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Jorge Corrales Quesada
02/11/2017, 20:53
Les recomiendo la lectura de mi traducción de este comentario del economista Pedro Schwartz, quien argumenta acerca de la bondad del comercio internacional y, por tanto, de una política de apertura unilateral. Es un excelente comentario histórico de la apertura comercial inglesa del siglo XIX y de cómo esa política tiene vigencia en la actualidad.

DESARME COMERCIAL UNILATERAL
Por Pedro Schwartz
Library of Economics and Liberty
An Economist Looks at Europe
2 de octubre del 2017
En un País en donde el Clamor siempre intimida y la facción a menudo agobia al Gobierno, comúnmente las regulaciones al Comercio son dictadas por aquellos quienes están más interesados en engañar e imponerse sobre el Público.
Adam Smith [1]


Pocos son quienes entienden plenamente el funcionamiento y los beneficios del comercio internacional –especialmente, así parece, el Presidente Donald Trump. Eso es sorprendente, en el tanto en que la economía del comercio internacional no es algo difícil. Después de todo, nosotros los economistas hemos luchado desde hace más de un siglo por explicarla con casos de un razonamiento simple y casero. Fue en 1817 cuando David Ricardo tomó el ejemplo de Adam Smith de los beneficios con la importación de vino clarete o de Borgoña, en vez de producirlo en Escocia, y presentó su modelo mejorado de comercio de telas y vino entre Inglaterra y Portugal. El modelo de Ricardo es conocido como el de los “costos comparativos.” Con él, mostró cómo un país pobre con baja productividad podía prosperar en el mundo del comercio, sin necesidad de disponer de medidas proteccionistas –y viceversa para un país rico. Mi maestro, Lord Lionel Robbins, solía decir que la teoría de los costos comparativos era el pons asinorum del razonamiento económico, aludiendo al teorema Euclidiano de los ángulos de un triángulo isósceles, ante el cual estudiantes poco prometedores tenían tanta dificultar para proseguir. La razón de esta ausencia de entendimiento por los burros intelectuales, es, tal vez, que las conclusiones de la teoría del comercio internacional van en contra del sentido común. Hay tantos que dicen: “¿Usted verdaderamente no cree que la competencia externa sea buena para nosotros? ¿En realidad usted sostiene que el comercio reducirá el número de pobres? ¿Acaso no es cierto que el comercio internacional requiere de un campo de juego equilibrado? ¡Vamos...!

UN COMERCIO MÁS LIBRE DESDE 1815 A 1870

Esto no importaría mucho si la carencia de entendimiento de la economía del comercio internacional, no resultara en una pérdida grave de bienestar para toda la humanidad. Preocuparse por el pobre yace en el corazón de la política de libre comercio. Ese fue el objetivo del gran movimiento en la Gran Bretaña del siglo XIX, que culminó con la derogatoria de las Leyes del Maíz en 1846. En vez de Gran Bretaña, debería decir el Reino Unido, porque fue el agudo sufrimiento de los súbditos irlandeses de la Reina Victoria durante la hambruna de la papa en la década de 1840, lo que constituyó el argumento decisivo de los librecambistas.

Las Leyes del Maíz restringieron la importación de maíz (no propiamente sólo del maíz, sino de los granos en general) al Reino Unido; la agricultura británica había recibido alguna forma de protección desde al menos el siglo XVII. La primera moderna Ley del Maíz fue aprobada en 1794, pero el asunto se volvió urgente al retornar la paz después de Waterloo, cuando los puertos británicos se reabrieron al comercio con Europa y América y, de nuevo, el maíz barato extranjero se convirtió en una oferta. En 1815, se pasó una ley que limitaba la importación de trigo, hasta que su precio en el mercado doméstico fuera de más de 80 chelines el cuarto de libra. Esta restricción se sintió que equivalía a una prohibición de las importaciones y, en 1828, el gobierno de Lord Wellington legisló una escala gradual por la cual el trigo extranjero, de hecho, podía ser introducido sólo cuando su precio en el mercado doméstico fuera de 73 chelines el cuarto de libra o si estaba por encima. Estas Leyes del Maíz fueron denunciadas como la parte más visible de las limitaciones tradicionales al comercio, lo que Adam Smith había criticado como formando el “sistema mercantilista.”

