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Jorge Corrales Quesada
05/09/2017, 11:30
En Facebook se ha estado dando un interesante intercambio de opiniones en torno a la idea del valor en economía, en donde notoriamente han participado don Orlando Castro Quesada y don Juan Félix Montero Aguilar. Especialmente estoy en pleno desacuerdo con las consideraciones que hace don Juan Félix acerca de la teoría del valor, por lo cual, a fin de ayudarle a desentrañar su maraña y para que los amigos de Facebook se den cuenta de la importancia del tema, les traduzco este interesante artículo del economista Max Borders, en donde explica muy bien la teoría subjetiva del valor en contraste con teorías objetivas, como por ejemplo la de Marx y el señor Montero.

LA IMPLACABLE SUBJETIVIDAD DEL VALOR

Por Max Borders
The Concise Library or Economics and Liberty
30 de mayo del 2010



Jack Sprat no podía comer grasa
Su esposa no podía comer magro
Así que entre ellos, pueden ver,
Se chuparon los platos, dejándolos limpios





Tiempo. Contexto. Perspectiva. Todos son aspectos de la forma en que nosotros valuamos algo –o mejor, de la forma en que algún individuo valora algo. El valor es subjetivo; nuestras perspectivas son hacia el interior, íntimas e individualizadas. Cuando olvidamos eso, abrimos las puertas a tropiezos teóricos que pisotean no sólo nuestras propias teorías económicas, sino también a nuestra libertad. Por ejemplo, cuando suplantamos con matemática macroeconómica a la inmediatez tecnicolor de nuestras perspectivas, podemos lograr hacer un fetiche de los agregados. Para estar seguros, pensar en términos de agregados es a menudo útil. En el mundo complejo en que vivimos, los atajos son necesarios. Sin embargo, descansar mucho en este tipo de economía, puede ocasionar que terminemos botando al bebé proverbial, junto con el agua de la bañera.

El fracaso de apreciar plenamente la subjetividad ha plagado a la economía desde el siglo XVIII hasta el XXI. Algunas veces, el fracaso ocurre en descuidad la metodología; en otras ocasiones, ocurre por nuestro deseo de operar dentro del marco de supuestos de alguien más. Cualquiera que sea, los problemas y posibilidades de valoración subjetiva se pierden en la traslación. Y eso es peligroso, por las razones que exploraremos.

Hace unos años, estaba viviendo en un complejo de apartamentos que tenía una lavandería operada con monedas. Un día, cuando para secar la ropa coloqué las monedas de veinticinco centavos, me di cuenta de que me faltaban $0.25. Estaba apurado. No podía usar mis buzos para ir a cenar. Necesitaba pantalones limpios y secos. Afortunadamente, un hombre, con una canasta llena de ropa blanca y una bolsa de Ziploc, tintineando con monedas de veinticinco, entró al cuarto de lavado. Busqué un billete de un dólar en mi bolsillo.

“Perdóneme, señor,” le dije. “¿Aceptaría que le diera un dólar a cambio de una de esas monedas de veinticinco centavos?” Sonrió. “Claro, no hay problema.” En ese momento, en ese contexto, desde mi perspectiva, su moneda de veinticinco centavos, al menos para mí, valía un dólar. Esa tarde usé pantalones limpios y secos. ¿Podía haber hecho escogido mejor? Y, si fuera así, ¿de acuerdo con las luces y guías de quién? Ciertamente no las mías.

El punto de la historia es que el valor no es algo inherente a las cosas. Podrían ser medidas objetivas aproximadas del valor -como el valor de mercado- pero éstas dependen fundamentalmente de la subjetividad de los individuos que hacen las escogencias. En otras palabras, los precios de las cosas resultan de las valoraciones subjetivas de la gente cuando hace elecciones. De qué otra manera podría uno dar cuenta del hecho de que, recientemente, un iPad, cuyo precio de venta al menudeo es de alrededor de $500, se vendiera por $5.000. [1] Esto significa que toda la economía se origina (o termina en) algo sentimental: los estados privados de la mente.

