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Jorge Corrales Quesada
02/09/2017, 19:48
Recientemente publiqué un comentario en Facebook acerca del tema de la regulación y de ciertos aspectos de ella en Costa Rica. Esto provocó valiosos comentarios de amigos de Facebook, concretamente, don Claudio Arce y don Eduardo Carrillo V., ante lo cual me pareció oportuno publicar mi traducción de este artículo de dos economistas, Art Carden y Steven Horwitz, acerca del tema de la conversación, que no dudo será de mucha utilidad para los muchos amigos de Facebook.


¿ES EL FRACASO DEL MERCADO UNA CONDICIÓN SUFICIENTE PARA UNA INTERVENCIÓN DEL GOBIERNO?

Por Art Carden y Steven Horwitz
Library of Economics and Liberty
1o. de abril del 2013

“Sigues usando esa palabra. No pienso que significa lo que usted piensa que significa.”
─Mandy Patinkin, en el papel de Iñigo Montoya, en La Princesa Prometida.

1.- INTRODUCCIÓN

Somos defensores sin remordimientos de la forma de pensar económica, no sólo porque nos ayuda a entender sencillamente por qué -como lo explicara el economista Joseph Schumpeter- el capitalismo logra que las muchachas de las fábricas puedan comprar más y mejores medias, por una cantidad de esfuerzo que va declinando progresivamente, sino también porque, con un buen análisis económico, se podrían haber evitado algunas de las peores atrocidades de la historia humana. Por ejemplo, el movimiento eugenésico de los Progresistas de principios del siglo XX, era ofensivamente anti-económico, aun cuando algunos de quienes eran llamados “economistas”, lo promovieron. [1] Tal como lo ha señalado Bryan Caplan, el Holocausto encontró algunas de sus raíces en el Maltusianismo, la idea de que el crecimiento de la población sobrepasaría al crecimiento de la producción agrícola. [2] Los desastres de la planificación central en la URSS, China y en otros lugares, hablan por sí mismos. No exageramos cuando decimos que un razonamiento económico sólido, podría haber salvado decenas, si no es que miles, de millones de vidas.

No obstante, el conocimiento económico aplicado de forma incompleta puede ser peligroso. En las clases introductorias de economía, los estudiantes aprenden acerca de diversos tipos de “fracasos del mercado”, lo cual se da cuando algunos atributos del mercado le impiden producir un resultado eficiente. En el contexto de la economía neoclásica del siglo XX, aquellos representan fracasos del mercado verdadero para lograr el equilibro del modelo perfectamente competitivo. En este marco, los fracasos del mercado son posibles cuando hay externalidades (costos o beneficios no remunerados, que se derraman a gente que no es parte de un intercambio); bienes públicos (bienes en donde no hay rivalidad en el consumo y razón por lo cual es prohibitivamente costoso excluir a quienes no pagan); información asimétrica y poder de mercado, como con un monopolio (cuando hay un único vendedor de un bien o servicio), un monopsonio (cuando hay un solo comprador de un bien o servicio) o un monopolio natural (cuando la estructura de costos de la industria, hace que sea más eficiente que una firma única produzca la totalidad de la producción del mercado).

Las externalidades, los bienes públicos, la información asimétrica y el poder de mercado brindan las condiciones necesarias -pero no suficientes- para justificar la intervención. Ciertamente aquellas no son talismanes que les dan a los intervencionistas una carte blanche para que jueguen con los miembros de la sociedad, como si fueran piezas de un ajedrez. Muy a menudo, críticos del mercado piensan que simplemente invocando aquellos términos, destruyen el caso en favor de los mercados libres. [3] Desafortunadamente, los no-economistas a menudo no entienden estos términos. En efecto, entender claramente a estos términos es tan solo un primer paso hacia un claro entendimiento del fenómeno social. Consideremos cada uno de estos conceptos, uno tras otro.

