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Jorge Corrales Quesada
04/09/2017, 08:57
Este es un tema de permanente vigencia pero actualmente en nuestro medio se está convirtiendo en algo transcendental, al verse como a ciertas personas no se les permite expresar sus opiniones -discutibles o no, correctas o no, “sucias” o no- incluso en senos en donde se proclama la universalidad, la tolerancia y la diversidad, como nomas esenciales a esas entidades.

POR QUÉ LA “PARADOJA DE LA TOLERANCIA” NO ES EXCUSA PARA ATACAR LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN
Jason Kuznicki
Fundación para la Educación Económica
Lunes 21 de agosto del 2017
La Paradoja de la Tolerancia de Karl Popper últimamente ha sido objeto de mucha atención. Con una buena razón: nosotros los estadounidenses estamos pensando en torno a qué hacer con los neo-nazis que están entre nosotros. Tal vez nos gustaría tolerar puntos de vista intolerantes, pero, ¿no es eso riesgoso? Popper habló acerca de ese temor cuando escribió:

“La tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada aun a aquellos que son intolerantes; si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto con ellos, de la tolerancia. Con este planteamiento no queremos significar, por ejemplo, que siempre debamos impedir la expresión de concepciones filosóficas intolerantes; mientras podamos contrarrestarlas mediante argumentos racionales y mantenerlas en jaque ante la opinión pública, su prohibición sería, por cierto, poco prudente. Pero debemos reclamar el derecho de prohibirlas, si es necesario por la fuerza, pues bien puede suceder que no estén destinadas a imponérsenos en el plano de los argumentos racionales, sino que, por el contrario, comiencen por acusar a todo razonamiento; así, pueden prohibir a sus adeptos, por ejemplo, que presten oídos a los razonamientos racionales, acusándolos de engañosos, y que les enseñen a responder a los argumentos mediante el uso de los puños o las armas. Deberemos reclamar entonces, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes.”
Pero este pasaje -en una nota al pie de página del volumen 1 de La sociedad abierta y sus enemigos- no es su más claro y ha sido burdamente abusado tanto por la extrema izquierda como por la extrema derecha.

EL MATONISMO FARISAICOLa extrema derecha lo lee y dice: “¿Ven? ¡Incluso la tolerancia en sí misma es intolerante! De forma que persigamos a quien nos parece. A diferencia de la así llamadas personas ‘tolerantes’, ¡nosotros no estamos siendo hipócritas!”

Y por esa tenue, casi imperceptible diferencia, ellos se imaginan a sí mismos como los superiores en cuanto a moral.
Este pensamiento es una torpe interpretación errada de Popper. La sociedad liberal que se defiende a sí misma ante la violencia mortal, de ninguna forma es comparable con los grupos que la destruirían.

Eso se debe a que, para preservarse a sí misma, una sociedad liberal primero trata con cosas como el pensamiento racional, el debate abierto, la votación y un sistema de leyes, que permite que se exploren incluso creencias odiosas y que puedan ser mantenidas sin temor a la persecución. Los liberales acuden a la violencia tan sólo en última instancia, si es que alguna vez lo hacen, y sólo cuando han fracasado métodos preferibles. Usamos la violencia sólo raramente y sólo defensivamente, con el objetivo de regresar a un modo de existencia más civilizado, tan pronto como sea posible.

Para grupos iliberales, la violencia no es un recurso de última instancia. Es un recurso de primera instancia, o casi que lo es. A pesar de la paradoja de Popper, hay aquí un mundo de diferencia moral.

MALINTERPRETANDO A POPPERMientras tanto, muchos en la extrema izquierda también han malinterpretado a Popper, de nuevo, para nada bueno. Tal como se ha indicado aquí, y no del todo justamente, la paradoja va así:


Una sociedad tolerante debería ser tolerante de forma predeterminada.
Con una excepción: no debería tolerar la intolerancia como tal.

Pero, Popper nunca creyó algo como eso. Más bien, escribió:

“No queremos significar, por ejemplo, que siempre debamos impedir la expresión de concepciones filosóficas intolerantes; mientras podamos contrarrestarlas mediante argumentos racionales y mantenerlas en jaque ante la opinión pública, su prohibición sería, por cierto, poco prudente.”

No hay aquí justificación de leyes en contra del discurso del odio. Al contrario, Popper parece que ha llamado a tales leyes “poco prudentes.”

Para Popper, la intolerancia no se debe desplegar cuando la expresión de ideas intolerantes pueda hacer que se sienta incómodo, o cuando esas ideas parecen ser groseras, o cuando ellas en verdad le enojan. La intolerancia -si para eso es la palabra correcta- sólo se justifica cuando estamos ya encarando “puños y pistolas,” o, supuestamente, algo peor.

Sabemos esto no simplemente al hacer una lectura atenta de los pasajes que he citado, sino de una mirada más amplia a La sociedad abierta y sus enemigos. El libro entero es una presentación de ideas intolerantes, su disección y una defensa sostenida y razonada del pluralismo. Allí Popper se mostró a sí mismo como liberal; su primer recurso fue formular un argumento racional. Fue tan sólo en una nota al pie de página cuando consideró la posibilidad de usar la violencia, y lo hizo con un desdén obvio.

NO EXISTE UNA EXCUSA LIBERAL PARA EL ILIBERALISMOLos liberales deben resolver preferir siempre la razón y el argumento a la violencia. Desviarse de ese principio es invertir la jerarquía de preferencias morales que, en primer lugar, le da al liberalismo su superioridad. Es llegar a ser semejante a nuestros enemigos, al menos en nuestra elección de métodos. Hacerlo así es conceder a la derecha extrema su acusación de hipocresía.

Ahora bien, ocasionalmente llegar a usar métodos intolerantes; esto es, acudir a la defensa propia a la luz de una amenaza al orden liberal, pueda significar la renuncia de una especie de consistencia filosófica. Sin embargo, está lejos de ser claro que eso dañe la forma de pensar de Popper. En otra parte de su mismo trabajo, Popper aseveró que todas las formas de soberanía implican inconsistencia y la soberanía liberal no menos que cualquier otra. Mantuvo esto como resultado de una profunda confusión en la historia del pensamiento político, una que equivocadamente hizo del estado el principio ordenador de nuestra vida social. Su paradoja de la tolerancia se encaminaba a apoyar esta afirmación.

Aquí mis amigos anarquistas podrían encontrarse asentando con un movimiento de sus cabezas. No pienso que estarían equivocados, aun cuando Popper no fuera un anarquista: Él, más bien, tenía la esperanza de una sociedad liberal en la que el estado tenía un papel limitado y auxiliar, no de dirección. Entendido correctamente, Popper no es un aliado de la derecha extrema ni de la izquierda extrema, sino de liberales clásicos como F.A. Hayek. Hacerlo un amigo de leyes contra la expresión del odio o, peor, de persecución, es distorsionar su pensamiento, más allá de lo reconocible.

¿Qué tan útil es la paradoja de la tolerancia? En la práctica, una defensa efectiva de una sociedad tolerante casi siempre es sencillamente compatible con la práctica de la tolerancia como tal. La paradoja solo surge raramente. Aun así, en pocos casos extremos, y si usamos una definición tendenciosa de la palabra “intolerancia” -una que define a la defensa propia como intolerancia- entonces sí, la tolerancia y la intolerancia pueden tener una semejanza superficial. Pero, es posible darle demasiada importancia a ello, y ciertamente mucha gente lo ha hecho así.

Reimpreso de Libertarianism.org.

Jason Kuznicki es editor de Cato Unbound.