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Jorge Corrales Quesada
04/09/2017, 15:29
Creo que una abrumadora mayoría de la ciudadanía se ha dado cuenta del actual problema de la economía costarricense ante un elevado “déficit” del gobierno, que autoridades gubernamentales señalan como el problema como tal (además de promover mayores impuestos para llenar el huerco). Por ello, con cierta urgencia, pero ante todo por ser una excelente extensa explicación del economista John Tamny, al comentar un libro muy reciente de su colega, Richard Salsman, acerca de la naturaleza del “verdadero” problema, cual es el exceso de gasto gubernamental, fue que decidí traducir este artículo y pedir muy encarecidamente a los amigos de Facebook que lo lean con cuidado, pues les permitirá conocer el verdadero problema que enfrentamos.

EL PROBLEMA DEL DÉFICIT ES UN PROBLEMA DE GASTO

Por John Tamny
Fundación para la Educación Económica
Sábado 27 de mayo del 2017

Después del 2008, la economía de los Estados Unidos ha experimentado un estancamiento relativo. El refrán común de la izquierda decía que los déficits del presupuesto federal no eran lo suficientemente amplios. Basados en la creencia de que el gasto del gobierno es lo que levanta a las economías de las rutinas de crecimiento lento, Paul Krugman, Lawrence Summers y otros neo-Keynesianos, como forma para, presuntamente, estimular la economía pidieron que el gobierno federal se endeudara en más de lo que el Ministerio de Hacienda recogió.

¿A quién le importa que el gasto excesivo fracasara tan impresionantemente en los Estados Unidos allá en los años treinta y a quién le importa que los masivos incrementos de la deuda japonesa hayan fracasado en despertar a su economía de sus “décadas perdidas”? Los Keynesianos asociados principalmente con la izquierda de los Estados Unidos (también pueblan la derecha, pero la mayoría de quienes piensa de esa manera no lo admiten, o no lo saben) apuntan a déficits aumentados como fuente segura para nuestra salvación económica.

Esto es interesante, principalmente porque con la elección de Donald Trump en el 2016 en concierto con las promesas de grandes recortes impositivos, la misma izquierda que proclamó a los déficits como el camino a la recuperación, súbitamente alegó que aquello mantendría en baja a la economía. Esto ha de ser mencionado como recordatorio de que, antes que nada, los déficits presupuestarios y la deuda nacional son utilería política.

En cuanto a sus implicaciones económicas, los gobiernos tan sólo pueden gastar en el tanto en que ellos graven o piden prestado del sector privado. Punto. Como tal, y en un sentido muy realista, todo gasto gubernamental es un gasto deficitario; los déficits y la deuda nacional son un poco de distracción.
LO QUE IMPORTA ES EL GASTOEl nivel de gasto gubernamental es lo que más importa, debido a que la riqueza que nosotros producimos en el sector privado es valiosa. El gasto consume capital que, de otra manera, podría llegar a los innovadores. El gasto gubernamental es el peor tipo de impuesto, principalmente porque en su mayor parte sus horrores no se observan.

A los impuestos los vemos y sentimos en cada planilla, la devaluación de los dólares que ganamos (un impuesto como cualquier otro) lo sufrimos a través de una reducción de la oportunidad de empleo y del poder de gasto, pero el gasto gubernamental representa lo no visto; ¿tal como lo que mentes innovadoras e intrépidas harían con el capital expropiado, si el gobierno no lo estuviera consumiendo?

¿Cuántos equivalentes de Apple, Amazon y Microsoft no han podido, y nunca emergerán, de su infancia inicial, gracias al consumo gubernamental de recursos cruciales, hace qué tanto habrían sido curadas enfermedades del cáncer y del corazón; tan sólo para que mentes brillantes entrenen su genio en la supresión de otras enfermedades que acaban con la vida, o para satisfacer otras necesidades de los mercados?

EL PUNTO DE VISTA DE SALSMAN

Todo lo expuesto antes, explica, al menos parcialmente, por qué me acerqué con alguna reserva al nuevo libro del profesor de economía política de la Universidad de Duke, Richard M. Salsman, The Political Economy of Public Debt: Three Centuries of Theory and Evidence (https://www.amazon.com/Political-Economy-Public-Debt-Centuries/dp/1785363379).

La genialidad y amplio conocimiento de Salsman ha sido evidentes durante mucho tiempo, pero los intercambios de correos electrónicos entre autor y comentarista, revelaron una diferencia de opinión amistosa acerca de los déficits presupuestarios. Aun cuando no es un “halcón” de los déficits, Salsman los visualiza como un problema en el momento actual, en tanto que yo los miro como el verdadero problema. Si se me diera la oportunidad de escoger entre un presupuesto balanceado de $4 billones y déficits anuales de $1.4 billones con un gasto de $1.5 billones, yo tomaría a este último. En un santiamén. Representa un desperdicio menor de valioso capital al tono de $2.5 billones.

De forma que, si bien mis puntos de vista en torno a lo que Salsman menciona como “deuda pública” no han cambiado mucho, el libro de Salsman me obligó a hacer una reconsideración sana del tema de la deuda, aunque por razones diferentes de las críticas tradicionales al gasto deficitario. Y, en tanto que este comentario revelará algunas áreas de desacuerdo vigentes con el autor, ninguna de las diferencias deberá considerarse como un no endoso de a lo que me referiré de aquí en adelante como la “Deuda Pública.”

