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Jorge Corrales Quesada
05/09/2017, 19:05
Esta es mi traducción de la segunda parte de un comentario del pensador Pedro Schwartz en torno al relevante tema actual de la relevancia de un sistema democrático. La primera parte que traduje fue publicada en mi sitio en Facebook el día de antier -3 de abril del 2017.

LOS PELIGROS DE UNA DEMOCRACIA MAYORITARIA

Por Pedro Schwartz
Un economista mira hacia Europa
Library of Economics and Liberty
5 de diciembre de 2013

En mi columna previa, “Superando las Contradicciones de la Democracia Liberal: la Socio-biología y la Ingeniería Social,” les prometí proseguir con el análisis de las paradojas de la democracia liberal. La primera que expliqué era que las instituciones de la Gran Sociedad podían mostrar no ser naturales ni racionales y que, por tanto, aquellas podían ser resistidas y hasta rechazadas en sociedades democráticas. Mi conclusión fue algo preocupante: en resumen, que “el hombre ha sido civilizado en mucho en contra de sus deseos,” tal como lo dijo Friedrich Hayek.

En esta columna discutiré en torno a las siguientes paradojas, que también hacen de la democracia liberal un sistema inestable; estas son,


Que el voto democrático puede resultar en decisiones comunales que nadie desea.
Que la confusión de la libertad individual con el disfrute de medios suficientes para la auto-satisfacción, conduce a la corrupción de la democracia
Que lo que es considerado como el lugar normal para la soberanía popular -la nación- puede, a menudo, ser fuente de un asfixiante tribalismo.

I. ALGUNAS IMPERFECCIONES DEL VOTO DEMOCRÁTICO

La cuestión fundamental en la política

Una de las ideas fundamentales de Platón, que Karl Popper criticó más decididamente, era que el objeto de la filosofía política consistía en responder a la pregunta, quiénes deberían gobernar y cómo educar a aquellos que gobernarían. Para Popper, ésta era la pregunta equivocada: en vez de ello, uno debería dar respuesta a cómo controlar al gobierno, cómo poner frenos y contrapesos para dividir al poder. [1] El principal argumento de Popper para este cambio de enfoque era la ‘paradoja de la libertad.’ Si, tal como Platón lo deseaba, uno trataba de dar poder a quienquiera que fuera el mejor y más sabio, habría el peligro de que esa persona pudiera convertirse en un tirano. En este caso extremo, el voto popular podría ser auto-destructivo, ¿qué pasa si la gente, por voluntad democrática, deseaba ser gobernada por un hombre fuerte populista? Eso no es tan raro como uno lo podría desear; recuerden el voto de Austria en favor de Hitler o el de Argentina por Perón.

Aquí tenemos otra paradoja del tipo con el cual estoy lidiando en estas columnas. [2] El punto de partida de este círculo vicioso es el reconocimiento de que un cuerpo de hombres lo suficientemente grande, no se puede organizar a sí mismo, a fin de que gobierne directamente para el bien de todos. Para lograr los objetives comunes, el poder tiene que ser confiado a un número lo suficientemente pequeño de personas. Aun así, el desorden amenazaría si estos gobernantes luchaban por el poder: la soberanía debería permanecer sin ser dividida. Esto hace que se haga imperativo escoger bien al soberano: de aquí la pregunta Platónica. Pero, ¿qué pasa si el soberano abusaba de sus poderes? Una larga experiencia nos dice que tan transitorias pueden ser las cualidades, que pueden haber conducido a la elección de un soberano, si es que había una elección. Al fin de cuentas, quienquiera que ejercite una soberanía puede imponer su voluntad veleidosa, sobre aquellos quienes lo eligieron o usar su poder para explotar a una minoría, para conveniencia de la mayoría, o simplemente para darse un gusto con la corrupción.

En efecto, es mejor tener una buena mujer u hombre al mando, pero, en política, usualmente son los peores quienes llegan a la parte más elevada. El énfasis debería estar en otra parte; debería estar en establecer barreras o frenos lo suficientemente fuertes como para detener al príncipe, a fin de que no abuse de su poder. En contra de lo que tantos pensadores políticos y abogados constitucionalistas han dicho durante años, la soberanía debe ser dividida. Esa es la única forma en que uno podría romper lo que uno podría denominar la ‘paradoja del Leviatán’. [3]

Las imperfecciones de la democracia

Muchas constituciones modernas proclaman que la soberanía descansa últimamente en el pueblo. En tal caso, el poder de la gente deberá también ser dividido para que la libertad sobreviva. Por lo tanto, la democracia no puede ser definida como el gobierno mediante el voto democrático. Ni tampoco implica que el voto de la mayoría es “una expresión autoritativa de lo que es correcto”. [4] Fundamental para nuestra vida bajo una constitución democrática, es que aceptemos los resultados de los votos, debido a que queremos que funcionen nuestras instituciones libre en su propia forma limitada, aun cuando bien podríamos no estar de acuerdo con ésta o aquélla decisión.

