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Jorge Corrales Quesada
07/09/2017, 13:08
Siempre es apropiado tener presente estos hechos como los que narra el periodista William Henry Chamberlain. De los errores se aprende, aunque hay camaradas que ni insertándoselo en el cerebro, admiten errores como las aquí analizados.


ALGUNOS ERRORES DE MARX

Por William Henry Chamberlin
Foundation for Economic Education
Viernes 1 de febrero de 1982


William Henry Chamberlin (1897-1969) era un contribuyente frecuente de The Freeman. Autor de The Russian Revolution (La Revolución Rusa) y de diversos otros libros y artículos acerca de asuntos mundiales, estaba excepcionalmente calificado para discutir acerca de los errores marxistas, al haber vivido y viajado a los sitios en donde tales errores son evidentes. Es especialmente oportuno revisar lo que Chamberlin reportó hace más de veinticinco años, acerca de algunos de los errores de Marx. Este artículo es una reimpresión de la revista The Freeman de mayo de 1956.

“El mal que hacen los hombres les sobreviven.” Esta máxima se aplica con fuerza singular al trabajo de Karl Marx. La vida de este apóstol del socialismo, del comunismo y de la guerra de clases, la pasó, en su mayor parte, en una pobreza oscura y algunas veces sórdida. Marx incluso fue incapaz de tener una vida humilde como escritor y periodista; no disponía de algún otro trabajo o profesión. Probablemente habría tenido que acudir a recibir auxilio de pobres, en su época menos generoso que lo que es en la Inglaterra de hoy, si no hubiera sido por las limosnas de su discípulo y colaborador, Friedrich Engels, quien disfrutó de la ventaja de tener un padre exitoso capitalista.

El registro de Marx de logros políticos al momento de su muerte, parecería ser bastante estéril. Porque, en un momento de bravuconería, renunció a la ciudadanía prusiana, fue incapaz de ir a Alemania o de formar parte íntima del movimiento socialista alemán. Él no jugó papel alguno en la política inglesa.

Para ponerlo amablemente, Marx no era un carácter gentil o adorable. Sus hábitos de excomulgar del movimiento socialista a cualquiera que estuviera en desacuerdo con él, hicieron que su círculo de amigos fuera muy limitado.

Existe una abundante evidencia histórica para el cáustico perfil que de Marx hizo Max Eastman, en sus Reflections on the Failure of Socialism [Reflexiones sobre el Fracaso del Socialismo]:

“Si alguna vez llevó a cabo un acto de generosidad, no se le encontrará documentado. Era totalmente indisciplinado, vanidoso, desaliñado y un niño egoístamente echado a perder. Estaba listo, ante la más mínima provocación, con un odio rencoroso. Podía ser tortuoso, desleal, esnob, anti-semita, anti-negro. Era, por hábito, un gorrón, un intrigante, un fanático tiránico, quien preferiría destrozar a su partido antes de verlo tener éxito bajo algún otro líder.”

Pero, si llegaron pocos dolientes, literal o figurativamente, al entierro de Marx el hombre, la idea del marxismo, una visión de un mundo en el cual el proletariado era oprimido por el capitalismo, iba a convertirse en arquitecto del orden del nuevo milenio, en una marcha de éxito tras éxito.

Antes de la Primera Guerra Mundial, Marx fue venerado como padre fundador de los partidos socialistas que habían brotado en la mayoría de los países europeos. Debido a que un genio de la acción revolucionaria, Vladimir Ilyitch Lenin, engulló totalmente las ideas de Marx sin una cautela consciente, el marxismo se convirtió en el credo del nuevo régimen comunista en Rusia.

Este régimen, que nunca había titubeado en su creencia de que algún día su poder abarcaría al mundo entero, representa una revuelta en contra de todos los valores de la civilización occidental, en contra de la religión y de la ley moral, en contra de las libertades civiles y personales, en contra del derecho a poseer propiedad, el cual es una de las primeras y más indispensable de las libertades humanas. Después de la Segunda Guerra Mundial, el comunismo, el retoño de la enseñanza marxista, extendió su dominio sobre China, sobre los países de Europa del Este, de manera que, hoy en día [1956], ha sido impuesto como una fe dogmática, sobre más de una tercera parte de la población del mundo.

