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Jorge Corrales Quesada
02/09/2017, 21:03
Como en el mundo están resonando voces mercantilistas y teniendo presente que un amigo -cuyo nombre lamentablemente he olvidado- en algún momento me pidió en Facebook que le recomendara alguna explicación acerca del mercantilismo, con gusto pongo mi traducción de este artículo del economista Charles Hooper, que creo le brindará mayores elementos a los amigos lectores, para entender mejor cosas que están sucediendo y que posiblemente arrecien en los próximos tiempos.

EL MERCANTILISMO VIVE
Por Charles Hooper
Library of Economics and Liberty
4 de abril del 2011

Muchos estadounidenses no se dan cuenta de que algunos de los líderes políticos de la actualidad y los medios convencionales, exponen ideas que fueron desacreditadas y que permanecieron muertas desde hace más de doscientos años. Tal como en todas las películas de horror, algunas veces los muertos no permanecen como tales.

Cuando estudié economía en la universidad, aprendí que el mercantilismo suplantó al feudalismo, para convertirse en la doctrina económica predominante de finales de la Edad Media. El mercantilismo, “el nacionalismo económico con el objetivo de edificar un estado rico y poderoso,” [1] se basa en esta lógica: “Entre más rica es la nación, más fuerte es la nación; entre más fuerte es la nación, mejor lo es para cada miembro de ese reino.” [2] No fue sino hasta el siglo XVII, cuando el mercantilismo fue seriamente desafiado y, finalmente, Adam Smith le clavó una estaca que atravesó su corazón, al publicar La Riqueza de las Naciones hace 235 años. Tal vez los economistas mantienen esta visión clara de la historia, pero parece que el resto del mundo nunca recibió el memorándum. Desafortunadamente, las ideas arcaicas y contra-productivas del mercantilismo permanecen vivas y pataleando en los Estados Unidos del siglo XXI.

El mercantilismo es una constelación, amorfa en algún grado, de ideas que especifican cómo deberían ser organizados los componentes de la sociedad. Los escritores mercantilistas no siempre estuvieron de acuerdo entre sí y fueron, irónicamente, a menudo, críticos del sistema mercantilista. Aun así, emergieron algunos temas centrales: Las medidas proteccionistas deberían ser puestas en práctica para proteger a los productores domésticos; las exportaciones deberían ser incrementadas y, las importaciones, reducidas; el empleo en el mercado doméstico debería ser promovido y la política monetaria debería aumentar la cantidad de dinero y metales preciosos. En relación con este último punto, mientras que los bienes de consumo aumentan nuestra calidad de vida, los mercantilistas creían que el dinero era mejor que los bienes, pues el dinero podía siempre comprar más bienes, en tanto que los bienes podían quedarse sin vender e incluso hasta echarse a perder. Además, razonaron ellos, los bienes son consumidos y, por lo tanto, “perdidos”, en tanto que los metales preciosos tenían un valor duradero.

El mercantilismo es una teoría económica desde la perspectiva de los exportadores, de los proteccionistas, de los políticos y de los acumuladores de dinero, y sus beneficiarios primarios son los grandes negocios y los gobiernos grandes. Básicamente, entre más bienes vende usted al exterior de la nación y entre más oro y plata usted trae y almacena de forma segura en sus cajas fuertes, pues mejor. Los corolarios son que las exportaciones son buenas; las importaciones, malas; una moneda débil es una maravilla y los excedentes del intercambio comercial son lo máximo.

Ya sea que se den cuenta o no, muchos políticos modernos de diversa clase son mercantilistas. Simplemente escuche las noticias y verá a aquellos en nuestro gobierno y en los medios, expresando puntos de vista predominantemente mercantilistas: Que las monedas de nuestros socios comerciales son demasiado baratas y que el déficit comercial es sumamente elevado –que juntos, estos dos factores, reducen el empleo doméstico.

