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Jorge Corrales Quesada
03/09/2017, 20:53
Tal vez son estos momentos importantes para entender la importancia económica del comercio internacional, por lo cual pondré en Facebook diversas traducciones de artículos acerca de dicho tema. Empiezo con éste, de un economista experto en dicho tema, Douglas A. Irwin, en el cual nos expone algunas reflexiones históricas del pensamiento económico y de conceptos básicos asociados el comercio internacional y que nos servirán de introducción a artículos subsecuentes y que nos servirá de introducción a artículos subsecuentes. Conocer de esto es crucial, pues los afanes proteccionistas cada vez que pueden asoman su feo rostro y por ello tenemos que tener bien clara su importancia en la vida económica de los pueblos.

UNA BREVE HISTORIA DE LA POLÍTICA DE COMERCIO INTERNACIONAL

Por Douglas A. Irwin
The Library of Economics and Liberty
26 de noviembre del 2001

La historia del comercio internacional y de la política comercial es una de las ramas más antiguas del pensamiento económico. Desde los antepasados griegos al presente, los oficiales gubernamentales, los intelectuales y los economistas han ponderado los determinantes del comercio entre las naciones, han preguntado si el comercio beneficia o daña a la nación y, con mayor importancia, han tratado de determinar qué política comercial es la mejor para un país en particular.

Desde la época de los antiguos filósofos griegos, ha existido una visión dual en torno al comercio: un reconocimiento de los beneficios del intercambio internacional, combinado con una preocupación de que ciertas industrias domésticas (o los trabajadores o la cultura) serían dañados por la competencia extranjera. Dependiendo de las consideraciones que se hacen acerca de las ganancias generales del comercio o sobre las pérdidas de aquellos afectados por las importaciones, diferentes analistas han arribado a diferentes conclusiones, acerca de la deseabilidad de tener un comercio libre. Sin embargo, los economistas han asemejado al libre comercio con el progreso tecnológico: aunque algunos intereses estrechos pueden ser afectados, los beneficios generales a la sociedad son sustanciales. Aun así, tal como se evidencia a partir de los intensos debates acerca del comercio de hoy en día, las tensiones inherentes en esta visión dual del comercio, no han sido sobrepasadas.

EL MERCANTILISMO

El primer cuerpo de pensamiento, razonablemente sistemático, dedicado al comercio internacional se llamó “mercantilismo” y emergió en la Europa de los siglos XVII y XVIII. Una efusión de panfletos acerca de temas económicos, particularmente en Inglaterra y especialmente relacionados con el comercio, empezó durante ese tiempo. Aunque muchos puntos de vista diferentes se expresaron en esa literatura, se divulgaron varias creencias esenciales y tendieron a ser reafirmadas una y otra vez. En gran parte de ese período, los escritores mercantilistas arguyeron que un objetivo clave del comercio, debería ser la promoción de una balanza comercial que fuera favorable. Una balanza comercial “favorable” es una en donde el valor de los bienes domésticos exportados excede al valor de las importaciones de bienes extranjeros, El comercio con un país o región determinada se juzgó como beneficioso, en el tanto en que el valor de las exportaciones excediera al de las importaciones, resultando, por tanto, en un superávit de la balanza comercial y agregando metales y tesoros preciosos a los stocks del país. Posteriormente, los académicos disputaron el grado en que los mercantilistas confundieron la acumulación de metales preciosos, con aumentos en la riqueza nacional. Pero, sin duda, los mercantilistas tendieron a ver a las exportaciones como favorables y, a las importaciones, como desfavorables.

Aun cuando la balanza comercial no fuera la fuente específica de preocupación, lo era la composición de los bienes que se intercambiaban. Las exportaciones de bienes manufacturados se consideraban como beneficiosas y las exportaciones de materias primas (para ser usadas por los manufactureros del extranjero) se consideraban como dañinas; las importaciones de materias primas eran vistas como ventajosas y, las importaciones de bienes manufacturados, como perjudiciales. La clasificación de actividades no se basaba tan sólo en razones laborales, en donde el procesamiento y el agregado de valor a las materias primas se consideraron que generaban mejores oportunidades de empleo, en comparación con la extracción o la producción primaria de bienes básicos, sino, también, al levantar industrias que fortalecerían a la economía y a la defensa nacional.

