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Jorge Corrales Quesada
05/09/2017, 12:55
Les presento mi traducción de este artículo de Eastman, conocido estudioso del socialismo de mitad del siglo XX, que no sólo nos sirve de referencia histórica, sino también para entender mucho de la naturaleza práctica del socialismo real.

LA SEDUCTORA FALSEDAD DEL SOCIALISMO

Por Max Forrester Eastman
Foundation for Economic Education
Domingo 5 de febrero del 2017

Extraído de Reflexiones sobre el Fracaso del Socialismo, el cual fue publicado [originalmente en idioma inglés] en 1955 [y en español en 1957].

Casi cualquiera que se interese seriamente en la libertad, se siente alterado en contra de los comunistas. Sin embargo, no es tan sólo ante los comunistas, también lo son los socialistas, quienes en forma más sutil están bloqueando los esfuerzos del mundo libre para que recupere su estabilidad y su, alguna vez, firme resistencia a la tiranía. En Italia, al votar junto con los comunistas, destituyeron al gobierno fuerte e inteligente de De Gasperi y están manteniendo débiles a sus sucesores, gracias a la amenaza de una acción similar. En Francia, al rehusarse a una colaboración cordial con los partidos “capitalistas”, han hecho imposible formar del todo algún gobierno estable, justamente produciendo ese caos que los comunistas desean. En Alemania, después de haber tratado el máximo de expulsar a Adenauer y a su brillante ministro de economía, Ludwig Erhard, quien logró casi sólo “el milagro de la recuperación de Alemania”, están, al momento en esto es escrito [primera mitad de la década de 1950], oponiéndose a su plan de rearmamento, el cual ofrece la única esperanza de una resistencia efectiva de Europa Occidental ante una invasión del ejército comunista. En Inglaterra hicieron imposible una recuperación como aquella de Alemania; su gobierno reconoció a la China Comunista y está promoviendo el aherrojamiento de los comunistas para siempre de la posesión de la masa terrestre impregnable, o fortaleza planetaria, de Eurasia. En Noruega han producido la imitación más cercana de un estado totalitario, que se pueda encontrar a este lado de la cortina de hierro.

En los Estados Unidos parece que estamos lejos de eso, pero, es tan sólo porque los socialistas, en grandes números, han abandonado la etiqueta del partido, adoptando la política Fabiana de infiltrarse en otros grupos. Norman Thomas se ha retirado de ser el ejecutivo del partido y yo no funciona más como líder político. Maynard Krueger, en una ocasión candidato a la vice-presidencia de los Estados Unidos bajo la papeleta socialista, renunció al partido, explicando que lo hizo así, no porque sus creencias hayan cambiado, sino porque él pensó que los socialistas estadounidenses devotos deberían de asociarse con “la coalición estatista-sindical adentro y apenas afuera del partido demócrata.” Esta coalición liberal-laboral [Nota del traductor: Liberal en los Estados Unidos se asocia con el estatismo y el intervencionismo, al contrario del liberalismo clásico] ya ha transformado al partido demócrata, de ser un órgano de resistencia Jeffersoniana al poder centralizado, a convertirse en el reconocido promotor de un control estatal creciente. Jugó un papel principal en los disparates de Yalta, Teherán, Postdam y en la Historia de China, lo cual les otorgó casi la mitad del mundo a los comunistas.

Así, en los Estados Unidos, al igual que en todas partes, ese es el ideal socialista, tan cierto como la implementación comunista de él, el cual está trabajando en contra de la libertad. La noción de Lenin mantenido por pensadores estadounidenses, de que un grupo de fanáticos que se llaman a sí mismos la vanguardia de la clase trabajadora, después de apoderarse del poder y de “aplastar al estado burgués”, pudiera establecer una dictadura del proletariado -o de cualquier dictadura, siempre que sea la propia- ha crecido hasta convertirse en una ridiculez. Y la creencia de que tal dictadura, habiéndose encargado de la economía de un país, pudiera conducir por el camino hacia una sociedad sin clases, en donde todos los hombres serían libres e iguales, se está haciendo difícil de mantenerla e incluso de recordarla. Cuando se la recuerda, se ve tal como lo es ─un peligroso cuento de hadas.

