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Jorge Corrales Quesada
07/09/2017, 08:16
LAS BENDICIONES MORALES Y ESPIRITUALES DEL COMERCIO ENTRE LAS NACIONES

Por Sarah Skwire
Foundation for Economic Education
27 de enero del 2017



El libre comercio no sólo nos permite estar mejor. Nos hace mejores personas.

Donald Trump señala que poner barreras al comercio es una de las cosas que se requiere para “Hacer de Nuevo Grande a América”, pero está equivocado. La grandeza -tanto de riqueza como de carácter moral- surge del intercambio. Y eso lo hemos sabido durante mucho tiempo.

Allá en el siglo cuarto, San Juan Crisóstomo nos dijo que Dios había arreglado la geografía del mundo, de forma que se requeriría que el ser humano intercambiara el uno con el otro, para satisfacer sus necesidades:

“Puesto que la distancia del camino no podrá desalentarnos de tener una conversación mutua, Dios nos ha dado una vía más corta, el Mar, que yace cerca de cada País; que en el mundo, al ser considerado como una casa, podemos con frecuencia visitarnos el uno al otro y comunicar mutuamente y fácilmente lo que cada país se permite sea peculiar de sí mismo: de manera que cada hombre que habita una pequeña porción de la tierra, disfruta de lo que puede ser producido en cualquier otro lugar, tan libremente como si fuera el Dueño de todo. Y, como si estuviéramos en una mesa bien servida, tan sólo necesitamos extender nuestra mano y dar lo que está al alcance de nuestra mano, a aquellos que están situados a Distancia de nosotros y, a su vez, recibir de ellos lo que está dentro de su alcance.”

Crisóstomo se imagina al mundo como una casa, en donde podemos movernos libremente de habitación en habitación, trayendo el uno al otro lo que se necesita de donde estemos. Y, en tanto que él está preocupado de que esta imagen no puede enfatizar lo suficiente la fácil ayuda mutua que ocurre cuando los humanos intercambian, él brinda una imagen aún más íntima. El mundo es “una mesa bien servida” y, cuando nosotros intercambiamos, es como si no hubiéramos hecho nada más ni nada menos importante y generoso, que pasar el pan a nuestro hambriento compañero de comedor.

DIOS QUIERE QUE NOSOTROS COMERCIEMOS

El seguidor de Crisóstomo, Teodorico, el Arzobispo de Ciro, estuvo de acuerdo con él en cuanto a que Dios quería que los humanos comerciaran. Él quería que ellos lo practicaran expresamente para estimular la amistad y la paz.

“Para el Creador, deseando infundir armonía entre los seres humanos, hizo que dependieran el uno del otro para llenar sus diversas necesidades. Por tal razón, hacemos largos viajes en el mar, buscando llenar nuestras necesidades de otros, y trayendo de regreso cargamentos de lo que queremos; tampoco la providencia ha asignado a cada sección de la tierra todas las necesidades de la humanidad, para que la auto-suficiencia no milite en contra de la amistad.”

De hecho, para Teodorico, la carencia de necesidades en ciertas partes del mundo es una prueba de la buena voluntad de Dios. No sólo un deidad benevolente arregló la tierra, de manera que el mar nos conecta como lo hacen los corredores dentro de una casa, sino que la misma deidad ha derramado las diversas cosas buenas que llenan al mundo, de forma tal que estamos gustosos con intercambiar con nuestro prójimo. Y es a través del intercambio como hacemos amigos.

Hugo Grocio fue inspirado por estos argumentos en el siglo XVII para su magistral Sobre el Derecho de Guerra y de Paz, en donde defiende la práctica del comercio (particularmente del comercio marítimo, el cual es sumamente importante para un escritor holandés).

“Dios no ha otorgado todos su Dones a cada Parte de la Tierra, sino que los ha distribuido entre diferentes naciones, de manera que los hombres, deseando la asistencia del uno con el otro, pueden mantener y cultivar una sociedad. Y para este, fin la Providencia ha introducido el Comercio, de forma que el producto de cualquier Nación puede ser igualmente disfrutado por todos.”

Quienes aman a los mercados y al libre comercio siempre han alabado la habilidad del comercio para que podamos disponer de mejores bienes materiales. Sesenta y cinco años antes de la publicación de la Riqueza de las Naciones por Adam Smith, el Spectator de Joseph Addison, celebró los placeres de un mundo enriquecido gracias al comercio:

“Nuestros barcos están cargados con las cosechas de cada clima; nuestras mesas están almacenadas con especias y aceites y vinos: nuestras habitaciones están llenas de pirámides de china y están adornadas con las obras del Japón: nuestros juegos de damas de las mañanas nos vienen de las esquinas más remotas de la tierra: reparamos nuestros cuerpos con las drogas de América, y hacemos nuestro reposo bajo doseles de la India. Mi amigo Sir Andrew llama nuestros jardines a los viñedos de Francia: a las islas de las especias, nuestros semilleros; a los persas, nuestros tejedores de seda y, a los chinos, nuestros fabricantes de cerámicas. En efecto, la Naturaleza nos suministra las necesidades básicas de la vida, pero el comercio nos brinda una mayor variedad de lo que nos es útil y, al mismo tiempo, nos suple con todo lo que es conveniente y ornamental.”