2.- LAS EXTERNALIDADES

Los críticos del mercado algunas veces invocan a las externalidades, las cuales se refieren a costos o beneficios de la actividad económica, que recaen sobre gente que no forma parte de las acciones de referencia. Un costo externo clásico (o “externalidad negativa”) es la contaminación. Suponga que una firma de acero produce de forma tal que envía químicos hacia el aire, los que ensucian la ropa de las personas que cuelga o incluso que se sientan enfermas, aunque no hayan comprado acero. Si alguien que compra acero carga con estos costos, simplemente los reconocemos como parte de lo que se adquirió –esto es, el costo es “internalizado” con el intercambio. Otro ejemplo clásico es el ferrocarril que recorre tierras agrícolas y que tira chispas, que ocasionalmente ocasionan fuegos en la propiedad de los finqueros de las cercanías. Un beneficio externo clásico (o “externalidad positiva”) es la educación. Si le pagamos a una universidad para educarnos, algunos de los beneficios de ese intercambio van a dar al resto de la sociedad, en virtud de nuestra mayor productividad o de un comportamiento más virtuoso. [4] Tal como la víctima de la contaminación ha sufrido un costo sin un beneficio, ahora el resto de la sociedad obtiene un beneficio de nuestra educación, sin tener que pagar el costo.

En términos que usualmente son asociados con Ronald Coase, parece como si los mercados fallaran cuando los costos o beneficios privados se desvían de los costos o beneficios sociales. En el caso de externalidades negativas, los economistas usualmente sugieren poner impuestos sobre las acciones generadoras de externalidades. Los llamados “impuestos Pigovianos” (llamados así por el economista A.C. Pigou) arreglarían el fracaso del mercado. Los críticos del mercado precisamente invocan este tipo de argumento, para explicar por qué es necesaria la intervención gubernamental.

Sin embargo, la simple existencia de una externalidad negativa no significa ipso facto que el gobierno pueda mejorar lo que hace el mercado. Note que los problemas de externalidades son “fracasos” del mercado, tan sólo en comparación con el equilibrio del modelo perfectamente competitivo. En otras palabras, aquí el “fracaso” no es que los mercados “no funcionan” en la práctica, sino que fracasan en vivir a la altura del ideal de la pizarra. Resulta que, bajo ese criterio, ¡los mercados “fracasan” todo el tiempo! Ningún mercado en la realidad está alguna vez en un equilibrio perfectamente competitivo, ni siquiera en los mercados de bienes a los que algunas veces nos referimos en los cursos introductorios.

De hecho, las externalidades negativas son omnipresentes. Nosotros desarrollamos todo tipo de reglas voluntarias para tratar con ellas. Por ejemplo, las reglas de etiqueta llevan a cabo tal función. Cuando todos seguirnos las reglas de etiqueta, podemos evitar imponer costos externos sobre otros y disponer de maneras, que tienen costos bajos, para lidiar con tales externalidades negativas, todo lo cual mejora la interacción social.

Un entendimiento del “fracaso del mercado” y la omnipresencia de las externalidades negativas, pueden conducirnos a que hagamos la comparación que sí importa. Implícito, en los argumentos para la intervención en el caso de externalidades negativas, está el alegato de que el proceso político en efecto hará lo que los economistas dicen que debería hacer. Esto es, los políticos impondrán la solución de la pizarra. Sin embargo, la revolución de la elección pública [5], que empezó en los años sesentas, ha desafiado este supuesto, al mostrar cómo los gobiernos también fracasan. El interés propio de los políticos, combinado con los límites de su conocimiento, significa que ellos muy posiblemente no podrán y no pueden producir el resultado ideal. Nos dejan reflexionando acerca de cuál de los dos sistemas imperfectos nos servirá mejor: el mercado “que fracasa” o el proceso político “que fracasa.” Tenemos muchas razones para pensar que, en este sentido, los mercados lo hacen mejor que los gobiernos, aun en condiciones menos que perfectas. Un enfoque mira a cada “fracaso del mercado” como una oportunidad para que los empresarios resuelvan un problema y descubran, por medio de las pérdidas o ganancias, qué tan bien lo han hecho. El proceso político no dispone de los incentivos requeridos y de procesos que expresan el conocimiento que permita hacer las cosas igual de bien.

