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Jorge Corrales Quesada
07/09/2017, 13:12
Una buena narración -que con gusto traduzco- de un ilustre historiador, que expone lo sucedido con posterioridad en cuanto a los sistemas económicos que surgieron en Europa después de la Segunda Guerra Mundial. Es una buena y amena reseña que debe ser leída por quienes no conocen de esta experiencia.


SI EL CAPITALISMO NO EXISTIERA

Por William Henry Chamberlin
Foundation for Economic Education
Domingo 1 de enero del 2006

“Si no hubiera un Dios, sería necesario inventarlo.”

De la misma manera, la ingeniosa y escéptica frase de Voltaire podría ser aplicada al sistema económico conocido como capitalismo, a menudo sepultado con tanta pompa y circunstancia por el comunista, el socialista y los diversos teóricos del ala izquierda, pero que es tan resistente que probablemente sobrevivirá la memoria de la mayoría de sus críticos.

Es una teoría familiar entre colectivistas de ambos lados del Atlántico, que el capitalismo es un lujo que sólo un país rico como los Estaos Unidos puede pagar. Los proponentes de esta teoría usualmente dejan en la oscuridad, en primer lugar, a la pregunta de cómo fue que los Estados Unidos llegaron a ser ricos. Simplemente afirman dogmáticamente que los países pobres pueden llegar a ser ricos, si siguen las rutas con signos que indican el comunismo o el socialismo.

Esta línea de pensamiento fue expuesta en alguna ocasión por el desaparecido Harold J. Laski, uno de los más persuasivos de los fascinantes laboristas británicos. Fue muy cuidadosamente desinflado por William Yandell Elliott, uno de los pocos profesores declaradamente conservador [liberal clásico] de Harvard. “¿No es una bendición para las economías capitalistas de Europa,” dijo el profesor Elliott, “el que haya una economía individualista en los Estados Unidos con suficiente excedente de riqueza como para cubrir todos sus déficits y darles a aquéllas un subsidio anual de varios miles de millones de dólares al año?”

Laski normalmente era rápido y astuto en el estira y afloje del debate. Pero esa afirmación lo dejó respirando con dificultad. Simplemente no había una respuesta convincente.

Ahora, bien, el tema acerca de cuál sistema económico en una nación empobrecida, luchando por recuperarse, puede dar mejor resultado, ha sido puesto a una prueba decisiva en Europa. La guerra, que terminó hace diez años [Nota del traductor: el ensayo fue escrito en febrero de 1956] dejó tras ella una cantidad sin precedentes de destrucción física, debido al uso de bombardeos indiscriminados contra las ciudades. Vastas áreas de grandes ciudades fueron convertidas en páramos de escombros amorfos. Las fábricas, las instalaciones portuarias, las estaciones de ferrocarriles fueron objetivos concretos para el ataque.

Un futuro que ya era deprimente, se fue oscurecido aún más por el espíritu rencoroso del Plan Morgenthau, que afectó seriamente a la política de ocupación estadounidense en los primeros años de la posguerra. Con el desmantelamiento contemplado de plantas industriales y la prohibición de ciertas industrias y la severa limitación impuesta a la producción de otras, parecían presentarse todas las posibilidades de que Alemania será reducida a un vasto tugurio en el corazón de Europa, arrastrando al resto del continente en su pobreza e indigencia.

La Europa de 1955 parece ser de otro planeta. La extensión, profundidad y difusión de la recuperación ha confundido a los profetas del pesimismo, quienes hacía diez años parecían tener muchos argumentos de su lado. Alemania es hoy casi irreconocible.

Cuando visité Munich por primera vez después de la guerra, en 1946, la ciudad estaba tan destruida por el bombardeo, que uno difícilmente podía imaginar la forma y la dirección de las calles principales. La restauración actual de Munich es casi un milagro, aun cuando muchos edificios medievales y barrocos han perecido por siempre. Y es la misma historia en Frankfurt, en Hamburgo y en todas las ciudades y pueblos de Alemania Occidental. El viejo pueblo de Wurzburg, río Meno arriba, al este de Frankfurt, fue tan completamente destruido por el los bombardeos de la guerra, que fue llamado “la tumba del Meno”. Se sugirió reconstruir al pueblo en un sitio nuevo. Ahora hay tantas viviendas en Wurzburg como antes de la guerra. Y la ciudad permaneció adonde estaba.

“Es notable que tan fastidiosa se está haciendo la gente,” dijo un banquero de Frankfurt. “Durante los últimos años de la guerra y en los primeros años de la ocupación, aquella gente estaba contenta con comer pan duro y papas. Ahora, andan comparando precios, discutiendo si son mejores las aceitunas de España o las aceitunas de California.”

