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Jorge Corrales Quesada
05/09/2017, 17:19
Con gusto comparto mi traducción del último artículo publicado por el historiador y economista don Pedro Schwartz, quien nos brinda una agradable, interesante y relevante reseña acerca de George Bernard Shaw, uno de los principales impulsores del socialismo británico (el Laborismo).

GEORGE BERNARD SHAW Y EL SOCIALISMO INSIDIOSO

Por Pedro Schwartz
An Economist Looks at Europe
Library of Economics and Liberty
5 de octubre del 2015


La absorbente biografía de George Bernard Shaw (1856-1950) escrita por Michael Holroyd, la cual yace en mi biblioteca desde 1988 entre mis libros de teoría política, me ha abierto mis ojos a los peligros de lo que llamo el “socialismo insidioso.” Este es una especie de colectivismo suave que nació a fines del siglo XIX, se mantuvo durmiendo durante los años entreguerras, floreció bajo el disfraz del estado de bienestar y la democracia social después de la Segunda Guerra Mundial y ahora se desenfrenó en el siglo XXI. La naturaleza real de esta infección, que está lejos de ser inocua, se ocultó a los ojos occidentales ante los espantosos experimentos del socialismo “real”, revelado sinceramente por Lenin y Stalin en la Unión Soviética, Mussolini en Italia, Hitler en Alemania y Mao en China. Con el fin de la era colonial, el socialismo real se transformó en el socialismo planificado en India, América Latina y en África. Pero, entre tanto, el colectivismo suave, personificado por Shaw y sus compañeros Fabianos en Inglaterra y, en paralelo, por los social-demócratas en Suecia y por el liberalismo estadounidense en los Estados Unidos, se extendió, casi sin ser notado, entre las democracias avanzadas y está logrando un retorno en los años de la Gran Recesión del siglo actual.

Me inclino hacia las biografías anglo-sajonas (como les llamamos en mi parte del mundo). Dada la declinación y caída de la novela histórica desde las alturas de La Guerra y la Paz de Tolstoy y de Yo, Claudio, de Graves, prefiero ahora la combinación de la empatía y del hecho que aparece en los retratos biográficos sólidos. Los biógrafos encaran una tarea más difícil que la que tienen los novelistas: deben reconstruir la personalidad de sus caracteres, hacer que vivan balanceadamente en la página y que tengan mucho cuerpo, con todo lo bueno y lo malo –pero, que basen su cuento en documentos auténticos, de forma tal que se respeta la verdad histórica. El biógrafo ha de ser gobernado por la empatía en vez de por su simpatía. También debe conscientemente recrear las épocas y lugares en donde se desarrolla su historia. Como ejemplo notable, permítanme recordar a John Maynard Keynes de Lord Robert Skidelsky, [1] en donde se muestra con cuidadoso detalle la compleja personalidad de su héroe y de las circunstancias rápidamente cambiantes de la primera mitad del siglo XX. El único problema con las biografías de la actualidad es que ellas usualmente requieren de tres tomos; el Keynes de Skidelsky está en tres volúmenes. Igual sucedió con Shaw de Holroyd, además de un folleto acerca del alboroto de los testamentos de Shaw y de su esposa Charlotte. Aun así, encontré que el libro de Holroyd era una gran lectura, en especial por el retrato del mercurial, inteligente, dotado, irrealista, Shaw y por el análisis de la Sociedad Fabiana, ambos especímenes de lo que se entendió por ser socialista, antes de la Segunda Guerra Mundial, en las épocas Victorianas y Edwardianas.

Mi visión acerca de Shaw estaba fuera de foco. Había escuchado acerca de su vegetarianismo, de su destreza como ciclista, de su defensa de Wagner, aunque erróneamente creí que él no sabía nada de música. También había escuchado acerca de su mariage blanc [matrimonio sin consumar] y me había reído ante las historias de sus muchos comentarios ingeniosos. En resumen, lo vislumbré como un racionalista sarcástico, que carecía de emociones humanas. Mi visión era incompleta sino es que totalmente equivocada. Cuando por primera vez vine a Inglaterra, como un joven estudiante en 1952, él se acababa de morir y había una batalla en torno a su testamento. Lo leí ávidamente a fin de empezar a entender ese extraño país –una sociedad en apuros, pero benevolente, en camino hacia un estado de bienestar generoso que los Conservadores, entonces de regreso al poder, no abandonarían. Amé las obras de Shaw por su filosofía de sentido común y su humor agudo; encontré esclarecedores los comentarios acerca de la sociedad en sus prefacios y ensayos. ¡Por supuesto, el capitalismo era injusto e ineficiente! ¡Naturalmente, el socialismo era inevitable y ser bienvenido! Pero el camino que quería seguir no era holístico y revolucionario, sino municipal y por partes, lo que Hyndman, el líder de la (revolucionaria) Federación Social-Democrática, llamó burlonamente “el socialismo del gas y del agua”’ durante los tormentosos años de 1880.

