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Jorge Corrales Quesada
06/09/2017, 09:18
No hay duda de que, haciendo un repaso de ciertos episodios históricos del comercio mundial, tal como nos lo presenta en este artículo el historiador económico James M. Ebeling, cuya traducción les brindo, podemos entender por qué el libre comercio aumenta la riqueza de las naciones y, por el contrario, que el proteccionismo daña a las partes involucradas en el intercambio, en comparación con un comercio libre. Es crucial en estos momentos de nuestra historia, que tengamos bien claros a estos conceptos -y aprender de esas experiencias citadas- pues los nacionales y los extranjeros que nos suplen de muchas cosas que importamos, pues ellos son relativamente más eficientes produciéndolas que nosotros, podemos empobrecernos si los proteccionistas tienen éxito en poner en vigencia sus políticas.

CÓMO EL LIBRE COMERCIO TRIUNFÓ E HIZO GRANDE A EUROPA

Por Richard M. Ebeling
Foundation for Economic Education
Miércoles 25 de enero del 2017


Estamos a mitad del centenario de la Primera Guerra Mundial, la cual se luchó desde 1914 hasta 1918. Pero, en efecto, la verdadera primera guerra mundial moderna involucró a Europa y a otras partes del globo con más de un siglo de anterioridad, desde 1791 a 1815, durante el cual Francia, primeramente Revolucionaria y luego Napoleónica, estuvo en guerra con virtualmente todas las naciones de Europa.

La muerte y la destrucción se presentaron en todas partes, al invadir y ocupar países los ejércitos franceses y al ser, como resultado, resistidos y expulsados. El historiador Robert Mackenzie explicó el conflicto en su historia, escrita en 1882, del siglo diecinueve:

“A inicios del Siglo Diecinueve, toda Europa estaba ocupada en la guerra. La población de Europa en ese entonces era de ciento setenta millones y de estos, cuatro millones, fueron separados, por su propia decisión o por decreto de sus gobiernos, para que participaran en el asunto de la guerra. Fueron extraídos de los empleos de paz y mantenidos a un costo enorme, para que expresamente dañaran a sus semejantes. Los intereses de la paz se marchitaron en la tormenta; las energías de todos los países, los frutos de todas las industrias, se hizo que surgieran en el esfuerzo por destruir.

Desde las partes más al Norte a las costas del Mediterráneo, desde los confines de Asia hasta el Atlántico, los hombres se esforzaron en incendiar las ciudades de unos y de otros, en echar a perder mutuamente los campos, a destruirse las vidas entre sí. En algunas tierras se escuchó el grito de la victoria, en otras el lamento de la derrota. En todas ellas el desperdicio ruinoso de las guerras produjo una amarga pobreza; la pena y el temor moraban en todas las casas... La paz, se ha dicho, es el sueño de los sabios, pero la guerra es la historia de los hombres.”

DESDE EL CONFLICTO ARMADO HASTA EMPOBRECER AL VECINO

A tono con la contienda física de ejércitos enfrentándose y conquistando gentes y lugares, asimismo, los combatientes introdujeron métodos de guerra económica. En 1806 y 1807, Napoleón impuso lo que se ha llegado a conocer como el Sistema Continental, bajo el cual el gobierno francés intentó restringir la importación de cualquier tipo de bienes que fueran de Gran Bretaña a países ocupados o a aliados de Francia. Además, la marina francesa impuso un bloqueo alrededor de las islas británicas, en un intento por prevenir que materiales de apoyo para la guerra arribaran a algún puerto británico.

El imperio británico impuso su propio contra-bloqueo en el Atlántico y a lo largo de la costa europea, en contra de barcos neutrales que comerciaban con Francia o sus aliados. Pronto emergió un debate dentro de los círculos políticos y comerciales británicos acerca de si ello ocasionaría o no algún resultado grave al bienestar material de los ingleses, al no estar en capacidad de comerciar con muchos de los países de Europa continental, incluyendo a Francia.

Después de todo, se discutió que Gran Bretaña era una nación productiva y eficiente, llena de gente industriosa en la agricultura y la manufactura. ¿Qué pérdida esencial se sufriría con esa ausencia de comercio? Era cierto que podría haber algunos bienes y materiales que no se producirían o encontrarían dentro de las Islas Británicas. Y que podría haber algunos bienes que, en efecto, podrían ser comprados por menos, desde algunas naciones a un costo más bajo.