Por tanto, aquellos quienes usan las “externalidades negativas” como justificación para la acción gubernamental, deben demostrar dos cosas: la primera, que el presunto fracaso del mercado no puede ser corregido ya sea por medio de la empresariedad o por cambios en las reglas del juego (e. g., definiendo más claramente los derechos de propiedad, fin de resolver externalidades negativas asociadas con bienes comunales [6]), y, la segunda, que la solución impuesta por el gobierno sea ambas cosas, consistente con los incentivos políticos y superior al resultado imperfecto del mercado. Desafortunadamente, las personas quienes discuten a favor de la intervención gubernamental para corregir las externalidades, rara vez llevan a cabo este segundo paso.

3.- LOS BIENES PÚBLICOS

Tal como constantemente lo enfatizan los economistas, lo que hace que algo sea un “bien público”, no es que el gobierno lo produzca, que mejora la situación de la gente o que conduzca al bien de la sociedad en algún sentido cósmico. En vez de ello, algo es un bien púbico cuando no existe rivalidad en su consumo (lo cual significa que el consumo que hace una persona no implica que quede menos para otras) y no es excluyente (lo cual denota que es prohibitivamente costoso excluir a las personas que no pagan por el bien o servicio), Una manzana es un bien en donde hay rivalidad: si una persona se come una manzana, otra persona no puede hacerlo. Una conferencia de economía es, en cierto sentido, un bien en donde no hay rivalidad: si usted está sentado en una clase escuchando a su profesor de economía, usted no está disminuyendo la cantidad de la conferencia de economía que otros pueden oír.

La posibilidad de excluir es más difícil. Es difícil excluir a alguien para ser defendido frente a un ataque nuclear. Si pagamos por hacer que nuestras casas sean protegidas de la aniquilación nuclear, con seguridad que también protegemos las viviendas de nuestros vecinos. Probablemente el mejor ejemplo de un bien público es la defensa en contra de un asteroide que pueda destruir el planeta Tierra –y ello es usado como ejemplo en el capítulo 18, del libro de texto de Tyler Cowen y Alex Tabarrok, Modern Principles: Microeconomics. Pero, aun en tal caso, existe una forma en que uno mismo se protege de una muerte horrenda relacionada con un asteroide, por una tecnología actualmente factible, en donde hay rivalidad y la cual permite la exclusión, en el caso de que el asteroide sea lo suficientemente pequeño: construya un bunker. Los bienes que poseen ambas características, la no exclusión y la no rivalidad en el consumo, dice el argumento, son sub-producidas por el mercado, debido a que muchos se beneficiarán, aún cuando tan sólo unos pocos son los que pagan.

La gente comete algunos errores obvios al discutir acerca de los bienes públicos. El más común es tomar la palabra “público” en “bien público”, como que significara “provisto por el gobierno.” Pero, tal como lo hemos hecho notar, aquí la palabra “público” se refiere a las diversas características del bien y no a si el gobierno actualmente lo suministra. Algunos alegan que la educación superior es un “bien público,” pero estamos en desacuerdo con ello. La universidad es un bien en donde la exclusión es posible: la Universidad Samford y la Universidad San Lorenzo, en donde enseñamos, pueden devolver de sus puertas a personas. En contra de la creencia popular, la educación no es un bien público en el sentido que el economista le da al término. La historia está llena de ejemplos de los así llamados “bienes púbicos” que han sido provistos por los mecanismos del mercado. Para tomar tan sólo un ejemplo, el economista Daniel D’Amico arguye que la provisión gubernamental de prisiones en la Grecia antigua, se originó no para encarar los fracasos del mercado, sino para beneficiar a las élites políticas. [7]

