PDA

Ver la Versión Completa : LAURA LAHAYE-EL MERCANTILISMO



Jorge Corrales Quesada
04/09/2017, 17:48
Como parte de diversos artículos que he traducido para ponerlos en Facebook, en el interés de que los amigos lectores valoren la importancia que tienen para la humanidad el libre comercio, la especialización internacional en lo que se denominan las ventajas comparativas y al comercio subsecuente, también lo hago porque es crucial conocer y valorar los argumentos usados en su contra. Ya lo he hecho anteriormente en torno al proteccionismo y ahora traduzco este comentario de la economista Laura LaHaye, titulado el mercantilismo, que explica la posición política-ideológica, que no sólo antecedió a la posición librecambista, sino que también sigue siendo fuente de inspiración para algunos que, inspirados en un nacionalismo equivocado, consideran que la vía para el crecimiento económico radica en el estado imponiéndose por encima de la libre voluntad de los individuos de intercambiar bienes y servicios.

EL MERCANTILISMO
Por Laura LaHaye
The Concise Encyclopedia of Economics
2008

El mercantilismo es nacionalismo económico con el objetivo de construir un estado rico y poderoso. Adam Smith acuñó el término “sistema mercantil” para describir al sistema de economía política que buscó enriquecer al país, restringiendo las importaciones y estimulando las exportaciones. El sistema dominó al pensamiento y las políticas económicas de la Europa Occidental, desde el siglo XVI hasta finales del siglo XVIII. El objetivo de estas políticas era, supuestamente, lograr una balanza comercial “favorable”, que trajera oro y plata al país y que, también, conservara el empleo doméstico. En contraste con el sistema agrícola de los fisiócratas o del laissez-faire del siglo XIX y principios del XX, el sistema mercantil servía a los intereses de mercaderes y productores, tales como la British East India Company, cuyas actividades eran promovidas o estimuladas por el estado.

La racionalización económica más importante, para el mercantilismo en el siglo XVI, fue la consolidación de los centros de poderes regionales de la era feudal, mediante naciones-estados grandes y competitivas. Otros factores contribuyentes fueron el establecimiento de colonias fuera de Europa; el crecimiento del comercio europeo y de la industria, en comparación con la agricultura; el incremento en el volumen y extensión del comercio y el aumento en el uso de sistemas monetarios metálicos, particularmente oro y plata, en relación con las transacciones basadas en el trueque.

Durante el período mercantilista, el conflicto militar entre naciones-estados era ambas cosas: más frecuente y más extenso que en cualquier otro momento de la historia. Los ejércitos y las armadas de los principales protagonistas ya no eran las fuerzas temporales creadas para enfrentar una amenaza u objetivo específico, sino que eran fuerzas profesionales de tiempo completo. El objetivo económico primario de cada uno de los gobiernos era tener control de una cantidad suficiente de dinero fuerte, para apoyar a cuerpos militares que disuadirían ataques de parte de otros países y que ayudarían a su propia expansión territorial.

La mayoría de las políticas mercantilistas eran fruto de la relación entre los gobiernos de las naciones-estados y las clases mercantiles. A cambio de pagar impuestos y cargas para apoyar a los ejércitos de las naciones-estados, las clases mercantiles inducían a que los gobiernos legalizaran políticas que protegerían sus intereses comerciales, en contra de la competencia externa.

Estas políticas asumieron diversas formas. Domésticamente, los gobiernos proveerían el capital para las nuevas industrias, eximirían a las nuevas empresas de las reglas de las guildas y de impuestos, establecerían monopolios sobre los mercados locales y coloniales y otorgarían títulos y pensiones a los productores exitosos. En cuanto a la política comercial, el gobierno ayudaría a la industria local, mediante la imposición de tarifas, cuotas y prohibiciones a la importación de bienes que competían con las manufacturas locales. También, los gobiernos prohibieron las exportaciones de herramientas y equipo de capital y la emigración de trabajo calificado, que permitirían a los países extranjeros e incluso a colonias del país nativo, competir en la producción de bienes manufacturados. Al mismo tiempo, los diplomáticos estimulaban a los manufactureros extranjeros, a moverse hacia los países propios de los diplomáticos.

El transporte marítimo fue particularmente importante durante el período mercantilista. Con el crecimiento de las colonias y del envío de oro desde el Nuevo Mundo a España y Portugal, el control de los océanos fue considerado como vital para el poder nacional. Debido a que los barcos podían ser usados para propósitos mercantiles, así como para propósitos militares, el gobierno de la época desarrolló poderosas marinas mercantes. En Francia, Jean-Baptiste Colbert, ministro de finanzas de Luis XIV entre 1661 y 1683, incrementó los impuestos cobrados en los puertos a barcos extranjeros que entraban a los puertos franceses y otorgó recompensas a los constructores franceses de barcos.