Y, de ninguna manera, la influencia de Marx se ha restringido a naciones bajo la regla comunista. La atracción de las ideas marxistas para los socialistas europeos, para los intelectuales inmaduros de países recientemente emancipados de Asia, ha sido considerable. Y, aun cuando el número de personas que honestamente pueden decir que han leído con entendimiento al seco e ininteligible Capital, debe ser pequeño, la versión simplificada de la teoría marxista presentada en el Manifiesto Comunista y en otros lados, posee una fuerte atracción sicológica.

MARX PONE AL PROLETARIADO EN CONTRA DE LA BURGUESÍA

Marx profesó conocer todas las respuestas, a fin de ofrecer una explicación completa de la actividad humana con base en el materialismo histórico. En el esquema marxista hay un héroe, el proletariado, un villano, la burguesía; y el héroe es representado como un seguro ganador final. Hay una visión de victoria revolucionaria que transformará las condiciones de la existencia humana y marcará el inicio de un milenio, acerca de cuya naturaleza, para estar seguro, Marx ofrece pocas y vagas pistas. Para las mentes confiadas que aceptan las premisas y supuestos de Marx sin cuestionarlos, surge un embriagante sentido de estar a ritmo con la historia, de profesar un credo que está sustentado en una ciencia infalible.

Pero, es precisamente este mito de infalibilidad lo que constituye el Talón de Aquiles de Marx como pensador, del marxismo como sistema. Un examen de los trabajos de Marx y de su colaborador Engels releva diez grandes errores, algunos de los cuales son tan básicos que completamente desacreditan, como anticipo del futuro, toda la superestructura de fe en la miseria capitalista y su caída y de la prosperidad socialista y de su triunfo, que Marx laboriosamente crió con fundamento en la metafísica Hegeliana y de una investigación detallada acerca de los rostros sórdidos del capitalismo británico primerizo. Estos errores son los siguientes:

(1) La muerte del capitalismo está asegurada debido a que, bajo su operación, los ricos se harán más ricos y serán menos; los pobres, serán más pobres y serán más numerosos. Para citar uno de los pasajes más notoriamente retóricos de El Capital:

“Conforme disminuye progresivamente el número de magnates capitalistas, crece la masa de la miseria, de la opresión, de la esclavitud, de la degeneración, de la explotación; pero crece también la rebeldía de la clase obrera, cada vez más numerosa y más disciplinada, más unida y más organizada por el mecanismo del mismo proceso capitalista de producción. El monopolio del capital se convierte en grillete del régimen de producción que ha crecido con él y bajo él. La centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo llegan a un punto en que se hacen incompatibles con su envoltura capitalista. Esta salta hecha añicos. Ha sonado la hora final de la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados.”

Estas son frases resonantes, pero, en última instancia, son palabras vacías, dado el hecho de que el desarrollo económico y social de los países capitalistas ha procedido precisamente en la dirección contraria de aquella predicha por Marx. Lo que en época de Marx era una pirámide social, se ha convertido más bien en algo como un cubo. El sistema capitalista no le ha traído a la clase trabajadora una “opresión, esclavitud, degeneración y explotación,” sino una parte creciente de las nuevas invenciones y conforts que ni siquiera existían para los ricos hace cien años: automóviles, radios, televisores, lavadoras, así como dinero en los bancos, acciones y bonos.

(2) El socialismo puede surgir tan sólo cuando el capitalismo ha agotado sus posibilidades de desarrollo. O, como lo puso Marx en su Critique of Political Economy [Contribución a la Crítica de la Economía Política]:

“Una formación social no desaparece nunca antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella… antes de que hayan madurado, en el seno de la propia sociedad antigua, las condiciones materiales para su existencia.”

