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Jorge Corrales Quesada
04/09/2017, 16:38
Esta es segunda primera parte de una serie de tres artículos de un conferencia brindada en Inglaterra, sitio de su trabajo, por el economista Kristian Niemietz, en donde desnuda el enorme engaño perpetrado por ciertos intelectuales que, al principio, denominan socialismo cuando se instaura ese sistema en ciertas naciones. Pero, luego, al derrumbarse, dicen que aquel sistema no era el VERDADERO, y que el VERDADERO aún no ha existido. El segundo trata el caso de la China SOCIALISTA bajo Mao-Tse-Tung y de la República Democrática Alemana (la RDA SOCIALISTA). Mañana, si Dios quiere, pondré el tercero y último de la serie.

“¡PERO ESO NO ERA EL SOCIALISMO VERDADERO!” (SEGUNDA PARTE: LA CHINA DE MAO Y LA RDA)

Kristian Niemietz
Institute for Economic Affairs
28 de julio del 2017

Entre el 3 y el 8 de julio del 2017, el Institute of Economic Affairs (IEA) y el Adam Smith Institute llevaron a cabo conjuntamente la Semana de la Libertad, una serie de seminarios dirigidos a estudiantes interesados en el liberalismo clásico, en el St. Catharine’s College, Cambridge. El Dr. Kristian Niemietz del IEA dio una charla acerca del atractivo actual del socialismo. El artículo a continuación, se basa en ella.

Continuación de la Parte 1

En la actualidad, mantener que los fracaso de la antigua Unión Soviética ante un auto-descrito socialista se considera un golpe bajo, no un argumento intelectualmente respetable. La Unión Soviética, se nos dice, nunca fue verdaderamente socialista y que esa es una ociosa falacia del hombre de paja. [Nota del traductor: falacia que se usa para “caricaturizar los argumentos o la posición del oponente, tergiversando sus palabras o cambiando su significado para facilitar un ataque lingüístico o dialéctico.”]

Ese argumento es una fabricación post hoc. En la década de 1930 y después, muchos prominentes intelectuales occidentales idolatraron a la Unión Soviética. Fue sólo cuando ese sistema había sido totalmente desacreditado en el Oeste, cuando de súbito los socialistas decidieron que el socialismo soviético no era el “verdadero” socialismo.

Pero, a partir de fines de los años cincuenta, otra utopía socialista tomó su lugar: la China de Mao. Durante el Gran Salto hacia Adelante y la Gran Revolución Cultural Proletaria, los intelectuales de Occidente viajaron a China en grandes números y la embarraron de lirismo.

Maria Macciocchi, una periodista italiana, y quien posteriormente fue miembro del Parlamento italiano y europarlamentaria, escribió:

“[U]n pueblo está marchando con un paso ligero y con fervor hacia el futuro. Esta gente puede ser la encarnación de la nueva civilización en el mundo. China ha dado un salto sin precedentes en la historia.”

Basil Davidson, un historiador británico, rebatió que el régimen tuviera un carácter autoritario. Él alegó que era

“autoritario tan sólo hacia una minoría –una minoría que no son trabajadores o campesinos. [...] el éxito de China está siendo logrado [...] por el esfuerzo voluntario e incluso entusiasta de la mayoría del pueblo.”

De acuerdo con Hewlett Johnson, quien llegaría a ser Decano de Canterbury,

“Todos los hombres -intelectuales, campesinos, mercaderes- contemplan a Mao como el símbolo de su liberación, el hombre quien [...] alivianó sus cargas. El campesino mira hacia la tierra que cultiva: el regalo de Mao. El obrero de la fábrica piensa en un salario de 100 libras de arroz en vez de 10: el regalo de Mao.”

Y Simone de Beauvoir, la famosa filósofa francesa, pensó que

“hoy la vida en China es excepcionalmente agradable. [...] Una abundancia de sueños afectuosos son autorizados por la idea de un país [...] en donde los generales y los estadistas son académicos y poetas.”

Urie Bronfenbrenner, un psicólogo desarrollista estadounidense, explicó que:

“Para mí, China parecía como una monarquía benigna manejado por un emperador sacerdote quien se ha ganado la devoción completa de sus súbditos. En resumen, una sociedad religiosa y altamente moralista.”

Eso cambió más o menos con la muerte de Mao. Los intelectuales de la corriente principal guardaron silencio acerca del tema y el maoísmo rápidamente se convirtió en una especie de chiste. Llegó a asociársele con un sectarismo extremo, con pequeños grupos divergiendo acerca de las diversas formas de disputas teóricas ínfimas. Eso lo ridiculiza famosamente la película de Monty Python, Life of Brian [La Vida de Brian], en la cual hay una conspiración del Frente del Pueblo Judío contra el Frente del Pueblo de Judea. En esa época había varias docenas de partidos maoístas y grupos en el Reino Unido. Era lo mismo en Alemania Occidental, en donde, en cierto momento, había tantos de esos grupos que eventualmente la prensa dejó de nombrarlos a cada uno de ellos individualmente y tan sólo empezó a referirse a ellos como “los grupos K” (lo de “K” por “comunista” en la ortografía alemana.)

