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Jorge Corrales Quesada
04/09/2017, 11:42
Ante los totalitarismos observados hoy en día, vale la pena entender su naturaleza, ya sea de la izquierda socialista o de la derecha fascista. Por ello recomiendo la lectura de este artículo de Jeffrey A. Tucker sobre fascistas de menor relevancia histórica, pero sí muy interesantes (y les prometo -disculpen la alteración del debido orden- después compartir con ustedes una traducción de otro artículo de él -La Prehistoria de la Derecha Alternativa- en donde expone el pensamiento de los grandes totalitarios de la derecha alternativa.

CINCO CAMPEONES OLVIDADOS DEL CONTROL FASCISTA

Por Jeffrey A. Tucker
Foundation for Economic Education
Martes 14 de marzo del 2017


La mayoría de la gente reconoce la influencia de Karl Marx y de sus compatriotas ideológicos en la construcción del totalitarismo del siglo XX. Pero, hay otra tradición de pensamiento, que data de principios del siglo XIX y que continuó durante todo el período entreguerras, la que tomó otra ruta diferente para llegar básicamente a las mismas conclusiones relativas en cuanto al lugar del estado en nuestras vidas.
Como oponentes de la “izquierda Hegeliana” de Marx, estos pensadores son parte del movimiento de la “derecha Hegeliana”, que dejaron de lado al universalismo de Marx para aplaudir a la nación, la raza y la guerras, como la esencia de la vida.

Estos pensadores también detestaron a la sociedad comercial y al capitalismo, en particular. Vieron a la empresa como sin alma y culturalmente destructiva, careciendo de un significado superior que sólo la centralización y la planificación podían brindar.
En vez de tratar de crear algún futuro místico, basado en alguna fantasía acerca de un nuevo hombre socialista, ellos buscaron rechazar al capitalismo, adhiriéndose al viejo orden del control del poder gubernamental, del privilegio, de la jerarquía, del nacionalismo y del racismo. Ellos se imaginaron que el futuro se parecería al pasado pre-capitalista que ellos idealizaron.

Estos cinco pensadores aparecen en orden cronológico. En “The Prehistory of the Alt-Right” [La Prehistoria de la derecha alternativa”], yo resumí a los grandes pensadores. Aquí tenemos a algunos jugadores menores y excéntricos, en lo que se refiere a la evolución de una derecha anti-capitalista.

Johann Fichte (1762-1814) fue el fundador filosófico del idealismo alemán, escribiendo y predicando una generación antes que George Friedrich Hegel, y primero de una larga línea de filósofos oscurantistas, cuyas ideas de alguna manera aterrizan con un aplicación política sólida: construya a un estado grande conducido por un dictador heroico. Fue él, y no Hegel, quien postuló de primero una meta-narrativa de ondas históricas que podían ser caracterizadas por una tesis, una antítesis y una síntesis.

En política, fue un gran admirador de Napoleón, pero se encontró a sí mismo devastado por la aplastante victoria de Francia sobre los territorios alemanes, lo que motivó sus “Discursos a la Nación Alemana” (1808), la más influyente serie de conferencias acerca de la educación que apareciera en el mundo moderno. Aquí estaba el primer esquema completo de cómo luciría el nacionalismo alemán.
El nuevo sistema educativo debería tener “un sistema absolutamente nuevo de educación nacional alemana, tal como nunca antes ha existido en alguna otra nación.” El propósito es educar a la “nueva raza de hombres” con un sistema que “primero debe ser aplicado por los alemanes a los alemanes.” Su meta es inculcar “el verdadero y todopoderoso amor por nuestra madre patria, la concepción de nuestra gente como un pueblo eterno y como la seguridad para nuestra propia eternidad.”

Parte del punto es entrenar para el trabajo, de forma que “ningún artículo alimenticio, de ropaje, etc., y, en tanto sea posible, no se use herramienta alguna que no haya sido producida y hecha” dentro de Alemania. En otras palabras: la autarquía. Alemania debería aspirar a ser “un Estado comercialmente cerrado” que rechaza “nuestra idólatra veneración por metales acuñados.”