EL SOCIALISMO Y LAS ARTES

Muy temprano en su nativa Irlanda, Shaw llegó a rechazar el capitalismo de mercado ante su disgusto por la suciedad de los tugurios de Dublín. Su familia siempre estuvo al borde de la pobreza, a pesar de sus raíces en la respetable clase media protestante. En su hogar, había mucha música, estimulada por la presencia constante de una figura tipo Svengali [Nota del traductor: Svengali, carácter ficticio de la novela de George du Maurier, Trilby, quien es un estereotipado judío que seduce, domina y explota a esa joven inglesa y la convierte en una cantante famosa], llamado Vandeleur Lee, un profesor de canto y empresario musical, quien involucró a la mezzo-soprano madre de Shaw, y después a su hermana soprano, en sus aventuras musicales. Shaw no aprendió música durante su infancia infeliz, pero luego, heroica y virtualmente por su propio esfuerzo, se enseñó a leerla y a tocar piano. De manera que, en sus muchos años como crítico caprichoso de la ópera y los conciertos, construyó sobre bases sólidas a sus juicios aparentemente poco profesionales. Este lado de su personalidad es claramente visible en su socialismo: detestaba el mal gusto musical de la sociedad burguesa de su tiempo y esperaba que, bajo el socialismo, las clases trabajadoras pudieran adquirir gustos refinados y disfrutar de los placeres superiores de la cultura.

Uno de los amigos de Shaw de toda la vida, William Archer, fue el primero en darse cuenta de él en la biblioteca del Museo Británico, cuando en un escritorio de Shaw vio una traducción francesa de El Capital de Carlos Marx y abierta la partitura de Tristán e Isolda de Wagner. Shaw pronto se alejó de Marx, gracias a la crítica de Philip Wicksteed a la teoría del valor-trabajo marxista. Shaw se dio cuenta de que, aun desde un punto de vista socialista, era un error mantener que todo el valor de los bienes era determinado por la cantidad de trabajo usado en producirlos; el valor dependía de la oferta y la demanda y, en última instancia, de la utilidad del bien para el consumidor. A partir de esto, Shaw concluyó en que los socialistas no deberían ver a la sociedad como dividida, en una parte, por la clase trabajadora productora de valor y, en la otra, por los explotadores capitalistas. La división en la sociedad era entre productores de todas las clases y los ricos ociosos quienes indebidamente se apropiaban de las rentas de la tierra y del interés del capital. Si la tierra y el capital eran tomados por el estado, su renta será suficiente para levantar a los pobres trabajadores de la indigencia y de la ignorancia. “El socialismo es y siempre lo ha sido, un ataque a la ociosidad,” concluyó.

SHAW EN LA SOCIEDAD FABIANA

Liberado de esta manera de la influencia de Marx, él se sintió en capacidad de adherirse a la recientemente creada Sociedad Fabiana (1885). Allí tuvo la suerte de hacerse amigo de Sidney Webb (1859-1947), con quien trabajaría en tándem por muchos años. Webb, un servidor público, procesador de datos, era lo opuesto de Shaw en cuanto a carácter y logros. Mientras Shaw tenía una mente centelleante, una forma de hablar deslumbradora y una pluma magistral, Webb era un memorista de estadísticas, un orador inaudible y un escritor de prosa pesada. También, Shaw era un individualista total; Webb, un colectivista. Sin embargo, formaron un poderoso par. ¿Cómo podía un individualista como Shaw apostar por el colectivismo de su amigo y de la igualmente poderosa esposa, Beatrice Webb (1858-1943)? Los tres vieron al capitalismo como un sistema de desperdicio y anárquico. Un país socialista estaría marcado por la eficiencia y el orden. Es cierto que, para Shaw, el objetivo era más amplio que el de una administración colectiva eficiente: sólo en una sociedad socialista, libre de la maldición del mercado, tendría la gente la educación y el tiempo para cultivar las artes; y, tan sólo en una sociedad socialista, los trabajadores y todas las mujeres se liberarían de la camisa de fuerza de la conformidad Victoriana y serían capaces de satisfacer sus capacidades personales. El orden y la dimensión de eficiencia de su visión las obtuvo de Webb, gracias al conocimiento íntimo de este último acerca de las condiciones sociales de la gente de Inglaterra.