Pero, es importante señalar en este punto que eso sucedió sólo porque, para ese momento, los intelectuales de la corriente principal ya se habían trasladado hacia otras causas. Si todos los intelectuales respetables se desplazan, entonces, por supuesto, a usted se le deja tan solo con los chiflados y los descabellados. Pero, hasta mediados de la década de los setenta, el maoísmo era una causa de la corriente principal. Muchos intelectuales occidentales estaban genuinamente convencidos de que Mao-Tse-Tung estaba construyendo una utopía socialista en China. Al igual que con la Unión Soviética unas pocas décadas antes, el maoísmo era el socialismo verdadero –hasta que ya no lo era.

La Unión Soviética y la China de Mao fueron los dos mayores experimentos socialistas, extensamente admirados en todo el mundo occidental, por un rato. Había también un par de nichos más, que nunca atrajeron gran interés, pero algunos de ellos tenían su porción justa de partidarios.

La República Democrática Alemana (RDA) fue uno de tales ejemplos. La RDA en realidad nunca atrajo peregrinaciones, a menos que usted quisiera incluir al viaje que Jeremy Corbyn hizo en motocicleta con Diane Abbott en la década de 1980. Pero, en especial en los primeros días, existieron comentaristas simpatizantes.

John Green, un periodista y productor de cine británico, quien por un tiempo estaba, creo, reporteando desde Berlín Oriental, dijo que

“Muchos de quienes habían ocupado posiciones importantes en la Alemania de Hitler encontraron pocas dificultades para deslizarse en posiciones similares en la nueva [República Federal] [...] En el Este eran aquellos quienes se resistieron al fascismo los que formaron el liderazgo.”

Una delegación del Sindicato de Electricistas visitó la RDA y reportó que

“la diferencia entre Alemania del Este y la del Oeste, es que [...] en la parte Oriental [...] el gobierno está constituido por aquellos que sufrieron bajo el nazismo. En la parte Occidental, el gobierno está compuesto por aquellos que en la realidad eran fascistas.”

En 1953, cuando los tanque soviéticos aplastaron un levantamiento contra el régimen, el representante en el Parlamento por Merthyr Tydfil, Stephen Davies, dijo que

“Nazis y agentes provocadores de la Zona Occidental de Berlín habían sido sobornados [...] para que se unieran y ayudaran a crear disturbios en la Zona Oriental.”

Esta última declaración también brinda una indicación acerca de cómo el socialismo se convierte en autoritario y cómo, quienes en ese entonces le apoyan, lo excusan. En la mentalidad socialista, en tanto que el experimento socialista sea considerado socialismo “verdadero,” no es posible que pudiera ser impopular y no podría ser posible que produjera malos resultados, tales como escaseces. Esas cosas no se supone que sucedan. De forma que, cuando suceden, debe existir alguna fuerza externa a la cual culpar de ello. Saboteadores. Acaparadores, Espías extranjeros. Nazis de Berlín Occidental. La CIA. El Mossad. No importa quién, pero el fracaso nunca es posible que se deba al experimento en sí.

Pero, en todo caso, al momento todo eso es historia antigua. Movámonos hacia el gran experimento socialista de nuestra época: Venezuela.

Continuará en la Parte 3.

El Dr. Kristian Niemietz se unió al Institute of Economic Affairs (IEA) en el 2008 como compañero en Investigación sobre Pobreza, convirtiéndose en su compañero sénior investigador en el 2013 y Gerente de Salud y Bienestar en el 2015. Kristian es también un Compañero de la Beca Age Endeavor. Estudio Economía en la Humboldt Universität en Berlín y en la Universidad de Salamanca, graduándose en el 2007 con un Diplom-Volkswirt (Máster en Ciencia de Economía). Durante sus estudios estuvo como interno en el Banco Central de Bolivia (2004), la Oficina Nacional de Estadísticas de Paraguay (2005) y en el IEA (2006). En el 2013 completó un PhD en Economía Política en King’s College de Londres. Kristian laboró previamente como compañero investigador en el Instituto para la Libre Empresa (IUF) basado en Berlín y en King’s College de Londres, en donde dio clases de Economía durante sus estudios de postgrado. Es contribuyente frecuente de varias revistas en el Reino Unido, Alemania y Suiza.