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Jorge Corrales Quesada
02/09/2017, 17:17
Hoy incluyo mi traducción de la segunda parte del artículo del economista Anthony de Jasay en torno al tema de las teorías económicas y al concepto de justicia social. La primera parte la puse ayer en Facebook. Espero sea de su interés.

TEORÍAS ECONÓMICAS Y JUSTICIA SOCIAL
PARTE II: ¿QUIÉN SE CUIDA DEL HUECO?
Por Anthony de Jasay
Reflexiones desde Europa
Library of Economics and Liberty
7 de junio del 2004

En la reunión cumbre de Lisboa de los jefes de gobierno en el 2000, se habló mucho acerca de cómo las bendiciones disfrutadas por Europa, -una civilización del más alto nivel, una población bien educada, buenas comunicaciones, un mercado interno de cerca de 400 millones, paz y la regla de la ley- fracasan en cuanto a convertirse en un buen desempeño económico. En los debates y en las afueras del salón de la conferencia, los conservadores y los “socio-liberales” de Blair plantearon algunas acusaciones tácitas en contra de los socialistas alemanes y franceses, por atarse a políticas, notablemente en el tema de lo que diplomáticamente se llamó la “rigidez del mercado laboral”, que dificultaba grandemente la adaptación de la economía al libre comercio mundial y a un progreso tecnológico rápido. Aun cuando las palabras “rigidez del mercado laboral” hizo que los socialistas se enfurecieran con una indignación silenciosa, se adoptó un conjunto de resoluciones piadosas, llegando a convertirse en lo que luego se conoció como el Programa de Lisboa, el cual se suponía transformaría a Europa en “la economía más competitiva del mundo“ para el 2010.

En la reunión cumbre de Bruselas en marzo del 2004, el progreso fue someramente revisado, aun cuando otros temas de las agendas habían dejado poco tiempo e interés respecto a la economía. Cada uno de los gobiernos se otorgó, a sí mismo, buenas notas por sus políticas sabias y decididas. En efecto, con la excepción de España, Portugal y Holanda, (Gran Bretaña estaba por delante del resto, gracias a las reformas radicales de la señora Thatcher de los años ochenta, que el Laborismo había preservado y edificado sobre ellas), el progreso para la mayoría de los otros países consistía en dos pasos hacia adelante y dos pasos hacia atrás. En Francia, “progreso” más bien había consistido en tres pasos hacia atrás. Romano Prodi, el saliente presidente de la Comisión Europea, fue quien les dijo en sus caras, que él deseaba que dejaran de pretender que siquiera estaban tratando de poner en práctica al Programa de Lisboa.

1. ¡CUÍDESE DEL HUECO DEL ANDÉN!

Los usuarios del Subterráneo de Londres están familiarizados con la sonora advertencia del altavoz en ciertas estaciones, de “¡Cuídese del Hueco!” que está entre el vagón y el borde de la plataforma cuando uno se monta o se baja. El mensaje del Programa de Lisboa puede ser comprimido bajo el mismo grito de advertencia de “cuídese del hueco”, aun cuando aquí tanto el hueco del andén como el peligro que implica, son metafóricos, pero no por eso menos serios.

Por supuesto, el hueco es aquel entre una actuación económica que languidece tristemente en el corazón de los estados de Europa y el vigoroso crecimiento de China, Corea del Sur, India –y más doloroso y embarazoso- de los Estados Unidos. Pues debe reconocerse que, en tanto que los europeos piensan que el rápido desarrollo de Asia es una cosa bastante buena, ellos se encuentran con que es difícil aceptar que los Estados Unidos tuvieron un mejor desempeño durante las dos últimas décadas.

De hecho, uno no puede realmente captar las contradicciones de la opinión europea en asuntos de economía política, sin tener en mente, de forma constante, la hostilidad visceral, principalmente subconsciente, de muchos europeos (más que la mayoría, de los “intelectuales” y los políticamente articulados y activos) que los estadounidenses encuentran tan desconcertante. Debido a que los Estados Unidos están creciendo más rápidamente, “nosotros”, tal como arguyen los antes mencionados europeos, debemos apurarnos más y, en el peor de los casos, detener la ampliación del hueco y, en el mejor de los casos, cerrarlo. A pesar de ello, los Estados Unidos son descaradamente capitalistas y no conocen de justicia social, “nosotros”, aseveran más, rechazamos al capitalismo (excepto, en una última instancia, a aquel del tipo tibio, bien regulado,) e insistimos en ampliar y profundizar el influjo de la justicia social.

El hueco es deplorado y hay un deseo genuino de reducirlo, si eso es posible, sin sacrificar lo que se suele llamar el “modelo social europeo”. Ellos desean eso tan sólo en parte, pero solo en parte, porque un mayor crecimiento es todavía ampliamente considerado como un bien en sí mismo, a pesar de objeciones de tipo ecológico. Sin embargo, en gran parte reducir el hueco es tan sólo un asunto de orgullo, un símbolo de virilidad, que barrería del mapa a cualquier sugerencia acerca de un coraje superior de los estadounidenses.