Una alianza variopinta de economistas, políticos, industriales, agitadores y, posteriormente, de sindicalistas, sitió las ciudadelas del mercantilismo. Adam Smith, Ricardo, su amigo y mentor James Mill, John Stuart Mill, el hijo de James, y todo el grupo de “filósofos radicales” alrededor de Jeremy Bentham, arguyeron intelectualmente en favor del libre comercio en el Parlamento, en las revistas literarias y en la prensa cotidiana. Eran el brazo educado de un movimiento popular más amplio, que culminó con la fundación de la “Liga Contra las Leyes del Maíz” en 1839, bajo el liderazgo de Richard Cobden y John Bright. La Liga agitó para que se desmantelara la protección agrícola, en efecto, de toda protección comercial. Finalmente, en 1846, Sir Robert Peel, el Primer Ministro de esa época, fue plenamente convencido de liberar la importación de maíz.

Muchos historiadores han tratado de envilecer la historia del movimiento que condujo al desmantelamiento unilateral de aranceles por los británicos, en los años que van entre 1815 y 1846. La historia contada por historiadores cínicamente inclinados es que la defensa del libre comercio, dada la supremacía industrial de Inglaterra, hizo que la competencia extranjera no significara un daño y que la coalición contraria a las Leyes del Maíz fue motivada por intereses específicos. Primeramente, no existía una supremacía de la agricultura británica sobre los productores del mundo a su alcance, dado el progreso de los ferrocarriles y del transporte marítimo por vapor. Luego, aún si el interés de clase fue uno de los factores que explica el extenso respaldo al movimiento revocatorio, no hay nada malo con el interés propio, cuando promueve el bien general. Así, las clases medias y populares estaban enfurecidos por la renta que los terratenientes extraían gracias a la protección. Los dueños de fábricas se quejaron de que la interferencia con el comercio internacional no sólo reducía sus utilidades, sino que también disminuía el estándar de vida de sus trabajadores. Los precios altos y la baja calidad de la comida enojaban a las clases populares. La reforma electoral de 1832 fue como viento sobre las velas de los librecambistas, al darles voz a los votantes de clase media, quienes resentían el poder de los Lores sobre la Cámara de los Comunes. No obstante, se promovió una economía más libre, incluso cuando iba en contra de los intereses industriales: por ejemplo, la prohibición de emigración a los artesanos y trabajadores expertos hacia países rivales fue derogada en 1824 y los sindicatos fueron legalizados en ese mismo año. Sin embargo, el rechazo final requería de la conversión personal de los grandes y los buenos, una conversión, como veremos, basada tanto en el análisis científico como en los sentimientos humanos.

Tal era la situación cuando el conservador [Tory] Sir Robert Peel de nuevo llegó a ser Primer Ministro en 1841. Al inicio de su administración, aún creía en la protección agrícola, sin embargo, en general, estaba a favor del libre comercio. Él empezó a cambiar sus puntos de vista acerca de la importación de alimentos basado en un aspecto teórico. Algunos proteccionistas fundamentaban su caso en un argumento de Ricardo (tomado fuera de contexto) de que un sustento barato permitía salarios bajos: Peel dice en sus Memorias [2], que él fue influenciado “por las muchas pruebas concurrentes de que los salarios del trabajo no variaban con el precio del maíz.”

El otro elemento en el cambio de sus puntos de vista fue el advenimiento de la hambruna de la papa en Irlanda y la pérdida de la cosecha de trigo en Inglaterra. En octubre de 1845, un número de botánicos le dijo que una lluvia continua durante el verano resultaría en la expansión de una plaga y que resultaría en un fracaso general de la cosecha de papas –la única comida, escribe él, de cuatro millones de campesinos irlandeses. Es más, debido a la mala cosecha, las papas que se conservarían como semilla serían consumidas para la época de la primavera, reduciendo aún más la oferta de comida del año siguiente. Observadores dentro del grupo le informaron a Peel que el clima también había hecho que fuera imposible recoger la cosecha normal de trigo en Inglaterra a fines del verano. Cuando él propuso a su Gabinete que se suspendiera el arancel a las importaciones de comida, sólo tres ministros lo respaldaron y él renunció. El escándalo en el país ha debido ser tan grande y el sufrimiento de los irlandeses tan miserable, que incluso terratenientes aristocráticos opuestos a la derogación, tal como el Duque de Wellington, cambiaron de posición. Ante el nuevo pedido de la Reina para que asumiera el gobierno, Peel obtuvo el respaldo pleno para la derogación tanto de los ministros como de la mayoría de la Cámara de los Comunes. En cuanto a él, había tomado “un curso manifiestamente opuesto a us propios intereses privados y políticos;” él propiamente era un terrateniente y la derogación dividió en pedazos al partido Conservador.

