PDA

Ver la Versión Completa : RUSSELL ROBERTS-LOS INCENTIVOS SÍ IMPORTAN



Jorge Corrales Quesada
06/09/2017, 20:21
He venido poniendo algunas traducciones en Facebook de comentarios de economistas calificados en torno a temas esenciales en Economía. Tal fue el caso de dos artículos previos acerca de un concepto vital en esa disciplina, el “costo de oportunidad,” que muchas veces es olvidado, principalmente por políticos. Uno de esos artículos (El Costo de Oportunidad) fue escrito por el economista David R. Henderson y, el otro, por el también economista Russell Roberts (Obtener lo más de la Vida: El concepto de costo de oportunidad). Asimismo, traduje y puse en Facebook un artículo acerca del tema de La Competencia, escrito por el economista Wolfgang Kasper. En esta ocasión he traducido para ustedes el ensayo del economista Roberts antes citado, que se titula “Los Inventivos sí Importan,” concepto esencial en Economía. Y me parece que, sobre este tema, lo que escribe don Miguel de Cervantes Saavedra, en su clásico Don Quijote de La Mancha (Libro II, Cáp. LVIII), expresa el valioso incentivo de la libertad para honrar y aventurar la vida humana:

“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres.”


LOS INCENTIVOS SÍ IMPORTAN

Por Russell Roberts
Library of Economics and Liberty
5 de junio de 2006

A fines del siglo XVIII, Inglaterra empezó a enviar convictos a Australia. El transporte era brindado privadamente, pero financiado con fondos públicos. Muchos de los convictos murieron en el camino, por enfermedades provocadas por el hacinamiento, una nutrición pobre y con poco o ningún tratamiento médico. Entre 1790 y 1792, murió el 12% de los convictos, para sufrimiento de muchas mujeres y hombres ingleses de buen corazón, quienes pensaron que el destierro a Australia no debería ser una pena de muerte. En un barco, murió el 37%.

¿Cómo se podía convencer a los capitanes para que tuvieran un mejor cuidado de su cargamento de seres humanos?

Usted podría sermonear a los capitanes acerca de la crueldad de la muerte y eso justamente lo hizo el clero desde los púlpitos. Usted podría aumentar los fondos asignados por el estado para los capitanes, los cuales se hacían basados en el número de pasajeros que trasladaban. Usted podría urgir a los capitanes para que gastaran más de aquellos fondos en el cuidado de sus pasajeros. (Algunos capitanes emprendedores acapararon comida y medicina destinada a los convictos y se las vendieron cuando llegaron a Australia.) Usted podría instar a los capitanes para que gasten el dinero con mayor cuidado. Avergüéncelos para que se comporten mejor.

Sin embargo, se intentó un enfoque diferente. El gobierno decidió pagar una bonificación a los capitanes por cada convicto vivo que bajaba del barco en Australia.

Este sencillo cambio funcionó como un hechizo. La mortalidad se redujo virtualmente a cero. En 1793, de los primeros tres barcos que hicieron el viaje a Australia bajo el nuevo conjunto de condiciones, sólo murió un convicto de los 322 que transportaron; una mejoría asombrosa.

No creo que los capitanes se hicieron más compasivos. Simplemente eran tan codiciosos y miserables como antes. Sin embargo, bajo las nuevas regulaciones, tenían un incentivo para actuar como si fueran compasivos. El cambio en los incentivos alineó el interés propio de los capitanes, con el interés propio de los convictos. Súbitamente, los convictos tenían mayor valor vivos que muertos. Los capitanes respondieron a los incentivos.

Los incentivos sí importan. El ejemplo más famoso en economía es la idea de la curva de demanda –cuando algo se encarece, la gente compra menos. Cuando es menos caro, la gente compra más.

Algunos, basados en una introspección, encuentran difícil aceptar este principio fundamental de la economía. “Cuando aumenta el precio de la gasolina, aun así compro gasolina,” dice el escéptico. O, en su forma extrema: “Usted necesita gasolina, de manera que la gente la seguirá comprando, aun cuando se ponga más cara”.

Usted podrá seguir comprando gasolina cuando se encarece. A pesar de ello, tratará y encontrará formas para comprar menos. No necesariamente cero, menos.

Pensar acerca de cómo responde la gente al incentivo de un precio más alto, abre un mundo de posibilidades más allá de quedarse helado pasándosela sin ella. Cuando la gasolina se encarece, alguna gente usa autos compartidos, algunos manejan a menor velocidad, algunos combinan hacer compras múltiples en un solo viaje. Permita que el precio de la gasolina aumente lo suficiente y que se considere que permanecerá más alto por un largo período, y alguna gente comprará un carro que tenga un kilometraje mejor, se trasladará a un empleo más cercano o pospondrá o cancelará ese pedido de compra de un bote de placer, al cual le toma $400 llenar su tanque cuando la gasolina le cuesta $3 el galón.