Para mitigar la vergüenza ante el hueco, se hace mucho ruido acerca de estadísticas que lanzan dudas acerca de su propia existencia. Tasas de crecimiento relativamente recientes del producto nacional favorecen a los Estados Unidos, pero estadísticas que van para atrás cincuenta años o un siglo, no lo muestran así. Es más, un crecimiento más rápido de los Estados Unidos a partir de los años setentas fue acompañado por una hinchazón del déficit en cuenta corriente; esto es, por fuertes importaciones de capital desde naciones más pobres que los Estados Unidos, una anomalía aparente, que mancha el récord de los Estados Unidos. En cierto sentido, fue “demasiado fácil” para los Estados Unidos crecer más rápidamente, al acaparar los ahorros del resto del mundo, aun si el resto del mundo hubiera permitido por voluntad propia esta relación aberrante.

Otra línea de defensa europea descansa en comparaciones acerca de la productividad. Se acepta que la productividad por hombre/año estadounidense en la manufactura es más elevada y, en servicios, mucho más alta que la de Europa. Pero, esto es tomado totalmente en cuenta por la semana laboral estadounidense más extensa -un promedio de 42 horas contra 34 en Europa Occidental (excepto Gran Bretaña)- y por la vacación estadounidense mucho más corta. La productividad por hora laborada es igualmente tan alta, y en algunas áreas más elevada, en la eurozona que en los Estados Unidos.

(No obstante, vale la pena notar que la alta productividad por hora europea es, en parte, debida a la composición por edades de la fuerza de trabajo. Muchos de los menores de 25 se entretienen en una educación universitaria real o pretendida, y muchos mayores de 55 forman parte de los pensionados o se les facilita tener una pensión tempranera. El grupo en edades 23-55, que es algo más productivo que el de los más jóvenes y el de los más viejos, es así sobre-representado en Europa. Un desempleo más fuerte en Europa entre los jóvenes y los ancianos, actúa en la misma dirección).

En donde el hueco es más amenazador, y en donde realmente debería de ser de interés, no radica en los niveles comparativos de productividad, sino en sus tasas de crecimiento. Las estadísticas pueden ser usadas para muchas cosas, pero la mayoría de lo que digan acerca de la productividad, equivale a un hueco de cerca de un punto porcentual a favor de los Estados Unidos, entre las tasas de crecimiento de los Estados Unidos y las de Europa, para diversas mediciones de productividad. Este no sería un tema significativo si fuera una fase transitoria. Pero, si está destinada a persistir por una generación -que con las observaciones actuales parecen estar lejos de lo imposible- el hueco podría convertirse en abismal y con el efecto de verdaderamente demoler el auto-respeto europeo. Los europeos podrían llegar a mirar a los Estados Unidos con el mismo sentido de fracaso y desesperanza con que en la actualidad los árabes miran a los europeos.

2. EL MODELO FAVORITO

En tanto que grandes segmentos de la opinión europea -aquellos con empleo propio y mucho de la derecha política- “tienen cuidado con el hueco del andén”, la mayoría de quienes formulan opinión, y detrás de ellos el centro y la izquierda política, mantiene una posición más ambigua y auto-contradictoria. Para el consumo público, básicamente se rehúsan a ver el hueco o lo justifican citando causas transitorias. Cuando hablan más honestamente, lo reconocen como parte integral del “modelo europeo”, que es menos avaricioso, más suave, gentil y, sobre todo, socialmente más justo que el de los Estados Unidos. Aun así, algunas cabezas calientes insisten, siguiendo la tradición soviética de que, a pesar de los resultados catastróficos a que ha dado lugar, con una planificación apropiada, una sociedad socialmente justa e igualitaria, no sólo sería capaz de crear riqueza tan rápidamente como la batalla campal capitalista, sino que también, en efecto, puede mostrar un par de resultados más rápidos. [1] Sin embargo, la gran mayoría admite a regañadientes que este modelo es intrínsecamente lento y que podría correr más rápido si las partes que más aman son modificadas drásticamente.

En resumidas cuentas, la tendencia dominante de la opinión europea mira al incremento en la riqueza material y en la justicia social como dos bienes rivales. Si la economía es impulsada a dar más del uno, inevitablemente da menos del otro. La mezcla política y social incorporada en el modelo estadounidense, hará que dé más riqueza y menos justicia social; el modelo europeo, logrará lo opuesto.

Esta es una teorización económica de brocha gorda y es fácil de traérsela al suelo con algún escrutinio tenaz. Sin embargo, tiene la gran fortaleza de calzar notoriamente bien con la defensa ideológica de la justicia social. Pues, si la riqueza material y una distribución igualitaria son dos bienes rivales que pueden ser “producidos” en proporciones variables, -más de uno conlleva menos del otro- preguntar cuál es “mejor” es una pregunta tonta. No habrá disputas en cuanto a gustos; de los consumidores depende decidir qué dosis de cada bien prefiere. Aparentemente, el estadounidense quiere sesgar su “mezcla de la producción” hacia la riqueza; el europeo favorece una mezcla con más igualdad, aun si ello significa menos riqueza.

