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Jorge Corrales Quesada
05/09/2017, 18:55
LA VISIÓN DE TÚNEL

Por Pedro Schwartz
An Economist Looks at Europe
Library of Economics and Liberty
5 de diciembre del 2016

Aquellos de nosotros quienes hemos visto la película El Puente sobre el Río Kwai, nunca olvidaremos al carácter erguido del Coronel Nicholson, intentado ciegamente construir un puente para el ferrocarril de los japoneses, de acuerdo con las mejores especificaciones. Quiere hacer el mejor trabajo, tanto para restaurar la moral de los prisioneros, como para mostrarle a los japoneses lo que los británicos son capaces de hacer. Es tan sólo hasta en el último minuto, cuando él tiene una visión más amplia acerca de adónde es que calza su trabajo. El marco más amplio es la guerra que los Aliados están teniendo con las naciones del Eje en el Lejano Oriente. Él, sin quererlo, vuela por los aires al puente con las palabras, ¿Qué es lo que he hecho? Un hombre haciendo un buen trabajo según lo mejor de su capacidad, puede estar causando un daño mucho mayor, que él no puede distinguirlo por sus anteojeras.

EL PELIGRO DEL ECLECTICISMO

Durante el siglo XX y en los primeros años del XXI, los efectos positivos del libre mercado y de la globalización sobre el bienestar y la igualdad de los pobres del mundo han sido espectaculares, tal como lo mencioné en una columna mía previa. [1]

“La pobreza extrema ha declinado significativamente durante las últimas dos décadas. En 1990, cerca de la mitad de la población en el mundo en desarrollo vivía con menos de $1.25 al día; esa proporción se redujo al 14 por ciento en el 2015.

Globalmente, el número de personas viviendo en pobreza extrema ha declinado en más de la mitad, reduciéndose de 1.9 miles de millones en 1990 a 836 millones en el 2015.”

Esa caída en el número de pobres debe, por sí misma, haber significado una reducción drástica de la desigualdad (a menos que usted no conozca de aritmética). Sin embargo, no hay nada que esté más de moda que desprestigiar al capitalismo. Se ha dicho que el capitalismo se ha basado en la explotación de los débiles. Divide a la sociedad en clases que están en lucha. En el corazón, es profundamente inmoral, al promover una codicia anti-social y una competencia belicosa, subvirtiendo de tal forma las inclinaciones más fraternales y colaborativas de la humanidad.

Tendré mucho que decir rebatiendo estas acusaciones y elogiando al capitalismo en columnas futuras, pero, mis lectores bondadosos tendrán que esperar para observarme voltear esa fuerte carga de acusaciones. No obstante, hoy quiero enfrentarme con un problema diferente. Primero, yo no veo a la historia del capitalismo como un cuento de un progreso inmaculado, sin manchas de crueldad. Y, en segundo lugar, de hecho hay ocasiones en que el mercado podría ser suplementado por la intervención administrativa y legal.

¿Significa eso que estamos en lo correcto al cerrar nuestra visión ante el lado negativo del capitalismo? O, ¿significa esto que debamos asumir una posición intermedia y navegar en los pantanos del liberalismo del estilo de Franklin D. Roosevelt, en vez de movernos hacia las aguas más claras de la libertad alpina? Recuerdo a Karl Popper decirme alguna vez acerca de un expositor del camino intermedio: “Pedro, este hombre es un ecléctico. ¿Qué podemos hacer con un ecléctico?” Con Popper, mirándome por encima de mi hombro, déjenme explicar cómo es que yo entiendo los límites del mercado y de la intervención administrativa, a la vez que me mantengo lejos del eclecticismo.