No obstante, el hecho era que Gran Bretaña tenía una ventaja absoluta en la producción de muchos de sus productos previamente importados. Esto es, que el productor británico podía hacer cualquiera de estos productos a un “costo” menor o igual en términos de tiempo, trabajo y recursos, comparado con alguno de los países extranjeros de donde se obtenían en el pasado esos bienes. Así, los productores británicos podían similarmente suplirlos y a menor costo, de forma que no habría una pérdida grande por su incapacidad de comerciar con otras naciones. En efecto, que Gran Bretaña incluso estaría mejor.
LA “MARAVILLOSA OPULENCIA” DE LA LIBERTAD DE COMERCIAREllo fue desafiado por una cantidad de economistas políticos, de quienes los más importantes fueron Robert Torres, James Mill y David Ricardo. James Mill (1773-1836), en su Commerce Defended [Defendiendo al Comercio] (1808), recordó a sus lectores que los individuos y las naciones sólo comerciaban entre sí, cuando los costos de hacer algo en casa era mayor que comprarlo de otra ubicada en una localización diferente o en tierra extranjera. Mill explicó:

“El comercio de un país con otros en efecto no es más que una simple extensión de aquella división del trabajo por el cual tantos beneficios eran conferidos a la raza humana. Al igual que un país se ve enriquecido con el comercio de una provincia con otra, al ser por tanto el trabajo infinitamente más dividido y más productivo que lo que de otra manera podría haber sido y, como la fuente mutua de oferta entre sí de todos los bienes que una provincia tiene y que la otra quiere, multiplica los bienes como un todo, el país se hace, en grado maravilloso, más opulento y feliz; el mismo bello tren de consecuencias es observable en el mundo como un todo, ese gran imperio, del cual los diferentes reinos y tribus de hombres pueden ser vislumbrados como las provincias.

También en este magnífico imperio, una provincia es favorable para la producción de una especie de bienes y, otra provincia, para la de otra. Mediante su intercambio, les es permitido ordenar y clasificar su trabajo de la forma que más peculiarmente se ajusta al genio de cada sitio en particular. El trabajo de la raza humana se convierte así en algo mucho más productivo y para cada tipo de bien se tiene la capacidad de disponer de una mayor abundancia.”

Por estos medios, un país tal como Gran Bretaña, continuó James Mill, “puede de mucha mejor forma no sólo llenar una provisión de sus bienes esenciales y de sus necesidades, sino también de conveniencias y lujos que elevarían el estándar de vida de todos, incluyendo aquél de los miembros comunes de la sociedad, que están muy por debajo de aquellos poseedores de riquezas y de la aristocracia rural. De hecho, servía como medios efectivos para reducir las desigualdades económicas presentes en la sociedad, al hacer a los bienes asequibles y menos caros para la ‘clase trabajadora.’”
LA VENTAJA COMPARATIVA Y LOS BENEFICIOS PARA TODOS DEL COMERCIOEn adición, Mill y David Ricardo expusieron que, aun cuando un país como Gran Bretaña puede tener una ventaja absoluta en la producción de muchos bienes, en comparación con otros países, aun así, hay mayores posibilidades de que los productores británicos sean más eficientes y productivos en algunas cosas, en comparación con otras, respecto a los potenciales socios comerciales. Por lo tanto, Gran Bretaña estaría mejor si se especializara en esas líneas de producción en donde tenía una ventaja comparativa y comprara otros bienes de productores menos eficientes en otros países.

El concepto de ventaja comparativa se hizo más famoso, tal vez, por su presentación en el libro de David Ricardo, The Principles of Political Economy and Taxation [Principios de Economía Política y Tributación] (1817), aun cuando, antes que él, tanto Robert Torrens como James Mill habían explicado la idea general. También Ricardo enfatizó los beneficios generales que surgían de una libertad de comerciar:

“En un sistema de comercio perfectamente libre, cada país dedica su capital y trabajo a un empleo en donde sea lo más beneficioso para cada uno de ellos. Esta persecución de la ventaja individual está admirablemente conectada con el bien universal del todo. Al estimular la industria, al recompensar al ingenio y al usar más eficientemente los poderes peculiares otorgados por la naturaleza, distribuye la mano de obra más efectivamente y más económicamente; a la vez que, al incrementar la masa general de producciones, difunde el beneficio general y une, por medio de un lazo común de interés e intercambio, a la sociedad universal de naciones a través del mundo civilizado. Es este el principio que determina que el vino será producido en Francia y Portugal, que el maíz (trigo) será crecido en los Estados Unidos y en Polonia, y que las herramientas y otros bienes serán manufacturados en Inglaterra.”

