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Jorge Corrales Quesada
03/09/2017, 19:56
USTED ES MÁS RICO QUE JOHN D. ROCKEFELLER Por Donald J. Boudreaux
Foundation for Economic Education
Sábado 22 de abril del 2017
Nota del traductor: Los gráficos puedens er econtrados en la versión en inglés de este artículo en https://fee.org/articles/you-are-richer-than-john-d-rockefeller/

Esta historia de la revista Atlantic revela cómo los estadounidenses vivían hace 100 años. De acuerdo con los estándares de la actual clase media de los Estados Unidos, aquella forma de vida era pobre, inconveniente, deprimente y peligrosa. (Tan sólo unos pocos años después -en 1924- el hijo de 16 años de quien, en aquel momento, era presidente de los Estados Unidos, moriría a causa de una ampolla infectada que se causó el muchacho en su pie, al jugar tenis en los alrededores de la Casa Blanca).

De manera que aquí les presento una pregunta que he formulado de una u otra forma en ocasiones previas, pero que es tan penetrante que la hago de nuevo: ¿Cuánto es la cantidad mínima de dinero que usted exigiría a cambio de regresar a vivir incluso como vivía John D. Rockefeller en 1916? ¿21.7 en millones de dólares del 2016 (que más o menos serían un millón de dólares de 1916)? ¿Lo haría a cambio de eso? Y ¿qué hay acerca de mil millones de dólares del 2016 –o de 1916? ¿Sería suficiente esa considerable suma de dólares como para comprar una cantidad de bienes y servicios de alta calidad en 1916, que haría que, al menos a usted, le sea indiferente vivir en los Estados Unidos de 1916 y vivir (con su ingreso actual) en tal país en el 2016?

Medítelo. Fuertemente. Cuidadosamente.
Si usted fuera un billonario de los Estados Unidos en 1916, por supuesto que podría adquirir una propiedad de primera calidad. Podría pagar una vivienda en la Quinta Avenida u otra que mira hacia el Océano Pacífico o una en su propia isla tropical en algún lado (o todas ellas). Pero, viajar de sus aposentos de Manhattan a su palacio en la costa occidental, le tomaría varios días y, si lo hizo durante los meses de verano, es posible que no tuviera aire acondicionado en su carro propio del ferrocarril.

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Y, aún cuando pueda tener aire acondicionado en su hogar en Nueva York, muchas de las viviendas de los amigos a quienes visita -así como a restaurantes y oficinas comerciales que usted frecuenta- no tenían aire acondicionado. En el invierno, muchos estaban pobremente calentados, según los estándares actuales.

Viajar a Europa le tomaba varios días. Para ir a tierras más allá de Europa, requería de un tiempo aún mayor.

¿Querría usted enviar un paquete o una carta en una noche desde la Ciudad de Nueva a alguien en Los Ángeles? Lo siento. Imposible.

Usted podría escuchar el radio (el primer anuncio comercial se dio en 1920), pero no ver la televisión. No obstante, podría pagar por un fonógrafo de última generación de esa época. (Sin embargo, no era estereofónico. Y -me siento seguro de eso- aún los hoy aficionados a los discos de vinilo, preferirían escuchar música tocada en un disco compacto moderno, que escuchar música tocada en un disco de un fonógrafo de 1916.) Obviamente, usted no podía bajar música de la red.

Realmente no había mucho de películas de cine que usted pudiera ver, aun cuando podría tener el dinero para poder construir su propio teatro para cine en su hogar.

Su teléfono estaba pegado a la pared. No lo podría usar para comunicarse por Skype.

Era mucho más posible que su limusina de lujo se varara mientras iba siendo conducido por un chofer en el pueblo, comparado con su carro de la actualidad, en tanto que usted mismo lo maneja en ruta a su clase de yoga. Mientras que usted está varado y esperando pacientemente en el asiento de atrás a que su chofer termine de reparar su limusina, no puede llamar por teléfono a alguien para informarle a esa persona que llegará tarde a su reunión.

