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Jorge Corrales Quesada
02/09/2017, 16:14
TEORÍAS ECONÓMICAS Y JUSTICIA SOCIAL
PARTE I: RIESGO, VALOR Y EXTERNALIDAD
Por Anthony de Jasay
Reflexiones desde Europa
Library of Economics and Liberty
3 de mayo del 2004


Lo de “social” en justicia social siempre merece ser entrecomillado, pues, ante una inspección cercana de ella, se encuentra muy lejos de ser evidente que el adjetivo realmente califica al sustantivo y que “justicia social” es realmente justicia en cualquier sentido, excepto un uso descuidado de la palabra. No obstante, resistiré la tentación del entrecomillado, pues, de hacerlo, bien podría ser acusado de prejuzgar subliminalmente al tema.

La Primera Parte de este ensayo es una revisión a vista de pájaro de algunos intentos de hacer intelectualmente respetable a la justicia social, mediante su reconciliación con la justicia, en general. La Parte II tratará con el intento de reconciliarnos con el avance del estado de bienestar, visto como un resultado agridulce de administrar la justicia social. No puedo explicar la razón de por qué, pero encuentro realmente impactante que todos estos intentos acudan masivamente a la teoría económica de un tipo u otro. Con excepción del Marxismo ortodoxo, todos se dirigen hacia llevar a cabo una hazaña casi que acrobática: justificar la ubicación de la carga sobre quienes están mejor, a fin de rectificar una presunta injusticia sobre quienes están peor, sin formular algún tipo de caso en cuanto a que, quienes están mejor, son los culpables de ello.

1. CARIDAD Y OBLIGACIÓN

Existe una intuición moral, fuerte en algunos y débil en otros, que dice que quienes están mejor les den a quienes están peor. El mismo tipo de intuición algunas veces le dice a alguna gente que persuada, intimide u obligue a quienes están mejor, a darles a quienes están peor. El resultado es la caridad. El donante puede ser totalmente voluntario, totalmente coaccionado o un intermedio, pero el receptor no tiene derecho a lo que recibe; el asunto no es uno de justicia en cualquier sentido apropiado de la palabra.

La justicia es una cualidad de las acciones. Las acciones justas se conforman según ciertas reglas; las injustas, las violan. Un estado de cosas es justo si es resultado de acciones justas. Si usted desea alegar que un estado de cosas, digamos, una distribución particular de ventajas materiales, constituye una injusticia, corresponde a nosotros mostrar que eso resulta de actos injustos. De otra manera, hablar de injusticia es simple parla. Es aquí en donde debe encararse el problema de la identificación de la justicia social, como una rama supuesta del cuerpo general de la justicia.

Desnudado de retórica, un acto de justicia social (a) deliberadamente incrementa la porción relativa dentro del ingreso total (aun cuando inconscientemente disminuya la porción absoluta) de quienes están peor y (b) al lograr (a), rectifica parte o toda una injusticia. (Note que “ingreso” se usa en un sentido muy amplio, para incluir flujos y existencias de todos los bienes materiales o demandas transferibles sobre estos). Esto implica que alguna gente que está peor que otras constituye una injusticia y que, como tal, deba ser corregida. No obstante, la rectificación puede sólo ser llevada a cabo a expensas de quienes están mejor, pero, en primer lugar, no resulta ser evidente que ellos hayan cometido la injusticia. En consecuencia, no es claro por qué, quienes están mejor, deberían estar en la obligación de repararla, aunque, si ellos no lo hacen, no hay nadie más que quede para hacerlo.

Parece que estamos parados en medio de los cuernos de un dilema. Ya sea que quienes están mejor tienen la obligación de ayudar a quienes están peor, aun cuando la condición injusta de estos últimos no es falta de aquellos. Claramente, sería una justicia defectuosa ubicar la obligación de corregir una injusticia en aquellos quienes no la han cometido. O, que no se encuentra al deudor, ninguna obligación es impuesta, pero, entonces, el derecho de quienes están peor para que se les compense, resulta ser verborrea vacía: no existe tal cosa como justicia social, sino tan sólo una recomendación para ejercer la caridad. Aun así, si la caridad ha de ser lograda compulsivamente mediante la fuerza bruta sobre los donantes (aunque quienes la reciben no tiene derecho a reivindicación por ella), el peso de otra injusticia ejercerá presión sobre la situación.