Las elecciones colectivas están sujetas a imperfecciones fundamentales, que se presentan menos en las elecciones hechas en los mercados. Esto se debe a que los bienes comprados, vendidos o alquilados en el mercado económico, son divisibles y lo son en dos dimensiones: no se necesita que se les adquiera en grandes paquetes y sus efectos se reducen principalmente sólo a la gente que los utiliza. Por el contrario, los bienes políticos son indivisibles en ambas dimensiones: los ciudadanos tienen que adquirirlos en enormes fardos y las elecciones políticas tienen enormes efectos externos sobre terceras partes. Imagínense que nosotros tengamos que escoger todos los bienes que queremos consumir para los próximos cuatro años, en una sola ida el día de la elección general o presidencial –comida, vivienda, entretenimiento, días feriados, educación, salud, que no, en un enorme carrito de compras y que nuestra elección esté fundamentalmente condicionada por aquellas de otras personas. Eso es lo que inevitablemente debemos hacer en las elecciones que se llevan a cabo en el mercado político. La única razón por la cual participamos en decisiones tan absurdas, es porque algunos bienes a los cuales consideramos como indispensables, tales como defensa o justicia, son, por su propia naturaleza, indivisibles o que cuesta demasiado dividirlos.

De forma que, cuando algunos economistas hablan de los defectos del mercado, al tiempo que ignoran de los efectos del Estado, están brindando un cuadro distorsionado de la vida social. Podremos necesitar tomar decisiones políticas mediante el voto democrático, pero no debemos estar bajo ilusión alguna de que el resultado será siempre perfecto o que reflejará equitativamente nuestras diversas preferencias.

Los sistemas electorales

No sólo la indivisibilidad de los bienes producidos en la esfera política hace que la elección sea al azar, sino que los procedimientos necesariamente fallan cuando se trata de hacer una elección. No hay sistemas electorales perfectos.
Los sistemas mayoritarios magnifican los resultados de la minoría más grande. Cuando el ganador se lo lleva todo, tal como son los casos de las elecciones al Parlamento Británico o de las elecciones Presidenciales de los Estados Unidos, la persona escogida puede haber recibido una minoría de los votos expresados. Cuando el agente es escogido mediante votaciones sucesivas y la elección reducida a los dos candidatos que lleguen de primeros, como en las elecciones Presidenciales de Francia, la alianza estratégica de los grupos más pequeños puede ganar por encima de la mayoría relativa.

Los sistemas proporcionales le dan el poder a las coaliciones, que luego aplican ninguno de los programas presentados para la elección. También, la proporcionalidad pura, como en Israel, magnifica el poder de los grupos monotemáticos; una proporcionalidad corregida excluye ya sea a partidos que no han logrado un mínimo preestablecido, como recientemente con los Liberales en Alemania, o aumenta arbitrariamente la representación de Mafias locales, como en Sicilia, o de nacionalistas regionales, como en España.

Los defectos de los sistemas electorales llegan más hondo que ponderaciones sesgadas de los resultados. Tal como lo descubrió Condorcet en 1785, los votantes pueden llegar a conclusiones diferentes, dependiendo del punto de partida. [5] Esto hace que sea decisiva la persona quien fija la agenda, tal como se ha demostrado, de forma práctica, en las disputas que tienen que ver con la formulación de las palabras para una pregunta para un referendo. Kenneth Arrow fue mucho más allá en 1951. De hecho, él generalizó el resultado de Condorcet al probar que ¡es imposible para un cuerpo electoral escoger el mejor acuerdo social posible en todas las situaciones y en todas las preferencias democráticamente concebibles! [6] De manera que, si a la gente se le pidiera que escoja el tipo de sociedad que ellos desean establecer, no lo podrían hacer, sin que alguien más dictara el resultado.