Salsman ha escrito algo más allá de especial, un libro con información e historia densas a las cuales me estaré referenciando en años venideros. Tal vez se ha pensado comúnmente que el libro de Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, “Esta Vez es Distinto: Ocho Siglos de Necedad Financiera,” es la historia definitiva de la deuda gubernamental, pero la “Deuda Pública” de Salsman sobrepasa a aquella obra por muchas millas. Es simplemente espectacular e informativo, en una forma en que lo son pocos libros de economía académica (o, para el caso, cualquier libro de economía).

Para darles a los lectores un sentido de cómo está construido el libro, “examina tres siglos de las más prominentes teorías político-económicas de la deuda pública.” Salsman trata a la deuda a través de los ojos de algunos de los nombres más grandes en la economía, junto con otros que merecen una estatura similar, pero que, en algún sentido, han sido olvidados. Uno de los muchos triunfos de Salsman es la cantidad asombrosa de investigación que dirigió, para explicar a los lectores la miríada de formas de diferentes convicciones con que vieron la deuda en el pasado y cómo lo hacen algunos en el presente.

Salsman divide a los economistas de diversas escuelas en tres grupos. “Los pesimistas acerca de la deuda pública” típicamente “afirman que el gobierno no brinda servicios verdaderamente productivos,” que “los impuestos y pedir prestado extraen recursos de la economía privada, mientras que injustamente ponen una carga sobre generaciones futuras,” además de que generalmente ellos creen que las deudas del gobierno son “insostenibles y muy posiblemente provocarán la insolvencia nacional y el estancamiento económico a perpetuidad.” David Hume, Adam Smith y el premio Nobel James Buchanan fueron tres pesimistas acerca de la deuda pública, y después de ellos la lista actual no tiene fin: Niall Ferguson, Lawrence Kotlikoff, David Stockman, etcétera, etcétera. Para los pesimistas en torno a la deuda, aparentemente el mundo está siempre a punto de terminar.

“Los optimistas acerca de la deuda pública” piensan que “el gobierno no sólo brinda servicios productivos, tales como infraestructura y servicios sociales,” sino que también piensan que el gasto deficitario puede sacar a las economías de “excesos de ahorros, depresiones económicas, inflación y del estancamiento secular.” Interesante acerca de los optimistas, es que, mientras que ellos están convencidos de las maravillas de los déficits, casi universalmente desprecian a los prestamistas (la “clase rentista”), la que hace posibles los déficits. Aquellos que les prestan al gobierno a cambio de un flujo de ingresos casi que invariablemente son financistas inmorales ante los ojos de los optimistas, y así los optimistas apoyan plenamente dejar de pagar a aquellos que brindan al gobierno fondos para desperdiciarlos.

Alvin Hansen y Abba Lerner son prominentes en cuanto a la Deuda Pública como algunos de los optimistas del viejo estilo, pero la lista de los neo-optimistas entre los comentaristas de la actualidad, es similarmente interminable; piensen una vez más, Krugman, Summers, Alan Blinder, Christina Romer, etc. Al final del libro, Salsman señala correctamente que los “pesimistas y los optimistas tienen más en común que lo que comúnmente se aprecia –y cada uno perpetúa falsedades establecidas desde hace mucho tiempo.” Salsman estaba siendo bondadoso...
LOS REALISTASY luego aparecen los “realistas de la deuda pública.” Ellos “alegan que el gobierno puede y debe proveer ciertos servicios productivos,” pero bajo límites estrictos. Los realistas no se quejan todo el tiempo acerca de las deudas del gobierno que acabarán con el mundo, ni tampoco alegan que éstas pueden ser las fuentes esenciales del sostenimiento económico, tal como lo creen los optimistas igualmente confundidos.

Los realistas que favorecen un “gobierno constitucionalmente limitado” no piensan que la deuda pública es “inevitablemente dañina”, principalmente porque cuando el gobierno es limitado, también lo es en cuanto a endeudarse. Alexander Hamilton fue el más famoso de los realistas de la deuda pública. Entre los modernos en nuestro medio, Steve Forbes es un realista, así como George Gilder y, por supuesto, Salsman. Luego sigo con la posición de éste, su comentarista.

De entrada, la deuda pública no es un concepto reciente, que refleja la supuesta inmoralidad del mundo moderno, mediante la cual los gobiernos piden prestado hoy, tan sólo para sin piedad pasarle la deuda a las generaciones futuras. Salsman advierte al principio acerca de que ese endeudamiento público por parte de los gobiernos, en que los ciudadanos eran “responsables en última instancia del servicio de la deuda” apareció allá por “fines del siglo diecisiete” al darse una emisión de “valores tangibles intercambiados en mercados secundarios líquidos, con precios y rendimientos visibles en bolsas públicas.”

La gente siempre ha deseado tener una forma de asegurar la riqueza de hoy en favor de un consumo futuro en el mañana, los gobiernos por largo tiempo han buscado formas de pedir prestada la riqueza existente, y los financistas juntaron a los dos. Esto no es para defender al endeudamiento público, tanto como para decir que no es algo que surgió en el siglo XX.
LA FUNDACIÓN Retrocediendo hasta la fundación de los Estados Unidos, Salsman escribe que “Alexander Hamilton y Thomas Jefferson difirieron explícitamente acerca de si, del todo, el gobierno debería pedir prestado, de si debería pagar plenamente sus obligaciones (aun cuando se negociaran con descuento), en si la moneda en la que se pagarán las deudas debería ser respaldada por oro y con una consistencia nacionalmente uniforme o, en vez de ello, ser canceladas, y en si la banca privada era legal. A todas estas cuestiones, Hamilton respondió afirmativamente, Jefferson negativamente.” Con base en el análisis de Salsman, a Jefferson se le agruparía con los pesimistas, y Hamilton citado entre los realistas.