El Manifesto [2] de la Sociedad Fabiana surgió de la pluma de Shaw. Es un tracto de dos páginas, en donde se lamenta de la situación social de Inglaterra en 1885 y demanda un cambio profundo. “Bajo las circunstancias existentes, la riqueza no puede ser disfrutada sin deshonor o inevitable sin miseria,” empezaba. El mal cultivo “hace de alguna forma que la Nacionalización de la tierra […] sea un deber público.” Falsamente el capitalismo pretende estimular la invención y no comparte justamente sus beneficios. La competencia obliga a la industria nacional a reducir la calidad, negociar deshonestamente y a organizarse inhumanamente. El estado debería competir vigorosamente con la industria privada y a abandonar a todos los monopolios públicos, tales como los Correos Reales. El privilegio aristocrático desparecería, se establecería la igualdad de géneros, se financiaría la educación pública y las instituciones del estado les quitarían los niños infelices a sus familias incompetentes (él había sido uno). Concluyó:

“Que el Gobierno Establecido no tiene más derecho a llamarse a sí mismo el Estado que el humo de Londres llamarse a sí mismo el tiempo.
Que mejor enfrentáramos una Guerra Civil que otro siglo más de sufrimientos como lo ha sido el actual.”

El llamado a una Guerra Civil se enmudeció después de que la Ley del Gobierno Local de 1888 les permitió a los Fabianos formar parte del gobierno del Consejo del Condado de Londres, así como en aquellos de los diversos Ayuntamientos. Shaw sirvió como consejero municipal de su sacristía, por tanto tiempo como seis años.

Shaw fue un Fabiano activo durante un tiempo considerable, escribiendo Tracts [Panfletos] para la Sociedad, dando conferencias en y en los alrededores de Londres, tratando de cambiar la conducción de los asuntos en su ayuntamiento. También se embarcó en una carrera no convencional pero finalmente exitosa en el teatro, escribiendo obras con las cuales trató de cambiar las costumbres de la sociedad Victoriana. De acuerdo con Henrik Ibsen, propuso el ideal de la Nueva Mujer, trató de demoler las leyes del matrimonio y del divorcio, denigró a la vivisección en consonancia con su vegetarianismo y desmanteló la heroicidad de la guerra. Desde el lado personal, esos años también fueron plenos de drama, en particular por sus muchos devaneos y sus asuntos amorosos.

Las contribuciones de Shaw descuellan por su originalidad en medio de un frenesí de folletines, demandando la municipalización de la oferta de leche, casas de empeños, mataderos, seguros contra incendio y cualquier otra cosa. Así, su Panfleto número 7 llevó por título Socialismo para los Millonarios [Socialism for Millionaires] (1901) [3], en donde él sintió lástima por los muy ricos, porque no podían usar su dinero en ellos mismos, pues ya tenían todo lo que pudieran desear. Otro de los de Shaw fue Fabianism and the Empire (1900), escrito en ocasión de la guerra Boer, la cual dividió a los Fabianos. Sorprendentemente, Shaw se convirtió en imperialista. Detestaba a esas y a todas las guerras, pero ese ignominioso conflicto podía ser redimido, si conducía a la administración británica a que administrara el imperio para bien de toda la humanidad. También, en una carta al momento de la publicación, escribió que: “En cuanto a mí, más y más me complace la guerra. […] Ha añadido cuatro peniques ingleses al Impuesto al Ingreso, que nunca será quitado si los Fabianos pueden evitarlo, de manera que las Pensiones para la Ancianidad estarán al alcance al final del período de amortización, si no es que antes”. [4] En efecto, las pensiones estatales llegaron al final de los diez años, con el “Presupuesto del Pueblo” de Lloyd George. El imperialismo de Shaw fue un desarrollo preocupante, puesto que en los años de 1920 y 1930, la ideología del imperialismo, combinada con la demanda de una reforma social, fue la marca del Fascismo y del Nazismo. [5]