Su modelo para lo que se convertiría en el pensamiento fascista (Hegelianismo de derecha) es enteramente predecible: estatismo, nacionalismo, odio a la clase mercantil, sazonado con la dosis inevitable de misoginia (“la ciudadanía activa, la libertad cívica e incluso los derechos de propiedad, deben ser denegados a las mujeres, cuyo llamado era que por sí mismas se sujetaran totalmente a la autoridad de sus padres y esposos”) y anti-semitismo (otorgar derechos a los Judíos requiere que nosotros “cortemos todas sus cabezas en una noche, y que pongamos unas nuevas sobre sus hombros, las cuales no deberían contener ni una idea judía”).

John Ruskin (1819-1900) es inexplicablemente reverenciado hasta hoy como un esteta, artista y campeón de las pequeñas artes, mientras que, en verdad, él odiaba absolutamente al capitalismo comercial, al liberalismo del laissez faire y al mundo moderno. Un pensador sumamente influyente del período Victoriano, idealizó a una Inglaterra mítica del pasado, en donde el arte y el buen gusto prevalecían por encima del frenesí comercial y el de obtener riqueza. “Fui, y mi padre antes que yo, un conservador [Tory] violento de la vieja escuela,” dijo él. Desde su punto de vista, estaba completamente de acuerdo con su amigo Thomas Carlyle, en cuanto a que las fuerzas desatadas por Adam Smith y la Ilustración Escocesa habían destruido, por lo general, las sensibilidades artísticas de las generaciones y que ellas necesitaban ser recapturadas, por medio de un fuerte estado planificador.

Su libro más político es Unto This Last (1862), el cual apunta propiamente hacia la división del trabajo. Repitiendo la Parábola de los Viñedos, encuentra indignante que el dueño del viñedo propiamente estaba en posición de decidir, por sí solo, qué pagar del todo. Todo el libro es una larga y tediosa diatriba en contra de los comerciantes por su carencia de lealtad, su obediencia a las fuerzas impersonales del mercado y a la ausencia de una razón moral para la existencia. El comerciante, dijo él, es “el hombre que no sabe cuándo morir, no sabe cómo vivir.”

Como otros críticos de la economía política clásica (él la comparó con “la alquimia, la astrología, la brujería), negó que el intercambio por sí solo podía producir valor o ganancia alguna. “Es sólo en el trabajo en donde puede haber ganancia,” declaró. Él tenía una queja particular contra John Stuart Mill, y criticó su teoría de precios y salarios, mostrando que del todo había una competencia cercana a cero en la teoría económica. Para Ruskin, la economía no era una ciencia, sino una estética. Resumió su visión sobre la economía política de la siguiente manera: “El gobierno y la cooperación son, en todas las cosas, las leyes de la vida; la anarquía y la competencia las leyes de la muerte.” No es de extrañar que Ludwig von Mises dijera que Ruskin fue “uno de los sepultureros de la libertad, la civilización y la prosperidad británica.”

Houston Stewart Chamberlain (1855-1927) fue una figura sumamente extraña en la historia de la política y de las ideas: un alemán nacido en Inglaterra, cuya influencia se derramó en Alemania y quien luego regresó de nuevo a su hogar. Yerno del famoso compositor Richard Wagner, se convirtió en un amigo estimado de Adolfo Hitler y en el proponente más agresivo de un anti-semitismo virulento, que alguna vez proviniera desde Inglaterra.

Temprano en su vida había decidido ubicar la fuente de toda maldad política y económica en la Revolución Industrial, prefiriendo su propia visión inventada de lo que él llamó “la Feliz Vieja Inglaterra”, que consistía de una bella aristocracia, campesinos trabajadores y ahorrativos y ciudadanos patriotas, dedicados a preservar el idioma y la raza en contra de las fuerzas comerciales de la modernidad. En estas condiciones, a diferencia del desastre demográfico desatado por el capitalismo, las mujeres eran sumisas a las voluntades de sus padres y esposos, dedicadas sólo a promover la raza superior.

Su extraño libro de 1899, The Foundations of the Nineteenth Century, se convirtió en un éxito de ventas en todo el Continente. Fuertemente influenciado por las tipologías raciales que eran crecientemente populares, describió a los judíos como estúpidamente materialistas y fuente de los mayores males del mundo moderno.