Hamilton sintió que una deuda nacional sería un añadido a las fortunas tempranas de los Estados Unidos, como signo de la fuerza de la nueva nación. La emisión de deuda “mostraría al mundo que los Estados Unidos podían y pagarían sus obligaciones.” Esta fue una señal particularmente importante para enviarla a los acreedores que, otra vez, analizaban lo que era un nuevo país. Salsman está muy claro en que Hamilton no era “un proto-Keynesiano optimista,” tal como antes era el mundo y como lo es ahora, incierto. Si en aquel entonces los Estados Unidos fueron considerados como solventes, se facilitaría pedir prestado para la defensa nacional (el gasto en defensa siendo una función legítima del gobierno a los ojos de los realistas) durante las épocas de guerra.
DAVID HUMEAl mismo tiempo, el gran filósofo David Hume dijo que “el endeudamiento soberano engendra ‘pobreza,’ ‘impotencia’ nacional y ‘la sujeción a poderes extranjeros.’” Salsman califica a David Ricardo como otro pesimista de la deuda, pero reconoce diferencias dentro del grupo. Ricardo sintió, como este comentarista, que “el gasto público constituye en sí la carga económica real, independientemente de cómo se financia, debido a que despoja a los actores privados del ahorro, acumulación de capital, y ganancias de la productividad, necesarios para la prosperidad a largo plazo.” Absolutamente. El gasto gubernamental provoca un daño instantáneo a la economía, pues arrebata recursos productivos que, de otra forma, serían puestos en un mejor uso.

Del lado optimista, Robert Malthus creía en lo imposible en cuanto a que la oferta podía exceder a la demanda, de forma que vio al gasto deficitario como “una ‘cura’ para la sobreabundancia.” Es interesante señalar que Malthus aparentemente creía, como Ricardo, que el gasto disolvía la riqueza, pero aun así sintió que era necesario para “disipar la oferta agregada ‘en exceso’”. A.C. Pigou fue más optimista acerca del endeudamiento británico, pues mucha de la deuda era debida a lo interno de la propia Gran Bretaña.

Y, para demostrar qué tanto Pigou influye en los optimistas de la deuda de la actualidad, Salsman agrega que él aclamó el déficit gubernamental que redistribuiría la riqueza desde ricos hacia las clases medias y a pobres, “debido a que ellos ahorran menos.” Tal como lo formuló Pigou, “La mayoría de ese dinero es muy seguro que sea gastado en las compras de bienes de consumo y así indirectamente en la creación de ingreso monetario para los productores de esos bienes.”

Bien, para Pigou los ricos deberían ser trasquilados, luego por medio del consumo se les pagaría de regreso un porcentaje de lo que se les quitó. Naturalmente, el análisis de Pigou ignoró que su escenario no incluía a la producción y, peor aún, ninguna inversión para una producción futura; una inversión que habría sido más posible si, en primer lugar, los ricos hubieran podido adherirse a su riqueza. No teman, la cosa empeora.
ESTANCAMIENTO SECULAREl héroe de Lawrence Summers, Alvin Hansen, famoso por el “estancamiento secular”, sintió que “la prodigalidad puede ser la virtud social apropiada en una sociedad que se encuentra en equilibrio a menos del pleno empleo.” Olvídese que los ahorros nunca están quietos y también olvídese que ninguna economía puede progresar sin los ahorros que dan los fondos para la innovación, para Hansen la emisión de deuda gubernamental con un ojo puesto en el gasto, era, una “forma de proveer la liquidez adecuada en una economía en crecimiento.”

Abba Lerner sintió que la deuda estaba bien, pues “nos la debemos a nosotros mismos,” además de que la deuda no era una carga en un sentido amplio, pues los pagos por la deuda eran “recibidos por los ciudadanos y los tenedores de bonos del estado.” Esto es tal vez lo que ayudó a conformar la frase de Keynes acerca de los “tontos” en la profesión de economistas, quienes supuestamente estaban llevando el banderín de sus puntos de vista. Para un economista suponer que no hay una carga real, cuando el gobierno está extrayendo el capital de la economía privada, es la idiotez máxima. Sin embargo, no teman, la cosa se hace aún más estúpida.

Thomas Piketty ama la redistribución de la riqueza, al tiempo que se queja de la deuda debido a que “usualmente tiene que ser repagada.” Piketty preferiría “poner impuestos a los ricos en vez de pedirles prestado.” Para este infinitamente ingenuo economista, cuando el gobierno vende deuda a los ricos, los ricos se enriquecen más por medio de la propiedad de los bonos y sus flujos de ingresos. Usted no puede inventar esto, excepto que no lo necesita. Nunca olvide que Piketty no es afecto a la inversión privada, porque en el proceso de capitalizar a las empresas (en camino hacia una voluminosa creación de oportunidades para los individuos), los inversionistas se enriquecen más en el proceso, si sus inversiones audaces dan frutos. Es cuando tienen éxito, que los ricos hacen más ricos.
EL AIRE FRESCO DE MISESPor otra parte, Ludwig von Mises brindó una bocanada de aire fresco. Con toda corrección, Mises señaló que “la economía Keynesiana y el proceso político están casi enteramente enfocados en preocupaciones alrededor del lado de la demanda de corto plazo, a la vez que ignoran en mucho la importancia a largo plazo de la productividad económica.” Exactamente. Bajo estos lineamientos, hace pocos años Alan Blinder publicó un artículo en la página de opinión del Wall Street Journal, en que habló a favor de las presuntamente positivas implicaciones de demanda, que surgirían ante un aumento del gasto gubernamental. En lo que erró es en que la demanda es, siempre y en todo lado, resultado de una producción previa, y la producción es más abundante entre mayores sean los poderes potenciadores del ahorro y de la inversión, que elevan la productividad individual.