Sin embargo, las pirámides de China y los montones de seda persa (no importa qué tan maravillosa pueda ser) no son las ganancias del comercio que le interesan a Crisóstomo y a Teodorico. Incluso Grocio -mucho más inclinado a apreciar los deleites materiales- se da cuenta de que hay otras, ganancias espirituales, que se pueden lograr gracias al libre comercio.

LAS VENTAJAS MORALES

Cuando clausuramos el libre comercio, o permitimos que otros lo cierren por nosotros, perdemos no sólo las ventajas materiales que nos brinda como consumidores individuales, como productores y como nación. También perdemos las ventajas morales que nos brinda.
No necesitamos creer, tal como esos tempranos escritores cristianos, que Dios diseñó el mundo para promover el libre comercio, para que nosotros vislumbráramos sus beneficios morales. Montesquieu, en el siglo XVIII, dijo, en un estilo más secular, que:

“El comercio es una cura para los prejuicios más destructivos; porque es casi una regla general que, siempre que encontramos modales afables, allí florece el comercio; y que, siempre que existe el comercio, nos hallamos con maneras agradables.”

La paz es un resultado natural del comercio. Dos naciones que intercambian entre sí, se convierten en recíprocamente dependientes; porque si alguien tiene un interés en comprar, el otro tiene un interés en vender: y así su unión es cimentada en sus necesidades mutuas.
El libro de Thomas Friedman, “Golden Arches Theory of Conflict Prevention (http://www.nytimes.com/1996/12/08/opinion/foreign-affairs-big-mac-i.html),” es simplemente una actualización de Montesquieu (La teoría de Friedman, de que no hay dos países que tienen restaurantes de MacDonald’s que hayan ido a la guerra entre sí, puede ser que no se mantenga sin excepciones, pero, es una regla de dedo bastante sólida).

El rabino Jonathan Sacks hizo notar en el 2003, que “es el mercado -el concepto menos abiertamente espiritual- el que brinda un profundo mensaje espiritual: que es por medio del intercambio que la diferencia se convierte en una bendición y no en una maldición.”

Tal como lo puede explicar cualquier clase de introducción a la economía, si fuésemos exactamente iguales, del todo nunca intercambiaríamos cosa alguna. Debido a que somos diferentes, tenemos la oportunidad de hacer más felices, tanto a nosotros como a otras personas, al intercambiar lo que tenemos.

El intercambio nos enseña a llevarnos bien los unos con los oros, a pesar de aquellas diferencias. Nos ayuda a entender cómo gente diferente piensa, actúa y lleva a cabo sus elecciones. Nos brinda razones -espirituales, sociales y materiales- para no hacer la guerra, para no a odiar y para no a desconfiar el uno del otro. Permite ayudarnos a nosotros mismos y a ayudar al otro para que tengan las buenas cosas que hay en la rica mesa del mundo.

RICOS EN BONDAD ESPIRITUAL

Necesitamos insistir en nuestro derecho no tan sólo a ser ricos en cosas materiales, sino también a ser igualmente ricos en bondad espiritual. Como mínimo, un gobierno no debería forzar a los ciudadanos a ser peores seres humanos. Cuando los gobiernos se meten en medio de interacciones humanas pequeñas y pacíficas -en el servicio caritativo de dar alimentos a las personas sin hogar, en la provisión de transporte a vecindarios con mal servicio, en el movimiento la Pequeña Librería Libre, etcétera- nos hace peores en una escala pequeña. Cuando los gobiernos cierran las puertas, ponen candados a los portones y construyen nuevos muros en contra del libre comercio, nos hace peores, en gran escala.

Es difícil hacer grande a un país cuando ni siquiera se permite que sea bueno.

Sarah Skwire es la editora literaria de la FEE.org y miembro sénior de Liberty Fund, Inc. Es poetisa y autora del libro de texto para escribir Writing with a Thesis (https://www.amazon.com/Writing-Thesis-Sarah-E-Skwire/dp/142829001X?tag=foundationforeco). Es miembro de red de la facultad de la Fundación para la Educación Económica (FEE por sus siglas en inglés).