LA SALUD Y EL MERCADO LIBRE

Angus Deaton (2013) postuló una dificultad fundamental para nosotros los defensores del capitalismo de mercado. En un libro sumamente desafiante, respetuosamente critica a Robert Fogel (2004) por poner un peso excesivo en la nutrición y en el crecimiento de las personas, para explicar el progreso económico durante los siglos XVIII y XIX en Occidente y demasiado poco en aquellas medidas de salud pública, que fueron tomadas aún antes de que las mejoras en el conocimiento y la tecnología médica entraran en escena. Ambos están de acuerdo en que “el gran escape en la historia humana es el escape desde la pobreza y la muerte.” (Deaton, página 23). Pero, por su parte, Fogel piensa que la causa más importante del incremento en la esperanza de vida de las poblaciones, y de la altura y peso de los individuos durante esos siglos, es explicada por la alimentación, la producción y el consumo de alimentos. Deaton acepta que la nutrición pobre era la trampa que mantenía a las poblaciones con una salud mala, pero, mantiene que el gran incremento en la expectativa de vida desde mediados del siglo XIX y más claramente durante el siglo XX, no se debe al efecto exclusivo de una productividad incrementada. Dado que el progreso y la aplicación de la tecnología se dan principalmente por la investigación pública subsidiada y por la intervención administrativa, esto significa que una gran parte del progreso en el bienestar de la humanidad en el Oeste y ahora en los países subdesarrollados, surge fuera de o al lado de la operación del libre mercado.

En defensa de Deaton, uno puede recurrir a una observación de Samuel Preston (1980), quien ve en la marcha hacia arriba de la salud humana, no sólo una correlación entre ingreso per cápita y esperanza de vida, sino un cambio no explicado del alza, lo cual indica que “algún factor sistemático diferente del ingreso debe ser el responsable”. Esa causa con seguridad que se ha debido a cambios en la higiene y la política pública durante los siglos XVIII y XIX y en los avances en el conocimiento médico durante el siglo XX –tan sólo parcialmente conectados con la productividad capitalista per cápita. Al factor salud, Deaton le dedica la totalidad de la Parte I de su libro. En él, narra la enorme prolongación de la esperanza de vida, especialmente después de 1945, debida a las fuertes caídas de la mortalidad infantil y de las muertes por maternidad, por la conquista de las enfermedades infecciosas y por la prolongación de la vida entre personas de edad media y ancianos. La pregunta para nosotros, pro-capitalistas absolutos, es que los avances en la epidemiología y la salud pública que han tenido un efecto tan grande sobre la extensión de la vida, no fueron lanzados y brindados totalmente por medio del mercado y por el sector privado. Esto demanda una reestructuración del argumento en favor de los mercados libres. Tal es el asunto que quiero encarar y, si es posible, resolverlo, en esta columna. Para solucionar este quien quiera que haya sido, deseo explorar si podemos encontrar un valor merecido para ambos, el mercado y la administración pública.

LA AYUDA EXTERNA COMO CONTRA-EJEMPLO PARA LOS INTERVENCIONISTAS

Un foco puede alumbrar esta pregunta complicada, recordando los resultados decepcionantes de la mayoría de las formas de ayuda internacional, a las naciones en desarrollo. William Easterly es un crítico ampliamente reconocido de la ayuda externa a los países en desarrollo. Recientemente, resumió su experiencia de toda una vida en la Conferencia en Memoria de Hayek del 2015, en el Institute of Economic Affairs. [2]

En primer lugar, de acuerdo con Easterly, quienes otorgan la ayuda carecen principalmente del conocimiento local necesario para lograr sus objetivos humanitarios. Sus equipos de herramientas para ayudar y aconsejar son usualmente tan inútiles como lo fueron los Planes Quinquenales del Socialismo Real antes de 1989 y por la misma razón. En segundo lugar, y a partir de una dura experiencia, Easterly se lamenta de cómo los expertos que administran los programas de ayuda, desprecian a las personas pobres y se los dictan a ellos, como si no tuvieran derechos. Nos recordó en su conferencia acerca de la inhumana campaña de esterilización forzosa impuesta por Indira Ghandi, que fue llevada a cabo por su hijo Sanjai, en 1975-1976, sobre miles de hombres y mujeres, al tiempo que el Banco Mundial y las Agencias de Ayuda Internacional se cubrían los ojos. La necesidad de controlar la población mundial (en todo caso, inapropiada) parecía excusar a las imposiciones sobre la ‘gente pobre e ignorante’, la cual no sabía lo que era bueno para ella. Easterly brinda otros ejemplos de un comportamiento dominante de las autoridades, ayudadas e incitadas por los donantes de ayuda, como cuando terrenos de propiedad privada eran consolidados a punta de pistola, con una falta total de respecto a los derechos individuales, en nombre de una agricultura eficiente.