Sí, el Keynesianismo es todo acerca de la demanda en el corto plazo, todo a expensas de una producción mucho mayor (y de una mucha mayor demanda subsecuente) en el largo plazo, dada la verdad de que los ahorros son los causantes del progreso. La demanda es la parte fácil, y no es algo en lo que los economistas o los políticos deberían de pasar mucho tiempo preocupándose por ella. Muchas gracias van para Salsman por compilar incontables opiniones sobre el tema del gasto y la deuda. Hay más por venir, pero este análisis tan sólo raspará la superficie.

Regresando al gasto gubernamental en un sentido amplio, Salsman agrega que el endeudamiento gubernamental era relativamente barato en los siglos XVIII y XIX (“típicamente de 3 a 6 por ciento”) debido a que la “mayoría de los soberanos eran fiscalmente prudentes.” Aparte de emitir sumas más altas de deuda durante la guerra, Salsman indica que ellos “caso contrario evitaron déficits crónicos de los presupuestos.” De más importancia es que los gobiernos usaban “diversos instrumentos previos al compromiso -fondos de amortización, rentas vitalicias y el patrón oro- a fin de asegurar a los acreedores del repago a tiempo, con un dinero que mantendría su valor a través del tiempo.”

Aquí no hay un misterio real detrás del incremento de la deuda gubernamental. Los gobiernos pudieron pedir prestado porque los inversionistas confiaron en la calidad de los documentos de deuda, que pagaban flujos de ingresos en monedas respaldadas por el oro, pero, más importante, fue que el dinero bueno estaba correlacionado con una inversión que crecía y con un subsecuente crecimiento económico.

La deuda no empodera al crecimiento, en el tanto que economías en crecimiento pueden emitir mucha deuda. Agregue a todo esto un tema al que Salsman regresa todo el tiempo al referirse a la Deuda Pública: “Sólo un estado puede legalmente obligar a pagar impuestos, lo cual es crucial en su capacidad para servir la deuda.” Los gobiernos pueden pedir prestado con relativa facilidad, porque en última instancia usan la fuerza para extraer de otros el pago de su deuda. El servicio de la deuda es lógicamente mucho más fácil, si la gente es purgada. Lo último es importante teniendo en mente la dirección futura del libro. DIGNO DE CRÉDITOEn efecto, los países ricos pueden pedir prestado con facilidad. Los más pobres luchan por pedir prestado, si acaso. Si los lectores dudan de esto, tan sólo necesitan exhibir las listas de los países con mayores deudas comparados con los que tienen poca. Las grandes naciones deudoras son predeciblemente los países ricos, en tanto que, los que tienen poca deuda, casi que invariablemente son los más pobres. Vale la pena repetir que eso no es para decir que los déficits y la deuda impulsan las economías hacia adelante. Por supuesto que no lo hacen.

El gasto público equivale a políticos que distribuyen mal recursos valiosos que, de otra manera, serían dirigidos a su mejor uso motivado por las ganancias. El gasto gubernamental es un enorme impuesto al progreso.

Al mismo tiempo, los políticos existen para gastar. Y si nosotros no les proveemos con lo suficiente de nuestros ingresos, se pondrán felices pidiendo prestado contra nuestros ingresos futuros. Es mucho más fácil para ellos pedir prestado si los inversionistas sienten que los ingresos futuros de la ciudadanía serán abundantes, y fácilmente gravables. Tal como los individuos y las empresas ricas pueden pedir prestado con facilidad, igual lo pueden hacer políticos que gobiernan países poblados por los ricos.

La verdad anterior nos lleva a uno de los muchos mitos exterminados por Salsman en su excelente libro. La presunta visión de Reinhart y Rogoff de que los países tienden hacia la declinación una vez que sus cocientes de deuda con respecto al PIB se mueven más allá del 90 por ciento, es una sabiduría comúnmente aceptada entre comentaristas. Excepto que eso no es cierto. Tal como Salsman lo revela en su Deuda Pública, el cociente de la deuda/PIB de Inglaterra llegó al récord de 261 por ciento en 1819, pero eso está lejos de que predijera la larga declinación del país. Inglaterra estaba al borde de un siglo de un crecimiento asombroso. Considere a los Estados Unidos, su cociente deuda/PIB estalló, pasando a más allá del 120 por ciento durante la Segunda Guerra Mundial, tan sólo para que los Estados Unidos experimentara una experiencia muy impresionante de prosperidad en la posguerra.

¿QUÉ HACER?