Hace tan sólo unos pocos años, el nuevo marco alemán, creado de la nada por decreto de los poderes de la ocupación y sin un respaldo en oro, se vendió con un 40 por ciento de descuento en el mercado libre de Suiza. Ahora, el marco es respaldado por cerca de tres mil millones de reservas de oro y dólares y los viajeros pueden libremente llevar el marco a Alemania y también sacarlo. Se ha convertido en una de las monedas más fuertes de Europa.

Inundada por una oleada de refugiados y de expulsados, gente que había huido de sus hogares o sacadas de sus casas en las provincias orientales de Alemania (en la actualidad anexadas por Polonia y la Unión Soviética), en el área de los Sudetes de Checoeslovaquia y de otros asentamientos alemanes en Europa Oriental, parecía que la República Federal Alemana podría sufrir un fuerte desempleo permanente. Pero, el desempleo en la actualidad se ha reducido a un mínimo de unos cientos de miles, en una población de cincuenta millones. En el floreciente Ruhr, el corazón industrial de Alemania, hay escasez de mano de obra calificada.

Alemania está construyendo ahora nuevas unidades de viviendas a una tasa de 550.000 al año, más que cualquier otros país, excepto los Estados Unidos. En donde se encuentren ruinas -restos de bombardeos de la guerra- los bulldozers y otros aparatos de demolición están preparados para estar en esos lugares, limpiando la tierra para construir nuevos edificios.

Sería inexacto dar la impresión de que Alemania ha sido transformada en un paraíso terrenal. Las heridas sociales y económicas de la guerra son profundas y algunas podrán ser aliviadas tan sólo después de muchos años. Aun cuando Alemania da la impresión de estar trabajando a un paso enfebrecido, hay muchos ancianos, viudas, lisiados de la guerra quienes deben ganarse la vida a duras penas con pensiones pequeñas. A pesar del ritmo de la construcción, la vivienda es aún muy escasa; tomará varios años para que la destrucción de la guerra pueda ser plenamente repuesta, para no decir nada acerca de proveer para la satisfacción de las necesidades de una población mayor.
EL “MILAGRO” ALEMÁNPero, lo que ha sido logrado, medido por el trasfondo oscuro de fines de la guerra, es simple y llanamente milagroso. El alemán promedio con quien uno habla, así lo reconoce. Los votantes alemanes dieron su sello de aprobación a lo que han logrado, cuando le dieron una decisiva mayoría al canciller [Konrad] Adenauer, frente a la oposición social-demócrata en las elecciones de 1953.

Hay dos cosas especialmente interesantes acerca de esta recuperación de Alemania. Primera, ha sido el triunfo de las ideas del capitalismo de la economía de libre mercado por sobre la planificación socialista. La persona más identificada con la economía política desde que empezó la recuperación alemana, es el regordete ministro de economía, Ludwig Erhard, un apasionado creyente en el ideal de la economía competitiva de libre mercado, la cual defiende con igual energía ante planificadores colectivistas, sindicalistas rapaces y empresarios de mentalidad monopólica.

Requirió de no poca cantidad de coraje y determinación para hacer una fuerte apuesta por la libertad económica a inicios del renacimiento económico alemán en 1948. En quince años no había existido tal cosa como una economía libre en Alemania. Los social-demócratas en casa, los afectos al Nuevo Trato en los Estados Unidos y los laboristas de la administración británica de la ocupación, elevaron voces de advertencia, en contra de las potencialmente terribles consecuencias de una eliminación de los controles de precios y salarios. Pero, estos controles y muchos otros, fueron eliminados, y Erhard continuó abriendo los mercados alemanes a los bienes del extranjero, tanto a lujos como a bienes básicos.

Sentado en su oficina en el Ministerio de Economía, fumando interminablemente puros cubanos, uno de los frutos de su liberalización del comercio, Erhard brevemente expuso en una conversación conmigo el pasado verano, los lineamientos esenciales de la recuperación alemana y de los prospectos futuros:

“Mi primera preocupación fue restaurar la competencia. La urgencia y el incentivo de trabajar. Los bienes del extranjero que se aparecían en el mercado, fueron un estímulo para que los manufactureros alemanes pudieran producir con mayor eficiencia. Un comercio más libre significó que hubiera más bienes en las ventanas de los comercios, más de ellos para que la gente los pudiera comprar con el nuevo dinero. Y yo estaba seguro de que, entre más comprábamos, más podíamos y venderíamos. A muchos les pareció una cosa riesgosa apostar por la libertad económica. Pero, se ha ganado la apuesta.