Por supuesto, los ‘derechos’ que Easterly tiene en mente son los derechos fundamentales de libertad o ‘libertades negativas’, que definió Isaiah Berlin. Él no da a entender las ‘libertades positivas’ o capacidades y funcionamientos de Amartya Sen y otros liberales-sociales de la comunidad de ayuda, para que sean promovidas por medio de privilegios, subsidios, salud gratuita, educación gratis y pensiones públicas. Como bien lo dice Easterly, la primera condición para que la ayuda internacional logre los resultados esperados, es el respeto de los derechos de los individuos en los países menos desarrollados (y también para los de países bien desarrollados) de una libertad personal, legal y política. Concluyó con que “el problema no es una escasez de expertos, sino de derechos.”

De hecho, pienso que Angus Deaton estaría plenamente de acuerdo con Easterly, al hacer un juicio acerca de la ayuda internacional para el desarrollo. La tercera parte de su libro trata con las consecuencias inesperadamente negativas de la ayuda externa sobre países que la reciben: los fondos no llegan a aquellos en necesidad, promueven la corrupción política de los países que la obtienen, desplazan los esfuerzos humanitarios locales, resultan en la satisfacción de los donantes, más que en el progreso de los pobres… Él reprende a la “ilusión de la ayuda”, en cuanto a que, incrementando las cantidades que sea dan, resolvería el problema de la pobreza; él condena el “punto de vista hidráulico de la ayuda,” por el cual el proceso de ayuda consiste solo en soltar. Advierte en contra del mal uso de los fondos, debido a que “la ayuda es fungible”, en cuanto a que puede ser usada para reemplazar una inversión nacional o ser maliciosamente apropiada. Especialmente dañino, agrega él, es el pobre registro de ayuda externa a regímenes no democráticos. Incluso en la ayuda médica y de salud, en donde es más fácil evaluar sus resultados, las cosas pueden salir mal. Deaton concluye que, mucho de lo que Peter Bauer dijo en su obra de 1962 Dissent on Development [Crítica de la Teoría del Desarrollo], estaba en lo correcto, cuando él desacreditó la ayuda gubernamental y señaló los efectos contra-productivos de planes de desarrollo bien intencionados.

De manera que, en el tema de la ayuda externa es más bien contra-productivo enfatizar el lado político y de la experiencia, como ejemplos de lo que puede hacerse para corregir defectos del mercado. El mercado diría ‘Comercio, no Ayuda’. Y, en cualquier caso, la intervención política y de expertos claramente no ayuda en ausencia de un marco de derechos de libertad. Deaton debería preguntarse a sí mismo por qué es que los programas de ayuda de expertos, que son exitosos en países democráticamente avanzados y en unos pocos países, tales como Botsuana, pueden fracasar sombríamente en sociedades necesitadas, que son las que más los requieren. Mi respuesta en esta columna es que los expertos son miopes, al ignorar la matriz que hace que mejor funcionen, tanto el capitalismo, como la administración pública; es decir, el respeto por la libertad individual y política.

MANCHAS HISTÓRICAS Y CAMINOS POCO FRECUENTADOS

No estaría bien si dejara fuera de este capítulo a las partes inhumanas de la historia del capitalismo. Ya he hecho una alusión al dominio en Iberoamérica de un gobierno extractivo, en vez de uno productivo. Primero fue el contagio a los nativos con viruela, difteria, varicela y otras enfermedades desconocidas en las Américas; luego, la dura servidumbre impuesta por los castellanos cobró un precio cruel entre trabajadores indígenas y negros importados. Desde el punto de vista del crecimiento económico a que dio a lugar en Castilla lo que podría ser llamada “la maldición de la plata”, pues los metales preciosos extraídos de minas, tales como Potosí en lo que hoy es Perú y en Zacatecas, en lo que hoy es México, permitieron al rey de España involucrarse en infructuosas guerras religiosas y políticas en Europa, no tengo necesidad de decir que esa no fue ni la primera ni la última conquista ‘extractiva’ en la historia de la humanidad.

