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Jorge Corrales Quesada
05/09/2017, 17:44
Con gusto me permito traducir para mis amigos de Facebook, este excelente ensayo de un distinguido economista, don Pedro Schwartz, presidente de la Sociedad Mont Pelerin. Creo que es oportuno hacerlo, pues ocasionalmente en Facebook aparecen referencias a ideas de Marx, que deben ser analizadas debidamente, tal como lo hace el profesor Schwartz.

KARL MARX, EL PROFETA ETERNO

Por Pedro Schwartz
Un economista mira a Europa
The Concise Library of Economics and Freedom
7 de marzo del 2016

¿Nunca nos desharemos de Karl Marx? Ya dejó de estar de moda ser un Marxista extremo, pero los escritores, políticos y popularizadores encuentran que, mostrando su simpatía y respeto por Marx, es una manera de proclama de que su corazón está en el lado izquierdo. No importa que los historiadores hayan sostenido que su análisis del capitalismo no calza con los hechos y que ha sido demostrada la falsedad de sus predicciones acerca de la evolución inevitable de la sociedad. Sus teorías son reinterpretadas, reformuladas y metamorfoseadas, hasta hacerlas inmunes a los contraejemplos y a la refutación. La primera razón para esta presencia perenne que le viene a uno a la mente, es que él era un poderoso pensador y un escritor magistral –cuando dejaba de lado su prosa Hegeliana. Una razón más profunda es que inculcaba la esperanza de gente abatida por los desórdenes de la época, al asignarle al socialismo el papel de una religión laica, completa con sus dogmas, herejías y excomuniones. Una tercera razón, la cual está seduciendo ahora a unos franceses igualitarios, es la misión de descubrir el mecanismo que hará que el capitalismo se auto-destruya. Pero, aún para aquellos que no se considerarían a sí mismos como Marxistas, él propuso una metodología materialista que ve como una manera especialmente fructífera la de estudiar a la sociedad.

UN TIPO QUISQUILLOSO

La filosofía política depende mucho más de la personalidad y biografía de sus artífices que lo que usualmente se piensa. El origen aristocrático de Platón y su resentimiento ante la ejecución de su amado maestro Sócrates, puede ser leído en palimpsesto [Nota del traductor: “Manuscrito antiguo que conserva huellas de una escritura anterior borrada artificialmente”] en La República o Las Leyes. El carácter gentil y la disposición racional de Tomas de Aquino, explica la inclusión de las Summas. Maquiavelo, quien fue descartado y se trató de un servidor civil muy inteligente de su adorada Florencia, anhelaba una Italia libre de los “bárbaros” franceses y españoles. Hobbes atribuía su timidez e inseguridad a su educación temprana y claramente escribió para tiempos de desacuerdos civiles. Y Hegel fue en mucho el profesor de una Universidad Estatal Prusiana, marcado por el desarrollo poco a poco de la historia en tiempos napoleónicos.

Karl Marx (1818-1883), como lo han hecho notar muchos comentaristas, mostró los rasgos de un profeta del Viejo Testamento, en cuanto que él propuso una doctrina de salvación y acerca del final de la historia, parecida a las grandes religiones del Libro y fundamentalmente diferentes del racionalismo de la Ilustración, especialmente de la Ilustración Escocesa. [1] Condujo la vida azarosa de un conspirador. Continuamente perseguido por la policía prusiana, fue repetidamente obligado a cambiar su morada en el Continente, tan sólo para encontrar paz como refugiado en el Londres victoriano, en donde él y sus compañeros revolucionarios eran totalmente ignorados en una sociedad supremamente confiada y próspera.

Marx tuvo la buena suerte de recibir la amistad de Friedrich Engels (1820-1895). Después de que se conocieron en París en 1844, cimentaron una asociación que duraría por el resto de sus vidas y aún más allá. El desarrollo del Marxismo, de hecho del socialismo, habría sido muy diferente si estos dos amigos no hubieran trabajado juntos incansablemente y en plena armonía durante tantos años. No sólo fueron coautores de libros y artículos; no sólo conjuntamente lanzaron y organizaron asociaciones para promover la causa del comunismo; también conspiraron y lucharon en contra de los que ellos vieron como rivales equivocados en la política de la clase trabajadora. Marx fue el miembro más rencoroso (recuerden “La burguesía pagará por mis cocidos”, de cuya carencia sufrió después de estar sentado largas horas en el Museo Británico). Engels, por otra parte, era un carácter alegre lleno de curiosidad y generosidad. Incluso financió a Marx y a su familia durante sus ratos de pobreza y adoptó al niño que se cree había sido procreado por Marx con Helen Demuth, la ama de llaves de la familia. Con todo y todo, él era la figura más agradable. Aun así, ambos estaban llenos de desdén hacia sus rivales políticos y eran despiadados en sus batallas en contra de ellos. Sus ataques vitriólicos a Feuerbach, Proudhon, Bauer, Lasalle, Dühring, son ejemplos extremos del bien conocido salvajismo de las batallas políticas entre exiliados. La explicación última de su comportamiento incivilizado fue su creencia inamovible en que ellos estaban en posición plena de la verdad: su socialismo terco era “científico”; sus rivales en el movimiento de los trabajadores, malintencionados o equivocados; la crueldad de su esperada revolución, simplemente “los espasmos del nacimiento de la historia”, todo se justificaba en la marcha hacia una sociedad humana y feliz.