Aun cuando está viviendo en su residencia de Manhattan, si tuviera ganas de algún curry rojo tailandés o de un pollo a la Vindaloo o de una sopa [pho] vietnamita o de falafel, no tendría suerte alguna: aún en el caso poco posible de que incluso usted conociera acerca de tales platos exquisitos, probablemente su chef no tendría ni idea de cómo prepararlos y el ambiente restaurantero de Nueva York aun tendría que presentar esa comida exótica. Y, aun cuando tuviera el dinero en 1916 como para poder suplirse a sí mismo de un tazón lleno de arándanos azules en enero en su casa en Nueva York, hasta para los super-ricos es posible que el gasto no valiera la pena.

Su conexión mediante wi-fi era dolorosamente lenta –oh, espere, correcto: ni siquiera existía. No importa eso, porque usted no tendría siquiera una computadora ni acceso a Internet. (¡Dios santo, ni existían blogs para que usted los leyera!

Hasta el mejor cuidado médico de aquel entonces era horrendo, medido por los estándares de la actualidad: era mucho más doloroso y mucho menos efectivo. (Acuérdese del joven Coolidge). No había antibióticos en existencia. ¿Disfunción eréctil? ¿Desorden bipolar? Viva con males como esos. Esa era su única opción.

Usted (si es una mujer) o (si usted es un hombre) su esposa y, en todo caso, su hija y su hermana, tenían una posibilidad mayor de morir como resultado de dar a luz, comparado como es en la actualidad. El niño o la niña tenía una posibilidad menor de sobrevivir su infancia, que lo que es posible para el típico recién nacido de la actualidad en los Estados Unidos.

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El cuido dental no era mejor. Su dinero no podía comprar un cepillo de dientes con cerdas que vibran. (No obstante, usted podía adquirir las mejores dentaduras postizas).

A pesar de su vanidad, no podía haber adquirido lentes de contacto, una recuperación confiable del cabello o un aumento moderno y seguro de los pechos. Y olvídese acerca de la liposucción, para que se chupara todos los resultados de haber comido demasiados terrapines, cubiertos de una salsa cremosa.

El control de la natalidad era algo primitivo: era menos confiable y alteraba mucho más el placer de como lo hacen los numerosos, baratos y extendidos métodos de control de la natalidad, hoy disponibles.

Por supuesto que usted adora a su precioso y pequeñito Firulais, pero su riqueza probablemente no le permitía comprar el cuido de veterinario del tipo que es hoy actualmente rutinario en cada villa en todas partes.

Usted estaba totalmente alejado de la riqueza cultural que la globalización ha creado durante el siglo pasado. No había un rock and roll tocado con guitarras eléctricas, inspirado en los Estados Unidos y generado en Gran Bretaña. Y nada de reggae. El jazz era apenas una cosa pequeña, con pocos discos de él.

Usted podía pagar por los relojes suizos más finos, pero aun estos no podían llevar el tiempo tan exactamente como lo hace un Timex barato de la actualidad (sin mencionar la exactitud con que su teléfono celular inteligente lleva el tiempo).

Honestamente, no estaría ni remotamente tentado para dejar al 2016, para que así pueda hacerme más rico mil millones de veces en 1916. Este hecho significa que, según los estándares de 1916, hoy en día soy más que un mil-millonario. Significa, al menos dadas mis preferencias, que hoy soy materialmente más rico que como lo que era John D. Rockefeller en 1916. Y si mis preferencias, lo que pienso es cierto, no son tan inusuales, entonces, cada ciudadano de la actual clase media de los Estados Unidos es más rico que lo que era el hombre más rico de los Estados Unidos apenas hace 100 años.

Reimpreso de Cafe Hayek.

Donald Boudreaux es compañero sénior del Programa F. A. Hayek de Estudios Avanzados en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center de la Universidad George Mason; es miembro de la Junta Directiva del Mercatus Center, profesor de Economía y ex director del departamento de economía de la Universidad George Mason y ex presidente de la Foundation for Economic Education.