Con una ligera variación del ejemplo brindado arriba por Ricardo acerca de la ventaja comparativa, suponga que un trabajador inglés puede producir una yarda de tela en cuatro horas y que le toma una hora cosechar un bushel de papas, mientras que a un trabajador irlandés le toman 12 horas para manufacturar esa yarda de tela y dos horas para cosechar un bushel comparable de papas. Claramente, Inglaterra es tres veces más productiva que Irlanda en la producción de tela y el doble de productiva en cosechar papas.

Pero, igualmente claro es el hecho de que Inglaterra es comparativamente más eficiente, en cuanto a costos, en la manufactura de telas. Esto es, cuando Inglaterra deja de manufacturar una yarda de tela, puede cosechar cuatro bushels de papas. Pero, cuando Irlanda deja de manufacturar una yarda de tela, puede cosechar seis bushels de papas.

Si Inglaterra e Irlanda decidieran intercambiar tela por papas a un precio de, digamos, una yarda de tela por cinco bushels de papas, ambas naciones podrían estar mejor, con Inglaterra especializándose en la manufactura de tela e Irlanda en cosechar papas. Inglaterra recibiría cinco bushels de papas por cada yarda de tela, en vez de cuatro bushels si sembrara y cosechara todas las papas que consumía. E Irlanda recibiría una yarda de tela a cambio de ceder cinco bushels de papas, en vez de los seis bushels si manufacturara en casa toda la tela que utilizaba.

Debidamente entendida, la teoría de la ventaja comparativa muestra que todos los individuos y todas las naciones pueden encontrar un sitio en la mesa global del comercio y del intercambio. Que tanto los “fuertes” como los “débiles”, el más y el menos productivo y eficiente, cada uno, puede encontrar un nicho en la división internacional del trabajo, por medio de la cual toda la humanidad puede mejorar sus circunstancias, al mejorar mutuamente las condiciones de los otros, en un mercado mundial incluyente. Por lo tanto, Gran Bretaña estaba peor que lo que material y económicamente podía estar, debido a barreras arancelarias impuestas por el gobierno y a restricciones que afectaban la libre y competitiva asociación entre hombres.
LAS LEYES DEL MAÍZ ESTRANGULAN LAS RESTRICCIONES COMERCIALESSin embargo, cuando Napoleón fue derrotado en 1815, en vez de aliviar las regulaciones y controles sobre el comercio, el gobierno británico las intensificó. Se temió que, con la llegada de la paz y con la apertura del comercio internacional con el continente europeo, Gran Bretaña sería “inundada” de importaciones agrícolas baratas que “arruinarían” a los terratenientes, muchos de los cuales eran la aristocracia rural.

Es así como, en 1815, el Parlamento aprobó las Leyes del Maíz, estableciendo un impuesto alto, con una escala móvil, al trigo producido en el exterior. Esto es, entre más bajo fuera a declinar el precio doméstico del trigo, más elevado sería el arancel a las importaciones de trigo desde el extranjero. O, en el caso totalmente opuesto, sólo cuando el precio del trigo doméstico aumentara, podría algún suplidor extranjero encontrar la posibilidad de vender trigo en Gran Bretaña, después de pagar un impuesto a las importaciones ligeramente menor, y lograr con ello tener alguna utilidad.

Las barreras proteccionistas al comercio no sólo mantuvieron alto el costo de los alimentos para el trabajador promedio, sino que, también, hizo que fuera costoso importar otras materias primas y recursos desde el exterior para la manufactura británica, lo cual limitó las eficiencias de costo del desarrollo industrial, tanto para las ventas británicas al mercado doméstico, como para la exportación.