LA TEORÍA DEL VALOR TRABAJO

El fracaso clásico de no considerar el valor subjetivo viene de Karl Marx (y de David Ricardo). El comunismo, dicen algunos, no era bueno en la práctica. Tampoco era bueno en teoría. Una vez que sacamos del tejido marxista al hilo de la valoración objetiva, éste se desintegra.

La Teoría del Valor Trabajo [2] dice algo como esto: Un trabajador de una fábrica utiliza $50 en materiales y capital para producir una tanda de camisas impresas con una foto del Ché Guevara. Transportar ese lote cuesta $10. El trabajador dura dos horas produciendo una tanda, la cual se vende en $100 a estudiantes universitarios. De acuerdo con la Teoría del Valor Trabajo, el trabajo del obrero incrementa el valor del producto. El trabajador combina los materiales, el capital, etc., para hacer que el valor del lote pase de $60 a $100. Así, bajo el marxismo, el trabajador tiene derecho a reclamar $40 –esto es, derecho al fruto “pleno” de su trabajo. ¡Esos serían $20 por hora! Si el dueño de la fábrica le paga al trabajador “solamente” $10 por cada hora, entonces, el dueño le estaría quitando al trabajador $10 por hora –injustamente. ¿Por qué? Porque el dueño no ha hecho nada por crear los $10 por hora que toma como “plusvalía.” Simplemente controla los medios de producción –gracias a las instituciones del estado burgués. De acuerdo con Marx, así es como los trabajadores son “explotados.”

Sin tomar en cuenta el capital en conocimiento que tienen los dueños, al riesgo personal y a una gratificación pospuesta, resulta que el valor del lote está supeditado no del todo al trabajo, sino a las preferencias de los estudiantes universitarios. La fábrica podía haber gastado exactamente la misma cantidad de trabajo, tiempo y materiales, etcétera, en la producción de una tanda de camisas David Hasselhoff. Aún si ninguna de estas camisas se logra vender, la teoría de Marx parecería fijar el valor de la camisa. Pero, eso es absurdo. Una camisa puede ser valiosa para una persona, pero no para otra. Dos camisas con el mismo “valor trabajo” pueden venderse una en $2 y otra en $20, respectivamente. (El precio pagado es un indicador a posteriori [ex post] de preferencias que se esperaban [ex ante]). Si la moda del Ché es algo que dos años después ha pasado de estilo, no sólo el dueño de la fábrica tendrá que rediseñarla, sino que también tendrá que competir dentro de un sistema dinámico, en donde el valor de mercado es determinado por millones de individuos con diversas preferencias. La utilidad, lejos de ser unan “plusvalía”, es, todo lo demás constante [ceteris paribus], un indicador de que los recursos están siendo usados eficientemente para satisfacer deseos. Por supuesto, el valor del trabajo de un obrero es también subjetivo. Significa que tales valores son determinados por las preferencias únicas de la gente, en un eco-sistema inter-subjetivo que Marx fracasó en apreciar.

Muchos apologetas del marxismo citan argumentos epicíclicos [nota del traductor. Epiciclo es un círculo sobre un circulo; tal vez se puede traducir como argumentos circulares, uno tras otro] provenientes de El Capital, en donde Marx defiende el error de su teoría del trabajo, basado en un trabajo abstracto “socialmente necesario.”

“Sin embargo, el trabajo que genera la sustancia de los valores es trabajo humano indiferenciado, gasto de la misma fuerza humana de trabajo. El conjunto de la fuerza de trabajo de la sociedad, representado en los valores del mundo de las mercancías, hace las veces aquí de una y la misma fuerza humana de trabajo, por más que se componga de innumerables fuerzas de trabajo individuales. Cada una de esas fuerzas de trabajo individuales es la misma fuerza de trabajo humana que las demás, en cuanto posee el carácter de fuerza de trabajo social media y opera como tal fuerza de trabajo social media, es decir, en cuanto, en la producción de una mercancía, sólo utiliza el tiempo de trabajo promedio necesario, o tiempo de trabajo socialmente necesario. El tiempo de trabajo socialmente necesario es el requerido para producir un valor de uso cualquiera, en las condiciones normales de producción vigentes en una sociedad y con el grado social medio de destreza e intensidad de trabajo.” [3]

Ayudaría si los disparates de Marx nos brindaran más luz. Pero no lo hace. No existe ni la vista de un Dios ni un promedio abstracto que rescaten a la teoría del valor trabajo, ya sea de su extraño compromiso metafísico del valor intrínseco o de lo ilógico de su circularidad. La conclusión aquí es: No existe tal cosa como el valor sin un evaluador. Y ninguna cantidad de disparates puede cambiar eso.