EL MANIFIESTO COMUNISTA

El más leído de los escritos de Marx y Engels es el Manifiesto Comunista. Miembro de una sociedad comunista secreta en Londres, “La Liga de los Justos,” les pidieron que lo redactaran. Engels les había convencido de que se unieron a “La Sociedad Comunista Correspondiente," fundada por Marx y por él en Alemania. El Manifiesto fue presentado a los miembros en 1847 y publicado en 1848, justamente antes de que en Francia explotara una revolución que derrocó a la monarquía y que la convirtió en una república. Las llamas se extendieron luego por toda Europa y por tres años pareció que había nacido una nueva era democrática. Otro intento de una revolución socialista, la Comuna de París, no surgió sino después de la calamidad de la Primera Guerra Mundial.

Aunque el Manifiesto fue escrito por Marx, él descansó enormemente en el libro de Engels, publicado en 1845, The Condition of the Working Class in England [La Condición de la Clase Trabajadora en Inglaterra], una denuncia feroz de la vida en las fábricas de Manchester, que fue presentado como una anticipación de lo que el sistema capitalista habría de llegar a ser. Cercano a lo que fue el texto final del Manifiesto, hay dos borradores de Engels en 1847 que sirvieron de punto de partida para la redacción de Marx. Uno fue “A Communist Confession of Faith” [La Confesión de Fe Comunista] [2] y el segundo ha sido llamado “Principles of Communism” [Principios del Comunismo] [3]. El texto de los “Principios” muestra claramente qué tan alineados en pensamiento estaban los dos amigos. Es lo correcto, después de todo, llamar al Manifiesto una obra en conjunto.

Una comparación con los borradores incompletos de Engels, muestra las grandes dotes retóricas de Marx, cuando reveló su atuendo cripto-Hegeliano. La primera frase del panfleto es justamente famosa:

“Un fantasma recorre Europa –el fantasma del Comunismo. Todos los viejos poderes de Europa han entrado en una santa alianza para exorcizar al fantasma: el Papa y el Zar, Metternich y Guizot, los Radicales Franceses y los espías de la policía de Alemania.”






Fue una afirmación exagerada, pero inculcó confianza en los grupos dispersos, quienes se llamaban a sí mismos comunistas o socialistas en cuanto que su objetivo era la abolición de la propiedad privada.

El Manifiesto se dividió en cinco partes. La primera es una introducción breve. Luego vino el capítulo I, titulado “Burgueses y Proletarios”, un panegírico de los poderes productivos de la economía capitalista, le sorprenderá escucharlo, pero realmente un elogio de los servicios funerarios del capitalismo. El capítulo II fue un llamado para que la élite comunista abriera los ojos de los proletarios no instruidos, en cuanto a la explotación que sufrían bajo el capitalismo y, eventualmente, conducirlos a que se unieran a las filas de los revolucionarios. El capítulo III condenó al socialismo reaccionario y utópico con elogios débiles, en cuanto que serían reemplazados por su propia etiqueta científica. El último capítulo proclamó la presteza de los comunistas para respaldar los partidos de los trabajadores en toda Europa, en cuanto ellos aceptaban el objetivo de deshacerse de la propiedad privada “por el derrocamiento forzoso de todo el orden social”.

El punto de partida lo proclama en el capítulo I: “La historia de toda sociedad hasta nuestros días no ha sido sino la historia de las luchas de clases.” A lo largo de la historia, las sociedades humanas estaban divididas en una variedad de clases sociales, pero la moderna sociedad burguesa ha “simplificado los antagonismos de clases […] La sociedad se divide cada vez más en dos grandes campos opuestos, en dos clases enemigas: la burguesía y el proletariado.” La máquina esencial para su transformación es “una serie de revoluciones en tecnología y en los medios de producción e intercambio”. Aquí estamos siendo introducidos a un elemento fundamental de la sociología Marxista, el ‘materialismo histórico’, que el cambio social es dirigido por las formas de producción económica que encarnan nuevas tecnologías. Esta idea, especialmente desarrollada en Das Kapital [El Capital] [4] (1867), desde ese entonces ha llamado la atención de los historiadores. Era un llamado a no estar contento con una simple historia política. Esto no significa decir que no hubo historia con anterioridad a ese libro -por ejemplo, el libro de Adam Smith, An Inquiry into de Nature and Causes of the Wealth of Nations [Una investigación de la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (https://www.marxists.org/espanol/smith_adam/1776/riqueza/smith-tomo1.pdf)]- pero nadie hasta ese momento había presentado a las formas de producción e intercambio como las fuerzas que mueven a la historia. En el caso del capitalismo moderno, Marx estaba diciendo que la transformación de las condiciones técnicas y comerciales había conducido a un trastorno sin precedentes en la sociedad. La idea de “revolución” se ha convertido en un lugar común para describir cambios profundos en todas las esferas de la sociedad, cuando, hasta los escritos de Marx, el término había sido limitado a la política, a las Revoluciones Inglesa o Francesa de los siglos XVII y XVIII. Ahora Marx la aplicaba a los cambios causados por la forma burguesa de producción y atribuyó la evolución de la historia al desarrollo de las leyes económicas necesarias –una idea altamente controversial.