No todo mundo hará todas esas cosas. Algunas harán unas pocas de ellas. No obstante, el efecto general de un aumento en el precio de la gasolina es disuadir la compra de gasolina.

Y, cuando algo se abarata, queremos tener más de ello, manteniendo constante todo lo demás.

La gente responde a los incentivos. Pero, cómo lo harán puede ser muy creativo. Durante un período hiperinflacionario en Chile, se cuenta la historia de que la imposición gubernamental de precios tope hizo que, para los proveedores, dejara de ser rentable vender pan –el precio máximo estaba por debajo del costo de producción.

Una predicción simple sería que el pan desaparecería de los estantes. Pero, tal predicción subestima la ingenuidad de los panaderos al responder a los incentivos. Su primera respuesta fue reducir el tamaño del bollo de pan, hasta que el costo de ese bollo disminuyera al precio ordenado legalmente. Entonces, el gobierno impuso luego un peso mínimo para cada bollo de pan. Los panaderos respondieron vendiendo crudo al pan, de forma que el peso de la masa cruda podía cumplir con el mínimo. Al aumentar la inflación, dejó de ser rentable aún hasta vender la masa cruda, a fin de cumplir con el mínimo. De manera, que los emprendedores panaderos vendieron la masa cruda en bolsas con agua, de forma tal que así podían lograr el peso mínimo exigido.

A pesar de la creencia común de que todo en economía es acerca del dinero, los incentivos no monetarios pueden ser tan importantes como los incentivos monetarios para afectar el comportamiento. El tiempo es un actor no monetario importante para lo que hacemos.

Suponga que usted es un enorme fanático de los Beatles. Se anuncia que, gracias a un milagro, los Beatles se reunirán para dar un concierto de despedida dentro de un mes. Todos los cuatro Beatles se presentarán en un pequeño teatro íntimo cerca de la casa suya. Usted está estático, hasta que oye que el concierto es gratuito y que los asientos serán asignados con base en que, el primero que llega, es el primero que lo obtiene: a los primeros 250 fanáticos que estén haciendo fila, se les permitirá escuchar a los Beatles.

El concierto no es gratuito. Va a ser muy caro –si usted quiere asistir, tendrá que vivir un mes a las puertas del teatro. De otra forma, usted no será uno de los primeros 250. Y eso también puede ser muy peligroso. Cuando los bienes tienen un precio al que la gente quiere comprar mucho más de lo que está disponible, la gente no siempre hace la fila cortésmente.

Yogi Berra, el beisbolista, una vez, famosamente, enfatizó (o, al menos, supuestamente subrayó), al preguntársele acerca de un restaurante popular, que “está tan lleno, que ya nadie más va allí”. Como todos los famosos Yogismos [dichos de Yogi Berra], la afirmación es absurda, pero un examen más cuidadoso revela una verdad oculta. Lo que podía haber dado a entender es que estaba tan lleno, que una persona que valora altamente al tiempo o que desea una atmósfera más relajada, tenía mejores alternativas. O, para decirlo sucintamente, “Está tan lleno, que nadie que es alguien, ya no va más allí.” De hecho, Yogi puede haber dado a entender lo opuesto -está tan lleno, que usted tiene que haber sido alguien para poder entrar allí- que los dueños no dejan pasar a la gentuza.

De manera que, el dinero no es todo lo que importa. Tampoco es suficiente con agregar al tiempo en la lista de incentivos. A la gente le importa su reputación y fama y su conciencia. Le importa la gloria y el patriotismo y el amor. Todos estos pueden actuar como incentivos.

Cuando un economista dice que los incentivos importan, el no-economista algunas veces sólo escucha que la gente responde a los precios. Sin embargo, lo que el economista realmente da a entender es que, manteniendo todo lo demás constante –la cantidad de fama o vergüenza, la gloria o la humillación- y si se incrementa la remuneración monetaria, la gente hará más de eso. Disminuya la remuneración monetaria, al tiempo que se conservan invariables aquellos factores no monetarios, y la gente hará menos de eso.