Es para rescatar a la justicia social de este tipo de dilema, que fragmentos de teoría económica, que normalmente uno no esperaría que fueran incorporados en teorías de la justicia, encuentran un papel que jugar.

2. LAS FECHORÍAS DE LA SUERTE

Quienes están mejor, lo están por una razón o, en efecto, por una larga serie de razones. Las dotaciones genéticas pueden ser responsables, por nacimiento, de una inteligencia, tenacidad, ingeniosidad y voluntad. La crianza puede promover un sentido del deber, disciplina, esfuerzo, ahorro, respeto por las reglas, la capacidad de adaptar la conducta de uno a las de otros y a los hechos de la vida. La educación puede enseñar el arte de adquirir conocimiento. La herencia puede proveer el capital, la posición social puede atraer los amigos influyentes que uno necesita, etcétera. Todo esto es un asunto de suerte, directa o a distancia. Por encima de todo esto viene la pura casualidad, los encuentros azarosos, de estar en el lugar apropiado en el momento adecuado. Si quienes están mejor tienen un ingreso superior al promedio, se debe a que tienen suerte por encima del promedio y lo opuesto debe ser cierto en cuanto a un ingreso promedio menor de quienes están peor.

Por lo tanto, es posible tanto manifestar el teorema neo-clásico de la distribución del ingreso -que los ingresos están determinados por la productividad marginal del factor y por la propiedad del factor- como, al mismo tiempo, mantener que, cuando la justicia social se satisface plenamente, todos los ingresos serán iguales. Puesto que, si todas las diferencias en la productividad y la propiedad se deben en última instancia a la suerte, una distribución en la que se ha eliminado la suerte, sería una igual. Los actos de injusticia, que hacen que algunos estén mejor que otros, son los actos de la Naturaleza, la cual expande la fortuna y el infortunio ciegamente, aleatoriamente en toda la economía. Quienes están mejor no tienen la responsabilidad de la injusticia que golpea a quienes están peor. La Naturaleza es la culpable. Son sus fechorías las que causan la injusticia que la justicia social debe rectificar. Sin embargo, poner el peso de la compensación sobre quienes están mejor y quienes no la han causado, no es ocasionar una injusticia con ellos, por la simple razón de que tan sólo se les priva de un ingreso en exceso, la suerte del dinero caído del cielo que nunca habrían obtenido si no hubiera sido por las injusticias cometidas por la Naturaleza.

Puesto que la Naturaleza nunca deja de lanzar su buena suerte para algunos y mala suerte para otros, no importa que tan rápido sean corregidas esas injusticias, cuando, de nuevo, alguna gente estará mejor que otra. Una economía de intercambios voluntarios es inherentemente desigual (aun si las economías de un tipo más regimentado puedan, concebiblemente pero en algún grado improbable, serlo menos). Entonces, luchar por la justicia social resultaría ser un combate incesante en contra de la suerte, un esfuerzo por una economía inalcanzable y esterilizada, que tiene mecanismos incorporados (o, como a algunos les gusta ponerlo, “instituciones marco”) que compensan las fechorías de la Naturaleza.

3. PROTEGIÉNDOSE DE LOS RIESGOS

Dos teorías contractuales buscan mostrar que ninguna injusticia se les hace a quienes están mejor, al pedírseles que les den ayuda a quienes están peor, porque aquellos han estado de acuerdo, en un contrato hipotético, pero, a primera vista, juicioso, en cuanto a soportar esa carga en su propio interés.