Una acción mercantilista disponible para un país como los Estados Unidos, es la de devaluar su moneda, lo cual simultáneamente hace que sus exportaciones se abaraten y que las importaciones se encarezcan. Esto podría sonar como lógico, pero este dogma del mercantilismo es contra-productivo. Si usted tiene dólares en su bolsillo y yo tengo un yen, ¿se molestaría usted si sus dólares pierden valor y si usted se empobrece, en comparación conmigo? ¿Pueden usted imaginarse a alguien celebrando una declinación en el valor de sus activos?

¿Tiene usted más dólares en su portafolio que yenes o renminbíes o euros? Yo sí. ¿No quiere usted que su portafolio aumente en su valor? Yo sí. Entonces, ¿por qué desear que el dólar estadounidense pierda valor?

Si bien no tengo nada en contra del oro y la plata (tengo algo de ellos), son un almacén de valor -unos medios para un fin-, no un fin en sí mismos. Espero usar mi oro y mi plata (y los dólares, yenes, renminbíes y euros) para algún día comprar otra casa, otro carro, más educación y más vacaciones. Son estos bienes y servicios -no los almacenes intermedios de valor que uso para adquirirlos- los que mejoran y enriquecen mi vida. Al enfocarse en apilar dinero e impedir estructuralmente al mercado en ese proceso, los actos mercantilistas se aseguran de que yo tenga menos de los bienes y servicios que deseo.

Otras acciones mercantilistas que el gobierno de los Estados Unidos tiene a su disposición, incluyen las restricciones a las importaciones y los aranceles, las cuales son discutidas y promovidas regularmente por diversos políticos y comentaristas. Al tomar estas acciones, con el objetivo supuesto de ayudar a los estadounidenses ordinarios, el gobierno de los Estados Unidos hará que, para nosotros, sea más difícil y más caro comprar lo que queremos.

Comentemos directamente acerca del muy calumniado déficit comercial. Si compro un carro a la Toyota hecho en Japón, ¿qué sucede? Sencillo. Obtengo un carro bonito y la compañía japonesa obtiene algunos dólares con los cuales, entonces, paga a sus suplidores, empleados y accionistas (entre los cuales yo me encuentro). ¿Qué puede hacer esa gente con los dólares que no gastan en adquirir bienes estadounidenses? Tan sólo cinco cosas: Comprar activos de los Estados Unidos, incluyendo acciones, bonos y tierra; involucrarse en una inversión directa en los Estados Unidos construyendo plantas, etcétera; cambiar los dólares en el mercado de divisas; o mantenerlos.

Al comprar activos o servicios estadounidenses, los compradores hacen que individuos y empresas de los Estados Unidos se enriquezcan. Después de todo, en cualquier intercambio ambas partes ganan y, de no ser así, no se involucrarían en el intercambio. La inversión directa en plantas y equipos incrementa la productividad y, por tanto, aumentan los salarios de los trabajadores estadounidenses. Si estos extranjeros mantienen sus dólares, entonces, obtenemos valiosos carros de ellos y, a cambio, ellos obtienen pedazos de papel baratos, que nuestro gobierno puede imprimir con un costo de pocos centavos por cada dólar. Si ellos intercambian esos dólares en las bolsas de divisas internacionales, entonces, la persona o la entidad con las cuales intercambian, tienen que tomar la misma decisión de invertir/ comprar productos/ comprar servicios/ intercambiar o mantener.

En el peor de los casos, nuestros dólares regresan a los Estados Unidos para adquirir bienes, servicios o activos estadounidenses. En el mejor de los casos, nuestros dólares no regresan y obtenemos bienes útiles, virtualmente de a gratis. Un déficit comercial refleja el mejor caso, en tanto que un superávit comercial refleja al peor caso –pero aun así, bueno.