Los mercantilistas abogaron por que la política gubernamental se dirigiera hacia el arreglo del flujo de comercio, en conformidad con estas creencias. Buscaron una agenda altamente intervencionista, utilizando los impuestos para manipular la balanza comercial o la composición de los bienes que se intercambiaban, en favor del país natal. Sn embargo, aún si la lógica del mercantilismo fuera la correcta, esta estrategia no podría funcionar, si todos los países trataban de seguirla simultáneamente. No todas las naciones pueden, al mismo tiempo, tener un superávit de la balanza comercial y no todos los países pueden exportar bienes manufacturados e importar materias primas.

LA RIQUEZA DE LAS NACIONES DE ADAM SMITH

Si bien durante este período hubo escritores económicos anti-mercantilistas, pocos abogaron a favor del libre comercio o brindaron razones sistemáticas para creer que el libre comercio sería deseable. El gran logro se dio con el libro de Adam Smith An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations , publicado en 1776. Con este libro, Smith cambió fundamentalmente al pensamiento económico alrededor del comercio internacional. Smith propuso que el crecimiento económico dependía de la especialización y de la división del trabajo (Ver su libro I, capítulo 3). La especialización ayudó a promover una productividad mayor –esto es, producir más bienes con los mismos recursos, lo cual es esencial para lograr más altos estándares de vida. De acuerdo con Smith, la división del trabajo estaba limitada por la extensión del mercado; en otras palabras, los mercados pequeños no tendrían capacidad para soportar mucha especialización, en tanto que los mercados más grandes sí lo podían. (Un pueblo pequeño usualmente tiene menos tiendas especializadas que una ciudad grande). Por lo tanto, para un país dado, el comercio internacional efectivamente incrementaba el tamaño del mercado, permitiendo una mayor especialización, creada por la división internacional del trabajo y, por ende, beneficiando a todos los países, al incrementar la productividad y la producción del mundo.

Aun más que por su discusión acerca de las ganancias debido al comercio, Smith es recordado por su análisis incisivo acerca de la política comercial, en donde él detalla no sólo los beneficios del libre comercio, sino que también lo hace acerca de los costos de la intervención del gobierno. El libro IV de la Riqueza de las Naciones consistió en un ataque sostenido y convincente al mercantilismo. Smith alegó que “el gran objeto” del mercantilismo fue “disminuir todo lo posible la importación de géneros extranjeros para el consumo doméstico y aumentar en el posible esfuerzo la extracción del producto de la industria doméstica.” (Libro IV, capítulo 1). Estos objetivos serían logrados por medio de restricciones a las importaciones (para reducirlas), por una parte y, por la otra, subsidiar a las exportaciones (para incrementarlas). Smith discutió en contra de ambas acciones.

Smith rápidamente prescindió de subsidios a las exportaciones, que son pagos a empresas domésticas que les permiten reducir su precio a los consumidores del extranjero. “Ellos no pueden otorgar a sus fabricantes y mercaderes en los reinos extranjeros el monopolio que les han dado dentro del propio,” escribió Smith, “y buscando un medio que más se le aproxime, o que más se le parezca, pensaron el de que se les pague por lo que vendan. Y éste es el modo con que propone el sistema mercantil enriquecer a la nación, llenando de dinero sus arcas en la supuesta balanza del comercio.” (Libro IV, capítulo 5). Smith arguyó que si un comercio en particular no era beneficioso para los mercaderes privados, era imposible que lo fuera para toda la nación:

“Es digno de notarse que sólo aquellas negociaciones mercantiles que se giran por medio de gratificaciones [subsidios] son las que pueden permanecer mucho tiempo seguido entre dos naciones mercantiles, aunque la una pierda, o casi siempre, vendiendo sus géneros por menos de lo que cuesta conducirlos al mercado o ponerlos en estado de venta. Pero si la gratificación no resarce al mercader de lo que sin ella perdería en la venta de sus mercaderías, su mismo interés le obligaría muy presto a emplear sus fondos en otra negociación, o a buscar un trato en que el precio de sus géneros le remplazase el capital empleado y sus ordinarias ganancias. Y así uno de los efectos que indispensablemente producen las gratificaciones, como todos los demás expedientes del sistema mercantil, es forzar el comercio de un país hacia aquel canal que él no buscaría de su propio movimiento, y que es mucho menos ventajoso a los intereses del público.” (Libro IV, capítulo 5).

