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Jorge Corrales Quesada
06/09/2017, 12:12
Este es el más reciente artículo del historiador económico Richard M. Ebeling, basado en una reciente conferencia que él diera, el cual con gusto traduzco y comparto con ustedes. Ciertamente al leer lo que significó el socialismo real, el de la práctica, allá en Lituania bajo el imperio de la URSS, entiende uno porque no desean nada con la antigua Rusia y sólo mantienen el infame recuerdo de la tiranía, por el terror y la tortura que impartieron sobre sus ciudadanos. Parece que estas tiranías, para asegurarse su supervivencia, tienen que acudir a aterrorizar e incluso usar la tortura, ante quienes osen disentir. Como se deduce de Lenin, lo único importante para el socialismo totalitario es mantener el poder.
EL LEGADO DEL COMUNISMO: TIRANÍA, TERROR Y TORTURA

Por Richard M. Ebeling
Foundation for Economic Education
Jueves 9 de marzo del 2017
En agosto de 1993, fue invitado a participar en una conferencia en Vilnius, Lituania, acerca de “Libertad y Empresas Privadas.’ Eso fue menos de dos años después de la desaparición formal de la Unión Soviética del mapa mundial como una entidad política.

Durante nuestro tiempo allí, a mi esposa y a mí se nos ofreció la oportunidad de hacer un tour al edificio que había servido como cuarteles de la KLB local, la infame policía secreta soviética. Nuestro guía era un hombre que había estado prisionero en sus muros, a finales de la década de 1950. La parte más horripilante del viaje fue el sótano, el cual contenía las celdas de la prisión y los cuartos para interrogación.

CRUZANDO EL INFIERNO EN MANOS DE LA KGB

Al llegar al fondo de la escalera, nuestro guía apuntó a un espacio parecido a un closet pequeño y dijo: “Esta era la primera parada del viaje de las víctimas hacia el infierno.” El prisionero lo desnudarían y sería puesto en este closet sin ventanas, negro como la boca de un lobo, durante varias horas. Era el inicio de la tortura sicológica. Desnudo en la oscuridad absoluta durante horas, la víctima tan sólo podía tener las figuraciones más aterradoras acerca de por qué él o ella habían sido arrestados, de qué se les podría hacer y de si alguna vez podrían volver a ver a su familia y a sus amigos.

Finalmente, serían sacados y llevados a un cuarto de interrogación cercano. Interrogadores de la KGB les preguntarían por qué ellos eran un “enemigo del pueblo” y qué actos de espionaje o sabotaje o de disensión habían cometido. ¿Quiénes eran sus cómplices y cuáles sus nombres? Los interrogadores insistirían en que el prisionero firmara una confesión, usualmente preparada de previo para su firma, especificando sus “crímenes” en contra “del pueblo” y del Partido Comunista. Sólo necesitaban los nombres de sus co-conspiradores.

Habían existido oponentes activos entre la población lituana, después del retiro de los alemanes y el regreso del ejército soviético y el control comunista en 1944-1945 al final de la Segunda Guerra Mundial. Algunos lituanos pelearon una guerra de guerrillas en los bosques contra los militares soviéticos bien entrado el inicio de la década de 1950. Después de todo, Lituania había perdido su independencia nacional, como resultado del Pacto Nazi-Soviético de agosto de 1939, el cual entregó a todas las tres repúblicas bálticas -Estonia, Letonia y Lituania- al cuidado tierno del dictador José Stalin. Y los lituanos habían querido, de nuevo, ser una nación libre.

Pero, en realidad, virtualmente todos aquellos que fueron arrestados e interrogados no habían cometido “crímenes contra el Estado,” distintos de estar del lado equivocado en las acusaciones de otros, que eran, como tales, ya sea informantes o que habían dado nombres bajo un interrogatorio similar. Perversamente, un alegato de inocencia de un prisionero, era tomado como prueba de que estaba obviamente escondiendo algo. Y, además, no importaba si la persona era inocente o no; las autoridades superiores de la KGB esperaban “resultados” en forma de confesiones y de nombres, para pasarlas a sus superiores en Moscú. De manera que los interrogadores tenía que obtenerlos.