En Inglaterra, la Ley de Navegación de 1651 prohibió que navíos extranjeros se involucraran en el comercio en las costas inglesas y requirió que todos los bienes importados desde el continente europeo, fueran transportados ya fuera en un barco británico o en un navío registrado en el país de origen de los bienes. Finalmente, todo el comercio entre Inglaterra y sus colonias tenía que ser transportado ya fuera en barcos ingleses o de las colonias. La Ley de Alimentos Básicos de 1663 expandió la Ley de Navegación, al requerir que todas las exportaciones coloniales a Europa deberían ser desembarcadas a través de un puerto inglés, antes de ser reexportadas a Europa. Las políticas de navegación de Francia, Inglaterra y otros poderes iban dirigidas principalmente en contra de los holandeses, quienes eran los que dominaban la actividad mercante durante los siglos XVI y XVII.

Durante la era mercantilista, a menudo se sugirió, si no es que realmente se creyó en ello, que el beneficio principal del comercio internacional era la importación de oro y plata. De acuerdo con este punto de vita, los beneficios para una nación coincidían con los costos para otras naciones que exportaban el oro y la plata y que no había ganancias netas con el comercio, Para naciones que constantemente estaban al borde de la guerra, vaciarse entre sí de oro y plata valiosos se pensaba que era casi tan deseable como los beneficios directos del comercio.

Adam Smith, refutó la idea de que la riqueza de una nación era medida por el tamaño de su tesoro, en su famoso tratado La Riqueza de las Naciones, libro que se considera es el fundamento de la teoría económica moderna. Smith realizó un número importante de críticas a la doctrina mercantilista. En primer lugar, demostró que el comercio, cuando es libremente iniciado, beneficia a ambas partes. En segundo término, arguyó que la especialización en la producción permite economías de escala, lo cual mejora la eficiencia y el crecimiento. Finalmente, Smith postuló que la relación de colusión entre el gobierno y la industria era dañina para la población en general. Mientras que las políticas mercantilistas eran diseñadas para beneficiar al gobierno y a la clase comercial, las doctrinas de laissez faire o de mercados libres, la cuales se originaron con Adam Smith, interpretaron al bienestar económico en un sentido mucho más amplio, como para incluir a la población entera.

En tanto que la publicación de La Riqueza de las Naciones se considera generalmente como que lo que marca el final de la era mercantilista, las doctrinas de laissez-faire de una economía de libre mercado, también reflejan un desencanto general con las políticas imperialistas de las naciones-estados. Las Guerras Napoleónicas en Europa y la Guerra Revolucionaria en los Estados Unidos anunciaron el final del período de confrontación militar en Europa y de las políticas proteccionistas que lo apoyaban.

A pesar de que estas políticas y las guerras con las cuales eran asociadas, el período mercantilista fue de un crecimiento rápido generalizado, particularmente en Inglaterra. Esto en parte se debe a que los gobiernos no eran muy eficientes al poner en práctica las políticas que patrocinaban. Por ejemplo, mientras que el gobierno podía prohibir las importaciones, carecía de recursos para detener el contrabando que la prohibición generaba. En adición, la variedad de nuevos productos, que fueron creados durante la Revolución Industrial, dificultó la ejecución de las políticas industriales asociadas con la doctrina mercantilista.

Para 1860, Inglaterra había removido los últimos vestigios de la era mercantil. Se abolieron las regulaciones industriales, los monopolios y aranceles y fueron liberadas la emigración y las exportaciones de maquinaria. En gran parte, debido a las políticas de libre comercio, Inglaterra se convirtió en el poder dominante en Europa. El éxito de Inglaterra como centro de poder manufacturero y financiero, acoplado con los Estados Unidos como potencia agrícola emergente, condujo al resurgimiento de presiones proteccionistas en Europa y a la carrera armamentista entre Alemania, Francia e Inglaterra, que, en última instancia, concluyeron en la Primera Guerra Mundial.