Volviendo a las restricciones a las importaciones, Smith aseveró que ellas beneficiarían a ciertas industrias domésticas, pero que también disminuiría la competencia y les darían a esos productores un monopolio del mercado doméstico, permitiéndoles cobrar precios más altos. Los monopolios eran propensos a una mala administración y que posiblemente serían ineficientes. Al explicar esto, Smith formuló su concepción acerca del papel de la competencia:

“Cada individuo en particular pone todo su cuidado en buscar el medio más oportuno de emplear con mayor ventaja el capital de que puede disponer. Lo que desde luego se propone es su propio interés, no el de la sociedad en común; pero estos mismos esfuerzos hacia su propia ventaja le inclinan a preferir, sin premeditación suya, el empleo más útil a la sociedad como tal.”

“…todo individuo procura emplear su capital lo más cerca que puede de su vista e inspección, y por consiguiente en cuanto está de su parte sostener la industria doméstica, con tal de que por dicho medio pueda conseguir las ganancias ordinarias del fondo, o a lo menos no mucho menores que las regulares.” (Libro IV, capítulo 2).

¿Cuál era el impacto de las regulaciones al comercio?

“No hay reglamento ni estatuto mercantil capaz de aumentar la cantidad de industria, en cualquier sociedad, a más de lo que su capital pueda mantener y emplear. A lo sumo, lo que será capaz de hacer estribará en dirigir parte de su empleo hacia donde de otra suerte no se orientaría, pero de ningún modo puede asegurarse que esta dirección artificial, dimanada de aquellos reglamentos, haya de ser más ventajosa a la sociedad en común, que lo hubiera sido si se hubiese dejado a esta misma industria tomar libremente y de su propio movimiento la dirección a que por sí misma se inclinase.” (Libro IV, capítulo 2).

De hecho, las restricciones a las importaciones eran esencialmente un desperdicio:

“Rara vez deja de ser prudente en la dirección económica de un Estado la máxima que es acertada en el gobierno de una familia particular. Cuando de un país extranjero se nos puede surtir de una mercadería a un precio más cómodo que al que nosotros podemos fabricarla, será mejor comprarla que hacerla, dando por ella parte del producto de nuestra propia industria, y dejando a ésta emplearse en aquellos ramos en que saque ventaja al extranjero. Como que la industria de un país es siempre proporcionada al capital que la emplea, no por eso quedará disminuida, así como no lo quedan las conveniencias de los artesanos cuyos ejemplos propusimos arriba. Lo que obra aquella operación es que la industria busque por sí misma el empleo en que pueda sacar más provecho y más ventaja, y ciertamente no está empleado con la mayor ventaja aquel capital que se destina a un objeto que pueda comprarse más barato que hacerse, disminuyéndose seguramente más o menos el valor del producto anual cuando por aquel camino se separa un capital del empleo productivo de mercaderías de más valor que las que aquella violenta dirección le hace producir. Así, pues, la mercadería que se empeña en producir podría comprarse más barata del extranjero que lo que puede comprarse en el Reino, adquiriéndose solamente con una parte de otras mercaderías, o en otros términos, con sólo una parte del precio de aquellas mercaderías que podría haber producido dentro del Reino, la industria empleada en su fabricación con igual capital, si se la hubiera dejado seguir la inclinación natural. En consecuencia, con estos estatutos se separa la industria del país de un empleo más ventajoso y se aplica en el que lo es menos, y en lugar de aumentarse el valor permutable de su producto anual, no puede menos de disminuirse considerablemente.” (Libro IV, capítulo 2).

Smith también fue un entusiasta analista de la economía política de las restricciones al comercio. En vez de ser impuestas por alguna autoridad independiente que deseaba servir mejor los intereses generales de la sociedad, las regulaciones se dieron debido a la presión de intereses especiales, que buscaron disminuir la competencia para su propio beneficio. Tal como lo escribió en una carta de 1783, las regulaciones comerciales “pueden, pienso yo, ser demostradas que en todos los casos constituyen una pieza plena de truculencia, mediante la cual los intereses del Estado y la nación son constantemente sacrificados por aquel de algunos clases particulares de negociantes.”
Smith formuló un caso poderoso de que la promoción gubernamental del comercio y la restricción del gobierno al comercio eran insensatas y dañinas. Él cambió fundamentalmente el análisis de la política comercial y esencialmente estableció la presunción de que el libre comercio era la mejor política, a menos que otras consideraciones se antepusieran a esa presunción. Smith escribía en la época de la Ilustración y sus escritos en la esfera económica tuvieron un fuerte impacto, tal como los escritos de Voltaire y Hume lo tuvieron en otros reinos del pensamiento.