Si con esto no fuera suficiente, los teóricos de la elección pública han señalado una serie de peculiaridades en las decisiones democráticas: tales como que si es racional votar del todo, dada la influencia mínima que cada voto tiene sobre el resultado final; o qué tan deformante es el uso de ‘izquierda’, ‘derecha’ y ‘centro’, para caracterizar opiniones y programas o qué tan degradante es el uso de eslóganes en las campañas electorales. Todas estas son consecuencias del alto costo relativo que hay para que los electores se informen, por sí mismos, acerca de temas políticos.

La búsqueda de rentas y los problemas de agencia

Otros dos tipos de problemas afligen a la democracia. La búsqueda de rentas políticas es una actividad destructiva, la cual involucra a grupos de electores que buscan favores o protección de los gobiernos, a cambio de votos. Los problemas del agente-principal surgen porque la persona elegida, a menudo abusa de sus posiciones para su propio beneficio, a expensas de la gente que se supone representa.
La búsqueda de rentas es usualmente consecuencia de alguna intervención del gobierno en el mercado, pero no siempre es así. Por ejemplo, supongamos que una autoridad municipal decide restringir el número de vehículos-taxis en la ciudad. Si con posteridad los permisos limitados se subastaran o fueran escogidos por sorteo, se habría interferido con el mercado, pero sin que se hubiera dado favor alguno injusto a alguien en particular. Sin embargo, si el permiso se otorgara, según la voluntad de la autoridad a quien ella le diera la gana, quien recibe el favor obtendría una renta política. En ese tanto, otros candidatos estarían dispuestos a hacer cabildeo y a usar mal los recursos que, de otra manera, serían utilizados en producir algo de valor. Podría existir una segunda ronda de búsqueda de rentas, si la autoridad de turno espera recibir una renta política, ya sea por medio de un incremento de la importancia del cargo o inclusive con una ganancia irregular en forma de sobornos. [7]

La cantidad de rentas políticas en las sociedades modernas puede ser estimada a partir del número siempre creciente de regulaciones. ¡Las economías modernas lucen crecientemente como un Gulliver, amarrado por medio de hilos innumerables en las playas de Lilliput!
La mayoría de las regulaciones favorecen a los ya existentes y se convierten en barreras a la entrada en una industria. Esta es la situación aun con imposiciones bien intencionadas, tales como la asignación original de bandas de radiodifusión por parte de la Comisión Federal de Comunicaciones de los Estados Unidos, con base en “el interés público, la necesidad o la conveniencia” y la prohibición de revender las licencias para transmitir por radio. Ronald Coase propuso quitar el escozor de la búsqueda de rentas, dejando que las licencias se subastaran al mejor postor y que fueran plenamente transferibles. Finalmente, en los años ochenta se introdujo el remate de las ondas radiales.

Los políticos que desean proteger a las grandes empresas, tienden a preferir la regulación a los subsidios, porque los subsidios atraen a nuevos entrantes en un mercado, en tanto que la regulación introduce barreras a la entrada. George Stigler estudió la demanda de regulación en un artículo de 1971, en donde arguyó que la regulación es sólo, en apariencia, solicitada por la opinión pública; de hecho, beneficia a las empresas ya existentes. [8] En otras palabras, la regulación es comprada por la industria regulada y “es diseñada y operada primariamente para su beneficio”.

Sam Peltzman completó el estudio de Stigler, mirando al lado de la oferta y el equilibrio en el mercado de la regulación. [9] Abrió la caja negra de los motivos de los políticos-reguladores y de qué tan lejos se atreven a llegar, en cuanto a aumentar innecesariamente los costos por medio de la legislación: los costos y beneficios en términos de los votos ganados y perdidos por el oferente de la regulación, ponen un límite (o fijar un óptimo, como decimos los economistas) a la interferencia de los reguladores.

El problema del agente-principal surge a través de la información asimétrica, cuando la persona que ofrece el servicio conoce más que el que lo está recibiendo; por tanto, induciendo a que el mejor informado engañe. Arrow fue uno de los primeros economistas en estudiar el efecto de la información en el desempeño en el mercado y la aparición de nuevas estructuras de mercado a fin de corregir su falla. [10] El problema es que corregir las estructuras principalmente fracasa en surgir en la esfera política. La asimetría de información aparece en todas sus formas en el gobierno y es grave, incluso en democracias, en donde las elecciones periódicas les permiten a los ciudadanos reprochar a los agentes por su labor. Esto se debe a que las diversas regulaciones cuestan muy poco a la generalidad de los electores y ellos carecen del incentivo para informarse, por sí mismos, plenamente acerca de los detalles de sus efectos. [11]