Usted puede estar pensando: Además de ese desvío filosófico, eso simplemente es economía básica. Me parece bien. Pero, hay ejemplos que son menos confiables en la economía contemporánea.

ARQUITECTOS Y PLANIFICADORES QUE ESCOGEN

Ciertos economistas utilizan un estándar objetivo, tanto de lo bueno como de la racionalidad, cuando están haciendo economía. Consideren la idea básica de The Nudge [El Empujón] de Richard Thaler [economista especializado en finanzas y en teoría del comportamiento] y Cass Sunstein [abogado especializado en derecho constitucional de los Estados Unidos]. La idea de ellos es que existe un punto medio razonable entre simplemente maximizar las escogencias y prohibir del todo las malas elecciones. La gente debería ser libre para escoger, por así decirlo, pero sólo dentro de una “arquitectura de la escogencia” más racional, planificada por élites más sabias. Al final de cuentas, ellos serán ‘empujados a codazos’ para que hagan mejores escogencias. Thaler y Sunstein escriben:

“El aspecto paternalista radica en la afirmación de que es legítimo que los arquitectos de la elección traten de influenciar el comportamiento de la gente, para lograr que sus vidas sean más largas, más saludables y mejores. En otras palabras, argumentamos en favor de esfuerzos auto-conscientes por parte de instituciones en el sector privado y también por el gobierno, para guiar las decisiones de la gente hacia direcciones que mejoren sus vidas. [4]

Los autores continúan diciendo que, si la gente prestara más atención, si fueran más inteligentes y si tuvieran información completa, por sí mismos tomarían mejores decisiones. Sin embargo, la mayor parte de gente yace en un continuo [continuum. Nota del traductor. Continuo: Dicho de una magnitud: que toma valores que no están separados unos de otros] –en un extremo, con todos los reyes filósofos que lo saben todo y, en el otro, el demente.

Hay muchos problemas con esta manera de pensar, pero hay un asunto significativo que yace en su raíz. ¿Con base en qué estándar podemos determinar cuándo una escogencia dada es “mejor”? Es algo así como si Thaler y Sunstein estuvieran en posesión de la Vara de Dios para Medir al Valor Objetivo. Pero no la tienen. Ni existen arquitectos de decisiones en Washington. Para ser justo, tal vez podríamos encontrar alguien que reformule “al empujón” en términos del valor subjetivo. En otras palabras, qué tal si el criterio fuera algo como esto: ‘La gente deberá ser empujada cuando, por sí mismos, claramente escogerían X, dado un mejoramiento de la habilidad cognitiva, atención e información’. El problema es que no podemos saber el contra factual [Nota del traductor: acontecimiento o situación que no ha sucedido en el universo actualmente observable por la investigación humana, pero que podría haber ocurrido], y mucho menos contra factuales subjetivos.

Hay más, quienes empujan usualmente lo que hacen es establecer arquitecturas para elegir de los agregados, no para los individuos. Es decir, están fijando políticas. De manera que no es exactamente algo así como ofrecer pagarle a su hijo de 15 años, para que no se haga un tatuaje con el nombre de su novia en su trasero. Las consideraciones de haría, debería, podría, siempre diferirán entre una persona y la que le sigue, en diferentes momentos y en diferentes contextos. La política gubernamental casi nunca hace un buen trabajo de abordar circunstancias particulares. El gobierno tampoco desentraña cuál es el punto en el cual una persona posee habilidad cognitiva o información –dimensiones que son facetas de la valoración subjetiva. Peor aún, quienes dan los empujones rara vez son más listos, están más atentos o mejor informados que el resto de nosotros. Pueden serlo. Pero no la mayoría de las veces; aún el anticuado buen consejo requiere de un conocimiento local, al cual los burócratas simplemente no suelen estar al tanto –aun en caso de que los valores fueran objetivos. Antes que mejorar nuestras vidas, las escogencias que los arquitectos sueñan en sus rotondas de mármol, terminan en perversos callejones sin salida. ¿Acaso no fueron empujados los estadounidenses para que se hicieran propietarios de viviendas vía las leyes impositivas y con estándares pobres de cumplimiento para las hipotecas? ¿Cómo nos está yendo con eso?