EL ORGANICISMO DE WEBB

Webb, como les digo, era más un burócrata que Shaw. El gobierno colectivo era el objetivo de sus empeños. Quería eliminar el desorden del mercado y sus crisis por medio de una administración pública eficiente. ‘Eficiencia nacional’ era el lema de los Nuevos Liberales que se habían alejado de William Gladstone y acercado al modelo alemán. Los innumerables folletines de Webb tuvieron que ver con ‘Hechos’ y ‘Cifras’ de Londres, con un consejo práctico acerca de la municipalización de los servicios, con propuestas para cambiar las leyes laborales e instituir la jornada de ocho horas al día. Especialmente revelador de su pensamiento fue su bien argumentado Tracto número 69, The Difficulties of Individualism [Las Dificultades con el Liberalismo] (1896). [6]

Webb alegó que la sociedad estaba lenta e inconscientemente moviéndose en dirección hacia el socialismo. El laissez faire de la Escuela de Manchester se revelaba a sí mismo como “una utopía no intentada y nebulosa’. En vez de promover la libertad individual, la escala descontrolada de la producción lograda por la Revolución Industrial había conducido a un nuevo tipo de feudalismo, acompañado por una especie de guerra “de competencia interna.” En la parte alta de la sociedad uno podía ver “clases absolutamente improductivas […] ejerciendo la propiedad de la tierra y el capital” y mandando despóticamente a “esclavos industriales”. La causa de esta distribución injusta y desbalanceada era el efecto de la ley de la renta (Ricardiana), en donde los medios de producción eran propiedad privada. Esto condujo a que la remuneración de las masas trabajadoras fuera “determinada en el margen de la peor tierra” y del capital menos productivo. “El tributo de la renta y del interés” (el reveladoramente lo llamó ‘tributo’) equivalía a una tercera parte del producto anual. Si la tierra y el capital fueran nacionalizados sin compensación, existiría un amplio espacio para acomodar las necesidades de la gran mayoría.

Otra seria dificultad con el individualismo “es su inconsistencia con el auto-gobierno democrático”. El empleo de grandes números en la industria condujo a la acción colectiva, ya sea por medio de legislación o de la acción de los sindicatos. Así, el socialismo es “la expansión permanente del gobierno representativo en la esfera industrial”. Como resultado de este proceso, los “capitanes de la industria […] serían depuestos de su mando individual y convertidos en sirvientes asalariados del pueblo”.

Estas eran épocas Darwinianas, de forma tal que Webb tenía que explicar cómo la sociedad modificaría los efectos inhumanos de la ley de ‘supervivencia del más apto’. Para Webb, un deber primordial del gobierno era definir el plano en el cual él permitiría que se diera la lucha por la existencia entres sus miembros. Puesto que “una sociedad era algo más que la suma de sus miembros [y…] la vida y la muerte distinguibles de aquellas de sus átomos individuales,” tenía que lidiar con la competencia para hacer que fuera algo colaborativo, en vez de hostil.

“La democracia industrial debe […] necesariamente ser gradual en su desarrollo. Puede ser que nunca llegue la hora […] en que el individuo está enteramente fusionado en la propiedad o el control colectivo, pero […] cualquier intento de luchar contra las ‘dificultades’ de nuestra civilización actual, nos lleva más cerca de esa meta.”

Como dice Holroyd, el esfuerzo de Webb y de todo el grupo de Fabianos era el de promover el socialismo “por medio de la impregnación”, al menos en Inglaterra. Su Sociedad fue una precursora de los grupos de pensamiento [think tank] de la actualidad. Su grupo, que pronto llegó a tener una membresía de alrededor de 400, estaba guiado por un ideal, aquel de una sociedad en donde habría desaparecido la propiedad privada de la tierra; en donde la solidaridad habría reemplazado a la avaricia; en donde todo mundo tendría que trabajar por su subsistencia, en donde las convenciones sociales de las clases medias y superiores fueran vistas como simple hipocresía. En el transcurso de los años lucharon por impuestos elevados y progresivos sobre la riqueza, la herencia y el ingreso, a fin de pagar por un estado de bienestar que abarcara todo; todo ello acompañado de una regulación paternalista creciente. En el largo plazo, probablemente no tendrían exitoso. Dos Guerras Mundiales cambiaron las circunstancias tan profundamente que sus propuestas se convirtieron en un lugar común. Los cambios por los cuales habían luchado se hicieron una realidad, posiblemente a mediados del siglo XX. En todo lado, es seguridad antes que libertad y parece ser un camino andado que no se puede desandar.