Ahora nos gustaría ver la mayor convertibilidad posible de las monedas. Ya hemos quitado la mayoría de las restricciones para el uso del marco y estamos listos para hacerlo plenamente convertible, tan pronto como Gran Bretaña tome el mismo paso con la libra. Por supuesto, la convertibilidad empieza por casa. Una moneda debe ser fuerte, sacada el agua, antes de que pueda pasar la prueba. Y debe existir algún grado de unidad de objetivos y propósitos, antes de que la convertibilidad u otra forma más ambiciosa de ‘integrar’ las economías nacionales funcionen exitosamente. Uno no puede fusionar una economía libre con una planificada, tal como tampoco puede mezclar el aceite con el agua.”

El segundo punto que vale la pena hacer notar acerca de la recuperación económica de Alemania Occidental es la tremenda lección objetiva que ofrece de los méritos del individualismo y del colectivismo, al comparar con lo sucedido en lo que es oficialmente llamada República Democrática Alemana. Este es el régimen dictatorial socialista-comunista instalado por la fuerza en la Zona Soviética.

En Ginebra, el ministro soviético de Relaciones Exteriores, Molotov, exhibió mucha diligencia en torno a mantener “los logros sociales y económicos” de los trabajadores de la Zona Soviética. Pero, el efecto de estos “logros” ha sido el de hacer que, a cerca de dos millones de personas, algunas veces arriesgando sus vidas y siempre al costo de perder todas sus posesiones, excepto cuando las pudieran llevar consigo, se fugaran hacia Alemania Occidental durante los últimos diez años. Empezar de la nada en la saturada Alemania Federal, en donde la vivienda es un problema apremiante, parecía ser mejor para este grupo de fugitivos, que soportar vivir bajo las condiciones soviéticas de tiranía política y de racionamiento económico y de otras dificultades. He viajado extensamente por Alemania Occidental, en varios viajes con posterioridad al final de la guerra, y todavía no he encontrado a un alemán que mantenga una impresión favorable de las condiciones de vida en la Zona Soviética.

En mi viaje más reciente, el verano pasado, me hallé en un tren rumbo a la Zona Soviética. En mi compartimento estaban un guardabosque con su señora y un niño, regresando a su casa en el Este, después de pasar una vacación en el Oeste. Ante una pregunta de cómo se comparaban las dos regiones, me respondió: “Como el día y la noche.” Y continuó enfatizando la cantidad bastante mayor y de más calidad de los bienes disponibles en el Oeste, el hecho de que la mayoría de los trabajadores pudiera comprar motocicletas y algunos automóviles y ser libres ante el temor y el espionaje. Regresaba al Este por decisión propia, dijo, tan sólo porque no había podido encontrar una casa en el Oeste.

Lo que hace especialmente impresionante este plebiscito informal en torno a Alemania, es que hay dos grupos desagarrados de una misma gente, con el mismo estándar previo de bienestar material y de educación, quienes han vivido durante una década bajo dos sistemas sociales y económicos contrastantes. El resultado: una diferencia “tan grande como el día y la noche” y una migración en masa que, a veces, casi que ha asumido las proporciones de una estampida del Este hacia el Oeste.
EL CASO DE AUSTRIANo es tan sólo en Alemania en donde el capitalismo ha probado, por sí mismo, ser un motor dinámico de la recuperación y del progreso. En un país europeo tras otro, uno encuentra que el ritmo y vigor y promesa de la recuperación económica general (Europa, fuera de la Cortina de Hierro, es mucho más próspera que en cualquier otra época desde la guerra) ha estado en proporción clara y directa al grado en que las medidas socialistas, tales como racionamiento, “porciones justas” (que siempre significan bajas porciones), la planificación rígida y el dinero artificialmente barato, han cedido su campo al mercado libre, a tasas de interés flexibles y a la liberalización del comercio internacional. El caso de Austria merece una atención especial. Aquí las condiciones de vida son mejores que las habidas entre las dos guerras, mejores de lo que han sido desde los días sombríos, lejanos, de cuando Viena era la capital de un imperio de cincuenta millones de habitantes, no de una pequeña república montañosa de siete millones.

Gran parte del crédito de la presente habilidad de Austria para remover sus restricciones monetarias y resolver el déficit crónico de su balanza internacional de pagos, pertenece a la medicina económica anticuada, prescrita y administrada por el Sr. Reinhard Kamitz, ministro de finanzas. Una teoría familiar en los círculos que administraban la ayuda externa de los Estados Unidos, era que Austria nunca podría salir por su propio mérito y que tendrían que surgir algunas medidas para continuar con los subsidios, aún cuando las donaciones a otros países se habían acabado.