4.- LA INFORMACIÓN ASIMÉTRICA

La información asimétrica ocurre cuando una de las partes en un intercambio posee información relevante, que la otra parte no tiene. Supuestamente, el mercado de los seguros de salud fracasan debido a dos fenómenos: la selección adversa y el riesgo moral. En el caso de la selección adversa, debido a la inhabilidad de la compañía aseguradora para distinguir entre el cliente enfermo y el sano, tan sólo los enfermos buscarán asegurarse. En el caso de riesgo moral, alguien quien tiene un seguro, cambia su comportamiento y asume riesgos mayores debido a que, alguien más (la compañía aseguradora) es quien asumirá los costos.

Los fracasos aparentes en el mercado de seguros médicos sugiere un acertijo: ¿por qué los estadounidenses no adoptaron alguna forma de cobertura nacional de seguro de salud durante la Era Progresiva? Había un movimiento para ello entre los reformadores, pero los estadounidenses comunes y corrientes no la quisieron. Algunos historiadores alegan que eso se explicaría por una combinación entre intereses especiales e ignorancia de los trabajadores estadounidenses. No obstante, en su libro del 2007, Origins of American Health Insurance: A History of Industrial Sickness Funds, el historiador económico John E. Murray muestra que los trabajadores estadounidenses no quisieron una cobertura de salud brindada por el gobierno, debido a que estaban satisfechos con las soluciones privadas. Las primas eran bajas, los beneficios no eran abundantes -después de todo, se trataba de un seguro- y las empresas, fondos y trabajadores diseñaron una diversidad de formas para enfrentar la posibilidad del comportamiento oportunista de parte de los participantes del fondo. Estos fondos no eran perfectos, no obstante, tal como lo hace notar Murray (p. 247), era claro que ellos no eran “obviamente peores que la alternativa encabezada por el estado.”

Cuando las empresas enfrentan los incentivos correctos, crearán bienes de alta calidad y brindarán a los consumidores la información necesaria acerca de ellos. En los mercados competitivos la reputación es un mecanismo poderoso, que le da a las firmas un incentivo para mantener estándares de calidad confiables. El historiador económico Sukkoo Kim hace notar [8] que, con la urbanización y el crecimiento de los mercados, las marcas y las ubicaciones múltiples que funcionaban bajo un mismo estandarte (antes, A&P; Mac Donald’s, hoy en día) se convirtió en un camino importante por el cual una empresa podía señalar que tenía calidad. Asimismo, empresas y organizaciones de certificación –tales como Underwriter’s Laboratories, el National Institute for Automotive Service Excellence y las Asociaciones de Consumidores- hacen pruebas, califican y evalúan a productos. Esto va mejorando con la tecnología de los móviles. Si usted alguna vez ha visitado un restaurante debido a comentarios que ha leído en yelp.com, entonces, puede entender el poder del mercado para brindar información.

También aquí, simplemente alegar que existe “información asimétrica”, en sí no formula un caso en favor de que la intervención gubernamental sea preferible al mercado. La existencia de tales problemas no ha impedido, en el pasado, las soluciones del mercado. Es más, muchas de las intervenciones actuales del gobierno, en las que la gente usa tales argumentos como su justificación, originalmente se basaron en intereses privados, interesados, y no en el bien público. Considere el supuesto fracaso del mercado en lo concerniente a información en el campo médico. Tal como aseveró Milton Friedman, las licencias para ejercer la profesión de la medicina elevan, a expensas de los consumidores, los ingresos de aquellos médicos que, al momento, están trabajando. El economista Morris Kleiner ha demostrado que ello es cierto para muchas ocupaciones que requieren de licencias para poder ejercerlas. [9]