Generalmente, cuando queremos el consejo de expertos, lo buscamos y pagamos por él. Pero, todo este empuje a codazos utópico equivale a privilegiar, no importa que tan ligeramente, un conjunto de valores sobre otro –todo por la vía del aparato coercitivo del estado. Sin embargo, de cualquier manera como se le mire, no existe tal conjunto independiente de “mejores” escogencias. A lo más que uno puede aspirar es a un acuerdo inter-subjetivo –esto es, gente con preferencias similares o que se superpongan. Este punto es tanto teórico como práctico. Las preferencias subjetivas se disfrazan como un bien objetivo, sólo porque la gente en el gobierno y la academia han formado un “club”. Alegatos en pro del valor objetivo, descartan las perspectivas, circunstancias locales y umbrales de riesgo, que son únicos en cada uno de nosotros.

Consideren a Waits y a Weil. Waits es un músico que ha vivido gran parte de sus 61 años en whiskey, mujeres fáciles y cigarrillos. Weil es un médico holístico de 67 años, quien se la pasa con comida orgánica y yoga. Cada uno, desde su propia perspectiva, conduce una vida que es, más o menos, el tipo de vida que quiere. Ambas pueden ser logradas. De hecho, sin ser ellos, ¿cómo podemos decir algo? Waits canta agridulcemente acerca de su vida ‘malgastada’. Weil escribe, en libros de auto-ayuda, acerca de cómo vivir sano. Nosotros podemos observar su comportamiento o pedirles que se hagan una resonancia magnética. De otra forma, tenemos que confiar en el reporte de cada uno de los hombres, para determinar si ellos están bien o no o si están satisfechos. Cuando el gobierno abraza alguna idea acerca de cómo debe vivir la gente (valor), el instinto puede ser poner un impuesto a Waits y subsidiar a Weil. Pero, ¿por qué?

Irónicamente, el gobierno, algunas veces inadvertidamente, nos da cosas para empujarnos hacia estilos de vida insanos. Recuerdan la pirámide alimenticia de los ochentas y los noventas, de la cual la mayoría de los investigadores piensan ahora que recomendaron demasiadas porciones de carbohidratos para una salud y nutrición óptimas. [5] Por supuesto, a alguna gente le gusta una alimentación menos sana. De manera que, cualquiera que fueran las recomendaciones, mucha gente querrá consumir alimentos menos sanos y estarán dispuestos a aceptar el riesgo que aquellos involucran.

Dar empujones asume un estándar universal de bienestar que simplemente no puede existir. Por ejemplo, ¿es realmente grandioso vivir más años? Si dejara el whiskey escocés y la tocineta me permitirían ampliar mi esperanza de vida de 88 a 90, ¿para mí, vale eso la pena? ¿Cualquier cantidad de información poseída por los muchachos del Departamento de Salud y Servicios Humanos del gobierno de los Estados Unidos, hará que yo vea la luz? Lo dudo. Yo valoro mi traguito al acostarme, más que lo que valoro pasar tres años más en el asilo de ancianos Shady Oaks. Y no quiero oír eso de “me agradecerás cuando tengas 90” porque, a) no tengo 90 y b) bien puedo disfrutar o no la vida de incontinencia en Shady Oaks. Llámeme irracional, pero, si lo hace, simplemente usted está imponiendo sus preferencias por encima de las mías. El factor tiempo, el contexto y la perspectiva cuentan mucho. Por supuesto, nada de esto pretende argüir que sus preferencias o las mías pueden ser cambiadas ya sea por medio de codazos o de un consejo inteligente. El punto es que diseñar escogencias (hacer una arquitectura de elecciones) significa arreglar fraudulentamente los incentivos en favor de las preferencias de algún otro, sin ningún estándar de valor objetivo.