Las hazañas de descubrimientos de los portugueses y los castellanos en el Lejano Oriente y en las Américas, contribuyeron conspicuamente al desarrollo del capitalismo en Europa. Las especias y la seda llegaron rodeando al Cabo o desde las Filipinas, para saciar la sed por lujos del hombre blanco. Los bienes de Flandes e Italia fueron comprados con plata americana trasladada a través del Atlántico. El monopolio del comercio con las “Indias”, como en ese entonces era llamada Latinoamérica, impuesto por los castellanos, constituía un incentivo para exacciones violentas de piratas y corsarios, cuyos botines de plata fueron a dar al torrente sanguíneo monetario del mundo. Igual lo hizo el contrabando legalizado, pues los diversos poderes extranjeros, según los casos, permitían la llegada de un barco comercial al año y adicionalmente obtenían ganancias con el comercio de esclavos. Aun así, el lenguaje, la religión, las leyes, la arquitectura de la Península Ibérica, dejaron su huella en grandes partes del mundo. Uno no debe olvidar el “intercambio colombino” de plantas y animales; de caballos, vides y granos en un sentido, a tabaco, maíz y tomates, desde el otro. Con todo y todo, el ‘descubrimiento’ de América tuvo grandes efectos comerciales, financieros e inflacionarios en la economía mundial, desde Europa a la China.

Hablando en términos más generales, el impulso de los estados capitalistas para establecer o imponer colonias, en partes del mundo que eran incapaces de defenderse por sí mismas, en contra de la fuerza militar del Oeste, a menudo fue vislumbrado como un ingrediente necesario de acumulación de capital, para el crecimiento de las economías capitalistas o para su supervivencia. Vladimir Lenin publicó en 1912 un panfleto titulado Imperialism, the Highest State of Capitalism [El imperialismo, fase superior del capitalismo], como un intento para explicar por qué los grandes poderes se encontraban inmersos en “la primera guerra mundial imperialista” y por qué el sistema capitalista necesitaba conquistar colonias, a fin de suspender la ley necesaria de su desaparición. Para Lenin, el capitalismo habría llegado a la ‘etapa monopolista’ cuando la explotación de los mercados nacionales habría llegado al límite y el capital excedente era forzado a ser invertido en las colonias, con el efecto indirecto de comprar la sumisión de la clase trabajadora doméstica, al serle otorgada una participación en el botín colonial.
Lenin estaba equivocado en ambas cosas. La industrialización no necesitó empezar con la acumulación primitiva de capital invertido en la industria pesada. Y el capital necesario para la industria no dependía de la explotación de las colonias. De hecho, el capital necesario para la Revolución Industrial en Gran Bretaña era principalmente doméstico y la parte mayor de sus exportaciones de capital iba a regiones no colonizadas. A menudo, la apertura de mercados a punta de pistolas fue seguida de la apertura de los mercados al libre comercio. Otra razón para rechazar las teorías leninistas acerca de la colonización, fue que la explotación de las regiones subordinadas no resultó para beneficio de la metrópolis, aunque puede haber beneficiado a políticos individuales, servidores públicos y a grupos de presión. Una razón final es que, en la mayoría de los países colonizadores, la causa motivadora fue la afirmación nacionalista, especialmente después del Congreso de Berlín y la “Salida en Desbandada por África” y el Lejano Oriente. Al ‘salir en desbandada por el poder’, las naciones capitalistas estaban tomando la ruta que condujo a la Primera Guerra Mundial.