LA VENTAJA COMPARATIVA

El caso en favor del libre comercio fue reforzado por los economistas clásicos quienes escribían en la primera cuarta parte del siglo XIX. La teoría de la ventaja comparativa emergió durante ese período y fortaleció nuestro entendimiento de la naturaleza del comercio y sus beneficios. David Ricardo ha recibido la mayor parte de los créditos por desarrollar esta importante teoría (en el capítulo 7 de sus Principles of Political Economy [Principios de Economía Política y Tributación], aun cuando James Mill y Robert Torrens tuvieron ideas similares durante esa misma época.

La teoría de la ventaja comparativa sugiere que un país exporta bienes en los cuales su ventaja relativa de costos, y no su ventaja absoluta, es mayor, en comparación con otros países. Suponga que los Estados Unidos pueden producir ambos, camisas y automóviles, más eficientemente que como lo hace México. Pero, si puede producir camisas al doble de la eficiencia de México y puede producir automóviles tres veces más eficientemente que México, los Estados Unidos tienen ventaja productiva absoluta sobre México en ambos bienes, pero una ventaja relativa en producir automóviles. En este caso, los Estados Unidos pueden exportar automóviles a cambio de importar camisas –aun cuando puede producir camisas más eficientemente que México.

La importancia práctica de la doctrina es que, un país puede exportar un bien, aún si una nación extranjera puede producirlo más eficientemente, si en ello es donde radica su ventaja relativa; similarmente, un país puede importar un bien, aún si puede producirlo más eficientemente que el país de donde está importando el bien. Desde el punto de vista de México, éste carece de una ventaja productiva absoluta en ambos bienes, pero tiene una ventaja relativa en producir camisas (en donde su desventaja relativa es menor). Este comercio es beneficioso para ambos, los Estados Unidos y México.

La proposición de la ventaja comparativa es increíblemente contra-intuitiva: afirma que un país menos desarrollado, que carece de ventaja absoluta en la producción de cualquier bien, puede, aun así, involucrarse en un comercio mutuamente beneficioso y que un país adelantado, en donde las industrias domésticas son más eficientes que aquellas en cualquier otro país, aun así, puede beneficiarse del comercio, aunque algunas de sus industrias encaran una intensa competencia de importaciones.

Tal como fue desarrollada por Adam Smith y los economistas clásicos, la teoría del comercio internacional es muy poderosa debido a su generalidad. Al igual que con el comercio de los ciudadanos dentro de las fronteras de una nación, el comercio internacional era un mecanismo eficiente para asignar recursos y para aumentar el bienestar nacional, independientemente del nivel de desarrollo económico de un país. Cualquier impedimento al comercio le quitaría valor a las ganancias derivadas del comercio y, por lo tanto, dañarían a la economía. Smith y los economistas clásicos formularon un caso poderoso a favor de liberalizar al comercio de restricciones gubernamentales (tales como aranceles y cuotas a la importación) y para dirigirse hacia el libre comercio.

Al mismo tiempo, estos economistas reconocieron que podría haber situaciones en donde el gobierno podría desear que se sacrificaran las ganancias económicas por algún otro objetivo. Puede haber objetivos no-económicos que son tan deseables, que vale la pena incurrir en pérdidas económicas. Por ejemplo, Adam Smith señaló que las Leyes Británicas sobre la Navegación, que restringían al comercio, pero promovían el transporte por barcos británicos, valían la pena:

“Esta Acta de Navegación no es favorable al comercio con el extranjero o a la riqueza en común que de él podía resultar a aquella nación…. Pero, como la defensa de la nación es de mucho más importancia que la opulencia de ella, dicha Acta de Navegación es la más acertada, acaso, de cuantas ha establecido la nación inglesa.” (Libro IV, capítulo 2).

DESAFÍOS TEÓRICOS AL LIBRE COMERCIO

Aunque, para inicios del siglo XIX, los beneficios del libre comercio lograron una aceptación casi universal entre los principales pensadores económicos, estos mismos economistas y otros de generaciones ulteriores investigaron casos en que podrían lograrse ganancias mediante un desvío del libre comercio.