El proteccionismo permaneció siendo importante en el período entreguerras. La Primera Guerra Mundial había destruido al sistema monetario internacional basado en el patrón oro. Después de la guerra, la manipulación de los tipos de cambio fue agregada a la lista de armas comerciales de los gobiernos. Un país podía, simultáneamente, reducir los precios internacionales de sus exportaciones e incrementar el precio doméstico de sus importaciones, mediante una devaluación de su moneda en contra de las monedas de sus socios comerciales. Esta “devaluación competitiva” fue practicada por muchos países durante la Gran Depresión de los años treintas y condujo a una aguda reducción del comercio internacional.

Una diversidad de factores condujo al resurgimiento de las políticas mercantilistas después de la Segunda Guerra Mundial. La Gran Depresión creó dudas acerca de la eficacia y estabilidad de las economías de libre mercado y un cuerpo emergente de pensamiento económico, que iba desde las políticas contra-cíclicas Keynesianas a los sistemas Marxistas de planificación centralizada, crearon un nuevo papel para los gobiernos en cuanto al control de los asuntos económicos. Adicionalmente, la asociación, durante la época de la guerra, entre el gobierno y la industria en los Estados Unidos dio lugar a una relación -el complejo militar-industrial, en palabras de Dwight D. Eisenhower- que también estimuló políticas activistas del gobierno. En Europa, la escasez de dólares después de la guerra indujo a los gobiernos, a fin de economizar en los recursos escasos de divisas, a restringir las importaciones y a negociar acuerdos comerciales bilaterales. Esas políticas limitaron severamente el comercio a lo interno de Europa e impidieron el proceso de recuperación de Europa en el período inmediato a la posguerra.

A pesar de ello, la fortaleza económica de los Estados Unidos brindó la estabilidad que permitió al mundo emerger del caos de la posguerra, en una nueva era de prosperidad y crecimiento. El Plan Marshall proveyó los recursos estadounidenses que permitieron sobrepasar la más aguda escasez de dólares. El acuerdo de Bretton Woods estableció un sistema nuevo de tasas de cambio relativamente estables, que estimularon el flujo de bienes y capitales. Finalmente, la firma en 1947 del GATT (siglas en inglés del Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio), marcó el reconocimiento oficial de la necesidad de establecer un orden internacional de libre comercio multilateral.

La era mercantilista ha pasado. Los economistas modernos aceptan la idea de Adam Smith, de que el comercio libre conduce a la especialización internacional del trabajo y, usualmente, a un bienestar económico mayor para todas las naciones. Sin embargo, algunas políticas mercantilistas subsisten. En efecto, el surgimiento del sentimiento proteccionista, que empezó con la crisis del petróleo a mediados de los años setenta y que se expandió con la recesión global de principios de los ochentas, han conducido a algunos economistas a llamar “neo-mercantilismo,” a la actitud moderna pro-exportación y anti-importación.

A partir del funcionamiento del GATT en 1948, las ocho rondas de negociaciones comerciales multilaterales han resultado en una liberalización significativa del comercio de bienes manufacturados, en la firma del Acuerdo General sobre Comercio de Servicios (GATS, siglas en inglés de General Agreement on Trade in Services) en 1994 y en el establecimiento de la Organización Mundial del Comercio (OMC), para hacer vigentes las reglas acordadas sobre el comercio internacional. Aun así, existen numerosas excepciones, dando lugar a acciones anti-dumping discriminatorias, aranceles compensatorios y medidas de salvaguardia en emergencias, cuando súbitamente las importaciones amenazan con perturbar o competir “injustamente” con la industria doméstica. El comercio agrícola permanece aún fuertemente protegido por cuotas, subsidios y aranceles y es un tópico clave en la agenda de la novena ronda de negociaciones (Doha). Y las leyes en torno al cabotaje, tales como la Ley Jones de los Estados Unidos, promulgada en 1920 y exitosamente defendida en contra de la reforma liberalizadora de los noventas, son la contraparte moderna de las Leyes sobre Navegación de Inglaterra. La Ley Jones requiere que todos los barcos que transportan carga entre puertos de los Estados Unidos, sean construidos, poseídos y documentados en ese país.