No obstante, de los tres países que, de acuerdo con Marx, estaban más maduros en la transición hacia el socialismo, al ser los industrialmente más desarrollados, los Estados Unidos son todavía, en líneas generales, de los más libres económicamente.

La parte libre más amplia de Alemania, después del terrorífico golpe de la guerra, ha logrado una recuperación notable, quitándose todos los controles de los Nazis y de los Aliados y restaurando los incentivos individualistas a la vieja usanza. Gran Bretaña se ha acomodado en una especie de Nuevo Trato socialista, sin violencia o expropiación abierta y muy lejos de la “dictadura del proletariado” de Marx.

Por otra parte, los países en donde en nombre de Marx se llevaron a cabo violentas revoluciones, la Unión Soviética y la China, estaban, de acuerdo con la propia teoría de Marx, completamente inmaduros para el socialismo. El capitalismo estaba en una etapa claramente temprana de desarrollo en Rusia. Gran parte de China vivía en condiciones pre-capitalistas. La experiencia ha demostrado que, en una contradicción exacta del dogma marxista, el capitalismo es más difícil de derrocar, al disponer de raíces más profundas y de mostrar lo que puede lograr. Se puede formular un caso plausible de la proposición de que, aun cuando el cambio político y económico hubiera llegado a Rusia, no habría habido revolución comunista si la Primera Guerra Mundial hubiera sido evitada y si se hubiera dado tiempo mayor para que la política de Stolypin [ Nota del traductor: Piotr Stolypin, político ruso que fue primer ministro del zar Nicolás II y quien propuso mejorar las condiciones del campesinado] hubiera dado resultados, al disolverse las antiguas comunas de los campesinos y darle al campesinado un mayor sentido de propiedad individual.

(3) La “dictadura del proletariado” es una forma justa y posible de gobierno. Ello está basado en dos supuestos falsos: que el “proletariado,” o clase trabajadora industrial, tiene una especie de derecho divino para gobernar y que el poder de gobernar puede sólo ser ejercitado directamente por este grupo de la población. Ambos están errados. Marx nunca explicó claramente por qué el proletariado, para el cual él vislumbró una pobreza creciente y una degradación, estaría calificado para gobernar. Y la experiencia Soviética, así como la de China Roja, ofrecen las pruebas más claras de que las dictaduras del proletariado, en teoría, se convierten, en la práctica, en las más despiadadas dictaduras sobre el proletariado. El poder absoluto en los estados comunistas es ejercido no por los trabajadores en las fábricas, sino por burócratas, entre los cuales algunos nunca han llevado a cabo algún trabajo manual; otros han dejado de hacerlo, desde hace mucho tiempo.

(4) Bajo el socialismo, el estado se “desvanecerá”. Eso surge de la creencia de Marx de que el estado es un instrumento para la represión de una clase por otra. En su sociedad socialista sin clases, por lo tanto, no habrá necesidad del estado.

Los acontecimientos han dado al traste con esta teoría. En ningún lado el estado es más poderoso, más arbitrario, más que un policía universal, entrometido e intervencionista, como en la Unión Soviética. No obstante, es allí en donde el nuevo régimen ha abolido la propiedad privada de los medios de producción, por lo tanto, de acuerdo con Marx, inaugurando una sociedad sin clases. A uno lo deja obligado a escoger entre dos conclusiones alternativas. Ya sea la de que la teoría marxista del estado, como un instrumento del gobierno de una clase, es una patraña o la de que el tipo de gobierno de clase que prevalece en la Unión Soviética, debe ser extraordinariamente primitivo y despiadado.

(5) El capitalismo (en el siglo XIX) ha agotado todas sus posibilidades de producción. Esta declaración de fe la formula el alter ego de Marx, Engels, en su Anti-Dühring, escrito antes de la máquina de combustión interna, de los rayos equis, de la aviación, de la química sintética y de todo un sinfín de otras adiciones enormemente importantes para el proceso productivo, que llegaron a la vida mediante el estímulo del capitalismo.