Todo lo que esto nos dice es que, mientras que la deuda no es en sí la fuente de la declinación de un país, lo son las respuestas socialistas a cargas de deudas pesadas. Los altos niveles de impuestos son los que causan el estancamiento y así lo hacen los esfuerzos de políticos para reducir sus cargas de la deuda, sin que medie pago. Al presionar acerca del punto previo con gran regularidad, Salsman empezó a moderar mi amplio rechazo a los déficits. Para mí, todavía no importan en un sentido normal, simplemente porque el gasto es el problema.

Reforzando el punto previo para este comentarista, Salsman ofrece incontables nombres de economistas del pasado que regresan de la oscuridad, incluyendo al aristócrata italiano De Viti De Marco, quien afirmó crucialmente que “la compra de un bono público es voluntaria, por lo tanto abierta a los cálculos del interés propio, maximizadores de utilidad, mientras que el pago del impuesto es obligatorio.” La observación de De Marco es una que a menudo he formulado; como que es mejor si los gobiernos paguen por el derecho a desperdiciar el dinero, que lo es tomarlo para ellos de los productores sin compensación. De nuevo, los déficits no importan. Es el gasto lo que importa. Ese es el impuesto, es irrelevante cómo se recauda el dinero.

Al mismo tiempo, la exhaustiva discusión de Salsman acerca de la deuda obligó, de nuevo, a un repensar, y causó en mí que cambiara parcialmente mi criterio. No hay duda de que el gasto es el verdadero impuesto, pero, el problema con los déficits es que, en tanto que pedir prestado es un acto del gobierno expropiando un capital valioso para poder desperdiciarlo, no lo sentimos en ese momento. No hay duda de que lo nos daremos cuenta muy pronto, no hay duda de que el desperdicio lleva a una innovación reducida y a una paga menor, pero no se vislumbra tan rápida e íntimamente como un impuesto directo. En este caso, ¿no lograrían los impuestos para pagar todo el gasto gubernamental sin tener que pedir prestado, forzar una mayor prudencia de parte de los políticos, cuyo gasto desplumaría a los votantes con una inmediatez tangible?

Con base en esos mismos lineamientos, la forma en que los optimistas de la deuda pública han por largo tiempo descartado a los acreedores y, peor aún, pedido que haya un incumplimiento en el pago a los acreedores (ver Piketty), sirvió de recordatorio de otro horror de los déficits, acerca de la forma en que los políticos se deshacen de ellos.

ENTRA KEYNES

En efecto, tal como uno puede imaginarlo de un libro acerca de la deuda del gobierno, Salsman escribe cómo es que los políticos la reducen; no obstante, furtivamente. Ello nos lleva hasta John Maynard Keynes. Aun cuando Salsman es muy crítico del economista británico, indica que “los argumentos en favor de un gasto deficitario perpetuo y una acumulación no vienen de Keynes, sino de los Keynesianos.” Esos “tontos” de nuevo. Si bien Keynes de ninguna manera era un pesimista de la deuda pública, “él nunca aconsejó un gasto deficitario total.” Más notorio acerca de Keynes es que, en tanto que él no tenía problemas per se con la deuda, detestaba a los acreedores y buscó “la eutanasia de la clase rentista.”

Incluso más importante acerca de Keynes, desde la perspectiva de la deuda pública, es que, al describir las formas en que los gobiernos reducen sus deudas, invariablemente ofreció falsas soluciones, cuyo daño se extendería más allá de los supuestamente acreedores “inmorales.”

Al explicar las formas sugeridas por Keynes para dejar de pagar la deuda, Salsman dijo que los gobiernos podían hacerlo así “explícitamente (un repudio o impago deliberado), implícitamente (mediante la inflación) y por una toma (un impuesto a los rentistas).” Los gobiernos regularmente han utilizado los dos primeros y lo hicieron mucho antes de que Keynes fuera prominente, No obstante, he aquí el problema con los déficits y la deuda: mientras que la deuda del gobierno es un efecto de la riqueza producida por la ciudadanía, los gobiernos a menudo responden de forma equivocada, añadiendo así insulto a la herida, por el desperdicio de pedir prestado y gastar.

En primer lugar, está el repudio o el impago deliberado. Para mostrar qué tan alucinados y contradictorios son los Keynesianos optimistas de la deuda, ellos aman al gasto gubernamental extra que la deuda permite, pero aborrecen a los acreedores que hacen posible esa deuda. Su posición es imposible.

Al mismo tiempo, por mucho tiempo me ha gustado la idea de “recortar ” la deuda o repudiarla no por un disgusto hacia los acreedores, en tanto que, tal vez, lo uno o lo otro harán que los acreedores dejen de comprar deuda gubernamental del todo. Se puede decir que lo último prevalecería más hoy, si instituciones como el FMI no estuvieran tan dispuestas a rescatar a los gobiernos, lo que por mucho tiempo ha sido una forma por la cual los gobiernos rescatan a los bancos y a otros acreedores con alta exposición a la deuda gubernamental.
[h=1]DEVALUACIÓNPor supuesto, la forma mucho más problemática de dejar de pagar o repudiar la deuda es devaluando los flujos de ingresos que pagan los documentos de deuda. Asombrosamente, Keynes entendió muy bien las horrendas implicaciones de la devaluación, sin embargo, su aversión hacia los acreedores sobrepasó al dolor experimentado por todos gracias a la devaluación. Como muy bien lo puso Keynes, la devaluación “es la forma de impuestos que el público encuentra más difícil de evadir.”