Luego surgió uno de esos paradójicos volteos de la frase, que debe haber impresionado a muchos de sus compañeros revolucionarios.

“La burguesía ha ejercido en la Historia una acción esencialmente revolucionaria. […] La burguesía no existe sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de trabajo, es decir, todas las relaciones sociales.”

Así, la clase capitalista, dijo él, han rasgado el tejido de las sociedades tradicionales y ahora están en el proceso de crear una economía globalizada de enormes fuerzas productivas.

“La burguesía, desde su advenimiento, apenas hace un siglo, ha creado fuerzas productivas más variadas y colosales que todas las generaciones pasadas tomadas en conjunto. La subyugación de las fuerzas naturales, las máquinas, la aplicación de la química a la industria y a la agricultura, la navegación a vapor, los ferrocarriles, los telégrafos eléctricos, la roturación de continentes enteros, la canalización de los ríos, las poblaciones surgiendo de la tierra como por encanto, ¿qué siglo anterior había sospechado que semejantes fuerzas productivas durmieran en el seno del trabajo social?”

Todo está allí: hasta la poderosa metáfora sexual.

Luego vino lo que hizo del Manifiesto Comunista una motivadora pieza de propaganda política: su descripción del mecanismo que mueve a la sociedad capitalista y la predicción histórica basada en este análisis.

Para Marx, el capitalismo liberó fuerzas que tomaron una vida independiente y se voltearon en contra del mismo sistema de propiedad privada en el cual se basaba. Durante los previos treinta años, la historia de la industria y del comercio había sido una sucesión de crisis que “amenazan progresivamente la existencia de la sociedad burguesa”. Las epidemias de sobreproducción golpearon repetidamente, cuando parecía que la “sociedad tenía “demasiados medios de subsistencia, demasiada industria, demasiado comercio”, de manera que se destruyeron los productos y recursos existentes para la producción futura.

La reacción de la burguesía sobrevino en dos partes: la mencionada destrucción de las fuerzas productivas y la extensión y profundización de la explotación de sus mercados. Por un lado, la forma capitalista de producción fue extendida a pueblos y sociedades más primitivas mediante la creación de colonias y la extensión del comercio. Por el otro, el capitalismo convirtió a los trabajadores en proletarios.

La competencia y la división del trabajo destruyeron a las sociedades del pasado. Lentamente, los trabajadores se amalgamaron en una clase única oprimida. La condición de los tenderos pequeños, artesanos, agricultores y asalariados gradualmente se deterioró hacia condiciones proletarias. La misma obtención de manos para las enormes fábricas fue un paso para la aglomeración en un solo cuerpo de las clases sometidas.

“El obrero moderno, al contrario, lejos de elevarse con el progreso de la industria, desciende siempre más; por debajo mismo de las condiciones de vida de su propia clase. El trabajador cae en la miseria…”

Cuando estos proletarios se unan, se convertirán en una fuerza para la revolución. Ellos son ayudados por “ideólogos burgueses que han llegado por sí mismos a la comprensión teórica del movimiento general de la historia” –una forma presuntuosa de explicar cómo era que un doctor en filosofía y un propietario de una fábrica se presumía que les deberían decir a las masas pobres desposeídas cómo organizar sus vidas y su acción. Marx terminó el capítulo como el inventor efectivamente supremo de consignas, tal como lo fue: “lo que la burguesía ante todo produce son sus propios sepultureros.”

Como digo, el Manifiesto continuó menospreciando otros escritos acerca del socialismo y ofreciendo plena colaboración a los ya existentes partidos de trabajadores de Inglaterra, Estados Unidos, Francia y, sobre todo, Alemania, de manera que todos empezaron a pensar acerca del advenimiento de la caída del capitalismo. ¿Acaso exagero cuando elogio el regalo de Marx por esa elocuente expresión de la época? Terminó con una llamada final para apuntar hacia la revolución comunista: “Los proletarios no pueden perder más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo por ganar. ¡Proletarios de todos los países, uníos!

LOS HAMBRIENTOS CUARENTAS

El libro de Engels, La Condición de la Clase Trabajadora en Inglaterra y el Manifiesto Comunista (1848) son en mucho los libros de un período particular, los veinte años que van de 1835 a 1855, usualmente conocidos como ‘los hambrientos cuarentas’. Tal como lo explicó George R. Boyer (1998), esos años fueron especialmente duros para los trabajadores textiles, especialmente dentro y en los alrededores de Manchester. Sus adversidades se multiplicaron durante las crisis de 1837, 1842 y 1848 y durante la ‘hambruna del algodón’ de la Guerra Civil de los Estados Unidos, cuando los trabajadores textiles soportaron con fuerza los efectos del bloqueo del Norte a las exportaciones marítimas del Sur. Sin embargo, la prosperidad creciente de los trabajadores ingleses en los años de 1860, terminó con el socialismo en las Islas Británicas por los años venideros, sino es que por siempre.