LA LIGA CONTRA LAS LEYES DEL MAÍZ Y EL CASO EN FAVOR DEL LIBRE COMERCIO

En 1820, un grupo de industriales británicos emitió una Petición de Mercaderes, declarando que ellos estaban “en contra de cualquier regulación restrictiva del comercio, que no fuera esencial para los ingresos fiscales, en contra de todos los impuestos que fueran simplemente protección ante la competencia externa.” En 1830, Sir Henry Parnell, quien por mucho tiempo sirvió como presidente del comité de finanzas de la Cámara de los Comunes, publicó un libro titulado On Financial Reform [Acerca de la Reforma Financiera]. En él declaró:

“Si alguna vez a los hombres se les permitiera tomar su propio camino, muy pronto, para un enorme beneficio de la sociedad, desengañarían al mundo del error de restringir el comercio y demostrarían que el paso de mercancías de un estado a otro debería ser tan libre como el aire y el agua. En cada país, la venta de bienes debería de ser general y comúnmente justa y el individuo y la nación que hicieran la mejor mercancía, deberían encontrar la mayor ventaja.”

En 1836, se creó en Londres la Asociación Contra las Leyes del Maíz, a la cual en 1839 se le cambió el nombre por Liga Contra las Leyes del Maíz, en Manchester. Por los siguientes siete años, bajo el liderazgo experto y poderoso de Richard Cobden y John Bright, la liga peleó sin escatimar esfuerzos para que se repelieran las Leyes del Maíz y para que se estableciera el pleno comercio libre en el Imperio Británico.

En todas las ciudades, pueblos y villas de Gran Bretaña, se abrieron capítulos de la Liga Contra las Leyes del Maíz. Se recibieron cientos de miles de dólares en donaciones voluntarias, mediante reuniones para recoger fondos, manifestaciones, conferencias públicas y debates. La liga organizó una vasta campaña de publicación de libros, monografías y panfletos, abogando por la derogatoria de todas las restricciones proteccionistas y la liberalización de los controles gubernamentales a todo comercio e intercambio.
RICHARD COBDEN Y EL LLAMADO PARA UN COMERCIO LIBRE UNILATERALDesde el principio, al formular su caso en favor del libre comercio, Richard Cobden (1804-1865) vio a la eliminación de las barreras al comercio como una vía poderosa para despolitizar las relaciones humanas. Al privatizar todas las transacciones entre individuos de diferentes países, dijo él, el libre comercio asistiría en la remoción de muchas de las causas de la guerra.

“Tan poco intercambio entre Gobiernos como sea posible,” declaró Cobden, “tanta conexión como sea posible entre las naciones del mundo.” Para enfatizar esto, el eslogan de la Liga Contra las Leyes del Maíz se convirtió en “Libre Comercio, Paz y Buena Voluntad entre las Naciones.”
Aún más, Cobden y la Liga Contra las Leyes del Maíz formularon el caso en favor del libre comercio unilateral. Años más tarde, Richard Cobden lo explicó:

“Llegamos a la conclusión de que, entre menos intentábamos persuadir a los extranjeros para que adoptaran nuestros principios sobre el comercio, mejor era, pues descubrimos que había tanta sospecha acerca de los motivos de Inglaterra, que se le estaba brindando un argumento a los proteccionistas del exterior, para incitar el sentimiento popular en contra de los librecambistas... Para quitar ese pretexto, declaramos nuestra indiferencia total a si otras naciones se convertían en librecambistas o no; pero que nosotros deberíamos abolir la Protección por decisión propia y dejar que otros países tomaran el curso que mejor les pareciera.”

SIR ROBERT PEEL Y EL FINAL DE LAS LEYES DEL MAÍZ

En 1841, Sir Robert Peel (1788-1850) se convirtió en primer ministro por el Partido de los Conservadores [Tories], determinado a mantener las Leyes del Maíz, como fundamento de la política económica externa de Gran Bretaña. Pero, por una de esas ironías de la historia, el hombre nombrado para dirigir la defensa del proteccionismo, terminó promoviendo y supervisando la abolición del proteccionismo en Gran Bretaña.

En el curso de los años siguientes, el gobierno de Peel redujo y, en algunos casos, eliminó muchas de las restricciones al comercio de manufacturas y bienes industriales, pero no reduciría las barreras comerciales a la agricultura.