Previniendo los abusos de la democracia mayoritaria

Estos defectos funcionales de la democracia nos dicen que, las decisiones por voto mayoritario, a menudo conducen a resultados que la mayoría no quiere, ya sea porque los votantes no pueden molestarse en entender los asuntos involucrados o porque los resultados fueron secuestrados por intereses especiales, a expensas del bienestar general. No obstante, el problema es más profundo. A menos que las decisiones mayoritarias sean chequeadas y contrabalanceadas, pueden resultar en la explotación de las minorías. Tal como lo dijo John Stuart Mill en On Liberty [Sobre la Libertad] en 1859:

“El ‘pueblo’ que ejerce el poder no es siempre el mismo pueblo sobre el que se ejerce, y el ‘gobierno de sí mismo’, del que se habla, no es el gobierno de cada uno por sí mismo, sino de cada uno por los demás.” (Capítulo I).

De cierta manera, los defectos recién relatados deberían ser tomados como símbolos de un problema más profundo. Los votos en una democracia deben ser examinados a la luz de sus efectos sobre la libertad individual. El remedio debe tener dos dimensiones. Uno es la exclusión de libertades fundamentales -el habeas corpus, la libertad de pensamiento y de expresión, los derechos de propiedad, la libertad de asociación y las otras- de una invasión por parte de la decisión mayoritaria. El otro es lograr que las mayorías se acerquen, lo más posible, a la unanimidad, al menos en lo que tiene que ver con la Constitución. Estas dos limitaciones a la decisión mayoritaria podían interpretarse como poderes de veto otorgados a los individuos, un veto absoluto a las invasiones a las libertades personales, y un veto modificado en asuntos Constitucionales.

II. LIBERTAD NEGATIVA Y LIBERTAD POSITIVA

Conceptos de libertad

Fue Isaiah Berlin quien, en sus merecidamente famoso ensayo "Two Concepts of Liberty" [“Dos Conceptos acerca de la Libertad”], [12] señaló la diferencia más clara entre ‘libertad de’ y ‘libertad para’. Si uno estudia cuidadosamente al ensayo, es aparente, con rapidez, que Berlin agregó un tercer tipo de libertad a las dos primeras. Para él, en primer lugar estaba ‘libertad de’, a lo que desafortunadamente se le llama bajo el nombre de ‘libertad negativa’ y que debería de ser llamada ‘libertad formal’. Luego venía la ‘libertad para’ o ‘libertad posesiva’; y, en tercer lugar, ‘estatus de libertad’ o ‘identidad nacional’. Examinemos primero el conflicto entre libertad y riqueza y, luego, con un encabezado por separado, el que hay entre libertad e identidad. En suma, tres tipos de libertad mejor resumidos bajo el lema de la Revolución Francesa: Liberté, Égalité, Fraternité. Queremos al primero.

Libertad formal versus libertad posesiva

Soy formalmente libre, dice Berlin, “en el grado en que ningún hombre o cuerpo de hombres interfiere con mi actividad”. Soy indebidamente coaccionado cuando otro ser humano deliberadamente interfiere conmigo en un área “en la cual de otra manera podría actuar”. Siempre que se me impida, por la agencia humana, lograr un objetivo, soy privado de alguna libertad política. Hay varias inhabilidades que no implican la coerción política. Con ligera ironía él agrega:

“Si yo digo que no puedo saltar más de diez metros, o que no puedo leer porque estoy ciego, o que no puedo entender las páginas más oscuras de Hegel, sería una excentricidad decir que, en estos sentidos, estoy oprimido o coaccionado.” (Página 122).

Ahora bien, el proceso de moverse desde el disfrute de derechos formales hacia querer ser mi propio amo, es bastante natural. El paso siguiente es más romántico: Alegaré la necesidad de descubrir mi yo mejor, para realizarme a mí mismo. Berlin cita un pasaje de 1881 del filósofo Hegeliano T.H. Green:

“El ideal de la verdadera libertad es el poder máximo por igual de todos los miembros de la sociedad humana para lograr lo mejor de sí mismos.” (Página 133, nota 1).

Ah. Pero, para esto, yo necesito tener recursos a mi disposición. Si soy desesperadamente pobre, no soy libre, creería la mayoría de la gente. Éste es el por qué yo quiero que la ‘libertad posesiva’ sea llamada ‘libertad para’.