Es fácil ver como Engels y Marx fueron llevados por mal camino, debido a las condiciones políticas y sociales de la Inglaterra media y del norte durante los años treinta y cuarenta del siglo XIX. Las remuneraciones del trabajo, las condiciones laborales en las factorías y la explotación de mujeres y niños en los sitios de trabajo de Inglaterra, sacudieron no sólo a Engels, sino también a muchos observadores humanos del trabajo en la fábrica y de las ciudades industriales. De hecho, el Parlamento fue llevado a utilizar la ley para prohibir los peores abusos, después de compilar reportes detallados de estos males –los Blue Books [Libros Azules] que Marx usó tan efectivamente en sus últimos escritos, especialmente en El Capital (1873). [5] Estas crueles condiciones condujeron a que cantidades enormes de trabajadores realizaran huelgas generales y que tomaran parte del movimiento Cartista, que demandaba una Constitución más democrática, de manera que parecía que la Revolución estaba cerca.

Friedrich Hayek editó en 1963 una colección de ensayos bajo el título Capitalism and the Historians [El Capitalismo y los Historiadores], el cual ayudó a darle vuelta al punto de vista extendido, que Marx y Engels tomaron, de que la sociedad productiva moderna se construía a partir de la acumulación obligada de capital, extraído por capitalistas sin corazón de una empobrecida clase trabajadora. La colección de Hayek demostró que las condiciones evolutivas de las clases trabajadoras en Inglaterra no se basaron en el empeoramiento de los estándares de vida durante la época industrial, en comparación con la vida bajo una subsistencia agrícola. Durante la era Victoriana, pase [a pesar de] Engels y Dickens, los estándares de vida de la gente claramente que mejoraron. Investigación económica ulterior ha mostrado que los años de 1830 vieron algún empeoramiento, en especial debido a las deplorables condiciones higiénicas en los pueblos con grandes fábricas: la incidencia del cólera y de la tuberculosis provocó una reducción de las expectativas de vida, después de los esperanzadores años de la década de 1820. [6]

Boyer resume los datos. Parece haber pocas dudas de que en los hambrientos cuarentas hubo una caída en los salarios reales de todos los trabajadores y, en especial, para los trabajadores de la industria del algodón en Lancashire del Sur. Especialmente fueron fuertemente golpeados los trabajadores del algodón que tejían en su hogar y enfrentaban la competencia de la producción mecanizada de las fábricas. En Manchester, en donde Engels estuvo a cargo de la fábrica de la familia en el período que va de 1842 a 1844, los trabajadores del algodón, como un todo, sufrieron unos diez muy duros años después de 1832, cuando sus salarios reales declinaron en un 15 por ciento. A esto debe agregarse el efecto de altas tasas de desempleo, excepto para los mejores años de 1845-46; en los puntos más bajos de la recesión de antes y después de este pico de prosperidad, el desempleo entre los trabajadores de las fábricas fue tan alto como entre un 15 y un 20 por ciento. (Boyer, páginas 165-6). A esto debe de adicionarse el descontento causado por la Nueva Ley de Pobres, la cual forzaba temporalmente a que las familias indigentes demandaran ayuda en “Casas para Pobres bien organizadas,” en donde los internos eran separados por sexo y por edad.

Los historiadores han gastado mucho esfuerzo para emparejar estos datos económicos, indudablemente precarios, con indicadores biológicos del bienestar. Existe mucha disputa acerca de la expectativa de vida, que parece haber declinado de 40.8 años en 1829-33 a 39.5 en 1849-53. Otra medida utilizada es la altura de los reclutas para el ejército, la cual “aumentó desde mediados del siglo XVIII hasta 1840, declinó durante los cuarentas, y luego se incrementó de nuevo después de 1850”. (Boyer, página 167). Sin embargo, el auge Victoriano de las décadas de 1850 y 1860, mostró que las predicciones de Marx y Engels habían estado equivocadas, concluye Boyer. El crecimiento por hora hombre del PIB entre 1856 y 1873 creció anualmente en un 1.3 por ciento. Los salarios aumentaron claramente; Boyer trae a la memoria un estudio que muestra que los salarios reales crecieron en más de un 38 por ciento entre 1851 y 1881.

Tampoco las caídas cíclicas se hicieron más severas en la segunda mitad del siglo. Los sindicatos cambiaron su carácter hacia agrupaciones gremiales. La legislación crecientemente favoreció los intereses de las clases trabajadoras, empezando con la derogatoria de las Leyes del Maíz y con otras medidas de libre comercio que abarataban los alimentos.

ALIENACIÓN Y EL HOMBRE NUEVO

El Manifiesto Comunista constituye una introducción excelente al gran trabajo de Marx, El Capital, pero tres elementos fundamentales requerían de un desarrollo más profundo: la alienación y el hombre nuevo; el materialismo histórico y la máquina de desarrollo económica que dirige al sistema capitalista.