Un caso, propuesto por John Stuart Mill en sus Principles of Political Economy [Principios de Economía Política] (1848) es el de promover las “industrias nacientes.” En ese libro afirmó:

“El único caso en el cual, basado en simples principios de economía política, los aranceles proteccionistas pueden ser defendidos, es cuando son impuestos temporalmente (especialmente en una nación joven y en ascenso) con la esperanza de naturalizar a una industria extranjera, en sí misma perfectamente apropiada para las circunstancias del país. La superioridad de un país sobre el otro en una rama de la producción, a menudo surge tan sólo por haberla empezado primeramente. Por una parte, puede ser que no haya una ventaja inherente o, por la otra parte, una desventaja, sino sólo una superioridad en la actualidad de una habilidad y experiencia adquirida… Un arancel proteccionista, mantenido por un tiempo razonable, puede algunas veces ser el modo menos inconveniente por el cual una nación puede gravarse a sí misma a fin de apoyar tal experimento. Pero es esencial que la protección sea limitada a casos en los cuales existe una buen base de certeza de que la industria que promueve, esté en capacidad después un tiempo, de prescindir de él; ni que todo el tiempo, los productores domésticos deberán de esperar que les será continuado más allá del tiempo necesario para una prueba justa de lo que son capaces de lograr.” (Libro V, capítulo 6).

Aun cuando el argumento de la industria naciente no se originó con Mill, su recomendación le dio credibilidad intelectual, pero también generó una intensa controversia entre economistas. Había y hay un gran escepticismo acerca de si restricciones al comercio, brindan a las nuevas industrias los incentivos apropiados para adquirir el conocimiento productivo que reducirá sus costos. En adición, los economistas estaban escépticos acerca de si los gobiernos podían identificar correctamente a las industrias “nacientes” y distinguir a aquellas que tenían una oportunidad de crecer, de aquellas que estaban destinadas a permanecer siendo infantiles. También, los economistas estaban preocupados porque la protección no fuera algo temporal, sino que se convirtiera en algo permanente.

Otro caso propuesto para desviarse del libre comercio, el argumento de los “términos de intercambio”, trata del cociente (esto es, los precios) al cual los países intercambian las exportaciones por las importaciones. Los términos de intercambio están determinados por la oferta y la demanda internacionales, pero esos factores subyacentes podrían ser manipulados por la política gubernamental, a fin de beneficiar a uno de los países. En la década de 1840, Robert Torrens -uno de los originadores de la teoría de la ventaja comparativa- discutió que esa reciprocidad, no el libre comercio, era la política comercial más sabia, debido a que una reducción unilateral del arancel conduciría a un deterioro en los términos de intercambio. Su argumento fue recibido con mucho escepticismo hasta que John Stuart Mill, en un ensayo en su libro Essays on Some Unsettled Questions of Political Economy [Ensayos sobre Algunas Cuestiones Disputadas en Economía Política] (1884) desarrolló una teoría de la demanda recíproca y esencialmente demostró que Torrens tenía la razón. Los países que poseían la capacidad de afectar los precios de los bienes en el mercado internacional, podrían encontrar que era ventajoso restringir al comercio.

Por ejemplo, la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) restringe las exportaciones de petróleo, a fin de elevar su precio en los mercados internacionales, mejorando, por lo tanto, sus términos de intercambio (el precio de sus exportaciones en comparación con el de sus importaciones) y enriqueciéndose, a sí misma, a expensas de otras naciones consumidoras. Tal como lo indica este ejemplo, las restricciones al comercio que mejoran los términos de intercambio del país de uno, necesariamente implican que esos términos se deterioran para los otros países; la ganancia de las naciones que restringen, vienen a expensas de otros. De hecho, las pérdidas a los otros países exceden a las ganancias, de manera que, para el mundo como un todo, el libre comercio sigue siendo deseable. Sin embargo, este argumento explicó claramente que la distribución de las ganancias, resultado del comercio entre países, puede ser afectada por los aranceles.