Esa es la razón de por qué, cuando se trata de instituciones, es hora de que abandonemos las utopías de moda, que buscan que la gente sea sana, más rica o que viva más. Esos pueden no ser sus valores o los míos. Deberíamos reemplazar esas formas de economía-con-hechura de políticas, por una que analiza juegos de reglas diseñadas para maximizar el pluralismo. Tal como James Buchanan lo escribió recientemente:

“¿Cómo es que funcionan los mercados? Por sí sola, ésta es una pregunta inapropiada y que no se puede responder. Debe ser reemplazada por la pregunta: ¿Cómo funcionan los mercados bajo éste o aquél conjunto de restricciones constitucionales e institucionales? La experiencia científica de los economistas puede ser aplicada a los efectos previstos de conjuntos alternativos de restricciones. La pregunta relevante es, en vez de la anterior, ¿cómo puede, éste o aquél conjunto de restricciones, predecirse que operará, de manera que permita la generación de un orden que satisfaga cierto criterio de conveniencia? La diferencia entre las dos posiciones metodológicas puede parecer como algo menor, pero mucho esfuerzo mal aconsejado podría evitarse, si los economistas reconocieran los límites de su propia disciplina.” [6]

En resumen, la última posición de Buchanan puede permitirnos analizar qué conjunto de instituciones es más posible que acomode las concepciones plurales de lo bueno (en donde su “criterio de conveniencia” resiste que se importen objetivos como ‘longevidad’ o ingreso’).

UNA ECONOMÍA DEL BIENESTAR DE “MERCADO LIBRE”

Tal como sugerí arriba, dos son los problemas de una fidelidad acrítica a la economía del bienestar: a) se desliza hacia conversar acerca de agregados, lo cual simplemente ignora o asume la subjetividad del valor y b) descansa en cálculos de utilidad social que pueden dejar de lado al individuo, al igual que cualesquiera derechos que él pueda alegar. El análisis costo-beneficio de una política, por ejemplo, está bien y es bueno. A pesar de ello, el costo-beneficio tan sólo es un poco mejor que un cálculo hedonista Benthamita [7]. Ambos hacen vulnerable a la economía ante los empujadores, los hacedores de modelos y los planificadores. Los agregados, como aproximaciones -apropiadamente limitadas-, pueden ser útiles. A menudo me encuentro deseando ver que el desempleo descienda, que aumente el PIB o que haya diversas mejorías Paretianas. No obstante, ninguno de estos debería ser el fin o propósito filosófico de la formulación de política. Dicho de manera paradójica: El propósito es permitir el pluralismo de objetivos. El fetichismo del “bienestar social agregado” (cualquiera que sea eso) puede ser tan desacertado como el fetichismo del PIB. [8] “Que todos estemos mejor” es algo a lo cual tan sólo es posible aproximarse. De nuevo, tratar a la gente como abstracciones estadísticas o agentes modelados –sin referencia a preferencias, contextos o escogencias particulares- es necesario y útil. Sin embargo, puede hacerle una lobotomía a la gente. Y, muy a menudo, esta manera de pensar se desliza desde la subjetividad hacia una falsa objetividad. Una vez que usted le concede al estatista la existencia de un bien objetivo, usted debe discutir con él bajo sus términos.

Asimismo, los economistas de libre mercado se desvían hacia el territorio de la falsa objetividad. Por ejemplo, una forma de reformar al Seguro Social, dicen algunos de ellos, sería requerir que la gente tome “buenas” decisiones de largo plazo, tal como ahorrar para la pensión en el retiro; eso sí, permitiendo que estos fondos sean administrados privadamente, en vez de ser el congresista Ponzi. [Nota del traductor: irónicamente se usa el apellido del autor del llamado esquema Ponzi, que es una operación fraudulenta de inversión que implica el pago de intereses a los inversores de su propio dinero invertido o del dinero de nuevos inversores.]

