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Jorge Corrales Quesada
13/12/2017, 09:37
Cuando la asistencia al desvalido y al que la necesita es practicada mediante la coerción del estado, deja de ser moral, pues es producto no de la convicción de ayudar al congénere ante casos de necesidad, que requiere hacer lo correcto, sino a la imposición de alguien, que define por usted qué es lo correcto.

HAYEK ESTABA EN LO CORRECTO, LA ASISTENCIA PÚBLICA ES UNA FILANTROPÍA FALSA

Por Brittany Hunter
Fundación para la Cooperación Económica
Lunes 27 de noviembre del 2017

Obligar un comportamiento “ideal” por medio de la coacción, no hace que las personas sean morales. Las personas harán casi cualquier cosa cuando son forzadas.

En el capítulo 14 de Camino de Servidumbre, “Condiciones Materiales y Fines Ideales,” Hayek se enfoca en el camino hacia adelante, en el momento en que la Segunda Guerra Mundial estaba terminando. Específicamente, explica que el llamado para que el estado actúe coercitivamente en nombre de un “bien superior,” no es un acto moral digno de elogio.
EMPLEOCuando se escribió el libro en 1944, el país estaba ansioso de ver cómo se vislumbraría la economía de post-guerra de los Estados Unidos. Una de las inquietudes principales en este sentido era el tema del empleo. Dos millones de soldados estaban regresando de la guerra. Necesitaban trabajar. ¿Cuáles serían los efectos sobre los salarios y el crecimiento?

Hayek escribe:

“A ningún propósito singular debe atribuirse en la paz una preferencia absoluta sobre los demás, y esto vale incluso para aquel objetivo que por el común consenso ocupa ahora el primer lugar: la supresión del paro.”

Los economistas keynesianos señalan que la guerra es, de hecho, supremamente beneficiosa para la tasa nacional de empleo. Y, en el papel, esto puede aparecer como cierto.

En tiempos de guerra, y especialmente cuando se establece la conscripción obligatoria, el empleo tiende a aumentar. Pero, en mucho, esto se debe al hecho de que, cuando la conscripción obliga a muchos a ingresar al servicio militar, ellos son ahora considerados como “empleados.” Para muchos jóvenes, quienes de otra forma estaban desempleados antes de la guerra, al obligárseles al servicio militar hizo que a esos hombres se les agrupara elevándolos al estatus de “empleados.”

Similarmente, la Segunda Guerra Mundial vio un influjo de mujeres trabajadoras. La era de Rosie la Remachadora, de mujeres que entraban a la fuerza de trabajo, también tuvo impactos significativos sobre la tasa de empleo. Asimismo, existió una demanda mayor de mano de obra en los sectores que eran parte de lo que Eisenhower llamó el Complejo Militar Industrial.

Como dice Hayek:

“Uno de los rasgos dominantes de la situación al término de la guerra lo constituirán los cientos de miles de hombres y mujeres que por las especiales necesidades del conflicto habrán sido atraídas a tareas especializadas en las que, durante la guerra, han conseguido ganar salarios relativamente altos. En muchos casos no habrá posibilidad de mantener empleado al mismo número de personas en estas industrias particulares.”

Pero, ahora que la guerra estaba llegando a su fin, el empleo, una vez más, se convertiría en un problema. Los solados que regresaban de la guerra, quienes no estaban mental o físicamente fatigados, estarían buscando como reingresar inmediatamente a la fuerza laboral. Con una menor demanda de armas y de otros productos relacionados con la guerra, descendería la demanda de trabajadores de los patronos, al mismo tiempo en que estaba aumentando la fuerza de trabajo en el mercado. No sólo eran veteranos quienes buscaban un empleo, sino que también ahora había muchas más mujeres compitiendo por algunos de esos mismos empleos en la fuerza de trabajo.

Ello dio lugar a que muchos acudieran al gobierno para que les proveyera de suficientes trabajos, de forma que se mantuvieran altas las tasas de ocupación. Libros como el de William Beveridge, Full Employment in a Free Society [Pleno Empleo en una Sociedad Libre. Informe de Lord Beveridge II], afirmaban que el libre mercado no era capaz de crear el pleno empleo y, por ello, que era una tarea del gobierno brindárselo a todos los individuos.