En 1846, antes de escribir el Manifiesto, se perdió parcialmente un libro que Marx y Engels habían terminado pero que no pudieron publicarlo: The German Ideology [La Ideología Alemana]. En ella asentaron las bases filosóficas de su sistema, a las cuales, como correctamente lo anota Leszek Kolakowski (2005, capítulo VIII), Marx se adhirió fielmente durante toda su vida. La humanidad era el aprendiz de brujo. Los hombres habían creado el dinero y los bienes, pero estos tomaron una vida independiente y mandó sobre ellos. El hombre llegó a estar “alienado,” de manera que sus creaciones no lo hicieron capaz de lograr un pleno desarrollo de sus aptitudes y talentos. La causa de dicha alienación fue la división del trabajo impulsada por la tecnología y la competencia, representada por Charlie Chaplin en su caricatura del “Fordismo”, Modern Times [Tiempos Modernos] –como si la competencia no fuera una forma de cooperación social. La degradación de la humanidad procedería incansable bajo el capitalismo, hasta que el yugo de la propiedad privada fuera quitado a la fuerza y que emergiera el comunismo. En una sociedad comunista nadie tendría

“[…] acotado un círculo exclusivo de actividades, sino que puede desarrollar sus aptitudes en la rama que mejor le parezca, la sociedad se encarga de regular la producción general, con lo que hace cabalmente posible que yo pueda dedicarme hoy a esto y mañana a aquello, que pueda por la mañana cazar, por la tarde pescar y por la noche apacentar el ganado, y después de comer, si me place, dedicarme a criticar, sin necesidad de ser exclusivamente cazador, pescador, pastor o crítico.”

Uno no sabe si reír o llorar ante tal tontería. Este pasaje es sumamente revelador de cómo Marx y Engels concebían a la economía. El poder del sistema productivo era tal que, una vez que fuera abolida la propiedad y que el estado hubiera desaparecido, la maquinaria de la producción podía dejarse que funcionara por su propia voluntad, como una especie de perpetuum mobile [movimiento perpetuo]. No habría necesidad de decidir qué producir. La escasez habría desaparecido y, al toque de un botón, aparecerían todos los bienes y servicios deseados. ¡Y cada hombre, mujer y niño, viviría como rentista!

LA INTERPRETACIÓN MATERIALISTA DE LA HISTORIA

Marx puso de cabeza a la filosofía de Hegel haciendo que las condiciones materiales, en vez de la Idea, fueran el motor de la historia. “No es la conciencia lo que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia.” Es la parte no intelectual de la sociedad la que gobierna al pensamiento. Cualquier cosa que pueda decir Kolakowski, la historia, para Marx, está gobernada por leyes que ligan la evolución social con las formas de producción, tal como él lo expondría en El Capital. Esto no deja a la persona individual y sus ideas sin tener papel alguno en la historia. Aunque la mayoría de las ideas de la gente están distorsionadas por los intereses de la clase social a la cual pertenecen, a pesar de ello, tal como lo vimos en el Manifiesto, algunos pensadores burgueses se arrojan por sí mismos por encima de sus circunstancias y por allí pueden ayudar a la revolución. [7]

Tal como lo demostró Karl Popper en The Poverty of Historicism [La Miseria del Historicismo] (1944-5, 1957), filosofías de la historia que buscan leyes de evolución histórica no son defendibles. Marx aceptó que las ideas de los hombres tenían una influencia que se revierte a la sociedad. [8] Sin embargo, hay poca duda de que él también creía que podía profetizar la caída inevitable del capitalismo y la venida ineludible del socialismo. Tales certezas brindan un fuerte consuelo, pero conducen a conclusiones éticas peligrosas, específicamente, a excusas totalitarias para imponer sufrimiento a la generación presente, ante la expectativa plena de un futuro glorioso para toda la humanidad. [9]

LA VERDADERA NATURALEZA DEL CAPITALISMO: APARIENCIA Y REALIDAD

Vimos, cuando comentaba acerca del Manifiesto, que Marx y Engels despreciaron las formas actuales del pensamiento socialista de su época, porque no eran “científicas”. La pizca de ciencia en su filosofía social era una combinación del determinismo Hegeliano y de la economía política clásica. La destrucción implacable del capitalismo y la marcha hacia el comunismo podía ser profetizada, debido a un mecanismo en la sociedad que podía ser entendido con una versión modificada de la economía clásica.

Marx en vida sólo publicó el primer volumen de El Capital. Engels juntó los volúmenes II y III después de la muerte de su amigo. Marx estudió a David Ricardo y a Adam Smith con sumo cuidado. De Ricardo tomó el modelo del funcionamiento de la economía capitalista, en donde los precios podían ser explicados por el costo relativo de producir los bienes y servicios que la gente intercambiaba. Las utilidades de los empresarios venían de la diferencia entre los costos de producción, principalmente salarios, y los precios, con un margen obtenido por los empresarios. Sin embargo, este análisis no satisfizo a Marx, porque aparecía como justo y favorable: los precios y las utilidades surgían de un intercambio equitativo. ¿Era correcto que el sistema tratara al trabajo como una simple mercancía? Si el trabajo creaba valor, como aparentemente decía Ricardo, ¿por qué alguien debería obtener beneficios del esfuerzo de los trabajadores? La solución de Marx fue muy Hegeliana: debajo de la apariencia del mercado de ser justo, allí merodeaba la explotación. Los precios y las utilidades eran las apariencias; el valor y la explotación, la realidad subyacente. No importaba si la tasa de ganancias era una para toda la economía como un todo y que la tasa de explotación variara entre diferentes firmas, dependiendo de la intensidad laboral de sus técnicas productivas. Esto sería explicado en el volumen III. [10] Ni Ricardo ni Marx analizaron la demanda, la razón última para los esfuerzos productivos de la humanidad.