Fue cuando Kamitz entró en el panorama en 1952 y mostró que no hay mejor ayuda que la propia y mucho de virtuoso en ciertas medicinas económicas anticuadas. Puso a la moneda austriaca, el chelín, con una tasa de cambio realista e impulsó un presupuesto balanceado, al mismo tiempo que reducía y expulsaba a mucha de la inflación del sistema económico nacional, mediante fuertes medidas restrictivas del crédito. Hubo llantos de protestas, ocasionados por un aumento temporal en el desempleo. Pero Kamitz, como Erhard en Alemania, se mantuvo firme en su curso y ha sido abundantemente vindicado por desarrollos ulteriores. El bajo tipo de cambio del chelín estimuló las exportaciones y el comercio potencialmente valioso de los turistas. Las inversiones en casa fueron hechas con mayor confianza, debido al sentimiento de que el chelín de nuevo se había convertido en una moneda “fuerte”. En la actualidad Austria posee empleo pleno o empleo casi total y el índice de producción industrial ha venido creciendo sustancialmente año tras año.

No es sólo en los países libres de Europa en donde el capitalismo ha probado su valor práctico para estimular la recuperación y el progreso. El mejor testimonio de la frase de que, si no existiera, tendría que ser inventado, es la creciente aplicación, en países comunistas, de ciertos elementos de la técnica capitalista.

Aún recuerdo parpadear un poco cuando, hace 20 años en Rusia, leí la descripción de Karl Marx acerca de los horrores del método de pago basado en la producción por pieza y luego la glorificación de este método en los periódicos soviéticos. Una de las víctimas del impulso soviético por acelerar la industrialización, junto con los kulaks y los comerciantes privados, fue el último vestigio del ideal original de Lenin de una igualdad material sustancial.

Todos los instrumentos concebibles se usaron para estimular el esfuerzo individual: pago por pieza a trabajadores, bonificaciones para ingenieros y administradores de las industrias. Debido a que el impuesto sobre el ingreso personal es aún muy bajo en la Unión Soviética, con una tasa máxima del 13 por ciento, la distribución de los sueldos y salarios muestra una variación mayor que en los países occidentales. En el sistema agrícola colectivizado fue necesario dejar para el campesino, al menos algún incentivo “capitalista” en forma de un pequeño jardín y de animales domésticos. Una “guerra fría” silenciosa se ha dado, desde ese entonces, entre campesinos que desean dedicar más de su tiempo y trabajo a esas posesiones personales, y autoridades del estado, deseosas de que aquellos trabajen más fuertemente en las tierras agrícolas colectivas.

El verano pasado, al visitar Yugoeslavia, me encontré un país políticamente comunista independiente de Moscú, lo que es un reconocimiento mayor de los méritos del capitalismo, incluso del sistema de libre mercado. Allí, la agricultura colectivizada se ha reducido a pequeñas proporciones debido a la fuerte resistencia de los campesinos. Y un alto oficial de la planificación estatal con quien hablé, el señor Kiro Gligorov, me expresó su preferencia por métodos impositivos indirectos y una policía crediticia, en vez de las órdenes rígidas de la planificación centralizada. Yasha Davicho, editor de una revista de economía, y un comunista desde sus días de estudiante, declaró: “Estamos tratando de practicar el capitalismo –pero sin capitalistas privados.”

Cuando el comunismo doctrinario extremo de los años de la guerra civil rusa condujo a la hambruna en escala gigantesca y los líderes soviéticos, militarmente victoriosos, se vieron a sí mismos confrontados con un colapso económico y social completo, Lenin buscó retroceder hacia ciertos principios capitalistas básicos con su Nueva Economía Política.

De forma que, en los países que deliberadamente se propusieron destruir al capitalismo, así como en aquellos en donde sobrevivió, más o menos erosionado por intrusiones solicitas y por estados paternalistas, hay evidencia abundante de que tales característica del capitalismo, como el incentivo individual, la moneda estable, la disciplina monetaria y el empleo del principio de libre mercado, son valiosas para mantener la producción industrial en movimiento. El capitalismo ha demostrado por sí mismo ser un fuerte bicho astuto, incluso en una era en que ha estado sujeto a un manejo severo.

William Henry Chamberlin (1897-1969) fue un historiador y periodista estadounidense. Fue autor de varios libros acerca de la Guerra Fría, el comunismo y la política exterior de los Estados Unidos, incluyendo la Revolución Rusa de 1917-1921 (1935), el cual fue escrito en Rusia entre 1922 y 1934, cuando fue corresponsal en Moscú del diario The Christian Science Monitor.