Dicen los comentarios de Hayek acerca de esta creencia en el “pleno empleo”:

“Es, en efecto, en este campo donde la fascinación de vagas pero populares frases como la “plena ocupación,” puede muy bien a conducir a medidas extremadamente miopes, y donde el categórico e irresponsable “tiene que hacerse a toda costa,” de los idealistas ingenuos, es probable que ocasione el mayor daño.”

Y, en tanto que la respuesta para los problemas de empleo en el país no fuera hallada dentro de las burocracias estatales, el prospecto de un desempleo masivo permanecía siendo un problema importante en la era posterior a la Segunda Guerra Mundial, tal como lo explica Hayek:

“Será de una necesidad urgente transferir gran número de personas a otros oficios, y muchas de ellas encontrarán que el trabajo que pueden realizar no está tan bien remunerado como su empleo durante la guerra. Ni siquiera la readaptación, que sin duda deberá suministrarse en una liberal escala, puede enteramente dominar este problema. Quedará todavía mucha gente que, si hubiera de ser pagada de acuerdo con lo que sus servicios valdrán entonces para la sociedad, bajo cualquier sistema tendrá que contentarse con una reducción de su posición material comparada con la de otros.”

No obstante, la mayoría de la gente no quiere que se reduzcan sus situaciones materiales, incluso después de sobrevivir a una guerra. Y, como lo vemos suceder en la actualidad, cuando de alguna forma ese estatus material es amenazado, los sindicatos y los activistas empiezan a pedir aumentos de sueldo para ayudar a corregir esta gran “injusticia.” Pero, eso no puede hacerse sin una coerción que amenace a nuestras libertades.

Dice Hayek:

“Si entonces los sindicatos obreros se oponen con éxito a toda reducción de los salarios de los grupos particulares en cuestión, sólo quedarán abiertas dos alternativas: o habrá de usarse la coerción, es decir, tendrá que seleccionarse a ciertas personas para su transferencia obligatoria a otras posiciones relativamente peor pagadas, o habrá que consentirse que quienes no pueden ser empleados por más tiempo con los salarios comparativamente altos que han ganado durante la guerra, queden sin empleo hasta que estén dispuestos a aceptar una ocupación con un salario relativamente más bajo.”

Y, como en la actualidad muchos economistas de libre mercado han tratado de advertirlo, muchos de estos activistas laborales fracasan al no reconocer que al elevar artificialmente los salarios, también tendrán que tomarse medidas inflacionarias.

“Pero elevar los demás salarios y rentas en una magnitud suficiente para ajustar la posición del grupo considerado, envolvería una expansión inflacionista de tal escala que las perturbaciones, dificultades e injusticias causadas serían mucho mayores que las que se pretende curar.”

Y si bien el estado podría usar su poder para mover su varita mágica proverbial y hacer lo mejor para obligar al pleno empleo, frecuentemente no resulta tal como muchos lo esperarían.

“Siempre será posible alcanzar por medio de una expansión monetaria una máxima ocupación a corto plazo dando empleo a todas las gentes allí donde se encuentren. Mas no es sólo que para mantener este máximo sea indispensable una progresiva expansión inflacionista, con el efecto de detener aquellas redistribuciones de los trabajadores entre las industrias exigidas por la alteración de las circunstancias; redistribuciones que, en tanto los trabajadores tengan libertad para elegir ocupación, se efectuarán con algún retraso y, por consiguiente, causarán algún paro. Es que la política encaminada constantemente a lograr el máximo de ocupación alcanzable por medios monetarios lleva a la postre a la destrucción segura de sus mismos propósitos.”
FALSA FILANTROPÍAAquellos que piden al estado que supla empleos y salarios más altos para todos los individuos, tienen una tendencia a creer que su posición es la de la autoridad moral. Esa gente cree que obligar a los individuos a satisfacer sus expectativas “morales,” es lo correcto. Nada puede estar más lejos de la verdad. Obligar a un comportamiento “ideal” por medio de la coacción, no hace que las personas sea moral. Las personas harán casi cualquier cosa cuando son forzadas.

Al tocar este tema, escribe Hayek:

“Lo que nuestra generación corre el peligro de olvidar no es sólo que la moral es necesariamente un fenómeno de la conducta individual, sino, además, que sólo puede existir en la esfera en que el individuo es libre para decidir por sí y para sacrificar sus ventajas personales ante la inobservancia de la regla moral.”