Críticos marxistas, especialmente, han insistido, a menudo, acerca de una tendencia del sistema capitalista para involucrarse en guerras, como solución para sus contradicciones internas, al igual que como dijeron que la explotación de las colonias era una fase ultima necesaria del sistema. Mark Harrison (2014) ha escrito un ensayo balanceado acerca de esta pasión de la izquierda anti-capitalista. La principal evidencia brindada en favor de esa tesis es la reducción en el desempleo en Alemania, bajo un Hitler que se estaba rearmando, y la reducción del desempleo en los Estados Unidos, debido al esfuerzo de la Segunda Guerra Mundial. Los déficits presupuestarios y los gastos militares en la Alemania Nazi fueron muy pequeños, como para explicar una tendencia que había empezado antes de que Hitler se convirtiera en Canciller. (Harrison, página 358). En el caso de los Estados Unidos, por supuesto que el gobierno redujo el desempleo, al llevarse “el equivalente del 22% de la población laboral de pre-guerra, a las fuerzas armadas.” Pero, más importante, la evolución del empleo, tanto en Alemania, como en los Estados Unidos en la secuela de la Segunda Guerra Mundial, va en contra de esos supuestos. El ‘milagro económico’ de la República Federal Alemana, que empezó en 1947, y su concomitante nuevo empleo, sucedió junto con la desmovilización total de sus militares. Y el recorte en los gastos militares de los Estados Unidos, entre 1944 y 1947, de por encima de un 37%, no se interpuso en la creación de 3.9 millones de empleos civiles durante esos años. La conclusión de Harrison es que, comparado con otros sistemas, “el capitalismo liberal parece que no tiene nada en común con la guerra.” (Página 376).

EL FIN DE LA ESCLAVITUD COMO UN CONTRA-EJEMPLO PARA LOS MATERIALISTAS

La esclavitud es ‘natural’, en el sentido de que ha sido ampliamente impuesta y practicada en la mayoría de las sociedades humanas de la historia. La idea de que los hombres son iguales, de que el trabajador debería ser libre de moverse de un empleo a otro y de que las personas no son propiedad de otras, es muy reciente y aun no es reconocida en algunas sociedades.

A menudo se invoca a Aristóteles, como evidencia de la aceptación en la historia de esta práctica ‘natural.’ Él discutió las condiciones bajo las cuales la esclavitud sería ética. Pero, la difamación no es tan merecida. En verdad, él explicó la existencia de la esclavitud en las poleis griegas, de manera que pudieran llevar a cabo sus actividades sociales y políticas. De nuevo, es cierto que él habló de ‘esclavos naturales’ y de ‘hombres libres naturales’. No obstante, él estuvo mucho más cerca de la visión actual de las cosas, a como lo era aquella de muchos políticos y dueños de esclavos en la sociedad pre-bélica del Sur de los Estados Unidos. Para él, una naturaleza servil era social en carácter y no genética. El esclavo podía progresar y ser redimido, mediante el cultivo de la habilidad para razonar y deliberar. Tan sólo los esclavos extranjeros o bárbaros, desacostumbrados a las maneras de una polis civilizada, eran mejores si se les mantenía bajo servidumbre.

La ideología y la práctica de la esclavitud bajo el capitalismo era mucho más dura, que la que Aristóteles aceptaba. Los eslavos eran capturados en guerras. Lo victoriosos, después de saquear una ciudad conquistada, a menudo mataban a todos los hombres y mantenían a las mujeres y a los niños en esclavitud. En épocas más modernas, las tripulaciones, tropas y pasajeros eran llevados a Barbaria y esclavizados o liberados a cambio de un rescate. Se instituyó una nueva práctica por los traficantes portugueses, los españoles y luego los franceses e ingleses, quienes compraban esclavos a los reyes de África, quienes, a su vez, los capturaban por la fuerza.

El fundamento para la oferta de manos negras para el Nuevo Mundo mediante el cruel tráfico de esclavos, se debió principalmente a la demanda de azúcar en Europa, y después del algodón y tabaco. Ese comercio y el uso de un trabajo forzado era un negocio capitalista típico en busca de ganancias, sólo que, en este caso, se basaba en la captura forzosa de gente indígena, negándoles la propiedad de sus personas, como lo ha expresado Fogel, en Without Consent or Contract. En total, desde 1500 hasta la década de 1860, cuando el comercio se terminó, “más o menos 9.900.000 africanos fueron transportados a través del Atlántico”, eso sin contar a aquellos que perecieron en el cruce. (Fogel, 1989, página 18). Sorprendentemente, para nosotros en la actualidad, el importador individual más grande fue Brasil, con un 41 por ciento, luego, las colonias inglesas, francesas y españolas, que, juntas, ascendieron a un 47 por ciento y los actuales Estados Unidos fueron los últimos, con un 7 por ciento.