Una de estas teorías es la de Rawls “justicia como equidad”, cuya enorme popularidad debe ser una fuente perpetua de asombro. Debido a que, en último caso, todas las diferencias en el ingreso se deben a la suerte, quienes están mejor en cuanto a equidad ingresarían, para ser justos, a una posición hipotética, en la cual ellos desean concluir con el contrato de distribución permanente que les parecería racional, si ellos ignoraran qué tanto la suerte en efecto les ha servido hasta ese momento. Bajo estas condiciones, estarían de acuerdo con una distribución que siempre favoreciera a quienes están peor, debido a su temor tan elevado ante el riesgo, de forma que preferirían el “maximin”, la distribución que favorecería a quienes están peor, por si acaso sucediera que ellos se encontraran a sí mismos en esa posición desafortunada. (Podemos notar que la gente siempre debe tener una motivación bastante peculiar para hacer que ellos adopten una estrategia “maximin”; esto es, maximizar el peor resultado a costos de todas las mejores alternativas, no importando qué tanto mejores ellas puedan ser).

La otra teoría, mucho menos enredada, es la contractual de Buchanan y Tullock. Aquí, quienes están mejor estarían de acuerdo en soportar la carga de, al menos parcialmente, corregir lo que es ampliamente, si bien es discutible, denominada como injusticia social. Ellos hacen esto, porque ven su futuro a través de un velo de incertidumbre y temen al riesgo de alguna vuelta en la rueda de la fortuna, que los coloque entre quienes están peor. Puesto que ellos piensan que una distribución que mejora la posición relativa de quienes están peor, puede, en un momento en el futuro, dar vuelta en su interés, voluntariamente asumen el costo de traer aparejada esa distribución. Esto, para ellos, es el costo de obtener una protección ante el riesgo.

Para que este tipo de seguro sea racional, la “utilidad” esperada de su ingreso futuro -y el de sus herederos- protegido del riesgo, debe exceder a aquel no protegido y esto después de admitir el “costo de la protección” (esto es, la imposición extra sobre quienes están mejor, que se hace necesaria para mejorar la porción de quienes están peor, de acuerdo con el alcance acordado en el contrato hipotético). Es innecesario decir que esta condición es totalmente formal. La única forma de establecer la posibilidad de que ello sea satisfecho, es si se tiene el recurso de acudir a la preferencia revelada: si quienes están mejor, votan por impuestos y leyes de bienestar, transfieren su ingreso hacia quienes están peor, al menos la teoría no es falsificada. En realidad no es verificada. (La versión de Rawls de justicia social contractual, la cual se puede decir que no tiene contenido descriptivo, no está sujeta a tal prueba de validez).

4. EL MARXISMO ORTODOXO

Las teorías analizadas en la Sección 2 emplean la economía de la elección prudencial a fin de tratar y justificar una visión acerca de la justicia social (y no de la caridad), que tendrá sentido aún sin imputar actor injustos a nadie (excepto, implícitamente, a la Naturaleza). Bajo esta visión, no necesita ser culpa de quienes están mejor, que quienes están peor, estén peores. Los primeros encontrarán que va en su interés el ofrecer compensar una injusticia que, en un sentido estricto, no se debe a alguien. No debería causar sorpresa que teorías así construidas son, en algún grado, poco convincentes y que descansan en supuestos excéntricos.

El Marxismo ortodoxo es, en su esencia, más simple y más obtuso. Dado que todo valor es creado por el trabajo, la parte del producto apropiado por el capital le corresponde a quienes están mejor, como resultado de actos injustos de explotación. La justicia requiere que todo el ingreso recaiga en los trabajadores. Esto es logrado mediante la expropiación de los capitalistas y por la apropiación de los medios de producción en alguna, si bien pobremente definida, forma de propiedad en común. Esta teoría escasamente demanda una discusión adicional, excepto para comentar que, a pesar de (o, ¿es más bien debido a?) la pésima economía subyacente, la idea de que la plusvalía correctamente le pertenece a los trabajadores y que, por tanto, se le debe devolver a los trabajadores, todavía se mantiene firme en el subconsciente popular.

5. NEO-SOCIALISMO: MARCOS, REDES, TEJIDOS

Lo que aquí llamo pensamiento neo-socialista ignora o rechaza la teoría de las remuneraciones de los factores, con base en la productividad marginal. Los ingresos no son determinados por lo que un mercado competitivo está dispuesto a pagar, por factores que prometen una contribución marginal dada al producto. La razón brindada es que el mercado no es competitivo y que, aun si lo fuera, nadie tendría idea alguna acerca de cuánto contribuiría un factor al producto. Bajo una división compleja del trabajo, el producto marginal es un constructo mental ficticio, que carece del debido significado. Sin embargo, la distribución de los ingresos no es simplemente indeterminada. Más bien, es moldeada sistemáticamente en formas que la convierten en injusta, abriendo el camino para argumentos acerca de la justicia social y su rectificación.