LA ESCUELA DE ECONOMÍA DE LONDRES

En 1894, un legado inesperado hizo posible que los Webb, ayudados por Shaw, pusieran una escuela dedicada a la investigación desinteresada en las ciencias sociales. Sidney, “a sabiendas de que la investigación inevitablemente conducía a las soluciones socialistas” y, a pesar de sus inclinaciones socialistas, quería crear una institución científica, en vez de un aparato de propaganda. “Los hechos os harán libres” era uno de los lemas de Webb. [7] Así fue como nació la Escuela de Economía y de Ciencias Políticas de Londres. Shaw había querido usar el dinero para instalar una especie de Universidad de los Trabajadores, pero Webb se mantuvo firme. El primer director que él escogió, W.A.S. Hewins, no era un Fabiano, sino un conservador, quien luego se convirtió en un imperialista, siguiendo los pasos de Joseph Chamberlain. [8] Y el carácter académico de la nueva Escuela abrió el camino para que fuera aceptada como parte de la Universidad de Londres.

La tradición de la Escuela, de que el profesorado no sería de una convicción política única, se arraigó. En la época de mis estudios en la LSE [London School of Economics] en los años de 1960 y 1970, la Escuela permanecía siendo ‘sin denominación’ tal como los Webb lo había buscado. El cuerpo estudiantil era de izquierda, pero no el profesorado. En los campos de la Ciencia Política, la Sociología y la Economía, tan sólo uno necesita recordar los nombres de Lionel Robbins, F.A. Hayek, Karl Popper, Elie Kedourie, Michael Oakeshott, Maurice Cranston, Morris Ginsberg; o luego a Harry Johnson Allan Walters y David Laidler (y Chicago desde lejos), para entender como un liberal clásico como yo surgió de la caldera roja de la LSE.

SHAW Y LOS WEBB PERDIERON EL RUMBO

Después de que Alexander Kerensky fue derrocado por Lenin, Shaw se embarcó en una defensa durante dos décadas de la opresión de los Bolcheviques y de Stalin. Luego, en 1931-32 llevó a cabo un extenso viaje a la Rusia Soviética, acompañado de Nancy Astor (quien resultó ser más crítica acerca de lo que ellos observaron). Mantuvieron una larga entrevista con Stalin. Shaw encontró a un “carácter franco, amistoso y divertido […] una combinación de sacerdote con hombre de acción” (relata Holroyd), desplegando “una sonrisa en la cual no hay malicia, pero tampoco credulidad”. [9] Bertrand Russell no había sido tan crédulo cuando visitó a Rusia en 1920-21: él contempló al régimen bolchevique con horror. Tampoco a Churchill se le tomó el pelo.

Esto contrasta con la breve visita de Shaw a los Estados Unidos en 1933, inmediatamente después de la de Rusia. Holroyd habla de “una pelea de toda la vida con los Estados Unidos muy a la manera de Charles Dickens.” Él acumuló insultos sobre los estadounidenses, llamándoles “parlanchines, estafadores y asesinos”. Se proclamó a sí mismo como “más comunista que Lenin”. La Constitución de los Estados Unidos era un “fuero para el anarquismo.” En Hollywood, continuó rehusándose a que se filmara alguna de sus obras de teatro. En el Metropolitan Opera House, dio una conferencia transmitida a la nación y dirigió su fuego hacia la obsesión por hacer dinero de quienes le escuchaban. Contrastó a unos Estados Unidos atado por la Depresión con la Rusia Soviética, en donde “todos lo lograron porque empujaron juntos”. El punto no es si los insultos eran merecidos, sino que la comparación con la Rusia comunista indicaba un odio hacia la sociedad abierta.

Los Webb tampoco actuaron mejor. En 1932 y en 1934, Sidney y Beatrice Webb publicaron Communism: A New Civilization? [Comunismo: ¿Una Nueva Civilización?] Dahrendorf señala que los signos de pregunta desaparecieron a partir de la segunda edición, después de la Gran Hambruna provocada por la colectivización de la tierra por Stalin y de los Juicios de Moscú. [10] Desde mi punto de vista, el socialismo está siempre en peligro de convertirse en un credo peligroso, especialmente cuando se combina con una teoría orgánica de la sociedad.
Los años de la década de 1920 vieron a Shaw morirse por Mussolini. Tal como lo relata Holroyd, asumió una visión programática pura de Il Duce. “La única pregunta para nosotros es si él [Mussolini] está haciendo tan bien su trabajo como para inducir a la nación italiana para que lo acepten faute de mieux [a falta de algo mejor].” Incluso consideró entre sus avances al asesinato de Giacomo Matteoti [Nota del traductor: destacado opositor socialista al fascismo italiano] por órdenes de Mussolini y a la invasión fascista de Abisinia.