Los judíos, dijo él, ocasionaron la caída de Roma, por ejemplo. Alegó que Jesús no puede posiblemente haber sido un judío, pues todo lo bueno en el mundo emana de la raza aria pura. En su lugar, aquel tenía “una belleza especial, alta y delgada con un rostro noble que inspiraba respeto y amor; su cabello rubio sombreando su color castaño, sus brazos y manos noble y exquisitamente formadas.” Fue en ese libro en el cual sentó su teoría de que un complot judío estaba en marcha para acabar con la raza aria y convertir a Europa en una raza de “mestizos seudo-hebreos”.

Su libro, que se imprimió en ocho ediciones durante los primeros diez años de su publicación y que eventualmente vendió tantas como 250.000 copias para 1938, le catapultó al estatus de celebridad intelectual. Y así, cada declaración suya se convirtió en un evangelio para sus seguidores, incluso su proclamación de que la Gran Guerra [Primera Guerra Mundial], que él creía que Jesús la había iniciado, había conducido a Inglaterra “totalmente a manos de judíos y estadounidenses” y de la maquinaria capitalista.

Fue en la cúspide de su fama, que él contactó a un crecientemente poderoso Hitler. Habiendo escuchado que tanto Hitler como Goebbels podían ser contados como parte de su base de seguidores, le escribió a Hitler en 1923:

“Muy respetado y querido Hitler... ¡Es difícilmente sorprendente que un hombre así pueda brindar paz a un espíritu que sufre! En especial cuando él se encuentra dedicado al servicio de la madre patria. Mi fe en la Germanía en ningún momento ha titubeado, aunque mis esperanzas estaban -lo confieso- por los suelos. De un plumazo usted ha transformado el estado de mi alma. Esa Alemania, a la hora de su mayor necesidad, hace nacer un Hitler –esa es prueba de su vitalidad... Ahora puedo irme a dormir sin perturbaciones... ¡Que Dios le proteja!”

Después de la convicción de Hitler por alta traición con posterioridad al golpe de estado de la Cervecería [conocido en inglés como el Beer-hall putsch], Chamberlain se mantuvo a su lado y, con posterioridad a la liberación de Hitler de la prisión, Hitler visitó a Chamberlain en Bayreuth en 1927, acompañado por Goebbels. Chamberlain le aseguró a Hitler que él ciertamente era “el elegido,” elevando por tanto los ánimos de Hitler. El principal filósofo Nazi de la casa, Alfred Rosenberg, era tal vez un seguidor aún mayor de Chamberlain. Un enfermo Chamberlain murió en 1927, sin nunca saber del intento nazi de lidiar con el “problema judío” al que había dedicado su vida exponiéndolo.

Giovanni Gentile (1874-1944) puede ser el más estrafalario y ridículo de todas las figuras mencionadas aquí, pero era un tipo importante en esa época. Aspiró a ser el Marx del fascismo, un destacado teórico de la tradición idealista, quien finalmente juntó las piezas esenciales de un estatismo pleno no marxista. Sus escritos disfrutaron de algún grado de fama en los Estados Unidos en el período entre guerras, trabajando en sus propios escritos y como escritor en la sombra para Benito Mussolini, quien con frecuencia era llamado a escribir artículos académicos que habrían de publicarse en los Estados Unidos, en los años de la década de 1920.

El más familiar de los libros de Gentile para los lectores estadounidenses fue su obra de 1922, The Reform of Education, publicado por Harcourt, Brace, and Company. El libro contiene el llamado usual para que la educación sea obligatoria, militarizada y nacionalista, basada en una visión de la empresa heroica de construir una nación. En su mayor parte, el libro consiste de un parloteo seudo-académico del tipo insufriblemente agotador, pero contiene su teoría del estado, como una especie de entrada en calor para el material educativo:

“Bajo ninguna circunstancia una nación puede existir previa a la forma de su Estado... un Estado es siempre un futuro. Es ese estado que propiamente hoy debemos instaurar, o más bien en este mismo instante, y con todo nuestro esfuerzo futuro empeñado hacia ese ideal político que brilla ante nuestros ojos, no sólo a la luz de un bello pensamiento, sino como la necesidad irresistible de nuestra propia personalidad. Por lo tanto, la nación es íntimamente pertinente y nativa a nuestro propio ser, en el tanto en que el Estado, considerado como la Voluntad Universal, es uno junto con nuestra personalidad concreta y ética real.”