El neo-socialismo en algún grado carece de forma y es, a menudo, menos que lúcido. Uno puede discernir varias tendencias de pensamiento dentro de él, algunas de las cuales podrían ser condenadas por doble contabilización.

Una de tales tendencias impulsa la idea del “marco”, al cual todo lo demás es debido. La propiedad y el contrato existen y los mercados funcionan solo si y cuando la economía está sólidamente incrustada en un marco institucional, sostenido por una voluntad y esfuerzo colectivos. Sin una autoridad política, que es tanto creadora de leyes como encargada de hacerlas cumplir, la sociedad sería un desastre y su producto total, irrisorio. Por lo tanto, el producto realmente le pertenece a la sociedad como un todo y no a sus miembros individuales. Su distribución entre ellos es, en última instancia, un asunto que será decidido por la autoridad política. Si algunos obtienen más que otros (tal vez debido a que su grupo o clase tiene una influencia excesiva) surge una pregunta acerca de la justicia.

La idea de la red está en el centro de una tendencia, algo diferente, del pensamiento neo-socialista. El éxito y el ingreso son, en un sentido amplio, los frutos de una membresía en redes. Los más exitosos tienen un mejor acceso a mejores redes; por lo tanto, ellos se hacen aun más exitosos. Los diferenciales de ingresos se profundizan en un proceso acumulativo. Entre mayores sean las desigualdades del ingreso y de membresía en las redes, mayor es la desigualdad de oportunidades. Esto le da otro impulso al proceso acumulativo. Finalmente, la distribución de hoy está grandemente prejuiciada por la distribución de ayer, pues aquellos quienes ya están mejor, tienen un mayor poder de negociación y pueden negociar gangas que hacen que, quienes están peor, lo sean todavía más. No es que los ricos en la realidad actúan injustamente, sino que su ventaja inflige una injusticia sobre los pobres.

Tal vez la más simple, y también la más radical, de las nociones neo-socialistas hacen un llamado al “tejido social”. Cada individuo es parte del “tejido social”, no sólo de instituciones, marcos y redes, sino de una matriz infinitamente elaborada de insumos y productos. Lo que sea que se logra y se produce es, en realidad, logrado y producido por todos los ancestros y todos sus contemporáneos, cada uno de los cuales ha contribuido en algo para facilitar que los esfuerzos de otros puedan dar fruto. (El neo-socialismo débilmente pasa por encima del hecho de que todo mundo ya ha sido remunerado por lo que ha contribuido, de manera que, decir que se les debe por los que ellos trajeron para otros, es doble contabilización).

Todo es producido colectivamente por una gran entidad holística; esto es, la sociedad entera. Nadie puede reclamar sobre una parte específica de ella, debido a que nadie ha contribuido con una porción en particular. Todo mundo ha contribuido a todas las partes del producto total; todos son beneficiarios de una externalidad generada por todos los demás.

En este esquema de cosas perfectamente socialista, por definición, hay una justa distribución de ingresos: aquella que la sociedad colectivamente escoge. Cualquier medida redistributiva decidida por el proceso político democrático debe, casi que por definición, contar como una rectificación de una injusticia social, –no debido a que está en conformidad con algún criterio objetivo de justicia, sino porque justamente es lo que la sociedad decide. Aquí, una débil noción de justicia social converge hacia una confusa noción de preferencia colectiva.
[En la Parte II, trataré con el intento de reconciliarnos con el creciente estado de bienestar, visto como un resultado agridulce de administrar la justicia social.]


Anthony de Jasay es un economista Anglo-húngaro quien vive en Francia. Es autor, entre otros, de El Estado (Oxford, 1985), de Social Contract, Free Ride (Oxford, 1989) y Against Politics (Londres, 1997). Su último libro, Justice and Its Surroundings, fue publicado por Liberty Fund en el verano del 2002.