Pero, aun nos vemos hechizados por este otro cuento de hadas: el que un grupo grande de reformistas de mentalidad estatista, sin pretender ser una clase, sin apoderarse del poder, sino deslizándose sigilosamente, no aplastando al estado, sino inclinándolo hacia la voluntad de aquellos, puede hacerse cargo de la economía y de aproximar una sociedad libre e igual. Esta segunda noción es, en realidad, más utópica que la primera. Al menos el esquema bolchevique señaló una fuerza social la cual se encargaría de llevar a cabo el proceso. Parecía científico decir que la clase trabajadora, una vez que el orden existente fuera aplastado, conduciría a la economía sin pagar tributo al capital y que, de tal manera, resultaría una sociedad sin clases, a partir de los instintos naturales del hombre. La creencia de que tal milenio podía ser obtenido mediante “alguna combinación de abogados, administradores de negocios y directores laborales, políticos e intelectuales”, es difícil que sea tomada con seriedad. Y, aun así, al evaporarse el sueño de esperanza seudo-científica de Lenin, esta fantasía más pura y perfecta tiende a tomar su lugar.

La frase que acabo de citar viene de un ensayo aportado por Arthur M. Schlesinger, hijo, para un simposio acerca de “El Futuro del Socialismo,” en el Partisan Review de mayo-junio de 1947. En ese ensayo, el señor Schlesinger definió al socialismo en los términos ortodoxos de “propiedad del estado de todos los medios de producción de importancia,” y lo declaró “bastante practicable… como una proposición a largo plazo.” Antes y a partir de ello, ha dicho cosas en contrario, y parece que estas palabras no expresaron una opinión clara y firmemente sostenida. [1] Pero, esa opinión ilustra mejor el peligro al que me he referido.

Porque no es a los totalmente seguros creyentes de antaño en la teoría marxista, a quienes tenemos que escuchar en los Estados Unidos. Esos veteranos, aunque se llaman a sí mismos demócratas, todavía usan palabras bonitas acerca de la doctrina marxista, de un progreso provocado por un crecimiento de la división de clases. Realmente, no me parece que aún crean en eso; en el estado actual de las relaciones de clases en este país, tal creencia requeriría de proezas de gimnasia mental, para las cuales incluso Marx no los preparó. No obstante, en los Estados Unidos, su adhesión formal a ello y al resto de la mística marxista, les aísla. Su cuento de hadas no es lo suficientemente plausible como para convertirse en un peligro. Son los socializadores burocráticos -si es que puedo diseñar un nombre para los campeones de una revolución de abogados-administradores-políticos-intelectuales- los que constituyen una amenaza verdadera y sutil para la democracia estadounidense. Es su sueño lo que se está convirtiendo en el foco de atención, al tiempo que aquél de Lenin se va apagando.

El supuesto común a estos dos sueños es que la sociedad puede ser hecha más libre y más igual e, incidentalmente, más ordenada y próspera, mediante un aparato estatal que se hace cargo de la economía y que la maneja de acuerdo con un plan. Y este supuesto, aunque plausiblemente seductor, resulta no ser cierto. Un aparato estatal que planifica y maneja los negocios de un país, debe poseer la autoridad de un ejecutivo de negocios. Y esa es la autoridad de decirles a todos aquellos que están activos en los negocios, adónde es que se deben dirigir y qué hacer y, si es que ellos se insubordinan, los despiden. Tendrá que ser un aparato estatal autoritario. Podría no querer serlo, pero la economía colapsaría si no lo es así.

Tanto como eso fue previsto por muchos sabios de mentes frías, durante los aproximadamente cien años desde que la idea de una economía “socializada” fue traída a colación. Pero, el mundo era joven y a los jóvenes no se les puede obligar a hacer las cosas –ellos, con su experiencia, tendrán que aprenderlas. (Yo estaba entre aquellos menos dispuestos a que se nos ordenara.) A pesar de ello, la experiencia verdadera con las economías controladas por el estado, surgiendo una tras otra durante los últimos treinta y cinco años, debería de ser suficiente, pienso yo, para darse cuenta de ese simple hecho, incluso hasta para el más eufórico. Es un hecho que difícilmente usted puede dejar de notar, si usted observa la operación de cualquier fábrica grande o de un banco o de una tienda de departamentos o de cualquier lugar en donde se llevan a cabo negocios, en donde mucha gente está trabajando. Tiene que haber un jefe y su autoridad dentro de la empresa tiene que ser reconocida y, cuando no es reconocida, ser impuesta.