Y así durante 250 páginas. A pesar del estatismo implacable de su visión, y de su amor por el poder centralizado y la planificación, los escritos de Gentile carecieron de algunos rasgos que caracterizaron a otros trabajos de su tipo. Está piadosamente libre de racismo, tal vez debido a su región de origen. Era siciliano y, por tanto, pertenecía a un pueblo que, desde los años de 1880, había sido demonizado por pensadores estadounidenses, como disgénico. En efecto, si es posible hablar de esta manera, Gentile era comparativamente liberal entre los fascistas del período, al haber criticado al anti-semitismo alemán y al haber encontrado su muerte a manos de un populacho anti-fascista, al regresar de pedir la liberación de la prisión de anti-fascistas.

No obstante, su contribución distintiva, firmada por muchos intelectuales italianos, fue el “Manifesto of the Fascist Intellectuals.”

“La oposición entre individuo y Estado es la expresión política típica de una corrupción tan profunda, que no puede aceptar otro principio de vida que sea superior, debido a que, así hacerlo, conformaría vigorosamente y contendría los sentimientos y pensamientos individuales. Por lo tanto, el fascismo en sus orígenes fue un movimiento político y moral. Entendió y abogó por la política, como campo de entrenamiento para la abnegación y el sacrificio propio en nombre de una idea, una que pudiera brindar a los individuos su razón de ser, su libertad y todos sus derechos. La idea en cuestión es aquella de la madre patria. Es un ideal que constituye un proceso continuo e inagotable de actualización histórica. Representa una encarnación diferente y singular de las tradiciones de una civilización, la cual, lejos de desvanecerse como una memoria muerta acerca del pasado, asume la forma de una personalidad enfocada en el fin por el cual se lucha. Por lo tanto, la madre patria es una misión.”

Al leer este estilo de fascismo, usted puede ver porqué fue aceptado más fácilmente por el público estadounidense, que los modelos inglés o alemán. Era, ni más ni menos, que la celebración del estado como centro de la vida y una proclamación de la muerte de la libertad y la democracia del viejo mundo. En resumen, Gentile suscitó un grado de interés en la vida política estadounidense, debido a su descripción de los valores prevalecientes del propio Nuevo Trato [New Deal].

T.S. Eliot (1888-1965) parece ser un candidato improbable para que sea incluido en esta galería de granujas, simplemente debido a que este modelo de civilidad y erudición es ampliamente considerado un campeón en los anales del anti-liberalismo. El anglófilo nacido en los Estados Unidos, después de todo, es autor del poema más famoso y reverenciado del siglo XX, “La Tierra Baldía” (1922). Su narrativa impenetrable captura el desaliento del mundo de habla inglesa en la posteridad de la Primera Guerra Mundial, dando la impresión de que no fue sólo la guerra lo que la civilización debería lamentar, sino de que todo en la vida se había convertido en la era del comercio masivo. Nada era salvable y todo está corrupto.

C.S. Lewis, quien consideró al trabajo de Eliot como totalmente “funesto”,” dijo lo siguiente acerca de este poema: “ningún hombre se fortifica en contra del caos al leer La Tierra Baldía, sino que la mayoría de los hombres es infectada por el caos por ella.” ¿Qué es el caos? Es el anhelo oscuro de algún pasado hace mucho tiempo desaparecido y una convicción de irreversibilidad del presente, una actitud que es anatema a la tradición liberal clásica, que vislumbra con esperanza y maravilla lo que la libertad puede lograr. No es exagerar ver la contribución literaria de Eliot como parte del proyecto literario Modernista en Inglaterra, de menospreciar y condenar todo aquello que el capitalismo había hecho por el mundo. Para Eliot, en particular, el costo fue la integridad de la cultura propiamente.