Las prácticas mercantilistas modernas surgen de la misma fuente que lo hicieron las políticas mercantilistas a través de los siglos XVI al XVIII. Grupos con poder político usan ese poder para asegurarse la intervención gubernamental que proteja sus intereses, a la vez que claman estar buscando beneficios para toda la nación. En su reciente interpretación del mercantilismo histórico, Robert B. Ekelund y Robert D. Tollison (1997), se enfocaron en las actividades de monarcas y mercaderes en busca de privilegios. Las regulaciones mercantiles protegieron las posiciones privilegiadas de monopolistas y de carteles, lo cual, a la vez, brindó ingresos al monarca o al estado. De acuerdo con esta interpretación, la razón por la cual Inglaterra fue tan próspera durante la era mercantilista, se debe a que el mercantilismo no fue bien ejecutado. El Parlamento y los jueces de derecho consuetudinario compitieron con la monarquía y las cortes reales por la participación que estos tendrían del monopolio y de las ganancias del cartel, creadas por las restricciones mercantilistas al comercio. Esto hizo que valiera menos la pena buscar y hacer cumplir las restricciones mercantilistas. En contraste, un mayor poder de las monarquías y la inseguridad con los derechos de propiedad en Francia y España, acompañaron a un menor crecimiento e incluso estancamiento durante ese período. Y las diversas leyes acerca del cabotaje pueden entenderse como una herramienta eficiente para vigilar a los carteles de comerciantes. Bajo este punto de vista, el establecimiento de la OMC tendrá un efecto liberalizador, en tanto tenga éxito en elevar los costos o en reducir los beneficios de aquellos que buscan obtener ganancias mercantilistas, por medio de restricciones al comercio.

De los falsos dogmas del mercantilismo que aún permanecen hoy en día, el más pernicioso es la idea de que las importaciones reducen el empleo doméstico. Los sindicatos han utilizado este argumento para justificar la protección ante importaciones originadas en países de bajos salarios y ha existido mucho debate político y en los medios acerca de las implicaciones para el empleo nacional, al mover al exterior los trabajos del sector de servicios. Muchos oponentes han alegado que, trasladar al exterior los empleos en servicios, pone en riesgo a los puestos en los Estados Unidos. Si bien amenaza a algunos de los empleos en los Estados Unidos, sin embargo, en el agregado no pone en riesgo a los trabajos, sino que simplemente ocasiona una reasignación de plazas entre industrias. Otra visión mercantilista que permanece aún hoy en día, es que un déficit en cuenta corriente es algo malo. Cuando un país tiene un déficit en cuenta corriente, o bien está pidiendo prestado al resto del mundo o le está vendiendo activos para financiar el gasto en importaciones, en exceso de sus ingresos por exportaciones. Sin embargo, aun cuando esto resulta en un aumento del endeudamiento externo neto y en los requisitos asociados con el servicio futuro de la deuda, promoverán la riqueza económica, si el gasto es para propósitos productivos, que dan lugar a un rendimiento mayor que el que se deja de obtener de los activos que se han intercambiado para financiar el gasto. Muchos países en desarrollo con altas tasas de rendimiento del capital, han tenido déficits de cuenta corriente durante períodos extremadamente largos, al tiempo que disfrutan de solvencia y de un crecimiento rápido. Los Estados Unidos fueron parte de ellos durante mucho del siglo XIX, pidiendo recursos a prestamistas ingleses para construir ferrocarriles. Es más, superávits persistentes pueden reflejar fundamentalmente la carencia de oportunidades de inversión doméstica o bien una demanda creciente de dinero en un país que se desarrolla rápidamente y no una acumulación “mercantilista” de reservas internacionales, a expensas de los socios comerciales.



[B]ACERCA DE LA AUTORA
Laura LaHaye es profesora adjunta del Instituto de Tecnología de Illinois. Fue académica visitante del 2004 al 2005 en la Universidad de Illinois en Chicago y profesora de economía allí entre 1981 a 1990. En 1981, fue economista investigadora con el Acuerdo General sobre Comercio y Tarifas (GATT).


LECTURAS ADICIONALES
Allen, William R. “Mercantilism.” En John Eatwell, Murray Milgate, & Peter Newman, eds., The New Palgrave: A Dictionary of Economics. Vol. 3. London: Macmillan, 1987. Pp. 445–448.
Ekelund, Robert B. Jr., & Robert D. Tollison. Politicized Economies: Monarchy, Monopoly and Mercantilism. College Station: Texas A&M University Press, 1997.
Heckscher, Eli. Mercantilism. 2 volúmenes. London: Allen and Unwin, 1934.
Magnusson, Lars. Mercantilism: The Shaping of an Economic Language. London: Routledge, 1994.
Salvatore, Dominick, ed. The New Protectionist Threat to World Welfare. New York: North-Holland, 1987.
Smith, Adam. The Wealth of Nations. Edición de Edwin Cannan. 1937. Disponible en línea en: http://www.econlib.org/library/Smith/smWN.html (http://www.econlib.org/library/Smith/smWN.html)
Viner, Jacob. Studies in the Theory of International Trade. New York: Harper and Brothers, 1937.