Riqueza y libertad

Si sólo los ricos son realmente libres y los pobres son, de hecho, esclavos, entonces, una sociedad libre debe corregir las desigualdades de riqueza e ingresos, de manera tal que sus miembros disfruten sustantivamente de igual libertad. Si nosotros no tenemos suficientes posesiones, como para ser “libres” de realizarnos por nosotros mismos, entonces, la sociedad debería suplirnos con los medios necesarios. Esto conduce directamente al Estado de Bienestar europeo o a los beneficios estadounidenses.

Algunos autores van más hacia abajo en este rumbo. Para Amartya Sen no son sólo los medios o recursos, sino lo que él llama “funcionalidades”, las que deberían ser igualadas, tanto como sea posible: estas incluyen estar suficientemente alimentado, tener buena salud, evitar una muerte prematura, reducir la muerte infantil, incluso ser feliz, ser reconocido con dignidad y participar en la vida de la comunidad. [13] Tal como era de esperar, Sen profundiza aún más, tanto como para decir que la verdadera libertad puede ser impuesta al individuo:

“La caracterización de la libertad por la elección social compara lo que emerge con lo que una persona habría elegido, ya sea o no que él sea el que hace la elección.” [14] (Ver, Rationality and Freedom, página 397).

¿Por qué las personas que disfrutan de esos ‘derechos’ habrían de dar algo a cambio? Y, en cuanto a quién tiene el deber de hacer efectivos esos derechos, la respuesta no es clara. Si es la ‘sociedad’, entonces lo es nadie en particular.

Por otra parte, la libertad formal o procedimental puede ser postulada universalmente. Los derechos formales pueden ser fácilmente expresados, si como definidos, como deberes que personalmente obligan a todo el mundo. La regla “no matarás” impone un deber en todos nosotros, de abstenernos del asesinato. Los derechos de propiedad pueden ser expresados como el deber de todos de no robar, timar o engañar. Los derechos negativos pueden fácilmente ser expresados como obligaciones concretas de personas bien definidas.

La Declaración Universal de Derechos Humanos

Estas libertades procedimentales son las libertades individuales definidas en la primera parte de la Declaración Universal de las Naciones Unidas de 1948, artículo 1 al 21: vida, libertad y seguridad de la persona; presunción de inocencia; respeto por la propiedad; acuerdos y contratos; libertad de pensamiento, conciencia y religión; libertad de asociación, etcétera. Todas estas son libertades que imponen a todos un deber claro de abstenerse de acciones en contrario.

No obstante, los artículos 22 al 30 proclaman derechos sociales de Seguridad Social, día feriados periódicos con paga, nada menos, un estándar de vida adecuado, educación primaria gratuita, seguridad en caso de desempleo o enfermedad. La lista la corona la declaración con un “todos tienen derecho a un orden social e internacional en el cual los derechos y libertades establecidos en esta Declaración pueden ser llevados plenamente a cabo.” Los ‘derechos’ a servicios sociales adecuados y buenas condiciones de trabajo no hay duda de que son un desarrollo deseable para la Humanidad, pero son muy diferentes de las ‘libertades’, que definen un espacio personal libre de interferencia indebida. [15]

III. LA DEMANDA DE IDENTIDAD

Los sindicatos

Adicionalmente, Berlin distinguió un tercer tipo de libertad a menudo demandada: la dignidad del grupo y la autonomía.

“Puedo estar buscando no […] la seguridad ante la coerción, el arresto arbitrario, la tiranía, la privación de ciertas oportunidades. […] Lo que puedo buscar es evitar simplemente ser ignorado o tener que condescender o ser despreciado […] –en resumen, no ser tratado como un individuo sin que mi singularidad sea suficientemente reconocida […] Este es un anhelo después del estatus y el reconocimiento.” (Berlin, 157-158).

En los siglos XIX y XX, la demanda de estatus, a expensas de la libertad individual, tomó al menos dos formas: privilegios para los sindicatos y el derecho a un gobierno nacional autónomo.