La etapa siguiente del proceso, si la confesión no estaba apareciendo, era usar la tortura física de varias maneras atroces, hasta que el prisionero satisficiera las demandas de los interrogadores. Como presión adicional, miembros de la familia serían amenazados con el arresto y serían torturados e incluso asesinados ante los ojos de los prisioneros, si no confesaban. Podía tomar días e incluso semanas, pero la mayoría de aquellos llevados a los sótanos de la KGB, eventualmente cedían.

Entonces, se les diría que serían transferidos a otra prisión. Algunos lo eran, a menudo obligados a ir a un campo de trabajos forzados. Pero, muchos serían llevados a otra habitación en el sótano, en una de cuyas paredes había un aparato con una vara de hierro usada para medirlos. Antes de su trasladado, se les diría que habría un examen físico. Puestos de pie, con su espalda contra la varilla para medir su altura, se abriría una escotilla detrás de su cabeza y un verdugo de la KGB les asesinaría de un disparo.

Su cuerpo inerte sería llevado a otra habitación, en donde se les colocaría sobre una mesa de acero y cualquier calza de oro de sus dientes sería removida. Sus cuerpos serían sacados del sótano por medio de una puerta trasera y puestos en un camión, para ser enterrados, sin nombre, en fosas comunes, junto con otros que fueron pasados por la misma faja transportadora del horror de la KGB.

Justo tres semanas antes, mi esposa y yo habíamos ido a Austria y visitado el campo de concentración nazi en Mauthausen, cerca de la ciudad de Linz. Lo que nos impactó después de nuestro tour a los cuarteles de la KGB en Vilnius, Lituania, fue qué tan similar habían sido los métodos de los nazis y de los soviéticos. En Mauthausen en efecto hubo los mismos pasos y etapas de arresto, terror sicológico, interrogación y tortura, muerte a través de una escotilla tras la varilla para medir la altura y la remoción de las calzas de oro. La única diferencia entre el nacional-socialismo alemán y el comunismo soviético era que los nazis lanzaban los cuerpos muertos a los hornos, a fin de reducirlos a cenizas y pedacillos de huesos, antes de disponer de ellos. Los soviéticos simplemente descartaban los cuerpos en fosas comunes.

TIRANÍA, TERROR Y TORTURA

La historia entera del comunismo en el siglo XX apesta de asesinatos en masa. Ningún país que siguió al modelo revolucionario soviético en los cien años después de la revolución bolchevique de noviembre de 1917, practicó algo notoriamente diferente en forma o contenido.

El notable matemático ruso y disidente de la era soviética, Igor Shafarevich, quien murió el 19 de febrero del 2017, a la edad de 93, terminó en 1975 su libro, The Socialist Phenomenon [El Fenómeno Socialista (Flores del Mal)] con la siguiente conclusión y formulación de cargos:

“La mayoría de las doctrinas y movimientos socialistas están literalmente saturados con el estado de ánimo de la muerte, la catástrofe y la destrucción... Uno puede considerar la muerte de la humanidad como el resultado final al cual conduce el desarrollo del socialismo.”

¿Es ésta una afirmación demasiada extrema? Tal vez no, dado que historiadores instruidos en la experiencia comunista durante el siglo XX, habían estimado que, en nombre de construir la brillante y bella sociedad socialista del futuro, a tantos como 150 millones y posiblemente 200 millones de hombres, mujeres y niños, desarmados e inocentes, se les dio un balazo, se les torturó, se les hizo pasar hambres o trabajar hasta la muerte en campos de concentración, como “enemigos del pueblo.”

Estimaciones sugieren que entre 64 y 68 millones de personas pueden haber muerto a manos del régimen comunista durante los 75 años de la Unión Soviética. Otros han sugerido que tantos como 80 millones de gente inocente pueden haber sido muerta, de nuevo, por hambre, tortura, trabajo en campos forzados o ejecución en China, desde 1949, al llegar al poder el régimen comunista, hasta 1976, cuando murió Mao Zedong.

Basado en una presentación hecha en la Conferencia John W. Pope, patrocinada por el Instituto Clemson para el Estudio del Capitalismo en la Universidad de Clemson, el primero de marzo del 2017.

Richard M. Ebeling es el Profesor Distinguido BB&T de Ética y de Liderazgo de Libre Empresa en La Ciudadela en Charleston, Carolina del Sur. Fue presidente de la Fundación para la Educación Económica (FEE) del 2003 al 2008.