Los economistas a menudo se enfocan en incentivos monetarios porque son observables y usualmente más fáciles de variar que los incentivos no-monetarios. Un economista dirá que, cuando el ingreso de los médicos aumenta, más gente deseará ser doctor. La gente a menudo malinterpreta esta afirmación, para insinuar que los médicos son motivados por el dinero para hacerse doctores, en vez de serlo por motivos no-monetarios. Sin embargo, todo lo que ello significa es que, manteniendo constantes las satisfacciones no monetarias de la medicina, un incremento de la satisfacción monetaria la hará más atractiva, en comparación con otras profesiones. Si pudiéramos medir o estimular las satisfacciones no monetarias de los doctores, esos factores serían tan significativos como los monetarios.

La diferencia entre incentivos monetarios y no-monetarios puede verse en la escasez de riñones disponible para trasplantarlos. Actualmente es contra la ley vender y comprar riñones en los Estados Unidos. La oferta actual de riñones descansa en el altruismo. Cada año, miles de personas sufren el riesgo de la muerte para donar un riñón a un ser amado o a un extraño. Otros donan sus riñones sino hasta después de que hayan muerto. Esta disposición para donar está motivada en un deseo de ayudar a otros y eso constituye un incentivo poderoso. Pero no es un incentivo lo suficientemente fuerte como para crear una oferta igual la demanda. Miles mueren cada año, esperando un trasplante de riñones.

Si queremos aumentar el número de riñones disponibles para pacientes con riñones enfermizos, estaremos regresando a la situación de los convictos de Australia y de aquellos capitanes duros. Necesitamos incrementar los incentivos para proveer riñones. Podemos exhortar a la gente para que cedan sus riñones –pasando más anuncios de servicio público y tratando de transmitir las satisfacciones que surgen al ayudar a otros. Pero, permitir que legalmente se pueda comprar o vender un riñón es mucho más posible que dé lugar a un incremento en el número de riñones disponible para trasplantes, más que mendigando y suplicando.

El rol de los incentivos juega un papel crítico en la forma en que los individuos tratan su propiedad, en comparación con la propiedad de otros o con la propiedad en común. Hay más posibilidad de que la gente cambie el aceite de su carro propio, en comparación al de un carro que alquila. En la Unión Soviética, las tierras agrícolas privadas tuvieron mejores resultados que las fincas que eran de propiedad en común.

Los peregrinos en Plymouth [Nueva Inglaterra, Estados Unidos] usaron una agricultura en común durante su primer invierno, pero luego, después de una cosecha funesta ese primer año, se pasaron a un sistema en donde había un incentivo más directo, distinto de la culpa y el honor. El Gobernador Bradford lo resumió así en su diario:

“Y así, asignaron a cada familia una parcela de tierra, de acuerdo con la proporción de su número, para tal fin y sólo para el uso presente (pero no hicieron una división para efectos de herencia) y cubría a todos los niños y jóvenes bajo alguna familia. Eso tuvo un éxito muy bueno, pues hizo industriosas a todas las manos, puesto que se plantó mucho más maíz que lo que habría sido de otra manera, por otros medios que el Gobernador o cualquier otro podía usar, y eso le salvó de muchos problemas y le dio mucha mayor satisfacción. Ahora las mujeres fueron al campo por su propia voluntad y llevaron a sus pequeños para secar al maíz; que antes habrían alegado debilidad e incapacidad; a quienes haberlas compelido se habría pensado como una gran tiranía y opresión.”

No sólo las manos fueron más industriosas –también se eliminó el incentivo para recoger el maíz producido comunalmente, antes de que estuviera plenamente maduro, un problema equivalente a cazar ilegalmente en el caso de la vida salvaje.

Los incentivos son importantes. Las remuneraciones tangibles, monetarias o en especie -como en el caso del maíz en Plymouth- son muy poderosas. Concentrarse en los incentivos monetarios da lugar a la creación de un subterfugio –el homo economicus, un mercenario que por un precio hará cualquier cosa. Solía decirles a mis alumnos que yo estaría muy contento dejándoles comprar una nota de “A” [de cien] en mi clase. El precio sería el PIB de Francia. Mi punto es que ese precio era lo suficientemente alto, que esencialmente era infinito. Pero, dicha la verdad, pienso que aún un soborno exorbitante no habría sido tenido éxito.

Sin embargo, aun si hubiera mantenido mi honor e integridad intactos a la luz de un soborno enorme, me puedo imaginar un precio no-monetario, ante el cual yo renunciaría incluso a mi honor. Sospecho que, con gusto, vendería una calificación o que haría alguna otra cosa deshonesta, por mucho menos que el PIB de Francia, si ello significara salvar la vida de uno de mis hijos. Apropiadamente definida para incluir los costos y beneficios no-monetarios, tal vez en realidad cada hombre tiene su precio.




Russell Roberts (%20roberts@gmu.edu) es profesor de economía en la Universidad George Mason y editor de artículos en la Library of Economics and Liberty.