5.- EL PODER DE MERCADO

El monopolio constituye otro fracaso del mercado. Un monopolista (un vendedor único de un bien o servicio) cobra demasiado y produce muy poco. A inicios de siglo XX, varios “trusts” fueron disueltos por un gobierno federal activista. En su artículo “The Protectionist Roots of Antitrust,” el economista Thomas J. DiLorenzo expone que muchas de las empresas e individuos perseguidos como “monopolistas”, no cumplen con la descripción de tales. Por ejemplo, ALCOA se alegó que era un monopolio, no porque elevara el precio del aluminio, sino porque redujo el precio. Similarmente con los llamados “magnates ladrones.” [10] En un mercado dinámico, tal como lo hizo notar Joseph Schumpeter a mediados del siglo XX y como lo arguyeron los economistas Douglass C. North, John J. Wallis y Barry Weingast, en su libro del 2009, Violence and Social Orders, la forma de hacerse rico es innovando: elaborando una trampa para ratones que sea mejor y dejando que el mundo tocara a tu puerta.

Encontrarse con “monopolios naturales” es casi tan raro como ver a Pie Grande. Aunque algunos servicios públicos pueden ser monopolios naturales, muchos de los llamados “monopolios naturales” no lo son. Aún en el caso de los servicios públicos, podemos ver cómo cambios en la tecnología pueden socavar lo que aparenta ser un monopolio natural –por ejemplo, el desarrollo de tecnologías basadas en microondas para transmitir llamadas telefónicas, seguido de la tecnología celular. Por supuesto, el monopolio del servicio telefónico que por muchísimo tiempo tuvo AT&T, fue resultado de un lobby muy efectivo ante el gobierno durante la década de 1910, período cuando era el más grande de alrededor de 20.000 empresas telefónicas independientes. Ello atrasó la innovación: en ausencia del otorgamiento del monopolio a AT&T, los Estados Unidos muy posiblemente habrían tenido más avances con mayor rapidez. Es más, la Comisión Federal de Comunicaciones redujo la velocidad para que se introdujeran los teléfonos celulares durante más de una década y a un costo para los estadounidenses comparable con aquél de la infame ayuda financiera a las empresas de ahorro y préstamo. [11]

Una búsqueda rápida muestra que mucha gente piensa que Google es un monopolio natural en el mundo de las búsquedas (prueba por contradicción de que no lo es: Art -coautor de este comentario- hizo sus búsquedas utilizando a Bing); que Facebook es un monopolio natural en los medios sociales (prueba por contradicción de que no lo es: Art tiene cuentas en Linkedin, Google+ y Twitter) y que Twitter en un monopolio natural en exactamente lo que sea que Twitter hace (prueba por contradicción de que no lo es: nosotros dos hacemos cosas similares con otros sitios de los medios sociales). Hace unos pocos años, la gente estaba reclamando porque Microsoft era un monopolio natural (prueba por contradicción de que no lo es: Apple) y, en la actualidad, alguna gente alega que Apple es un monopolio natural (prueba por contradicción de que no lo es: Microsoft). Hace unos pocos años, usted podía leer que MySpace era un monopolio natural. Al igual que con nuestros otros ejemplos, en donde simplemente se señala hacia las empresas grandes y se alega un “poder de mercado” o un “monopolio natural”, ello no hace que mágicamente termine el debate; en vez de ello, es el inicio de lo que sería una conversación mucho más interesante acerca de los mercados y los gobiernos.

