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Jorge Corrales Quesada
04/09/2017, 20:30
Como podrán leer luego, ésta no es mi traducción, sino de otra persona, del interesante artículo de un libro de Ludwig von Mises, quien junto con su esposa huyó de la Alemania nazi en 1940, al igual que como luego lo hicieron otros destacados liberales perseguidos por el totalitarismo.

EL CREDO NAZI DE VIOLENCIA

Por Ludwig von Mises
Fundación para la Educación Económica
Lunes 14 de agosto del 2017

NOTA: La versión traducida de esta parte del libro Gobierno Omnipotente de Ludwig con Mises, es de Pedro Elgobiar, para la edición electrónica ESPA PDF y aparece bajo el encabezado de “Crítica del nacionalismo alemán.”

Ninguna otra crítica del nacionalismo es necesaria fuera de la formulada con antelación por el liberalismo. Pero los planes del nacionalismo alemán deben ser considerados irrealizables aun al margen de toda referencia a la doctrina liberal. Es simplemente falso que los alemanes sean bastante fuertes para conquistar el mundo. Además, es falso que, si triunfaran, podrían disfrutar de la victoria.

Alemania montó una tremenda máquina militar mientras los otros países descuidaron estúpidamente la organización de sus defensas. A pesar de todo, aun contando con aliados, es demasiado débil para luchar contra el mundo. La arrogancia de los pangermanistas y de los nazis se fundaba en la vana esperanza de que podrían luchar aisladamente contra cada país enemigo en una serie de guerras victoriosas. No contemplaban la posibilidad de un frente unido de las naciones amenazadas.

Bismarck triunfó porque pudo guerrear primero contra Austria y después contra Francia, mientras el resto del mundo se mantuvo neutral. Pero era lo bastante sensato para comprender que eso se debió a un cúmulo de circunstancias extraordinariamente favorables. No esperaba que el destino favorecería siempre de la misma manera a su país, y confesaba francamente que la pesadilla de las coaliciones le quitaba el sueño. Los pangermanistas fueron menos cautelosos, y en 1914 fue una realidad la coalición que temía Bismarck. Lo mismo ha sucedido ahora.

Alemania no aprendió la lección de la Primera Guerra Mundial. Más adelante, en el capítulo que trata del papel del antisemitismo, veremos a qué treta recurrieron los nazis para disfrazar el significado de aquella lección.

Los nazis están convencidos de que acabarán por conquistar el mundo porque se han liberado de las cadenas de la moral y de los sentimientos humanitarios. Arguyen así: «Si vencemos, esta guerra será la última y estableceremos nuestra hegemonía para siempre. Porque exterminaremos a nuestros enemigos para que no pueda haber más guerras de revancha ni rebeliones. Pero si vencen los ingleses y los norteamericanos, nos concederán una paz soportable. Como se sienten atados por principios morales, mandamientos divinos y otras tonterías, nos impondrán un nuevo Versalles, quizá un poco mejor, quizá un poco peor, pero que de todos modos no será la exterminación sino un tratado que nos permitirá reanudar la lucha al cabo de cierto tiempo. Entonces volveremos a guerrear una y otra vez hasta lograr el fin que perseguimos: la radical exterminación de nuestros enemigos».

Supongamos, a fines de discusión, que los nazis vencen y que imponen al mundo lo que ellos llaman una paz alemana. ¿Podrá funcionar satisfactoriamente un Estado alemán en un mundo cuyo fundamento moral no es la mutua comprensión sino la opresión? Donde imperen los principios de violencia y tiranía habrá siempre grupos ansiosos de aprovecharse del yugo que oprime al resto del país. El resultado sería la guerra perpetua entre los propios alemanes. Los sojuzgados esclavos no alemanes se aprovecharían de los disturbios para liberarse y exterminar a sus amos. El código moral nazi apoyó los esfuerzos de Hitler para aplastar con las armas de sus pandillas toda oposición que sus planes encontraron en Alemania. Las «tropas de asalto» se enorgullecen de «batallas» libradas en cervecerías, salas de reunión y callejuelas retiradas y de asesinatos y de viles agresiones. Quien en el futuro se creyera lo bastante fuerte para ello recurriría a las mismas tácticas. El código nazi acaba en guerras interminables.

El hombre fuerte, dicen los nazis, no sólo tiene derecho a matar. Tiene derecho a usar el fraude, la mentira, la difamación y la falsificación como armas legítimas. Todos los medios que sirven a la nación alemana son buenos. Pero ¿quién debe decidir lo que es bueno para la nación alemana?

A esta pregunta el filósofo nazi contesta francamente: lo justo y lo noble son lo que a mis camaradas y a mí nos parece así, lo que al sano sentimiento del pueblo (dass gesunde Volksempfinden) le parece bueno, justo y equitativo. Pero ¿qué sentimientos son sanos y cuáles no? Sobre esto, dicen los nazis, no puede haber discusión entre auténticos alemanes. Pero ¿quién es el auténtico alemán? ¿Qué pensamientos y sentimientos son auténticamente alemanes y cuáles no lo son? ¿Qué ideas son alemanas: las de Lessing, Goethe y Schiller, o las de Hitler y Goebbels? ¿Era Kant, que deseaba la paz perpetua, auténticamente alemán? ¿O son Spengler, Rosenberg y Hitler, que dicen que el pacifismo es la más mezquina de las ideas, los auténticos alemanes? Hay disensión hasta en hombres a quienes ni siquiera los nazis niegan el calificativo de alemanes. Los nazis tratan de eludir ese dilema reconociendo que hay alemanes que desgraciadamente tienen ideas no alemanas. Pero si un alemán no siempre piensa y siente necesariamente como debe pensar un alemán, ¿quién debe decidir qué ideas son alemanas y qué ideas son no alemanas? Es evidente que los nazis se mueven en un círculo vicioso. Como también aborrecen la decisión no alemana por mayoría de votos, no se puede eludir la conclusión de que para ellos es alemán todo lo que entienden que es alemán quienes han triunfado en la guerra civil.

Ludwig von Mises (1881-1973) dio clases en Viena y Nueva York y sirvió como un consejero cercano de la Fundación para la Educación Económica. Se considera como el teórico principal de la Escuela Austriaca en el siglo XX.