Debido a los imparables argumentos de los librecambistas, Peel, al fin, admitió en 1843, durante un debate en la Casa de los Comunes, que “estoy inclinado a decir que va en nuestro interés comprar barato, sin importar si otros países comprarán barato o no.”

En 1845, de las 813 mercancías que estaban en la lista de restricción por aranceles a la importación, 430 fueron puestas en la lista de libre comercio. Aún así, Peel no tenía deseos de ceder en lo de las Leyes del Maíz. Pero, en el otoño de 1845, las peores lluvias que se recuerde, golpearon a las Islas Británicas y las cosechas domésticas de alimentos fueron devastadas. Al declinar las ofertas de alimentos, los precios del pan aumentaron dramáticamente y la cosecha de papas fue destruida en Irlanda, amenazando con una hambruna masiva.

Se podía escuchar a muchachos jóvenes en las ciudades diciendo, “Yo seré protegido y yo estaré hambriento.” Daniel O’Connell, un destacado miembro irlandés del Parlamento, dirigió demostraciones en Irlanda, en donde un cañón era arrastrado por las calles con un signo adjunto, que decía, “Libre comercio o esto.”

En noviembre de 1845, los líderes, tanto de los partidos Conservador como del Liberal, salieron en favor de rechazar las Leyes del Maíz. En enero de 1846, Robert Peel le dijo a la Cámara de los Comunes que las Leyes del Maíz deberían ser abolidas. El 27 de febrero, se aprobó la resolución y la Ley de Importación de Maíz salió de la Cámara de los Comunes el 16 de mayo, después de aprobarse en tercera lectura. Rápidamente, el Duque de Wellington se movió para que la ley fuera aprobada en la Cámara de los Lores y el libre comercio se convirtió en ley de la tierra en Gran Bretaña, el 25 de junio de 1846.

Furiosos por su rendición ante los librecambistas, los Conservadores proteccionistas obligaron a Sir Robert Peel a renunciar de la posición de primer ministro, el mismo día en que el libre comercio salió triunfante en Gran Bretaña. En su discurso final antes de retirarse, Peel declaró que él mantenía la esperanza de que cualquier gobierno que ahora se formara, continuaría con la “aplicación de estos principios que tienden a establecer un intercambio más libre con otras naciones.” Y Sir Robert Peel continuó diciendo:

“Si otros países escogen comprar en los mercados más caros, tal opción de su parte no constituye una razón para que a nosotros no se nos permita comprar en el más barato.

Confío en que el Gobierno... no resumirá la política que ellos y nosotros hayamos sentido como la más inconveniente, esto es, la discusión con países extranjeros acerca de concesiones recíprocas, en vez de tomar el curso independiente que nosotros pensamos es el más conducente hacia nuestros propios intereses.

Confiemos en la influencia de la opinión pública de otros países –confiemos en que nuestro ejemplo, con la prueba del beneficio práctico que derivamos de él, en un período no remoto asegurará la adopción de los principios bajo los cuales hemos actuado, en vez de diferir indefinidamente por retraso, concesiones equivalentes de otros países.”

El cultivo y la diseminación de las ideas de libertad económica y de libre comercio durante muchos años, significó que, cuando surgió una crisis en forma de lluvias torrenciales y la ruina de cosechas británicas, el ambiente intelectual y político había sido preparado lo suficiente como para persuadir incluso a muchos en el gobernante proteccionista partido Conservador, de que tan sólo la libertad de comercio y el intercambio sin barreras podían, ambos, aliviar las privaciones de los pobres, así como la hambruna, y mostrar la forma de incrementar la prosperidad para todos después de que la crisis hubiera pasado. Destaca que es a menudo la convergencia particular y única de ideas y circunstancias las que provocan un cambio significativo –tanto para el bien como para el mal.