LA NACIÓN MÁS FAVORECIDA

Al derogarse las Leyes del Maíz, empezó un período de treinta años durante el cual los acuerdos de libre comercio proliferaron en Europa. Los acuerdos durante la década de 1860 fueron una consecuencia de “la cláusula de la nación más favorecida” (NMF) inserta en el Tratado de 1860 Cobden-Chevalier entre Francia y el Reino Unido. Este tipo de cláusula (presente aún hoy en la constitución de la Organización Mundial de Comercio) extiende automáticamente las cláusulas “favorables” del tratado comercial más reciente de un país, a todas las partes en los tratados previos. Note que “favorable” significa la apertura del mercado de uno a la otra parte en un tratado. Eso refleja la idea mercantilista de que las exportaciones son buenas y que las importaciones malas. Por el contrario, es la cantidad total del comercio lo que es importante para el beneficio individual del pueblo. A pesar de lo anterior, durante un período de quince años desde la firma del Tratado Cobden-Chevalier, se firmaron cincuenta y seis otros acuerdos comerciales preferenciales en Europa. Markus Lampe explica la ampliación a causa de un número de factores, principalmente la atracción de intercambiar en un mercado más grande y el temor de que, de no adherirse al movimiento, conduciría a una deSviación del comercio lejos del que se queda por fuera. Por el contrario, la atracción de unirse a un área existente de libre comercio disminuiría aún más la distancia, dado que menores costos de trasportes neutralizarían las ganancias de la cláusula de NMF. Esto explica por qué la adopción de la cláusula se limitó efectivamente a Europa. [3]

De tal forma, la expansión de los acuerdos comerciales se frenó en la década de 1880 y los aranceles regresaron a la Europa continental, empezando por “el arancel al centeno y al acero” de 1879. [4] Esto, desde mi punto de vista, muestra que el bilateralismo tiene un valor limitado para el programa de libre comercio. Los acuerdos comerciales bilaterales de libre comercio son inmensamente complicados, dada la red de intereses especiales que tienen que respetar. Además, sus ventajas para sus consumidores y sus efectos sobre la competitividad de los productores son difíciles de percibir. Las ganancias son mucho más claras cuando las naciones importan libremente bienes y servicios unilateralmente –que es lo que el Reino Unido hizo después de 1846 y debería hacer ahora, después del Brexit.

El libre comercio unilateral puede parecerle a la mayoría de mis lectores como un ideal que no es posible lograr en los países democráticos. El ejemplo más reciente es, para la mayoría de la gente, no muy atractivo –es la política de libre comercio de un Chile de Pinochet. El eslogan comercial de los “Chicago boys,” que aconsejaron al gobierno del General, era “aranceles bajos y parejos.” Esta ha sido la base de la diversificación de las exportaciones de Chile y una clara contribución al bienestar de su pueblo (en la parla económica, crecimiento). ¿Puede hacerse eso en una democracia?

ADAM SMITH Y DAVID RICARDO ACERCA DEL COMERCIO INTERNACIONAL

Una de las causas de la resistencia política al libre comercio unilateral es la presentación general de la teoría del comercio internacional, en términos de una ventaja y una desventaja y que en aquel entonces se formuló insensiblemente en términos del poder nacional. La “Riqueza de las Naciones” se convirtió en “La Riqueza de los Estados.” [5] El movimiento de Bismarck y aquellos de sus rivales e imitadores fue un síntoma de la enfermedad que afligía a la política de Occidente en los años que precedieran a la Primera Guerra Mundial: a saber, poner la capacidad productiva del capitalismo al servicio del nacionalismo, del imperialismo y del asistencialismo. Luego vino la Gran Guerra, en donde los poderes productivos de las economías nacionales en guerra provocaron la Urkatastrophe [Nota del traductor: Catástrofe seminal] y la catástrofe original del Occidente liberal.