En cuanto a los sindicatos, en Inglaterra lentamente ganaron privilegios que los convirtieron en tipos especiales de asociación. Los sindicatos fueron legalizados en 1851 y ganaron una exención de responsabilidades por acciones de huelga, mediante la Ley de Disputas Comerciales de 1906. Esta Ley legaliza las cláusulas, por las cuales las empresas están obligadas a requerir que sus empleados formen parte de un sindicato, bajo pena de despido si no lo hacen. En 1992, la Ley de Relaciones Laborales y Sindicales, aprobada ante mandato de Margaret Thatcher, prohibió los acuerdos de obligatoriedad en cuanto a que las empresas exigieran la participación sindical de sus empleados, demandó que hubiera una votación antes de que el sindicato llamara a huelga e hizo ilegales a las ‘huelgas de apoyo”.

En los Estados Unidos, bajo la inspiración de Franklin Delano Roosevelt, la Ley Wagner de 1935 legalizó las negociaciones colectivas y la obligación de las empresas para requerir que sus empleados estuvieran sindicalizados, y creó la Oficina Nacional de Relaciones Laborales. Las peores características anti-competitivas de esta Ley fueron corregidas por la Ley Taft-Hartley de 1947, la cual permitió a los estados aprobar Leyes de Derecho al Trabajo, con lo cual casi la mitad de los estados de los Estados Unidos, está libre de sindicalización.

La paradoja del nacionalismo
El supuesto de que hay un derecho irrefutable para que las naciones formen su propio estado, merece una consideración más extendida. El nacionalismo es un caso de abuso del principio de la democracia mayoritaria. Los nacionalistas usualmente alegan ser democráticos o, al menos, claman que están respondiendo al deseo de un pueblo soberano. Sin embargo, el nacionalismo, por su naturaleza, no es un amante de la libertad. Cuando nacen, las naciones tienen que ser creadas a partir de elementos dispares. En el curso de sus vidas, las naciones deben ser conservadas en contra de fuerzas centrífugas, pues el principio de nacionalidad puede ser alegado por regiones dentro de la nación.
A pesar de ello, la autonomía política, la cual idealmente es un corolario comunal de la autonomía individual, puede normalmente sólo ser organizada dentro de un estado-nación. La democracia liberal y el nacionalismo son antitéticos, pero la ciudadanía necesita de una nación para funcionar políticamente. ¡He aquí una contradicción, como nunca antes!

La expansión del nacionalismo

Que el pueblo, no menos el pueblo libre, esté naturalmente organizado en naciones es un concepto relativamente moderno. Hay tres momentos especiales en que floreció la idea de una nación. El primer momento fue durante la Revolución Francesa, cuando un pueblo en armas echó para atrás a los ejércitos de Europa y, luego, victoriosamente invadió al Continente. El segundo fue a fines de la Primera Guerra Mundial, cuando, ante la gestión del Presidente Wilson, se proclamó el derecho de cada nación para convertirse en un estado. El tercero fue en ocasión de la Conferencia de Bandung en 1955, cuando se lanzó la idea de que los países del Tercer Mundo tenían derecho a convertirse en estados independientes, a la par de las naciones más viejas de Europa, las cuales los habían tratado con prepotencia. En cada uno de esos tres momentos, la idea de una nación y el derecho de un pueblo de convertirse en estado-nación, se presentaron como evidentes en sí mismos, pero pronto mostró contradicciones profundas. Los revolucionarios franceses oraron en el altar de la Razón Universal, pero, luego, trataron de imponer la civilización francesa sobre los pueblos que ellos presuntamente habrían liberado. Las naciones europeas, nacidas de la división de los Imperios austriaco, ruso, otomano y alemán, descubrieron que ellas mismas eran multinacionales y, por tanto sostuvieron pronto guerras dentro de sus propias fronteras y con sus vecinos variopintos. Los nuevos Estados del Tercer Mundo no tuvieron escrúpulos en eliminar todas las libertades dentro de sus nuevas y, a menudo, fronteras artificiales, en el nombre de la libertad nacional. Tal como Isaiah Berlin lo hizo notar:

“Es el deseo de un reconocimiento recíproco lo que conduce a las democracias más autoritarias, a ser, en ocasiones, preferida conscientemente por sus miembros a las oligarquías más tolerantes.” (Berlin, página 157).

