarista, usted le puede quitar las bolas al malabarista o usted le puede cortar sus brazos. Si usted averigua que, aún con sus manos atadas tras de su espalda el malabarista puede todavía jugar con las bolas, usted le puede quitar esas bolas. Pero, si usted averigua que, incluso si le quitó las bolas con las que hace malabares, él encuentra la forma de obtenerlas de regreso, entonces, usted puede proponer no sólo atarle las manos, sino también cortarle los brazos, de manera que nunca más pueda hacer malabares. Este último paso es el más drástico, pero también puede ser necesario, si el objetivo es eliminar el truco del malabarista.

Extracto de un comentario preparado para la reunión especial de la Sociedad Mont Pelerin, realizada en Estocolmo, Suecia, entre el 3 y el 5 de noviembre del 2017.

Peter J. Boettke es profesor de economía y filosofía en la Universidad George Mason y director del Programa F.A. Hayek para el Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center. Es miembro de la red de profesores de la Fundación para la Educación Económica (FEE).