Los mercantilistas alegan en favor de una nación fuerte con militares fuertes. Ante una importación de bienes manufacturados, algunos temen que haya un deterioro de la habilidad manufacturera de los Estados Unidos, de manera que son los halcones de la guerra (básicamente mercantilistas), quienes ofrecen el único argumento moderno para mantener fuerte a la manufactura doméstica, a expensas del resto de la economía. Ellos preguntan, “¿Qué sucede si vamos a una guerra y no tenemos la capacidad para manufacturar los tanques y las armas?” [3] La solución más simple es, por supuesto, evitar empezar las guerras. (La historia muestra que esto es improbable). Los militares de los Estados Unidos son perennemente inclinados a la fuerza y la manufactura es persistentemente fuerte. Si bien es cierto que la manufactura estadounidense ha perdido siete millones de trabajadores desde fines de la década de 1970, en la actualidad sus trabajadores producen tres veces más que sus contrapartes de 1972. [4] La manufactura de los Estados Unidos obtuvo un récord, nunca antes logrado, de producción en el 2007 [5] -antes de la recesión- y está virtualmente empatado con China en ser el más grande del mundo. Tome en cuenta que, si el sector de la manufactura estadounidense fuera una economía separada, calzaría muy bien entre Francia e Inglaterra, como la sexta economía más grande del mundo, disfrutando de una producción anual de $2.155 billones [Nota del traductor: Un billón en Costa Rica es igual que un trillón en los Estados Unidos] [6], difícilmente una razón para lamentarse.

Los mercantilistas modernos están diciendo que los consumidores estadunidenses deberían de sufrir precios más altos, debido a los aranceles, restricciones a las importaciones y devaluaciones de la moneda, a fin de apoyar y proteger a los manufactureros estadounidenses, quienes luego pueden contratar trabajadores, exportar bienes y atraer divisas fuertes. Los economistas modernos les replican que esta es una forma de hacer más pobre al país, no más rico. El comercio beneficia a ambas partes, ya sea que esas partes residan en Alemania o en Germantown, Pennsylvania. La forma para que la nación se haga más rica, es mantener la moneda estable y permitir que florezcan el comercio doméstico y el internacional. Al hacerlo así, permitimos que las personas y las áreas geográficas individuales se especialicen y que descubran su ventaja comparativa –el área de producción en la cual son más productivos y que más eficientemente engendren lo que otros quieren. Al encontrar y proseguir nuestra ventaja comparativa, obtenemos el mayor valor para un insumo dado y la nación, como un todo, se hace más rica.

Tal como lo expresó Adam Smith,

“Siempre fue una máxima constante de cualquier padre prudente de familia no hacer en casa lo que ha de costar más caro que comprarlo… Cuando de un país extranjero se nos puede surtir de una mercadería a un precio más cómodo que al que nosotros podemos fabricarla, será mejor comprarla que hacerla, dando por ella parte del producto de nuestra propia industria, y dejando a ésta emplearse en aquellos ramos en que saque ventaja al extranjero.” [7]

Proteger las industrias domésticas puede tener un cierto atractivo. Si mantenemos lejos a competidores extranjeros, tal como se piensa, podemos salvar empleos para los estadunidenses y darles el abrigo que necesitan las industrias que están luchando, para que se conviertan en fuertes. Desafortunadamente, la realidad del proteccionismo es categóricamente desagradable. Primero, está el esfuerzo que se ha dedicado al cabildeo en el Congreso de los Estados Unidos para obtener algún beneficio, en vez de tomar decisiones difíciles y así crear una industria productiva. Segundo, está el costo directo de los empleos protegidos. Por ejemplo, para ahorrar 226 empleos en la manufactura estadounidenses de valijas, los consumidores estadounidenses han sido obligados a pagar un monto adicional de $290 millones anualmente por sus maletas, lo cual se traduce en un escandaloso $1.285 millones por cada empleo salvado. [8] (Nadie, especialmente un consumidor estadounidense aseveraría que tales empleos valen tal monto). Tercero, típicamente más trabajadores son empleados en industrias que usan el producto, que en industrias que elaboran el producto protegido. Por ejemplo, los trabajadores en las industrias que utilizan el acero, sobrepasan a aquellos de las industrias productoras en una proporción de 57 a 1. [9] Encarecer al acero daña a 57 trabajadores que lo usan, en tanto que sólo es ayudado un trabajador de la industria productora y eso es en adición a todos los consumidores que son afectados.