Si bien hay una miríada de formas por las que la ciudadanía sortea tasas de impuestos generalmente excesivas, al repudiar los gobiernos la deuda con la devaluación de la moneda, todo mundo sufre. La gente gana dólares, libras, euros, yenes y todo tipo de monedas, lo que entraña que las devaluaciones dirigidas a reducir la deuda gubernamental, significan que todo mundo sufre de un sueldo al encogerse. Aun peor, la devaluación es un repelente para los propios inversionistas y ahorrantes, cuyos compromisos, para empezar, en el uso del capital dan lugar al progreso económico.

El punto de todo esto es que los déficits en aislamiento superan a los impuestos directos como medio por el que los gobiernos aumentan sus fondos, simplemente porque están pagando por el derecho de consumir un capital valioso, en oposición a su expropiación sin compensación para aquellos que son trasquilados. El problema es que los déficits no se dan aisladamente. O no siempre. Precisamente debido a que los gobiernos quieren pedir prestado y gastar sin las implicaciones de largo plazo de eso, frecuentemente sufrimos el cruel impuesto que es la devaluación, de forma que los gobiernos derrochadores puedan reducir lo que deben.

Para quienes piensan que los Estados Unidos nunca han incumplido con el pago de su deuda, piénselo de nuevo. Incluso Reinhart y Rogoff describieron la decisión de Franklin Delano Roosevelt de 1933, de devaluar el dólar desde un 1/20avo de una onza de oro a un 1/35avo, como incumplimiento en el pago de la deuda y, a partir de lo cual, visto en términos de dólares, es aparente que el Ministerio de Hacienda [Treasury] desde ese entonces ha estado incumpliendo desbordadamente. Al momento de escribir esto, un dólar compra una 1/1200ava onza de oro. Los acreedores de los Estados Unidos han sufrido impagos por mucho tiempo y la ciudadanía estadounidense ha tenido que aceptar una tasa de crecimiento menor, resultado tautológico de un incumplimiento “implícito” o “furtivo” [“stealth”]. Lo que se ve es, a pesar de la horrenda supervisión del dólar por el Ministerio de Hacienda, que los Estados Unidos siguen siendo el país más rico y más dinámico del mundo. Pero, imaginen lo no visto. Imaginen adónde estaría hoy la economía de los Estados Unidos ausente la serie de devaluaciones del dólar que sin necesidad han encogido la inversión, que, de otra forma, se habrían dirigido hacia una experimentación masiva, previa a un avance impresionante.
POR QUÉ LOS DÉFICITS SON MALOSDe manera que, a riesgo de ser repetitivo, Salsman me ha convencido de los horrores de los déficits, pero no por las razones que obligan a la mayoría. El gasto sigue siendo el problema. El problema con los déficits es, de nuevo, las respuestas socializantes de los gobiernos, por las que ellos hacen que todo mundo pague el impuesto masivo, que sangra a la economía, como es la devaluación, como forma de reducir lo que ellos deben.

Todo esto habla de otra área de desacuerdo con Salsman, previo a otros que me referiré al concluir este comentario. Él correctamente nota que “el modelo Keynesiano del lado de la demanda estaba tan desacreditado en los años setenas” en concierto con la vindicación de la economía del lado de la oferta, que “dio lugar a tales resultados financiero-económicos positivos en los ochentas y los noventas.”

No hay disputa de que el enfoque del lado de la oferta ganó precisamente debido a que es una tautología: cuando se encogen las barreras a la producción provenientes de impuestos, regulación, aranceles y de una moneda depreciada, el resultado es un floreciente crecimiento económico. El enfoque del lado de la oferta tiene pleno sentido común, pero se puede argumentar que los partidarios del lado de la oferta se han convertido en ridículos, en el grado en que sus políticas se han hecho auto-sofocantes. En efecto, los partidarios del lado de la oferta, en su adoración en favor de las implicaciones de una recaudación creciente de los recortes impositivos, han olvidado que el gasto gubernamental es el mayor impuesto de todos.

Y, al ignorar el creciente gasto gubernamental, han permitido que se neutralicen el genio de su recorte impositivo, desregulación, libre comercio y una buena mezcla de política monetaria. Calcule que los recortes impositivos póstumos de John F. Kennedy fueron grandiosos para el crecimiento económico y, como resultado, dotó al Ministerio de Hacienda de un alza en sus recaudaciones en 1965. Aquellos le dieron a Congreso los medios para, por ejemplo, introducir el Medicare; un programa que inicialmente fue financiado con $3 mil millones. El problema moderno es que un programa, que una vez costó $3 mil millones, se proyecta que costará $3 billones en el 2025. Sin quitar nada de lo bueno de las políticas del lado de la oferta, si no se acompañan de reducciones en los gastos, no serán cercanamente lo efectivas a como alternativamente lo serían.
EL PROBLEMA DEL ENFOQUE DEL LADO DE LA OFERTAEl problema con los proponentes del enfoque del lado de la oferta no es su creencia en que los déficits no importan, pero su creencia de que el gasto gubernamental no importa es un problema importante. Este comentarista desea que Salsman hubiera gastado más tiempo en este tema. Como realista del déficit, a Salsman claramente no le gusta un gobierno que se expande más allá de límites constitucionales estrictos. Muy bien, pero ingresos federales crecientes justamente han permitido eso, sin dejar de mencionar que es mucho más fácil para los gobiernos emitir nueva deuda, si hay abundancia de ingresos tributarios futuros.