Kedourie y Gellner

Un rechazo directo o un entendimiento melancólico del nacionalismo ha caracterizado los escritos diversos y variados de algún pensador ilustrado, en especial después de los escombros que provocara la doctrina Wilson entre las dos Guerras Mundiales. Aquellos quienes más han lamentado el caos provocado por el nacionalismo en Europa y posteriormente en el mundo, usualmente provienen de esos países que solían ser parte de los imperios multinacionales del siglo XIX. Joseph Schumpeter fue un caballero austriaco, chapado a la antigua, quien nunca se sintió en su hogar en los Estados Unidos. He escuchado que el húngaro Anthony de Jasay suspendió su condenatoria del Estado, cuando, en su presencia, yo alabé al Imperio de los Hapsburgo. La nostalgia acerca de días no nacionalistas era especialmente recibida con entusiasmo por los judíos asimilados, tales como el vienés Karl Popper y el estoniano Isaiah Berlin, al igual que los dos escritores cuyos puntos de vista deseo considerar ahora.

Elie Kedourie fue un judío iraquí, quien encontró que era imposible vivir en el Medio Oriente post otomano. Ernst Gellner fue hijo de judíos germano parlantes, quienes habían huido de Bohemia. Ambos escritores encontraron su hogar en Gran Bretaña, en ese entonces una tierra libre de fiebre nacionalista, aunque era indudablemente patriota. Yo asistí a sus clases en la Escuela de Economía de Londres y tuve muchas conversaciones con ellos cuando estaba escribiendo mi tesis acerca de Mill. Ambos querían escuchar una explicación para el fenómeno de un nacionalismo desenfrenado que había impactado tanto a sus vidas.

Kedourie consideraba al nacionalismo como una ideología venenosa, nacida de la filosofía de la Ilustración. [16]

“El nacionalismo es una doctrina inventada en Europa a inicios del siglo XIX. Pretende brindar un criterio para la determinación de la unidad apropiada para disfrutar de un gobierno exclusivamente propio, para el ejercicio legítimo del poder en el estado y por la organización correcta de una sociedad de estados.” (Kedourie, página 9).

Esta doctrina tiene sus raíces en la idea de Kant, de que el individuo era libre sólo cuando era motivado por su propia concepción del bien, sin tomar en cuenta las consecuencias e inmune ante las recompensas. La autonomía justificaba todas las acciones en busca de la vida moral, tanto del individuo como de la nación. Esta doctrina, agregó él, se convirtió en parte de la retórica política de Occidente y, después, del mundo entero.

Gellner pensaba que el nacionalismo era más que una ideología. Él razonaba que el tipo de sociedad creada por la industrialización, era un campo fértil para la expansión del nacionalismo, el cual no era un desarrollo intelectual por accidente, sino una consecuencia necesaria de un nuevo modo de producción: la población se hizo más móvil, se expandió la alfabetización, los individuos rompieron sus lazos locales, las expectativas se hicieron igualitarias, el Gobierno se centralizó, el Estado fue capaz de moldear a sus pueblos y a regimentarlos. El papel de la ideología era tan sólo para ayudar a los intelectuales y políticos sin patria a explotar esas condiciones. [17]

Gellner no quiso negar que “la humanidad siempre ha vivido en grupos” y que “una cierta cantidad de patriotismo es una parte perpetua de la vida humana.” Para él, el nacionalismo era un tipo muy concreto de patriotismo, transformado por las condiciones sociales del mundo industrial. El nacionalismo transformó un rasgo constante de la humanidad, el de vivir en grupos, en una poderosa fuerza política absorbida por el Estado.

Nacionalismo y patriotismo

Ahora bien, el hecho de que podamos rechazar el exceso del nacionalismo desde el punto de vista de la libertad individual, no significa que pasamos por alto la existencia y la fuerza de los sentimientos patrióticos. Una cosa es ceder ante los usos agresivos del poder para formar naciones o incrementar su territorio y otra muy distinta es sentir una profunda atracción hacia el país de uno. Personalmente, no pienso que España sea superior en su historia pasada o en su estado presente, a otros países del mundo o de Europa, pero, si se me preguntara si estoy listo para tomar las armas y defenderla en caso de un ataque injustificado, mi respuesta sería que Sí.

Es la creación artificial de los estados nacionales lo que sienta las bases para la invasión de las libertades personales, Mover las fronteras a menudo conduce al derramamiento de sangre, tal como Europa descubrió su costo durante el siglo XX. Los intentos por construir nuevas naciones mediante una división en pedazos u obligando forzosamente a unirse a sociedad antiguas y establecidas, da lugar al tipo de tensiones que hoy en día estamos viendo en la Unión Europea.

Conclusión provisional

En mi siguiente columna, después de analizar las contradicciones provocadas por el dinero y las finanzas en las sociedades democráticas, trataré y resumiré las barreras que podríamos erigir, para limitar los efectos negativos de las paradojas en las democracias liberales, que he venido estudiando.