EL CAPITALISMO EN LA HISTORIA

De Adam Smith, Marx tomó la caída secular de la tasa de ganancias que trazaba el camino futuro del capitalismo, tal como veremos. El volumen I de El Capital es principalmente un trabajo de historia: de cómo y por qué la humanidad ha evolucionado a lo largo de los tiempos y adónde esta marcha nos está conduciendo a todos. Para empezar, la teoría Marxista del crecimiento económico no calza con los datos de la industrialización en Occidente. Para él, “la acumulación primitiva del capital” extraído de los siervos agrícolas y de esclavizar a los trabajadores, era una condición necesaria de la revolución industrial. Por supuesto, había una gran cantidad de capital fijo invertido en minas de carbón y en canales, pero, de hecho, todo empezó con finanzas gubernamentales y la ciencia aplicada, siendo creadas las primeras formas de producción en masa lejos de las limitantes guildas de la ciudad. Esta tergiversación Marxista tuvo graves consecuencias reales, cuando en la Unión Soviética fue aplicada por el ajetreo de Stalin de crecer con base en las espaldas de la gente ordinaria, al proponer que la industrialización debería de empezar con la industria pesada sobre las espaldas de un trabajo agrícola forzado. El camino para el desarrollo no es el de una expropiación forzada, sino de nuevas ideas libremente buscadas y aplicadas y de nuevas instituciones que protejan la propiedad de las nuevas clases productivas. [11]

En el corazón de El Capital está la tendencia de la evolución del capitalismo hacia el monopolio, provocado por recesiones cíclicas. Marx tomó de Adam Smith la tendencia de que la tasa de utilidades cayera secularmente. Para restaurar la tasa de ganancias al nivel acostumbrado, los capitalistas eran forzados a aumentar sus inversiones. Dado que, al intensificarse la inversión, los salarios tenderían a aumentar, existía la necesidad de mantener un número considerable de ellos en un “ejército de reserva de los desempleados” y de sustituir al trabajo por aún más capital. Esto provocaba sobre-inversión y sub-consumo periódicos, crisis destructivas, fusiones y absorciones. Los salarios se verían deprimirse más y más y los propietarios de pequeñas empresas degradados a la clase trabajadora. Los trabajadores miserables se convertirían en proletarios, cuando se dieran cuenta de la alienación de su naturaleza, ocasionada por la división del trabajo. El proletariado sería obligado o conducido a hacer que cayera el sistema capitalista mediante una revolución. Así repiquetea “la última hora de la propiedad privada capitalista. Y los expropiadores son expropiados.” [12]

Los acontecimientos no se han desarrollado de la manera Marxista. [13] Los incrementos en el capital reducirán la productividad marginal de la maquinaria y necesariamente incrementarán la productividad y la remuneración del trabajo. Así ha sucedido: la profundización de la inversión de capital ha conducido a un crecimiento secular y elevado de los salarios. También, Marx no tomó en cuenta al capital humano, la inversión en educación y al entrenamiento en el empleo en las sociedades capitalistas, aunque Adam Smith había traído el tema a colación. [14] En efecto, cuando los escritores Marxistas de hoy en día discuten acerca de la distribución del ingreso entre capital y trabajo, a menudo olvidan que el capital más importante de una nación no es la maquinaria, sino aquél personificado en la gente y las instituciones. [15]

MARX REEMPAQUETADO: ¿POR QUÉ?

Las historias tanto del capitalismo como del socialismo han sido muy diferentes de lo que Marx y Engels predijeron. El intento de que naciera un Hombre Nuevo ha resultado en utopías inviables ahogadas en mares de sangre; tal es la experiencia de la Unión Soviética de Stalin, la China de Mao, la Cambodia de Pol Pot y la Cuba de Castro. En tanto que las sociedades individualistas condenadas por nuestros dos socialistas soñadores, han multiplicado las capacidades productivas de la humanidad gracias a la división del trabajo y a la competencia, un número creciente de personas en la tierra puede disfrutar de un estándar de vida que incluye un tiempo amplio, libre del trabajo pesado.

El materialismo histórico aún atrae a muchos científicos sociales. Hay historiadores económicos que ven a Marx como el fundador de su sabiduría popular, aunque olvidan que le precedieron Adam Smith y toda la Ilustración Escocesa. Es verdad que Marx usó estadísticas y evidencia histórica como pocos lo habían hecho con anterioridad. A pesar de ello, si me hago a mí mismo la pregunta de si la interpretación económica de la historia, debe preferirse ante unos puntos de vista más amplios y que abarquen más [16], mi respuesta sería negativa. Dejo el análisis de tal reduccionismo para otra ocasión, cuando pediré la ayuda de Deirdre McCloskey y de Niall Ferguson.