Vale la pena preguntarse, ¿por qué deberían los consumidores verse forzados a apoyar a los productores? ¿Por qué no obligar a los productores a cobrar un precio bajo a los consumidores? Uno es tan arbitrario como el otro. De hecho, la mayoría de nosotros echemos escuchado del amigo (“el consumidor”) que compra de otro amigo (“el productor”), quien descansa en la amistad para solicitar un precio más bajo.

Las políticas mercantilistas empobrecen a nuestra nación y a nosotros, no los hacen más ricos. Pero eso usted nunca lo sabría, al escuchar lo que dice la mayoría de los políticos o mediante la lectura de la mayoría de los periódicos. Adam Smith vislumbró al sistema mercantil como una conspiración enorme de parte de los manufactureros y de los comerciantes, en contra de los consumidores, y escribió en 1776 que “Nada, sin embargo, puede ser más absurdo que esta doctrina completa de la balanza comercial.” [10] Tal como lo señaló el economista Henry George, “Lo que el proteccionismo nos enseña es a hacernos, por nosotros mismos en tiempos de paz, lo que los enemigos tratan de hacernos, en tiempos de guerra.” [11] Esa nunca será una buena política y nunca hará de los Estados Unidos una nación fuerte. ¿No es ya hora de disipar ideas anacrónicas y escuchar ideas de los maestros de la economía moderna?



NOTAS AL PIE DE PÁGINA
[1] Laura LaHaye, "Mercantilism," (http://www.econlib.org/library/Enc/Mercantilism.html) En David R. Henderson, ed., The Concise Encyclopedia of Economics, Liberty Fund, 2008.
[2] John J. McCusker, ensayo que analiza el libro de Eli F. Heckscher's Mercantilism, (http://eh.net/node/2739) Economic History Association, 3 de diciembre del 2000.
[3] Un autor escribe que, “[L]a declinación de sectores industriales específicos, tales como el de producción de acero, la electrónica, los químicos y los farmacéuticos, limitarán las opciones que tienen los planificadores militares para mantener las campañas militares más desafiantes.” Ver Loren Thompson, "America's Economic Decline," (http://www.armedforcesjournal.com/2009/03/3922551/) Armed Forces Journal, marzo del 2009.
[4] Mark J. Perry, "The Truth about U.S. Manufacturing," (http://online.wsj.com/article/SB10001424052748703652104576122353274221570.html?K EYWORDS=mark+perry) Wall Street Journal, 25 de febrero de 2011.
[5] Donald J. Boudreaux, "Manufacturing Error," (http://cafehayek.com/2009/08/manufacturing-error.html) Cafe Hayek, 12 de agosto del 2009.
[6] Ibid., Mark J. Perry, "The Truth about U.S. Manufacturing."
[7] Adam Smith, Investigación de la Naturaleza y Causa de las Riquezas de las Naciones, The University of Chicago Press, Volumen I, Libro IV, Capítulo II, p.p. 478-479, 1976, publicado originalmente en 1776. El pasaje citado proviene de los párrafos IV.2.11-IV.2.12. (http://www.econlib.org/library/Smith/smWN13.html#IV.2.11)
[8] The Fruits of Free Trade, (http://www.dallasfed.org/fed/annual/2002/ar02.pdf)Reporte Anual del 2002, Banco de Reserva Federal de Dallas, exhibición 11. The High Cost of Protectionism.
[9] Ibid., Fruits of Free Trade, Exhibición 11.
[10] Adam Smith, Investigación de la Naturaleza y Causa de las Riquezas de las Naciones, Volumen I, Libro IV, Capítulo. III, Parte II, p. 513. El pasaje proviene del párrafo IV.3.31 (http://www.econlib.org/library/Smith/smWN14.html#IV.3.31).
[11] Henry George, Protection or Free Trade, Capítulo IV, p. 12, Government Printing Office, 1892. El pasaje proviene del Capítulo 6, párrafo VI.7. (http://www.econlib.org/library/YPDBooks/George/grgPFT6.html#VI.7)


Charles L. Hooper es presidente de Objective Insights y es miembro visitante de la Institución Hoover. Es coautor de Making Great Decisions in Business and Life (Chicago Park Press, 2006).