Un individuo no actúa bajo su responsabilidad personal cuando él o ella se ven forzados a hacer algo. En vez de ello, cualquier acto obligado es neutral, sirviendo sólo a los intereses del estado y no a los fines morales que servirán, en alguna manera, de beneficio para el individuo. Si alguien le apunta con una pistola y le obliga a que usted le entregue cinco dólares a una persona que no tiene techo, eso no haría que su “donación” fuera moral, sino que haría inmorales a las acciones del que tenía la pistola.

Dice Hayek:

“Fuera de la esfera de la responsabilidad individual no hay ni bondad ni maldad, ni oportunidad para el mérito moral, ni lugar para probar las convicciones propias sacrificando a lo que uno considera justo los deseos personales. Sólo cuando somos responsables de nuestros propios intereses y libres para sacrificarlos, tiene valor moral nuestra decisión.”

Cuando se actúa por temor a la represalia del estado, no estamos actuando por nuestro propia voluntad, simplemente estamos haciendo lo que se nos dijo que hiciéramos para evitar ir a una celda de la prisión.

Hayek asevera:

“La responsabilidad, no frente a un superior, sino frente a la conciencia propia, el reconocimiento de un deber no exigido por coacción, la necesidad de decidir cuáles, entre las cosas que uno valora, han de sacrificarse a otras y el aceptar las consecuencias de la decisión propia, son la verdadera esencia de toda moral que merezca ese nombre.”

Y después de explicar que la coacción no lleva aparejada la filantropía auténtica, Hayek lamenta la dirección en que va encaminada la sociedad. Tal como ha sido el tema a lo largo de los últimos capítulos de este libro, a Hayek le preocupa que, al abandonar los ingleses los conceptos del liberalismo, rápidamente se están acercando al colectivismo.

“Es inevitable e innegable a la vez, que en esta esfera de la conducta individual el colectivismo ejerza un efecto casi enteramente destructivo. Un movimiento cuya principal promesa consiste en relevar de responsabilidad, no puede sino ser antimoral en sus efectos, por elevados que sean los ideales a los que deba su nacimiento.”

Uno de los elementos primordiales del liberalismo clásico es el enfoque en la autonomía y responsabilidad personal, sin los cuales no puede verdaderamente existir una sociedad liberal.

“Lo cierto es que las virtudes menos estimadas y practicadas ahora -independencia, autoconfianza y voluntad para soportar riesgos, ánimo para mantener las convicciones propias frente a una mayoría y disposición para cooperar voluntariamente con el prójimo- son esencialmente aquellas sobre las que descansa el funcionamiento de una sociedad individualista. El colectivismo no tiene nada que poner en su lugar y, en la medida en que ya las ha destruido, ha dejado un vacío que no llena sino con la petición de obediencia y la coacción del individuo para que realice lo que colectivamente se ha decidido tener por bueno.”
MIRANDO HACIA EL FUTUROHayek siempre trata de terminar sus capítulos con algo un poco parecido a una nota esperanzadora. Pero, al final de este capítulo, usted puede sentir la tristeza en su escrito. Hayek, quien como hemos visto. era un tanto anglófilo, estaba triste al ver las tradiciones liberales inglesas desapareciendo de la opinión pública.

Hayek ha escrito permanentemente acerca de su profundo respeto por la tradición liberal clásica que se derivó de Inglaterra.

Verdaderamente creía que mantener con vigor esas ideas era el antídoto correcto contra la servidumbre económica.

“Si hemos de alcanzar la victoria en la guerra de las ideologías y atraernos los elementos honrados de los países enemigos, tenemos ante todo que recobrar la fe en los valores tradicionales que Inglaterra defendió en el pasado y el coraje moral para defender vigorosamente los ideales que nuestros enemigos atacan.”

Y concluye el capítulo con una declaración bastante franca, que refleja la retórica política del día; dice Hayek:

“No ganaremos confianza y apoyo con tímidas apologías y con seguridades de que nos estamos rápidamente transformando, ni con manifestaciones de estar buscando un compromiso entre los valores tradicionales ingleses y las nuevas ideas totalitarias. Lo que cuenta no son las últimas mejoras efectuadas en nuestras instituciones sociales, que significan poco comparadas con las básicas diferencias de los dos opuestos criterios de vida, sino nuestra resuelta fe en aquellas tradiciones que han hecho de Inglaterra un país de gentes libres y rectas, tolerantes e independientes.”

Brittany Hunter es editora asociada en la Fundación de Educación Económica. Brittany estudió ciencias políticas en la Universidad Utah Valley, con una especialización menor en estudios constitucionales.