La razón principal por la cual gente con convicciones democráticas aún le ponen atención a Marx, es que él fue el archi-crítico de la desigualdad social. Inspirados por él, algunos impondrían una igualdad de resultados, por la cual los individuos no tendrían diferentes ingresos y activos, cualquiera que sea su habilidad, trabajo duro o capacidad de responder a las demandas del resto de la sociedad. Los Social Demócratas prometerían una igualdad de oportunidades promovida por el estado, de manera que todos deberíamos de competir en igualdad de condiciones. Sólo un pequeño grupo de pensadores y políticos tendrían el coraje de defender la libre competencia y la igualdad frente a la ley, y de llamar al Marxismo y al socialismo por su nombre: la política de la envidia.



REFERENCIAS

Boyer, George R. (1998): "The Historical Background to the Communist Manifesto". Journal of Economic Perspectives, Vol. 12, No. 4, Otoño, págs. 151-174.
Desai, Megnad (1974): Marxian Economic Theory. Gray-Mills Publishing Ltd., London.
Engels, Friedrich (1845): The Condition of the Working Class in England in 1844. Cambridge University Press. 2010.
Kolakowski, Leszek (2005): Currents of Marxism. Libro I, The Founders. Los tres libros de la obra fueron publicados en un solo volumen por Norton and Co., New York.
Marx, Karl (1867, 1885, 1894): Das Kapital: Kritik der politischen Oekonomie vol. I: Capital. A Critique of Political Economie (1867). Vol. II: Capital. The Process of the Circulation of Capital, edición de F. Engels (1885). Vol. III: Capital: The Progress of Capitalist Production as a whole, edición de F. Engels (1894). MEW, Progress Publishers, Moscow. Todos los tres volúmenes están disponibles en línea en the Library of Economics and Liberty, Capital: A Critique of Political Economy, Vol. I. The Process of Capitalist Production (http://www.econlib.org/library/YPDBooks/Marx/mrxCpA.html), Vol. II. The Process of Circulation of Capital (http://www.econlib.org/library/YPDBooks/Marx/mrxCpB.html), and Vol. III. The Process of Capitalist Production as a Whole (http://www.econlib.org/library/YPDBooks/Marx/mrxCpC.html).
Marx, Karl & Engels, Friedrich (1844): Die heilige Familie, gegen den Junghegelianer Bruno Bauer gerichtet [edición en English: The Holy Family]
[Marx, Karl & Engels, Friedrich] (1848): Manifest der Kommunistischen Partei. (The Manifesto of the Communist Party). Diversas ediciones, Ver, por ejemplo, marxist.org (https://www.marxist.org/).
McCloskey, Deirdre (2011): Bourgeois Dignity: Why Economics Can't Explain the Modern World. University of Chicago Press.
Morishima, Michio (1973): Marx's Economics. Cambridge University Press.
Neal, Larry & Williamson, Jeffrey G. (2014): The Cambridge History of Capitalism. Vol. I: The Rise of Capitalism from Ancient Origins to 1848; Vol. II: The Spread of Capitalism from 1848 to the Present. Oxford University Press. Paperback 2015.
Piketty, Thomas (2014): Capital in the 21st Century. Harvard University Press
Popper, Karl R. (1957): The Poverty of Historicism. Routledge and Kegan Paul, London.

Popper, Karl R. (1957): The Open Society and its Enemies, Vol. II: The High Tide of Prophecy, Hegel & Marx. Routledge and Kegan Paul, London.
Rojo, Luis A. (1984): "El pensamiento económico de Marx, cien años después" en Marx, economía y moral, en Rojo & Pérez Díaz. Alianza Editorial, Madrid.
Schwartz, Pedro (1966): "John Stuart Mill and Laissez Faire: London Water", Economica, NS, Vol. XXXIII, No. 129, Febrero, págs. 71-83.
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NOTAS AL PIE DE PÁGINA

[1] Kolakowski (1978) llamó a esto la soteriología (la doctrina de la salvación) y la escatología (la doctrina del juicio al final de los tiempos) de la teología Marxista.

[2] 9 de Junio de 1847, Publicado en Gründesdokumente des Bundes der Kommunisten. Accesado en enero del 2016 en http://www.marxist.org (http://www.marxist.org/) Engels le escribió a Marx: "Pienso un poco acerca de la Confesión de Fe. Creo que es mejor que nosotros dejemos de lado la forma de catecismo y llamemos a la cosa el Manifiesto Comunista. En tanto que más o menos historia deba ser relatada en él, la forma en que se ha hecho hasta ahora es muy inapropiada. Estoy trayendo conmigo lo que he hecho. Está en una narrativa muy simple, pero con palabras de desprecio, en un terrible apuro.” De todos los lugares, esto fue publicado en la edición china de Marx/Engels Selected Works, Peking, 1877

[3] Octubre-Noviembre, 1847. Publicado en 1914 por Eduard Bernstein. Accesado en enero, 2016, en http://www.marxist.org (http://www.marxist.org/).

[4] Disponible en línea en the Library of Economics and Liberty, http://www.econlib.org/library/YPDBooks/Marx/mrxCpA.html (http://www.econlib.org/library/YPDBooks/Marx/mrxCpA.html).