Siguiendo adelante de esta pequeña objeción, la obra “La Deuda Pública” es extremadamente informativa y, de nuevo, destroza mitos magistralmente. Salsman pasa mucho tiempo refiriéndose a las contribuciones del Premio Nobel James Buchanan acera de la historia de la deuda, contribuciones que fueron importantes. Él mostró el lado de la “elección pública” de la deuda, en donde los políticos actúan con base en lo que ellos consideran es su interés propio, cual es gastar en exceso.

Al mismo tiempo, el pesimista de la deuda pública en Buchanan suponía que conocía un número o “límite crítico” después del cual la deuda gubernamental causaría la declinación económica. Buchanan ofreció un “caso moral” para repudiar la deuda que apoya la opinión asombrosa previamente mencionada de Salsman, que los pesimistas y los optimistas son más parecidos de lo que ellos saben. Ambos lados endosan recortar a los acreedores que hacen posible todo el desperdicio.

En cuanto a destrozador de mitos magisterial, analizando a Inglaterra y a los Estados Unidos, Salsman, como se mencionó previamente, muestra que, si los gobiernos no responden a una deuda elevada con un socialismo excesivo, no es un asesino de la economía, como alegan Reinhart y Rogoff y como lo hizo Buchanan. Mientras que, de nuevo, Inglaterra tuvo una deuda del 261 por ciento del PIB hacia 1819, para 1914, y en el marco de un crecimiento económico en alza, el número había declinado a más o menos un 35 por ciento.

Como se mencionó previamente, el cociente para los Estados Unidos creció más allá del 120 por ciento durante la Segunda Guerra Mundial, pero se encogió a un 35 por ciento para 1982. Japón actualmente tiene un cociente de deuda/PIB de más del 225 por ciento. Que eso expone el absurdo del alegato de Krugman de que el déficit estimula el crecimiento, al mismo tiempo expone como errado el número mágico de Reinhart/Rogoff. Aunque no está creciendo como lo hizo previamente, Japón sigue siendo un país muy rico. Los países ricos pueden pedir prestado más fácilmente. El problema es, como siempre, el gasto. Imagine qué mucho más avanzada sería hoy la economía japonesa si su clase política no hubiera respondido a la recesión de inicios de los noventas, con tanto desperdicio.

DÉFICITS E INTERÉS

En lo que tiene que ver con la visión enormemente popular de que el gasto deficitario eleva las tasas de interés, Salsman se burla de lo que es claramente un absurdo. Siguiendo el déficit de gasto de las naciones del G-7, Salsman haya que, en medio de los cocientes promedios de deuda/PIB de un 37.7 por ciento en 1980, la tasa de interés promedio de bonos a diez años plazo pagados por esos países, fue de un 11.9 por ciento. Moviéndonos rápidamente hasta el 2000, cuando el cociente deuda/PIB para esos mismos país había aumentado un 116 por ciento, el cupón de un bono gubernamental a 10 años plazo era de 1.3 por ciento. Aun cuando es común que se diga que déficits elevados se correlacionan con tasas de interés crecientes por el servicio de esos déficits, no existe evidencia que eso sea verdad. El libro de Salsman va más allá de ser valioso, pero, al mismo tiempo, sus datos estadísticos desentierran otra objeción mínima.

En la misma página en que él brinda los números antes citados, Salsman alega que los bancos centrales “actúan ahora como prestamistas de última instancia para gobiernos despilfarradores,” y que el “alcance de la banca central virtualmente se expande sin límite.” La opinión clara de Salsman es que los políticos crearon los bancos centrales para permitir que ellos pudieran pedir prestado, dado su punto de vista a menudo mencionado de que “no hay un límite efectivo al poder del banco central y a su inclinación a crear dinero fiduciario.”

Esto no es convincente. En efecto, en comunicaciones con Salsman, él ha reconocido que muy posiblemente ha exagerado el poder de la Fed y de los bancos centrales, en general. Entonces, ¿cómo podría aquello que interactúa con bancos crecientemente neutralizados tener tanta influencia económica, y mucho menos permitir emisiones amplias de deuda por los gobiernos? Mi punto de vista aquí es que Salsman revierte la causalidad. Los bancos centrales que compran mucha deuda del gobierno son un resultado seguro de una economía que de otra forma es poderosa, en oposición a ser un facilitador de la emisión de deuda gubernamental. Mi evidencia es la propia mención de Salsman de la adopción de Inglaterra de un patrón oro después de la Revolución Gloriosa. En lo que era un país desesperadamente pobre, la emisión de buen dinero causó un surgimiento económico que permitió pedir prestado, que luego permitió las guerras inglesas y su colonización de una cuarta parte de la masa terrestre.

En el caso de Salsman, él cita al establecimiento del Banco de Inglaterra en 1694 como facilitador para Gran Bretaña del “financiamiento de otra guerra con Francia.” OK, pero si todo lo que se requirió, para que Francia peleara con Inglaterra cara a cara, fue un banco central, entonces, podría haber imitado el establecimiento de uno por los ingleses. En verdad, lo que permitió la guerra de Inglaterra fue el crecimiento económico que dotó a los políticos con ingresos abundantes, no un supuesto prestamista de última instancia para el gobierno. El propio Salsman se refiere a la independencia de banco central como “simple consigna [shibboleth],” que recuerda que cualquier compra de deuda equivale a una entidad del gobierno comprando de otra.