6.- CONCLUSIONES

El fracaso del mercado es un tópico truculento, aún para economistas profesionales. Y, cuando no-economistas plantean los ejemplos de fracasos de mercado que hemos discutido aquí, los asuntos se hacen aún más terrorífico. No sólo todos estos términos tienen significados técnicos que, a menudo, no empatan con lo que piensa el no economista, sino que, también, la mayoría de los no economistas no tiene conocimiento de las diversas críticas que han sido planteadas en la literatura acerca de estos tópicos. Aún más importante, los críticos del mercado que no son economistas, con frecuencia desconocen el análisis institucional comparativo, que la teoría de la elección pública ha convertido en parte necesaria de nuestro pensamiento acerca del papel del gobierno en la economía. Un señalamiento de imperfecciones del mercado no justifica ipso facto la intervención gubernamental y la única manera cierta de que los “fracasos” del mercado sean “fracasos”, lo es mediante una comparación con una solución teórica inalcanzable. Las imperfecciones del mercado no son varitas mágicas que hacen que desaparezcan las soluciones del mercado y las imperfecciones del gobierno. Un entendimiento correcto de la economía política comparativa empieza, en vez de terminar, con el reconocimiento de que los mercados no siempre son perfectos.



NOTAS AL PIE DE PÁGINA
[1] Ver Carden, Art and Steven Horwitz. "Eugenics: Progressivism's Ultimate Social Engineering." (http://www.fee.org/the_freeman/detail/eugenics-progressivisms-ultimate-social-engineering#axzz2NXsKjZ3G) The Freeman, 21 de setiembre del 2011.
[2] Caplan, Bryan. "Eugenics, Malthusianism, and Trepidation. (http://econlog.econlib.org/archives/2012/05/eugenics_malthu.html) EconLog, 9 de mayo del 2012.
[3] Un ejemplo extremo reciente es la recomendación de un crítico para que el gobierno nacionalice a Facebook. Ver Philip N. Howard, "Let's Nationalize Facebook," (http://www.slate.com/articles/technology/future_tense/2012/08/facebook_should_be_nationalized_to_protect_user_ri ghts_.html) Slate, 16 de agosto de 2012.
[4] Si el estudiante captura en su salario todo el incremento en productividad, entonces, no hay externalidad positiva involucrada.
[5] Para más en torno a la elección pública, ver William F. Shughart, II, "Public Choice," (http://www.econlib.org/library/Enc/PublicChoice.html) en David R. Henderson, ed. The Concise Encyclopedia of Economics, 2a. ed., Liberty Fund, 2008.
[6] Para más acerca de los bienes comunes, ver "Tragedy of the Commons," (http://www.econlib.org/library/Enc/TragedyoftheCommons.html) en David R. Henderson, ed. The Concise Encyclopedia of Economics, 2a. ed., Liberty Fund, 2008.
[7] D'Amico, Daniel. 2010. "The prison in economics: private and public incarceration in Ancient Greece." Public Choice 145(3-4): 461-482.
[8] Sukkoo Kim, "Markets and Multiunit Firms from an American Historical Perspective," (http://pages.wustl.edu/files/pages/imce/soks/mumm.pdf) 14 de diciembre del 2000. Archivo en PDF.
[9] Friedman, Milton. 1962 [2002]. Capitalism and Freedom. Chicago: University of Chicago Press. Kleiner, Morris. 2006. Licensing Occupations: Ensuring Quality or Restricting Competition? Kalamazoo, MI: Upjohn Institute for Employment Research.
[10] Ver David R. Henderson, "The Robber Barons: Neither Robbers Nor Barons," (http://www.econlib.org/library/Columns/y2013/Hendersonbarons.html) Econlib, 4 de marzo del 2013,
[11] Ver John Haring, "Telecommunications," (http://www.econlib.org/library/Enc/Telecommunications.html) en David R. Henderson, ed. The Concise Encyclopedia of Economics, 2a. ed., Liberty Fund, 2008.


Art Carden es Profesor Asistente de Economía de la Universidad Samford en Birmingham, Alabama, Miembro Investigador Senior del Instituto para la Fe, el Trabajo y la Economía en McLean, Virginia, Miembro Asociado Senior del Independent Institute en Oakland, California y Miembro Senior del Beacon Center de Tennessee.
Steven Horwitz es Profesor Charles A Dana de Economía en la Universidad San Lorenzo en Canton, New York, Académico Afiliado Senior del Mercatus Center en Arlington, Virginia y Miembro Senior del Instituto Fraser de Canadá.