(6) Todas las ideas, todas las formas de expresión intelectual y artística son simples reflexiones de los intereses materiales de la clase en el poder. Esta concepción está expresamente repetida en los escritos de Marx, notablemente en German Ideology [La Ideología Alemana], en donde escribe: “la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante… Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales.” Una de las pocas bromas asociadas al nombre de Marx es que la Iglesia de Inglaterra preferiría ceder todos sus Treinta y Nueve Artículos de Fe, antes que una trigésima novena parte de sus posesiones.

El registro histórico muestra que esta interpretación de la conducta humana es burdamente unilateral e inexacta. Los hombres a menudo mueren más por ideas que por intereses materiales. La victoria comunista de Rusia no se debió al hecho de que las condiciones materiales para las masas mejoraron después de la Revolución Bolchevique. Enfáticamente, éste no fue el caso. Lo que sucedió fue que la minoría comunista organizada, disciplinada, impuso un puño de hierro sobre las masas, mediante su doble arma de la propaganda y el terror, mantuvo las pasiones del odio de clases y de la envidia de clases al punto de ebullición, empujó a los rezagados a alinearse mediante una regimentación implacable y preservó, por lo tanto, su régimen a través de los años de guerra civil y de hambruna. Algunas veces la interpretación materialista de la historia llegó a convertirse en un auténtico absurdo, como lo fue el caso de un locutor musical de Moscú, a quien una vez le escuché el siguiente pedazo:

“Escucharemos ahora la obertura de Glinka, “Ruslán y Ludmila.” Esta es una obra alegre, optimista, porque cuando fue escrita, el capitalismo comercial ruso se estaba expandiendo y conquistando los mercados del Cercano Oriente.”

Parece que, para tener alguna apariencia de credibilidad, debiera de haber sido acompañada de pruebas de que Glinka era propietario de acciones en las compañías en expansión –una contingencia altamente improbable, si uno considera el estatus económico de los músicos rusos.

(7) La producción depende del antagonismo de clases. Cito a Marx, en The Poverty of Philosophy [Miseria de la Filosofía]:

“Desde el principio mismo de la civilización, la producción comienza a basarse en el antagonismo de los rangos, de los estados, de las clases, y por último, en el antagonismo entre el capital y el trabajo. Sin antagonismo no hay Progreso. Tal es la ley a la que se ha subordinado hasta nuestros días la civilización.”

Como muchas de las “leyes” de Marx, ésta es una afirmación de un dogma pedante sin ningún apoyo. No se brinda prueba alguna. Los mayores logros constructivos de los humanos, las catedrales de las Edades Medias, las grandes presas y los rascacielos de los tiempos modernos, son fruto de la cooperación, no del antagonismo.

(8) El nacionalismo es una fuerza insignificante. Marx y Engels vivieron en una era de una conciencia nacional creciente. El nacionalismo conflictivo fue la fuerza más poderosa que desató la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, en todos sus escritos, la actitud hacia el nacionalismo es de un desprecio desdeñoso. Tal como lo escribe Isaiah Berlin, un biógrafo bastante empático (Karl Marx, p. 188):

“Él consistentemente subestimó la fuerza de un nacionalismo en ascenso; su odio a todo separatismo, así como a todas las instituciones fundadas en alguna base puramente tradicional o emocional, le cegó acerca de su verdadera influencia.”

(9) La guerra es producto del capitalismo. Esta idea ha encontrado alguna aceptación fueron de los rangos de los marxistas fieles. La tentación de buscar por un sobre-simplificado chivo expiatorio de la guerra, es fuerte. Pero, en tanto que, teóricamente, tales motivos marxistas como la lucha por el comercio, las colonias y las esferas de influencia comercial, pueden conducir a la guerra, no existe una evidencia histórica seria de que algún conflicto grande alguna vez haya sido desatado por tales consideraciones. Había diferencias de intereses económicos entre el Norte industrializado y el Sur básicamente agrícola antes de la Guerra Civil. Pero, aquellas podrían fácilmente haber sido transigidas. Lo que hizo al conflicto fratricida “incontenible,” en palabras de Seward [Nota del traductor: Ministro de Relaciones Exteriores durante la Guerra Civil de los Estados Unidos], fueron los dos grandes temas políticos y morales: la secesión y la esclavitud.