El primer paso en la ruta de la abolición de la esclavitud, fue la prohibición del comercio de esclavos por Gran Bretaña en 1807, un triunfo de los protestantes no conformistas, dirigidos por William Wilberforce y otros humanistas radicales. Luego, fue puesta en vigencia por la Marina Real. La prohibición realmente no debilitó a la ‘institución peculiar’. La razón de ésta fue una innovación tecnológica en la agricultura; específicamente, la expansión del “sistema de trabajos forzados.” [Nota del traductor: “gang system.’] Consistía en aplicar la división del trabajo dentro de cuadrillas de esclavos para la producción de azúcar, algodón y tabaco. Las familias trabajaban como equipos, en donde los hombres fuertes avanzaban con determinación con las tareas más duras, seguidos de las mujeres, quienes recogían al producto puesto por los hombres, y los niños les seguían con trabajos secundarios. Esto resultó en un enorme incremento de la productividad, directamente por medio de la especialización e indirectamente a través de facilitar el control de los esclavos; las granjas se consolidaban, la fuerza de trabajo se disciplinaba y la producción se simplificaba. Aquello no sólo transformó a los estados al sur de la Línea Mason-Dixon, sino que, también, revivió a las industrias del azúcar y del tabaco, en las posesiones españolas de Cuba y Puerto Rico.

Ahora viene el punto más importante planteado por Fogel. La institución peculiar, lejos de decaer y colapsar, era crecientemente rentable. Las demandas de los dueños de los esclavos para extender la esclavitud hacia los nuevos territorios y estados, no se debía a la necesidad de prevenir la quiebra, sino por un deseo de mayores ganancias. La producción capitalista y las utilidades multiplicaron la viabilidad económica de la esclavitud. El sistema de esclavos no iba hacia la declinación por la vía de la pérdida de productividad.

Sin embargo, Fogel, con la ayuda de Stanley Engerman y de otros ‘cliometristas’ (o historiadores que compilan y modelan las estadísticas económicas), encontraron que “las plantaciones de esclavos eran más eficientes que las granjas libres”; que el “alimento, ropaje y albergue provisto a los esclavos era mucho mejor” que el que se habían imaginado; que las azotainas, aunque extendidas, se combinaban con lo que se pretendía ayudara a la productividad; que “la cría de esclavos […] no era una política generalizada, ni tampoco una fuente importante de ganancia”, y que había “un ámbito mayor para el desarrollo de la vida de una familia de esclavos, de habilidades ocupacionales y una cultura más marcada, de lo que dictaba el convencionalismo” (Fogel, 1989, páginas 390-392). Fogel concluyó con el siguiente pensamiento inusual:

“Suponga […] que se confirmara cada alegato acerca de los agricultores en relación con el tratamiento benévolo de sus esclavos; suponga que los esclavos estaban mejor vestidos, alimentados y albergados que los proletarios. ¿Sería eso suficiente para invalidar las acusaciones morales, para aliviar a los dueños del cargo de una profunda injusticia? […] En tanto que el abuso físico aumentaba la inmoralidad de los dueños de los esclavos, el buen trato es insuficiente para liberarlos de la condenatoria.” (Fogel, 1989, página 392).

En el epílogo de Without Consent or Contract, el cual lleva por título “El problema moral de la esclavitud”, Fogel enlista cuatro cargos en contra de los esclavistas del Sur, los cuales procedo a resumir. El primero fue el dominio personal ilimitado de un grupo de personas sobre otras, incluyendo el abuso del poder físico, sexual y espiritual. El segundo fue la negación de la oportunidad económica, en especial mortificante en un momento de progreso tecnológico rápido. El tercero fue la exclusión de una ciudadanía. Y, el cuarto, los obstáculos casi insalvables para una auto-identificación cultural (páginas 394-400). Hubo alguna disminución en esos abusos, en especial la lograda por los propios esclavos en defensa de sus valores familiares, en el cultivo de su religión, en su adquisición de habilidades en artesanía, en sus logros musicales. Pero, el panorama general era abismal, sin ser redimido por el hecho de que la productividad capitalista era mucho mayor, que en las actividades y granjas libres.