Adam Smith inició sus reflexiones acerca del comercio internacional en un punto correcto: con los intercambios de los individuos y las familias. “Es la máxima de todo padre de familia prudente nunca intentar hacer en casa lo que le cuesta más hacerlo que comprarlo.” Luego extendió esto al país entero o, como lo puso él, “el producto de la tierra y del trabajo [...] tomado complejamente”: “Rara vez deja de ser prudente en la dirección económica de un Estado la máxima que es acertada en el gobierno de una familia particular.” [6] Esto limitó su argumento a situaciones en que producir un bien estaba absoluta, pero no relativamente, por encima de aquel de otra familia o país, como cuando, en otro ejemplo famoso, él hizo notar la tontería de sustituir al borgoña y al clarete que se importan desde Francia, por vino producido en viveros escoceses.

David Ricardo, en sus Principios de Economía Política (1817), extendió el análisis de Smith para explicar por qué el comercio significaba una ventaja para todas las partes, incluso cuando los productos de un país eran más caros que aquellos de otros en todas las líneas de mercancías. Si Portugal probó que usaba menos mano de obra para producir tanto el vino como la tela, esto no significó que Inglaterra quedaba reducida a importar ambos y a producir ninguno de ellos. El resultado del intercambio dependía de cuán más productivo era Portugal en vino que en tela, aunque fuera superior a Inglaterra en ambos. En ese caso, sería mucho más rentable que Portugal usara toda su mano de obra para la producción de vino u que importara la tela.

Paul Samuelson explicó esto con un ejemplo más personal. Aunque él era mejor que su secretaria en economía y en mecanografía, era más ventajoso para ambos si él se especializaba en economía y hacía que su carta fuera mecanografiada por su asistente. El sacrificio de tiempo económico gastado por Samuelson en escribir sus cartas, sería mayor que el sacrificio de su asistente en dejar de escribir a máquina, para dedicarse a hacer economía, así que ambos se especializaban.
LA CREENCIA DE QUE SON LOS PAÍSES LOS QUE COMERCIANEl modelo de Ricardo tenía una limitación. Ha conducido a muchas personas a pensar acerca del comercio como una cuestión de países que se especializan, no de individuos y empresas que intercambian bienes y servicios para su beneficio mutuo. Planificadores de distintos tonos llegaron a obsesionarse con cómo hacer que los países se especializaran en lo que era su ventaja comparativa, como si los “países” fueran los sujetos del comercio internacional (en efecto, los sujetos activos de cosa alguna en economía) y que podían escoger lo que producen como si fueran individuos. La producción económica moderna difícilmente es reducible a un modelo Ricardiano de especialización exclusiva: la innovación brota en ubicaciones inesperadas, las cadenas de suministro cruzan fronteras y los esfuerzos individuales cambian las ventajas comparativas. La especialización geográfica inducida por el gobierno ha perdido su momento.

La caricatura obsoleta del modelo Ricardiano fue aplicada en el Imperio Soviético, en donde los planificadores concentrarían toda una industria en una región de su dominio, multiplicada por la noción de rendimientos crecientes a escala. Tal fue la política del Gosplan en la URSS, nada menos que bajo Nikita Khrushchev, como cuando decidieron concentrar la manufactura de carros y camiones alrededor de Moscú o en Nizhniy-Novgorod, pueblos dedicados sólo a textiles entre los ríos Oka y Volga, o a la investigación científica en ciudades remostas dedicadas a la ciencia, tales como la Akademgorodok en Siberia.
LIBRE COMERCIO UNILATERAL DESPUÉS DEL BREXITNo obstante, estos pensamientos son también aplicables a la política de comercio internacional británica después del Brexit. Políticos de todos los colores hablan como si el comercio internacional fuera un juego de poder entre dos personas y, no pocas veces, de suma cero, en donde las “concesiones” tienen que ser mutuas. Si el comercio fuera entendido como un juego dinámico de suma positiva entre multiplicidad de personas, los proteccionistas se verían como lo que son, defensores de su interés personal propio a expensas del resto de las personas.