Otros argumentos más técnicos se han enfocado en los posibles beneficios de desviarse del libre comercio cuando los mercados no funcionan perfectamente, debido a externalidades, de manera que las mejores primeras [first-best] políticas óptimas no pueden ser aplicadas y las políticas comerciales pueden ser una política de segundo mejor [second best] o que, cuando hay interacciones estratégicas entre empresas las cuales dan lugar a rentas, pueden ser cambiadas mediante intervenciones al comercio. No obstante, en la mayoría de estos casos, la posición en contra del libre comercio depende de condiciones especiales altamente inciertas. Además, tales argumentos a favor de la intervención gubernamental han sido contradichos por tres argumentos. El primero, que los gobiernos generalmente carecen de la capacidad para identificar las externalidades y las rentas y, aun cuando lo pudieran hacer, incluso determinar el tipo y cantidad óptima de intervención es algo extremadamente difícil. En segundo lugar, aún si existe una razón para la intervención y aunque el gobierno estuviera en capacidad de imponer la política óptima, las políticas, en la realidad, no están determinadas de una manera científica, sino que son resultado de una presión de intereses especiales que buscan servirse a sí mismos. Por lo tanto, las intervenciones tenderían a servir a los intereses privados y no a los públicos, para detrimento de la economía. En tercer lugar, una intervención impuesta, basada en un óptimo, puede generar represalias de países extranjeros, las cuales borrarían cualesquiera ganancias producto de tal intervención.

CONCLUSIONES

Por siglos, la política comercial ha estado sujeta a debates animados e intensos. Desde el inicio del intercambio entre las naciones, el comercio ha dado lugar a beneficios económicos generalizados, pero, también, ha afectado a grupos domésticos de intereses específicos. Aun durante períodos de crecimiento económico, uno escucha quejas de empresas domésticas acerca de los efectos dañinos de la competencia externa sobre sus industrias. El análisis económico ha brindado un marco sistemático para examinar los temas subyacentes del comercio internacional. La economía brinda una manera para distinguir los alegatos auto-interesados de que el comercio es dañino, de otros argumentos acerca de que ciertas políticas comerciales pueden beneficiar a la nación como un todo.
Aunque los economistas consistentemente han enfatizado a las ganancias generales provenientes del comercio internacional y, en años recientes, han hecho énfasis en la medición de esas ganancias, el debate acerca de la política comercial es interminable. Tal como opinó en una ocasión Adam Smith, en torno a la libertad de comercio, “Se oponen a ella irresistiblemente la preocupaciones del público y, lo que es más inexorable, los particulares intereses de muchos individuos poderosos.” (Libro IV, capítulo 2).



LECTURAS ADICIONALES
Bastiat, Frédéric. [I]Economic Sophisms. (http://www.econlib.org/library/Bastiat/basSoph.html) Irvington-on-Hudson, NY: The Foundation for Economic Education, Inc., trad. y ed. Arthur Goddard, 1996.
Bhagwati, Jagdish. Free Trade Today. Princeton: Princeton University Press, 2002.
Corden, W. Max. Trade Policy and Economic Welfare. Oxford: Oxford University Press, 1974.
Haberler, Gottfried. The Theory of International Trade: With its Applications to Commercial Policy; traducida del alemán por Alfred Stonier y Frederic Benham. New York: Macmillan, 1936.
Irwin, Douglas A. Against the Tide: An Intellectual History of Free Trade. Princeton: Princeton University Press, 1996.
Irwin, Douglas A. Free Trade Under Fire. Princeton: Princeton University Press, 2002.
Krugman, Paul. Pop Internationalism. Cambridge: MIT Press, 1996.
Krugman, Paul. "Ricardo's Difficult Idea: Why Intellectuals Can't Understand Comparative Advantage." En Gary Cook (ed.), Freedom and Trade: The Economics and Politics of International Trade, Vol. 2. New York: Routledge, 1998.
Maneschi, Andrea. Comparative Advantage in International Trade. Aldershot, England: Edward Elgar, 1999.
Roberts, Russell. The Choice: A Fable of Free Trade and Protectionism. Upper Saddle River, NJ: Prentice Hall, 2001.
Viner, Jacob. Studies in the Theory of International Trade. (http://www.econlib.org/library/NPDBooks/Viner/vnSTT.html) New York: Harper & Bros., 1937.


Douglas Irwin es profesor de economía en la Universidad de Dartmouth e investigador asociado del National Bureau of Economic Research. Es autor del libro Free Trade Under Fire (Princeton University Press, 2002) y Against the Tide: An Intellectual History of Free Trade (Princeton, 1996). Su sitio en red es http://www.dartmouth.edu/˜dirwin (http://www.dartmouth.edu/~dirwin).