[5] Ver en El Capital, Sección 3, "The Production of Absolute Surplus Value". (Está en línea en http://www.econlib.org/library/YPDBooks/Marx/mrxCpA16.html (http://www.econlib.org/library/YPDBooks/Marx/mrxCpA16.html).) Esta sección del primer libro de El Capital debe ser leída para ver qué tan duro tuvo que trabajar Marx para que sus datos fueran los correctos, qué tan efectivo fue su sarcasmo en el debate, qué tan genuina fue su indignación en cuanto a las costumbres de los manufactureros y qué tan excesivas eran las esperanza que él puso en el movimiento Cartista.

[6] Antes de que Engels publicara su libro, Edwin Chadwick, el gran servidor público y utilitario, había escrito una crítica Report on the Sanitary Condition of the Labouring Population of Great Britain (1842). Fue ese mismo Chadwick quien conectó la oferta de agua contaminada de Londres con la prevalencia del cólera. El descubrimiento de la bacteria por Louis Pasteur estaba muy lejano en el futuro, pero la conexión causal fue hecha por una inducción estadística. Ver Schwartz (1966).

[7] Algunos comentaristas burlonamente llaman a la filosofía de la historia de Marx una “teoría de la escalera eléctrica”: el movimiento de la historia nos lleva sin esfuerzo alguno hacia el comunismo, pero siempre podemos ayudar dando pasos para trepar.

[8] Kolakowski (2005), página 130, dice: "Claramente Marx no puede ser endosado con el punto de vista de que toda historia es efecto de leyes históricas, que no hace diferencia alguna lo que la gente piensa de sus vidas y que las creaciones del pensamiento son meramente espuma sobre la superficie de la historia […]
[9] Popper fue especialmente perspicaz en su trato de Marx en La Sociedad Abierta (1945, 1957).

[10] Das Marx Problem [El Problema de Marx], que valor y explotación no coinciden con precio y ganancia, ha ejercitado a mucho socialistas posteriores, tales como los profesores Desai y Morishima. Los valores y las tasas de explotación no pueden ser observados. El método del valor para el cálculo no puede ser usado para explicar los precios existentes (o, como lo puso Desai, página 65, “La teoría de Marx es una herramienta para el estudio crítico del capitalismo, no una herramienta operativa para la planificación socialista”). Desai y Morishima toman la ruta de escape de que en el agregado, el valor total en una economía capitalista es igual a la totalidad de los precios y que la plusvalía es igual a la totalidad de las utilidades –pero no para todos y cada uno de los bienes. Como lo expuso Luis A. Rojo (1984), lo que Marx deseaba demostrar con la identidad de la plusvalía total y la totalidad de las ganancias era que “una economía capitalista es como una gran empresa creada para explotar a los asalariados, en donde cada capitalista recibe la parte de utilidades que corresponde a su parte del capital invertido”. Entonces, ¿en qué queda la competencia entre capitalistas? Todo esto es excogito [encontrar algo con la meditación] teológico acerca del pecado original del capitalismo, sin ningún interés práctico o filosófico.

[11] Por ejemplo, ver Deirdre McCloskey, Bourgeois Virtues, para una visión del capitalism muy no-Marxista.

[12] Una necesidad histórica de este tipo está de nuevo seduciendo a los críticos de hoy del capitalismo. Así, Piketty, en su revelador libro titulado Capital en el Siglo XXI (2015), postula que hay una tendencia para que el rendimiento del capital crezca más rápidamente que el crecimiento del rendimiento del trabajo, hasta que la desigualdad se hace tan insostenible que el orden capitalista colapsa, a menos que la propiedad privada sea eliminada mediante impuestos–aquella misma idea de Marx.

[13] Cualquiera que desee examinar la visión del capitalism de Marx y de Engels, de su pasado y su futuro, no debe dejar de leer los dos volúmenes titulados The Cambridge History of Capitalism, editado por Larry Neal y Jeffrey C. Williamson (2014, Cambridge University Press).

[14] En el capítulo I.x de Una Investigación sobre la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones, Smith estudió las causas de las diferencias en los salaries de distintos empleos, analizó los casos de desagrado del trabajo, de la inversión necesaria para aprenderlo, de la confianza en aquellos que lo desempeñan, de la posibilidad del desempleo y de la probabilidad del éxito –lo que llamaríamos diferencias en el capital humano.
[15] En su monumental estudio acerca de la desigualdad en el rendimiento del capital y del trabajo (2014), Piketty tan solo mencionó una vez al capital humano en una única nota al pie de página, olvidando así su importancia entre los activos de la clase trabajadora.

[16] La referencia clásica es Edwin Seligman (1901-2): “La existencia del hombre depende de su habilidad para mantenerse a sí mismo; la vida económica es, por tanto, la condición fundamental de toda vida. […] Lo que las condiciones de manutención son para el individuo, lo son las relaciones similares de producción y consumo para la comunidad. Por tanto, en última instancia, a causas económicas deben trazarse esas transformaciones en la estructura de la sociedad que por sí mismas condicionan a las relaciones de las clases sociales y las diversas manifestaciones de la vida social.”




Pedro Schwartz es el profesor “Rafael del Pino” de investigación económica de la Universidad Camilo José en Madrid. Miembro de la Real Academia de las Ciencias Morales y Políticas en Madrid, es un contribuyente frecuente de los medios europeos en finanzas y la escena social actuales. Actualmente sirve como Presidente de la Sociedad Mont Pelerin.