LAS NOTAS NEGRAS DE SHAW

Un desarrollo natural de la ideología socialista es caer en la tentación de la ingeniería social constructivista, para darle su feo nombre. Durante toda su vida, Shaw detestó la división enraizada de clases en la sociedad británica y convirtió en uno de los objetivos del socialismo el deshacerse de distinciones por nacimiento y por educación. Los remedios radicales que propuso eran los mismos perseguidos por todo el movimiento Fabiano: la nacionalización de la tierra y el capital, los impuestos progresivos, las pensiones para la ancianidad, la oferta generosa de servicios municipales, la protección de las artes, desatar los lazos familiares, la emancipación de las mujeres y todas las panaceas que hemos visto expuestas en detalle por los amigos de los Webb. A ello, le agregó, en un típico estilo racionalista, la enseñanza y el uso por las clases trabajadores de la pronunciación y deletreo correcto del inglés.

Las grandes dotes de inteligencia e imaginación de Shaw, su conocimiento de los engaños del teatro, su sentido de la diversión y su lógica de Alicia en el País de las Maravillas, le permitieron presentar su plan para reformar el idioma de forma atractiva y seductora en Pygmalion [Pigmalión] (1913), la obra de Shaw más filmada. Aquellos de mis lectores que no la han leído, no dudo que recordarán a My Fair Lady [Mi Bella Dama] y a la lluvia en España bellos valles baña. La vendedora de flores salta por encima de la barrera de clases cuando se le enseñó a hablar, moverse y vestirse como una dama. Él quería demostrar cómo eran las barreras de clase y qué tan fácilmente podían ser derribadas con un entrenamiento apropiado. A finales de su vida, Shaw incluso empezó una campaña para simplificar el deletreo del inglés, con el lanzamiento de un nuevo y extraño alfabeto para lograr hacer más fácil la pronunciación correcta. Él legó una fuerte suma para esa reforma del alfabeto en su última voluntad y testamento. Yo, por mí mismo y sin proponérmelo, seguí el consejo de Shaw al ir aprendiendo, cultivando mi entrecortado inglés de la Reina tan cuidadosamente como podía, debido a que, en esos primeros años del reino de Isabel II, las vocales abiertas y los acentos regionales (excepto el escocés) no eran aceptados en la sociedad educada. De hecho, la receta de Shaw ha fracasado: la erosión del sistema de clases en Inglaterra no se ha debido a que a todo mundo se le enseño un inglés correcto, sino por una sociedad que va descendiendo por la vereda proletaria –incluyendo abundantes palabrotas y obscenidades.



NOTAS AL PIE DE PÁGINA
[1] Skidelsky, Robert (1983, 1992, 2000): John Maynard Keynes, 3 volúmenes, Penguin Books.
[2] Disponible en línea en London School of Economics Digital Library en "A Manifesto" (http://digital.library.lse.ac.uk/objects/lse:roq877juk). Fabian Society, 1884.
[3] Disponible en línea en London School of Economics Digital Library en "Socialism for Millionaires" (http://digital.library.lse.ac.uk/objects/lse:duf537zem), por Bernard Shaw. Fabian Society, 1901.
[4] Holroyd, Michael (1988): Bernard Shaw, 4 volúmenes. Penguin Books. Volumen I, página 243.
[5] Dahrendorf, Ralf (1995): A History of the London School of Economics and Political Science. Oxford University Press, página 45.
[6] Disponible en línea en London School of Economics Digital Library en "The Difficulties of Individualism" (http://digital.library.lse.ac.uk/objects/lse:qag247met), por Sidney Webb. Fabian Society, 1896.
[7] Holroyd (1988), Volumen I, página 410.
[8] Dahrendorf, páginas 11 y 69-71.
[9] Holroyd (1988), Volumen III, capítulo IV, especialmente páginas 244-5.
[10] Dahrendorf, página 268.



Pedro Schwartz es el profesor de investigación en economía “Rafael del Pino” de la Universidad Camilo José en Madrid. Miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas en Madrid y es un contribuyente frecuente de los medios europeos en temas actuales financieros y de las escena social. Actualmente es presidente de la Sociedad Mont Pelerin.