La Primera Guerra Mundial fue puramente política en su origen. Había un conflicto entre el nacionalismo eslavo y el deseo austro-húngaro de mantener unido a un imperio multinacional. Un sistema de alianzas estrechas y casi automáticas hizo que, lo que podía haber sido una expedición punitiva en contra de Serbia, se convirtiera en una guerra generalizada.

La Segunda Guerra Mundial fue obra no de algunos magnates del capitalismo, sino de un dictador plebeyo, Adolfo Hitler, al proseguir aspiraciones de conquista y gloria militar, que en mucho preceden al sistema capitalista moderno. Los tres países que estaban mejor preparados para la guerra eran la dictadura de la Unión Soviética, la dictadura Nazi en Alemania y el régimen militar autoritario del Japón. El capitalismo conduce al libre comercio, a mercados libres, a un poder gubernamental limitado y a la paz. Y la principal amenaza de guerra en la actualidad viene del ansia expansionista de imperialismo comunista.

(10) El trabajador es engañado, porque el empleador, en vez de pagarle el valor completo de su trabajo, retiene algo para él como utilidad, interés o renta. O, tal como afirma el mismo Marx su teoría de la “plusvalía” (El Capital, edición Modern Library, p. 585):

“Toda plusvalía, sea cual fuere la forma específica en que cristalice como ganancia, interés, renta, etc., es, sustancialmente, materialización de tiempo de trabajo no pagado. El misterio de la virtud del capital para valorizarse a sí mismo tiene su clave en el poder de disposición sobre una determinada cantidad de trabajo ajeno no retribuido.”

Se requiere de poca reflexión e investigación para darse cuenta de que la “plusvalía,” como muchas otras frases pegajosas de Marx, es un mito. ¿Cómo, bajo cualquier sistema económico -capitalista, fascista, socialista, comunista- podría expandirse la industria y proveer más bienes y más empleos para más gente, si el capital no fuera retenido para usarse en un pago inmediato, a fin de financiar la construcción futura? Tal vez la mejor refutación del mito demagógico de que la plusvalía es un extraño truco sucio de los capitalistas, practicado en contra de los trabajadores, es que la extracción de lo que puede ser llamado la plusvalía, se practica en una escala gigantesca en la Unión Soviética, por medio de un impuesto a las ventas o un impuesto sobre el volumen de todas la ventas, que a menudo excede al 100 por ciento.

UN FRACASO CLÁSICO

Es asombroso que, con un registro demostrable de fracasos para entender ya sea del mundo en que él estaba viviendo o de la dirección por la que iba el mundo, Marx debería de ser saludado como un profeta infalible. La verdad es que no hay nada que sea remotamente científico acerca del socialismo de Marx. Él empezó con un conjunto de supuestos dogmáticos a priori y luego rascó alrededor del Museo Británico por hechos que parecieran confirmar estos supuestos. Como el emperador del cuento de hadas, el Marxismo, a pesar de sus agotadoras apariencias, en verdad, está sin ropa al examinarse a la luz de las realidades, tanto en época de Marx como en la nuestra. Su supuestamente infalible sistema de interpretación de la historia y de la vida, está plagado de errores, de los cuales los diez previos son tan sólo los más obvios y más deslumbrantes.

William Henry Chamberlin (1897-1969) fue un historiador y periodista estadounidense. Fue autor de varios libros acerca de la Guerra Fría, el comunismo y la política exterior de los Estados Unidos, incluyendo la Revolución Rusa de 1917-1921 (1935), el cual fue escrito en Rusia entre 1922 y 1934, cuando fue corresponsal en Moscú del diario The Christian Science Monitor.