En el lapso de tres años -ya para 1849- no sólo habían desaparecido las Leyes Acerca del Maíz, sino también lo hicieron las Leyes Sobre Navegación, que venían desde el siglo XVIII, que habían requerido que los bienes importados a Gran Bretaña lo hicieran en barcos británicos. De ahí en adelante, tanto bienes como barcos mercantes de cualquier lugar podían llegar a Gran Bretaña, “en libertad como el aire y el agua,” tal como Henry Parnell había deseado que fuera, allá en 1830.
EL LIBRE MOVIMIENTO DE HOMBRES, DINERO Y BIENESGran Bretaña se convirtió en el primer país del mundo que instituyó una política unilateral de libre comercio. Durante el resto del siglo XIX -de hecho, hasta que las fuerzas oscuras del colectivismo envolvieron a Europa durante la Primera Guerra Mundial- el Imperio Británico estuvo abierto al mundo entero para el movimiento de hombres, dinero y bienes.

Su éxito económico sirvió con ejemplo brillante y de principios para el resto del globo, muchos de cuyos miembros seguían al liderazgo británico para establecer, si bien no completamente el libre comercio, al menos regímenes de mucha mayor libertad de comercio e intercambio.

La política británica de libre comercio ayudó a abrir el paso a la edad del libre comercio del siglo XIX y promovió lo que ha sido llamada la era del liberalismo clásico de “las tres libertades”, que sólo llegó a su fin con la Primera Guerra Mundial de 1914. El economista alemán librecambista Gustav Stolper explicó esas tres libertades en su libro This Age of Fable (1942), escrito mientras estaba exiliado en los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial:

“Eran: libertad de movimiento de hombres, bienes y dinero. Todo mundo podía salir de su país cuando lo quería y viajar o migrar siempre que lo deseaba, sin tener un pasaporte. El único país europeo que exigía pasaportes (¡ni qué se diga de visas!) era Rusia, quien miraba con reojo a causa de su atraso casi que con una sonrisa despectiva. De todas maneras, ¿quién iba a querer viajar a Rusia?...

Todavía había barreras arancelarias en el continente europeo, es cierto. Pero el vasto Imperio Británico era un territorio de libre comercio abierto a todos en una libre competencia, y varias otras naciones europeas, tales como Holanda, Bélgica, Escandinavia, se aproximaron al libre comercio.

Durante un tiempo, los Grandes Poderes del continente europeo parecieron girar en la misma dirección. En los años sesentas del siglo XIX, la convicción generalizada era que el libre comercio internacional era el futuro. Las décadas subsecuentes no precisamente satisficieron esa promesa. A fines de los setentas surgieron tendencias reaccionarias. Pero, mirando atrás hacia los métodos y el grado de proteccionismo existentes en esa época, se apodera de nosotros una envidia nostálgica. Ya fuera un poquito más altos o un poquito más bajos, los aranceles nunca frenaron al libre flujo de bienes. Todo lo que provocaron fueron cambios menores en precios, supuestamente reflejando algún interés particular.

Y lo más natural de todo fue el libre movimiento del dinero. Año tras otro, miles de millones fueron invertidos por los grandes Poderes Europeos industriales en países extranjeros, europeos y no europeos... Esos miles de millones fueron considerados como inversiones seguras con rendimientos atractivos, deseables tanto para acreedores como para deudores, sin dudas acerca del rendimiento eventual, tanto del interés como del principal.”

La victoria en el siglo XIX del libre comercio sobre el Mercantilismo y el Proteccionismo representó uno de los grandes triunfos en la historia del liberalismo clásico. Fue logro de los Filósofos Morales Escoceses y aquellos que ahora son referidos como los “Economistas Clásicos,” al demostrar el orden espontáneo y la coordinación que surge de un sistema de mercado libre competitivo –el “sistema de libertad natural” de Adam Smith y las ganancias de la cooperación para todos por un sistema de división del trabajo.

La importancia momentánea en la historia humana de este triunfo no siempre se aprecia por lo que fue: una transformación institucional crucial, que proclamó el inicio de la mejoría material y cultural de la humanidad, por medio de asociaciones privadas y pacíficas de la humanidad, en busca de la mejora mutua de la humanidad. Aún hoy continúa esa trasformación, incluso a la luz del regreso reaccionario hacia el gobierno paternalista y la interferencia política con la vida humana, durante el último siglo.

Richard M. Ebeling es el Profesor Distinguido BB&T de Ética y de Liderazgo de Libre Empresa en La Ciudadela en Charleston, Carolina del Sur. Fue presidente de la Fundación para la Educación Económica (FEE) del 2003 al 2008.