Tengo entendido que la historia de la desaparición de la esclavitud tiene un gran significado para nuestra evaluación del capitalismo. El sistema no debe ser juzgado puramente por sus consecuencias materiales. Una felicidad relativa o temporal, provocada por la eficiencia productiva o el crecimiento, no puede ser la última palabra. Ausente la libertad y la autonomía, la situación sería inexcusable. Ahora podemos ver que el capitalismo tiene como su esencia a los derechos individuales de libertad. Sin que estos derechos se respeten, el sistema está en peligro de convertirse en una monstruosidad, tal como lo habría sido en un desenfrenado Sur de pre-guerra. Así sucedió en la Alemania del período de Wilhelmine [Nota del traductor: período entre 1890 y 1918, que comprende el reinado de Guillermo (Wilhelm) Segundo y la Primera Guerra Mundial) y también así podría suceder en la aún cripto-comunista China. De nuevo, tal como en el caso de las regiones hoy en desarrollo, los derechos de libertad son la esencia del capitalismo, como una fuerza edificante para la humanidad. Si no vemos esto, corremos el riesgo de sufrir de la misma visión de túnel del coronel Nicholson en el Río Kwai.



REFERENCIAS
Austin, Gareth (2014): "Capitalism and the Colonies", en Neal and Williamson (2014), volumen II, páginas 301-347.
Bauer, Peter (1972): Dissent on Development. Harvard University Press.
Berlin, Isaiah (1958): "Two Concepts of Liberty", en Four Essays on Liberty. Oxford University Press, 1969.
Cairnes, John E. (1862): The Slave Power: its Character, Career, and Probable Designs: Being an Attempt to Explain the Real Issues involved in the American Contest. Parker and Son, London
Deaton, Angus (2013): The Great Escape. Health, Wealth and the Origins of Inequality. Princeton University Press.
Easterly, William (2016): The Tyranny of Experts. 2016 Hayek Memorial Lecture. Institute of Economic Affairs, London.
Fogel, Robert William (1989): Without Consent or Contract. The Rise and Fall of American Slavery. Norton and Co. New York.
Fogel, Robert William (2004): Escape from Hunger and Premature Death, 1700-2100. Europe, America and the Third World Cambridge University Press.
Fogel, Robert William, & Engerman, Stanley L. (1969): Time on the Cross. The Economics of American Negro Slavery. 2 volúmenes. Little Brown, Boston.
Harrison, Mark (2014): "Capitalism at War", en Larry Neal & Jeffrey G. Williamson, eds.: The Cambridge History of Capitalism, volumen II, páginas 348-383. Cambridge University Press.
Lenin, Vladimir Yllich (1916): "Imperialism, the Highest Stage of Capitalism. A Popular Outline". Disponible en Marxists.org: https://www.marxists.org/archive/lenin/works/1916/imp-hsc/ch06.htm
King, John E. (2012): "The Future of Neo-Liberalism". En Damien Cahill, Lindy Edwards, & Frank Stilwell, eds.: Liberalism. Beyond the Free Market. Edward Elgar.
Preston, Samuel H. (1980): "Causes and Consequences of Mortality Declines in Less Developed Countries during the Twentieth Century", en Population and Economic Change in Developing Countries, páginas 289-360. University of Chicago Press.
Sen, Amartya K, (1970): Collective Choice and Social Welfare. Holden Day.


NOTAS AL PIE DE PÁGINA
[1] Pedro Schwartz, "Capitalism and its Names." (http://www.econlib.org/library/Columns/y2016/Schwartzcapitalism.html) Library of Economics and Liberty, 7 de noviembre del 2016.
[2] Annual Hayek Lecture 2015: William Easterly (https://iea.org.uk/multimedia/video/hayek-lecture-2015-william-easterly)




Pedro Schwartz es el profesor de investigación en economía “Rafael del Pino” de la Universidad Camilo José en Madrid. Miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas en Madrid y es un contribuyente frecuente de los medios europeos en temas actuales financieros y de las escena social. Actualmente es presidente de la Sociedad Mont Pelerin.