Cómo reconciliar a nuestros pueblos para que vivan en sociedades abiertas; cómo hacer que nuestros ciudadanos acepten las barreras constitucionales ante los votos mayoritarios; cómo limitar el poder de la envidia en las economías de mercado; cómo dominar al nacionalismo, cuando deforma los sentimientos patrióticos naturales; cómo crear monedas estables: tal es la tarea que yace al frente mío, al concluir el estudio de las paradojas que continuamente perturban a nuestras democracias liberales.



NOTAS AL PIE DE PÁGINA

[1] Popper, Karl R. (1957): The Open Society and its enemies, Volumen I The Spell of Plato. Routledge and Kegan Paul, London.
[2] Los lectores de mi columna anterior habrán notado que, en esta columna, he decidido considerar al nacionalismo separadamente como una fuente de la paradoja. Para una familia completa de paradojas políticas, ver Popper (1957), Volumen I, capítulo 7, nota 4 en la página 265.
[3] Ver Popper (1957), Volumen I, capítulo 7: "The principle of leadership"
[4] Popper (1957), Volumen I, capítulo 7, página 125.
[5] Condorcet, Jean Marie Antoine de Caritat, marqués de, (1785): Discours préliminaire de l'Essai sur l'application de l'analyse … la probabilité des décisions rendues … la pluralité des voix. Imprimerie Royale, Paris.
[6] Arrow, Kenneth J. (1951, 1963): Social Choice and Individual Values. Wiley, New York.
[7] Buchanan, James M. (http://www.econlib.org/library/Enc/bios/Buchanan.html) (1980, 1999): "Rent Seeking and Profit Seeking", en The Logical Foundations of Constitutional Liberty in The Collected Works of James M. Buchanan", Volumen 1, páginas 103-115. Liberty Fund, Indianapolis.
[8] Stigler, George J. (1971): "The Theory of Economic Regulation", The Bell Journal of Economics and Management, Volumen 2, número 1 (Primavera).
[9] Peltzman, Sam (1976):" Toward a More General Theory of Regulation", Journal of Law and Economics, Número 19.
[10] Arrow (1963) estudió el surgimiento de las estructuras institucionales y de las costumbres profesionales, como correcciones espontáneas a asimetrías de información, que ayudaron a aproximar al mercado de servicios médicos a uno libre de problemas de agente-principal.
[11] Arrow, Kenneth J. (1963): "Uncertainty and the Welfare Economics of Medical Care", American Economic Review, Volumen LIII, número 5 (Diciembre).
[12] Berlin, Isaiah (1958, 1969): "Two Concepts of Liberty", en Four Essays on Liberty. Oxford University Press.
[13] Sen, Amartya K. (1992): Inequality Reexamined. Clarendon Press, Oxford.
[14] Sen, Amartya K. (2002) "Liberty and Social Choice," en Rationality and Freedom. Harvard University Press, Cambridge.
[15] La inclusión de estos derechos debe haberse hecho en parte por la influencia de Eleanor Roosevelt, quien era miembro del Comité de Redacción. Otro delegado, quien no vio aceptadas sus propuestas, fue el representante de la URSS, Andrej Vychinsky, el fiscal de los Juicios de Moscú de 1936 y 1938. Él se abstuvo en el voto final porque el texto no incluyó medidas para proteger a los trabajadores del hambre, no garantizó medios independientes de la prensa capitalista y no protegió a los derechos de las minorías nacionales.
[16] Kedourie, Elie (1960. 1961): Nationalism. Hutchinson University Library.
[17] Gellner, Ernst (1983): Nations and Nationalism. Blackwell, Oxford.



Pedro Schwartz es profesor extraordinario del Departamento de Economía de la Universidad de San Pablo CEU, en Madrid, en donde da clases de Historia del Pensamiento Económico y dirige el Centro para la Economía Política y la Regulación. Miembro de la Real Academia de Moral y Ciencias Políticas de España, es un contribuyente frecuente de los medios de prensa y radio europeos acerca de la escena actual financiera y corporativa. Schwartz es autor de dos libros previos, La economía explicada a Zapatero y a sus sucesores y En Busca de Montesquieu: la democracia en peligro, y tiene un libro en proceso, en idioma inglés, titulado, Democratic Capitalism: Progress and Paradox.