El economista de la Institución Hoover, Edward Lazear, pregunta:

¿Qué es lo que hace el sistema actual? ¿Cuáles deberían ser los objetivos del sistema? ¿Las cuentas privadas lograrían más eficientemente la meta deseada? La respuesta es que el sistema actual lleva a cabo algunas funciones deseables, pero crea consecuencias no deseables. Las cuentas privadas logran las metas deseadas, pero elimina la mayoría de las consecuencias no deseadas.” [9]

¿Deseables para quién? Podría estarse refiriendo a números de encuestas, a la sabiduría popular o a las intuiciones de burócratas. No lo sé. Pero, probablemente, Lazear se considera a sí mismo como un economista de libre mercado.

Tales cambios incrementales de política pueden constituir una mejoría en comparación con el statu quo. Pero, aún deja en la periferia a consideraciones de valor subjetivo. Y eso es desafortunado. ¿Por qué? Porque cuando terminamos erigiendo becerros de oro, tales como longevidad o cochinitos de ahorros más grandes, existen costos de oportunidad. Podemos ya sea elevar los costos de la soberanía personal y subsidiar las preferencias de otros o podemos crear sistemas de incentivos en donde los individuos pueden aprender y mejorar a sus propias maneras. Si el gobierno me fuerza a poner un cierto porcentaje de mi cheque de salarios en una Cuenta Individual de Retiro, esos son recursos que no puedo usar para comprar una refrigeradora o empezar un negocio. [10]

En breve, las circunstancia de tiempo, contexto y perspectiva son como filamentos delgados, que conectan al actor económico con el mundo. Nos arriesgamos a destruir esos filamentos mediante demasiados agregados, abstracciones y modelos divorciados de la realidad. Y, cuando hacemos esas concesiones a un bien colectivo que no existe, podemos ganar el argumento, pero perder al individuo.

Ciertamente, insto a que devolvamos el concepto de valor subjetivo a un lugar central en la economía.

NOTAS AL PIE
[1 (http://www.econlib.org/library/Columns/y2010/Borderssubjectivity.html#note_1)] Will Park. IntoMobile.com "Ebay Shows Apple iPhones selling for $5000" (http://www.intomobile.com/2010/04/06/ebay-shows-apple-ipads-selling-for-5000.html), Abril 6, 2010.
[2] David L. Prychitko. Library of Economics and Liberty—The Concise Encyclopedia of Economics, 2nd ed. "Marxism" (http://www.econlib.org/library/Enc/Marxism.html)
[3] Karl Marx. Capital, Vol. I, Chapter One, par. I.I.14 "Commodities" (http://www.econlib.org/library/YPDBooks/Marx/mrxCpA1.html#I.I.14), originalmente publicado en 1867 como Das Kapital.
[4] Richard Thaler & Cass Sunstein. Nudge: Improving Decisions About Health, Wealth, and Happiness, p. 5. Yale University Press, 2008.
[5] Food and Drink Weekly, "USDA's food pyramid faces criticism" (http://findarticles.com/p/articles/mi_m0EUY/is_25_8/ai_88574768/), Junio 24, 2002.
[6] James M. Buchanan. Working paper for Perspectives in Moral Science, "Economists Have No Clothes" (http://www.rmm-journal.de/downloads/010_buchanan.pdf), 2009, p. 151-156.
[7] Max Borders. TCS Daily, "Happily Burying Bentham" (http://www.tcsdaily.com/Article.aspx?id=051906C), Mayo 19, 2006.
[8] David R. Henderson. Library of Economics and Liberty "GDP Fetishism" (http://www.econlib.org/library/Columns/y2010/HendersonGDP.html), Marzo 1, 2010.
[9] Edward Paul Lazear. Hoover Digest, "Private Accounts for Social Security?" (http://www.hoover.org/publications/digest/2931826.html) (2005 no. 2).
[10] La empresariedad puede involucrar umbrales subjetivos de riesgos que harían temblar a muchos de nosotros. Sin embargo, eso no hace que una clase de riesgo (contribuciones definidas) sea mejor que otro (empezar un negocio).


ACERCA DEL AUTOR

Max Borders es el editor ejecutivo de la Red Libre para Escoger [Free To Choose Network]. Anteriormente fue editor administrativo de Tech Central Station.