En “Notes Toward a Definition of Culture,” Eliot adopta una línea dura contra la visión liberal/Hayekiana de la cultura de una evolución espontánea, que se extiende a partir del surgimiento gradual de normas, gustos y maneras de un pueblo libre. Para Eliot, el tipo correcto de cultura debe emanar desde una élite, escogida a partir de instituciones educativas de excelencia. Todo acerca de la industrialización es una guerra contra la cultura, incluso los avances en las publicaciones. “En nuestra época”, declaró él, “leemos demasiados libros nuevos... No sólo nos vemos abrumados con demasiados libros nuevos: aún nos vemos más abochornados por demasiados periódicos, reportes y memoranda circulada privadamente.”

Una cantidad creciente de trabajos académicos ha llamado la atención acerca de las simpatías de Eliot por el movimiento eugenésico y a su preocupación constante por tasas de nacimiento crecientes entre las clases bajas de la cultura inglesa. Pero eso no debería de sorprender del todo. No hay sino un pequeño paso entre lamentar el avance del consumismo de las masas, a denunciar el surgimiento de la expansión masiva de la población, hecha posible gracias a la prosperidad.

Al fin de cuentas, el problema con Eliot no está cerca de la escala de lo que usted encuentra en otros escritores en esta tradición. En ningún lado él defiende al totalitarismo o algo como eso, aun cuando usted huele una pizca de autoritarismo. Pero, lo que él representa es un problema subyacente, que es universal en esta tendencia de escritores anti-capitalistas.

El problema se reduce a una intratablemente aristocrática pedantería, que alimenta una profunda sospecha contra la libertad y tienta a los intelectuales a imaginarse que, si tan sólo limitamos a esa libertad y la reemplazamos con controles sabios en torno a nuestro destino social, cultura y demográfico, podremos ser salvados de la decadencia y la corrupción en las que nos sumió el liberalismo del siglo XVIII. A los déspotas les apasionan exactamente estas convicciones.

LA BIFURCACIÓN EN EL CAMINOLo que usted encuentra en esta tradición es un modelo muy diferente al de Marx y su escuela que critica a la sociedad que evoluciona libremente celebrada por la tradición liberal desde Adam Smith y Bastiat. La versión no-marxista no posee una objeción fundamental a la religión, a la nación, a la familia e incluso a la propiedad, en tanto que todo sea dirigido hacia el objetivo único de fortificar al colectivo.
Lo que comparten en común es una convicción de que la sociedad de intercambio que evoluciona libremente, es insosteniblemente corrupta; que la sociedad no contiene dentro de ella, la capacidad para su propio ordenamiento y que las relaciones humanas no son capaces de lograr la armonía universal, ausente el diseño consciente de parte de estados, líderes poderosos e intelectuales.

Su vasta influencia sobre el cuerpo político del siglo XX es extrañamente olvidada y la tradición de pensamiento que representa fue acallada durante la Guerra Fría, que volvió a repetir al único conflicto político como aquel de Occidente versus el Comunismo. Las ideas de una forma derechista de totalitarismo quedaron en espera del momento en que volviera a repetir su feo rostro.

Saber esto nos ayuda a entender la nueva política de nuestra época. La libertad se ve amenazada desde dos extremos, la derecha y la izquierda. La idea de libertad representa un tercer camino, una ruta iluminada por la esperanza de un tipo de civilización que pueda ser edificada no desde arriba hacia abajo, sino desde abajo hacia arriba, no por la fuerza del poder, sino por las asociaciones voluntarias de personas comunes quienes aspiran a mejores vidas.

(Una nota final de reconocimiento es que este ensayo nunca habría sido posible sin el hilo de Ariadna que nos legó Ludwig von Mises, en su magistral ensayo de 1947, “Caos Planificado.”]

Jeffrey Tucker es Director de Contenidos de la Fundación para la Educación en Economía [Foundation for Economic Education]. Es también oficial principal de la Libertad y fundador de Liberty.me, miembro honorario distinguido de Mises Brasil, compañero de investigación del Instituto Acton, consejero de política del Instituto Hearthland, fundador de la Conferencia CryptoCurrency, miembro de la junta editorial del Molinari Review, asesor del grupo constructor Factom de la aplicación blockchain y autor de cinco libros. Ha escrito 150 presentaciones de libros y muchos miles de artículos que aparecen en la prensa académica y la popular.