En primer lugar, no hay duda de que los consumidores, especialmente los pobres, ganan con la variedad en la oferta y los precios menores de lo que se ofrece, brindados bajo el libre comercio. En segundo lugar, aun cuando es cierto que la apertura súbita al comercio internacional afectará a algunos productores, la productividad general aumentará más que proporcionalmente –tal como el avance tecnológico incorporado en los robots, al principio desplazará a algunos trabajadores y reducirá el valor del capital obsoleto. En todo caso, el costo para algunos productores por una competencia extranjera salvaje será mucho menor de lo que dicen los proteccionistas: la oferta desde el exterior será más barata y la competencia obligará a otros productores británicos a ser más eficientes. Cuando observo los campeonatos de salto ecuestre, lamento qué tan pocos son los caballos que quedan en este mundo ahora que ya no se necesitan para el transporte. La máquina de combustión interna ha desplazado a esos que no son usados para el deporte, pero, en todo caso, los caballos no pueden aprender a manejar, en contraste con los humanos. Naturalmente, los mineros de carbón en los Estados Unidos serán desplazados por importaciones de carbón desde el exterior y más aún por la competencia de la industria de la extracción de gas y petróleo mediante la fracturación de la roca. Este es el precio de corto plazo del progreso y, en cualquier caso, se vería mitigado si el comercio fuera liberado totalmente.

Si los miembros de la Unión Europea tratan de cobrar un precio alto al Reino Unido por el Brexit, la respuesta del libre comercio debería ser la contestación. Tal como en el siglo XIX, Gran Bretaña podría quitar del todo las barreras arancelarias tarifarias y no tarifarias. Entonces, en obediencia a las reglas de la OMC, lo mismo sería ofrecido a todos los miembros de la OMC. No debe gastarse pensamiento alguno en cuanto a posibles déficits en la balanza de pagos. Es a partir de David Hume que sabemos que la balanza de pagos de un país puede dejarse sola. El tipo de cambio fluctuante hará el trabajo, bajando o subiendo para equilibrar al sector externo –bajo la condición de que el Banco de Inglaterra se comporte adecuadamente y no lanza dinero indebidamente al sistema.

Yo me interesé en el análisis de un Brexit de libre comercio hecho por Edgar Miller en la revista The Conservative del pasado junio. El modelo de crecimiento estándar que él utilizó le permitió predecir que

“...la remoción de las tarifas crea una ganancia a largo plazo del PIB de un cuatro por ciento [para el Reino Unido], una caída del ocho por ciento en los precios al consumidor y un incremento en los ingresos de Hacienda de más de un siete por ciento.” [7]

Las razones para estas ganancias surgen de la remoción de la Política Agrícola Común y de otras barreras y de la liberación de las importaciones provenientes del resto del mundo. Sabemos que estos modelos no predicen exactamente, pero estos y otros estudios acerca del futuro de la economía británica fuera de la Unión Europea bajo libre comercio y con tasas de cambio flexibles, despejan muchos de los problemas vendidos por los intervencionistas. El libre comercio unilateral es la respuesta.


NOTAS AL PIE DE PÁGINA

[1] De Smith a Rochefoucault, 1 de noviembre de 1785, Carta 28. I de noviembre de 1785, Letter 248. An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations, Volumen I. Liberty Fund, Inc., 1981, página 267, nota al pie 12.
[2] Memoirs of the Right honourable Sir Robert Peel (https://archive.org/stream/memoirsbyrightho02peel#page/n9/mode/2up), editado por Earl Stanhope & Edward Cardwell M.P. London, 1857, página 182. Archive.org.
[3] Lampe, Markus. (2010), 'Explaining nineteenth-century bilateralism: economic and political determinants of the Cobden-Chevalier network', Economic History Review.
[4] Asaf Zussman, "The Rise of German Protectionism in the 1870s: a Macroeconomic Perspective, (http://siepr.stanford.edu/research/publications/rise-german-protectionism-1870s-macroeconomic-perspective)" Stanford University, julio del 2002.
[5] Tal es el sugestivo título del libro de John M. Hobson de 1977: The Wealth of States: A Comparative Sociology of International Economic and Political Change, Cambridge: Cambridge University Press, 1997.
[6] Adam Smith, An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations. (http://www.econlib.org/library/Smith/smWN.html) Párrafos II.ii.2 (http://www.econlib.org/library/Smith/smWN7.html#II.2.2) y IV.ii.11-12 (http://www.econlib.org/library/Smith/smWN13.html#IV.2.11). Library of Economics and Liberty.
[7] Edgar Miller: "Never mind what others do: cut your own tariffs" (http://theconservative.online/article/never_mind_what_others_do_cut_your_own_tariffs). The Conservative, 4 (junio de 2017), páginas 87-8.


Pedro Schwartz es el profesor de investigación en economía “Rafael del Pino” de la Universidad Camilo José en Madrid. Miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas en Madrid y es un contribuyente frecuente de los medios europeos en temas actuales financieros y de las escena social. Actualmente es presidente de la Sociedad Mont Pelerin.