Pero, ¿cómo sabemos eso? La respuesta del centroizquierda y la socialista es que la tenemos de primera mano: los europeos una y otra vez votan por el “modelo europeo”, penalizando a los gobiernos que coquetean con las políticas económicas liberales, que desmantelan los subsidios, que abrazan al libre comercio, un poquito, pero demasiado cordialmente, que alteran los privilegios legales de los sindicatos, que rehúsan pensiones de pago inmediato y que dan a la educación público un toque “elitista.” Los gobiernos realizan pasos pequeños y cautelosos hacia tales objetivos, simplemente para mantener al sistema sin entrabamientos. Pero, tienen que pagar un precio elevado y tienen suerte si resisten una legislatura si ésta se desvía perceptiblemente de la prosecución de la “justicia social”. Aparentemente, el electorado conoce muy bien cuál modelo es su favorito.

3. CUANDO LAS RATAS EMPIEZAN A PELEAR LA UNA CON LA OTRA

A pesar de ello, algo debe estar errado en cuanto al alegato confianzudo de que el “modelo europeo” de superponer sobre la economía, un mecanismo de gran alcance redistributivo, constituye, de hecho, un caso claro de preferencia revelada: el electorado se agarra del estado de bienestar porque es exactamente lo que él quiere. ¿Cómo encuadra uno esta pintura idílica de consentimiento y de contento con las luchas internas, la amargura y la lucha que están llegando a ser la marca de la vida cotidiana en la mayoría de estas sociedades?

Un paralelo sugiere por sí mismo que es grosera e irrespetuosa, pero –ay- bastante acertado. Cuando la población y la oferta de alimentos están en equilibro, una colonia de ratas es internamente pacífica, pero, cuando el balance se desvía hacia el camino equivocado, sus miembros empiezan a pelear y a luchar el uno con el otro. De la misma forma, cuando el desarrollo de un estado de bienestar toma su lugar sobre las espaldas de una economía que se expande vigorosamente, crear un nuevo privilegio de bienestar para un grupo -digamos, de adultos mayores, pensionados, madres solteras, estudiantes universitarios prospectivos- no impide que las peticiones de otros grupos no deban ser satisfechas el año siguiente. Mejorar las coberturas del cuidado de la salud, aumentar los beneficios para el desempleo o que los trabajos invendibles de quienes se dicen artistas sean comprados por los gobiernos locales y almacenados (tal como sucedió recientemente en Holanda), etcétera. A un ritmo dictado por el calendario electoral, pedacitos de justicia social adicional pueden ser heredados todo el tiempo. Cada grupo que reclama obtiene su turno y hay lo suficiente o casi lo suficiente para llegarles a todos.

Estos buenos tiempos fueron disfrutados en la Gran Bretaña de “nunca la tuvimos tan bien” de la década de los años cincuentas y sesentas y en mucho de la Europa Continental de la década de los setentas y ochentas. En ambas áreas, el sacrificio de la riqueza por la justicia social eventualmente se desvió demasiado y el bienestar empezó a sofocar a la economía. En Gran Bretaña, lo absurdo del resultado se evidenció mucho con los cierres por huelgas de los setentas, tanto que, finalmente, las reformas de la señora Thatcher se hicieron políticamente viables. En el continente europeo, los grupos de intereses rivales se encuentran en un punto muerto, la economía está, hablando en grandes términos, aun estancada y el desempleo está llegando al tope del 10 por ciento. La reforma en Alemania y en Escandinavia se acerca sigilosamente de forma tímida, pero se entrabó rápidamente en Italia y especialmente en Francia. Cada grupo de interés está defendiendo sus “derechos sociales” con garras y dientes y está tratando de obtener otros adicionales para anticiparse a intentos similares de parte de otros grupos. Fuera de la esfera de bienestar propiamente, la misma lucha interna se está dando en los servicios públicos y en las industrias en donde el patrono es el gobierno, de manera que en estos sectores la palanca imbatible de negociación laboral es su fuerza electoral.

Se puede decir que esto primero tendrá que empeorar antes de que pueda mejorar –tal como lo hará algún día. Entre tanto, esta escena desconsoladora y llena de conflictos ofrece un ámbito admirable para estudiar cómo funciona en la realidad la economía de la justicia social.


NOTA AL PIE DE PÁGINA
[1] Tal como en una ocasión lo formuló el economista y estadista Antonio Martino, esta es una opinión minoritaria, esbozada por pocos fuera de Pyongyang y de Cambridge, Massachusetts.


Anthony de Jasay es un economista Anglo-húngaro quien vive en Francia. Es autor, entre otros, de El Estado (Oxford, 1985), de Social Contract, Free Ride (Oxford, 1989) y Against Politics (Londres, 1997). Su último libro, Justice and Its Surroundings, fue publicado por Liberty Fund en el verano del 2002.