Es más, si los negocios son vastos y complejos, su autoridad tiene que ser continua. Usted no puede hacer que se levante de la silla a cada rato, que deshaga sus planes y meter a alguien con una idea diferente acerca de lo que debería de ser hecho o de cómo debería de hacerse. El propio concepto de un plan implica continuidad del control. Así, la idea de que una elección periódica del jefe y del personal administrativo es consistente con una economía nacional planificada, carece tanto de lógica como de imaginación –se requiere tan sólo que usted defina la palabra “plan” o que presente un plan para su imaginación. La cuestión es concebible tan sólo en una pequeña empresa, pero, ¿adónde estaría usted, si la producción y distribución de la riqueza entera de la nación fuera un negocio único? Aun suponiendo que las elecciones puedan ser genuinas, cuando aquellos que están a cargo controlan todos los empleos en el país. Suponga que son genuinas –usted también podría hacer explotar una bomba bajo la economía, al igual que llevar a cabo una elección.

Las elecciones falsas en los países totalitarios, las papeletas de sólo un partido y la lista única de candidatos, no son simples trucos de un dictador cínico –son intrínsecos a una economía planificada por el estado. Ya sea falsas elecciones o que no las haya del todo –eso es lo que significará un socialismo absoluto, no importa quien lo introduzca- tercos bolcheviques, tontos social demócratas o estatistas amables. Incluso ahora, con un gobierno que maneja sólo una tercera parte de nuestro ingreso nacional, se requirió del candidato más popular desde George Washington [Nota del traductor: Se refiere al republicano Dwight D. Eisenhower], para derrotar al partido en el poder. Aún él no pudo ganar un Congreso que es completamente de la oposición. ¿Cómo podría usted quitar a una administración, cuando cada una de las empresas y cada sueldo y salario en el país está bajo su control directo? No sólo el interés propio privado lo prevendría, y esa sería una fuerza como la gravedad, sino que también lo haría ─ ¡el patriotismo! Nosotros decimos: “No cambiar de caballo en medio del río.” Pero, todo el tiempo estaríamos a mitad de la corriente con toda forma de vida en la nación, al depender de un plan insatisfecho en manos de aquellos a cargo. “No hagan olas” sería el eslogan eterno, el punto esencial de la moral política. Que estos fundamentos morales tendrían que ser impuestos por el derecho penal, es algo tan cierto como que la raza humana se refiere al hombre.



[1] El pasaje completo acerca de cómo esta “proposición a largo plazo” puede ser lograda, se lee tal como sigue:

“Su avance gradual bien puede preservar el orden y la ley, mantener suficientes controles internos y discontinuidades para garantizar una dosis de libertad y desarrollar formas nuevas y verdaderas para la expresión de la democracia. Los agentes activos para llevar a cabo la transición probablemente serán, no la clase trabajadora, sino alguna combinación de abogados, administradores de negocios y directores laborales, políticos e intelectuales, en la forma como lo fue durante la primera parte del Nuevo Trato [Nota del traductor: el New Deal bajo el presidente Franklin D. Roosevelt] o del gobierno laborista en Gran Bretaña.”

El señor Schlesinger estaba muy salvajemente furioso conmigo, por citar este pasaje correctamente cuando el ensayo presente fue publicado en el New Leader (junio de 1952). Él pensó que yo debería haber sabido que él no dio a entender lo que él dijo: “A propósito de armonizar con los objetivos del simposio,” explicó, “escogí escribir como si ‘socialismo democrático’ y ‘economía mixta’ fueran lo mismo. Cometí un error al así hacerlo, tal como lo sugiere la confusión del señor Eastman… Estoy cansado de Max Eastman y su convicción actual de que la libertad reside en la inmunidad de los negocios privados del control gubernamental. Desearía que él creciera…”

Mi “confusión” consistió en no haber leído el libro del señor Schlesinger, The Age of Jackson (1945), en donde él “explícitamente rechazó la teoría del socialismo,” ni tampoco The Vital Center (1949), en el cual él “explicó extensamente su rechazo del socialismo.”
Fui, en efecto, culpable de esta confusión, pero ahora tengo claro en mi cabeza que fue tan sólo durante un interludio en 1947 -un interludio extraño, debe decirlo- en que el señor Schlesinger apareció explícitamente en favor de “la propiedad del estado de todos los medios de producción de importancia,” dando a entender de este modo a una “economía mixta.”



Max Forrester Eastman (4 de enero de 1883─25 de marzo de 1969) fue un escritor estadounidense acerca de la literatura, la filosofía y la sociedad; un poeta y un prominente activista político. Él apoyó al socialismo temprano en su carrera, no obstante, Eastman cambió sus puntos de vista, convirtiéndose en un fuerte crítico del socialismo y del comunismo, después de sus experiencias durante una estadía de casi dos años en la Unión Soviética en los años de la década de 1920, así como por estudios realizados posteriormente.