Reduciendo todo esto al absurdo, si fuera cierto que los bancos centrales pueden posibilitar un gasto desaforado, los bancos centrales de Nigeria y de Bahamas podrían teóricamente monetizar un crecimiento masivo del gobierno, tal como podría hacerlo la creación de un banco central en Haití. Pero nada de esto último se materializaría, simplemente porque los bancos centrales no pueden alterar la realidad económica. Si un gobierno está desesperado por fondos, ¿en primer lugar, para qué la necesidad de un banco central? ¿Qué podría hacer un banco central?

Regresando a su aseveración de que “no hay un límite efectivo al poder del banco central y a su inclinación de crear dinero fiduciario,” Salsman está haciendo como tal algo parecido a una afirmación Keynesiana (en justicia, los miembros de la Escuela Austriaca cometen regularmente el mismo error), al suponer que los bancos centrales, por ser bancos centrales, pueden arreglar el presunto problema de escasez de crédito. Pero, no lo pueden hacer. Los individuos, las empresas y los gobiernos buscan acceso a “notas del banco central” no para quedarse viendo el dinero, sino que, en vez de ello, lo hacen por lo que el “dinero” puede intercambiarse.

El crédito es siempre y en todo lado creado en el sector privado; el dinero es sólo una medida que facilita su intercambio y su dirección hacia una creación futura de riqueza. En resumen, el límite al banco central es que los gobiernos, como los individuos y las empresas, quieren cambiar dinero por cosas reales. Nada de esto significa que el gobierno siempre hace una buena labor con el dinero, sino que significa que los bancos centrales son una atracción secundaria para desviar la atención, en contra de lo que dicen Salsman y otros críticos de los bancos centrales. Sin importar lo que los críticos pueden desear de otra suerte y sin importar que la propia existencia de bancos centrales ofenden al sentido común, en última instancia los propios gobiernos deciden si emiten buen o mal dinero, no los bancos centrales como comúnmente se supone.

DEMOCRACIA Y DÉFICIT

Salsman no es un amigo de la democracia y con buena razón. Como la mayoría de los pensadores razonables, prefiere una república federal constitucionalmente limitada con poco poder; gasto u otra cosa. Una democracia sin restricciones es indudablemente mala, sencillamente porque empodera a la masa a votar teóricamente toda forma de beneficios para sí misma, sobre las espaldas de otros. En donde pensamos diferente es en cuanto a su aseveración de que la democracia es la fuente del gasto excesivo.

Los políticos existen para gastar. Si la plata está allí, la gastarán. India es una democracia, pero el tamaño de su deuda no es muy significativo. Lo que en última instancia alienta el gasto y a pedir prestado, es la riqueza de la ciudadanía que tristemente les obsequia a los políticos flujos crecientes de ingresos que les permite gastar y endeudarse sin límite. Los países ricos pueden pedir prestado y lo hacen. El remedio es un gobierno constitucionalmente limitado. Siempre.

Finalmente, Salsman afirma que el incentivo electoral de las “élites políticas” es maximizar el gasto, minimizar los impuestos, y pedir prestado o imprimir dinero para llenar el hoyo, a la vez que tratan a grupos minoritarios enriquecidos y a generaciones futuras como bienes comunes fiscales a los que vale la pena explotar.” Eso no suena como que es cierto.

De hecho, separar la imposición directa de pedir prestado y gastar es hacer una distinción sin que haya una diferencia. Cualquiera que sea la forma, el daño hecho por el gobierno es inmediato, pues el gasto del gobierno (inclusive aquel constitucional) equivale a una mala asignación instantánea de recursos valiosos. En cuanto a la noción popular de que los déficits agobian a generaciones futuras, es sabiduría aceptada de que se trata de un total sinsentido. La carga no es deuda que fácilmente pueda ser cultivada si el gobierno está limitado.

Más realistamente, todos sufrimos con el gasto gubernamental de aquí y en el ahora gracias a un progreso que se reduce drásticamente, provocado por un gobierno que consume los recursos necesarios para avanzar. En cuanto a las generaciones futuras, la verdadera carga del gasto, la de aquí y ahora, es que no ha ocurrido la experimentación y el avance que podía de otra manera haber tenido lugar en el pasado, y que sólo prepara el terreno para un mayor avance en el futuro.

La carga que dejamos para aquellos en el futuro es un mundo que es mucho menos avanzado que lo que de otra forma habría sido. El gasto agobia a generaciones futuras con trabajo y experimentación que, de otra manera, ya se habría completado y eso limitará un trabajo mucho más productivo, si el gobierno previamente no hubiera desperdiciado recursos. Algo me dice a mí que Salsman sabe esto, pero la idea de la deuda como la carga “sobre alguien más” está profundamente arraigada.

Con todo y esto, las pequeñas objeciones de ninguna manera deben tomarse como una razón para que los lectores no adquieran el libro “The Political Economy of Public Debt.” Richard Salsman ha escrito un libro incesantemente excelente, que con experticia nos cuenta la historia de la deuda y sus implicaciones. Sus lectores saldrán exponencialmente con un mayor conocimiento y con mentes que han sido cambiadas al menos en un poco, pero la mayoría es posible que en mucho.

John Tamny es colaborador de la revista Forbes, editor de RealClearMarkets, compañero sénior en economía en la revista Reason y asesor económico sénior de Toreador Research & Trading. Es autor del libro escrito en el 2016 Who Needs the Fed? [¿Quién necesita a la Fed? (Encounter) junto con Popular Economics (Regnery Publishing, 2015).