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Jorge Corrales Quesada
02/09/2017, 16:10
Como tantas otras cosas del quehacer humano, siempre debe pensarse racionalmente acerca de ellas. Es posible que la opinión que aquí desarrolla Anthony de Jasay, en torno a la posición liberal clásica sobre la inmigración, dé lugar a fuentes divergencias entre liberales. Pero, ¿acaso no es así como evoluciona el ideario de las personas? Pensando…

INMIGRACIÓN: CUÁL ES LA POSICIÓN LIBERAL
Por Anthony de Jasay
Reflexiones desde Europa
Library of Economics and Liberty
7 de agosto del 2006

Los liberales aborrecen las fronteras y sienten que la gente no debería ser menos libre de moverse que los bienes. Sin embargo, al irse incrementando la presión de los pobres para movilizarse hacia tierras más ricas y que la inmigración ilegal está comprobando ser políticamente difícil de frenar, el ideal liberal debe ser reevaluado.

La pobreza es la principal maldición de la mayor parte del mundo, especialmente de África, gran parte del Sureste y Centro de Asia y de partes de América del Sur. A una variedad de causas locales se atribuye eso. Sin embargo, una causa en común es el gobierno, el cual es definitivamente vicioso o, al menos, incompetente para manejar y dar empleo sin causar un daño, poder del cual está dotado. Un remedio común está en marcha, operando en algunas áreas -más espectacularmente en China e India- y asomándose en el horizonte de otras. Es popularmente llamado ‘globalización’ y, en el lenguaje de los economistas, es la caída relativa en el costo del transporte, de las transacciones y de las barreras al comercio. La ‘globalización’ promueve en todo el mundo la igualación progresiva de los salarios ajustados por la productividad. Si sus gobiernos no están empeorando (y algunos, de hecho, marginalmente están, mejorando), es tan sólo un asunto de pocas décadas para que las dos terceras partes más pobres del mundo, se eleven por encima de la pobreza absoluta.

La reducción de la pobreza relativa -la que los sociólogos llaman privación relativa- parece ser más difícil, si no es que imposible. La demografía se asegurará de que el ingreso real per cápita en el mundo pobre se incremente tan sólo un poquito más rápido que el del mundo rico, en donde la población nativa se estancará o caerá. Al mismo tiempo la televisión y los de su tipo continuarán minando la estabilidad social y se asegurarán de que la gente en las regiones más pobres del mundo mida su propio estándar de vida más y más por los criterios de cómo es que vive la otra mitad. Ellos parecen ahora ser más miserables, aun cuando sus circunstancias físicas parecen ser menos apabullantemente malas.

El resultado es que la presión para inmigrar hacia las tierras de hadas de Europa Occidental, Estados Unidos y de los dominios blancos ex británicos, está aumentando y está destinada a continuar creciendo, tal vez por varias décadas. Los economistas están tentados a decir que el libre comercio servirá como válvula de seguridad, pues, en donde los bienes y el capital se mueven libremente, la gente no necesita mudarse para poder mejorar. No obstante, tal como lo muestra la deprimente historia de la Ronda de Doha, el comercio no se está haciendo más libre con la rapidez suficiente, y los movimientos de capitales nunca serán tan extendidos y de tan alto alcance, en tanto que los gobiernos de Bolivia, Rusia o Zimbabue puedan meter sus manos en el capital, en los santos nombres de la soberanía nacional o de la justicia social.

QUÉ ES LO QUE HA CAMBIADO

Por supuesto que la inmigración no es nada nueva. Durante las grandes migraciones después de la caída de Roma, pueblos enteros se movieron de Asia a Europa, aun cuando no fue un movimiento hacia países colonizados a través de fronteras definidas. A partir del siglo VIII, hubo una amplia corriente de migración involuntaria desde África Central y del Este, con mercaderes árabes atrapando o comprando de jefes de tribus a negros africanos para que fueran vendidos como esclavos. Las estimaciones acerca de los esclavos negros africanos que se movieron al Este Medio durante los mil años hasta el siglo XVII, han variado de un nivel bajo de 8 millones a uno alto de 17 millones. (Se ha dicho que la gran mayoría de esclavos varones fue castrada, lo cual explicaría por qué hay una ínfima cantidad de población minoritaria negra en tierras árabes). Después del XVII, la demanda de esclavos de El Caribe, Brasil y del Sur de los Estados Unidos sacó fuera del mercado al Este Medio y el comercio de esclavos pasó a manos blancas. Hasta la abolición del comercio de esclavos (aun cuando no la de poseer esclavos) en 1806, entre 8 y 10 millones más de negros africanos fueron transportados a través del Atlántico.

Desde ese entonces ha habido dos cambios radicales. La inmigración dejó de ser involuntaria. La gente se trasladó de Europa a América del Norte y a otras tierras con climas templados por su propia voluntad, atraídos por los incentivos económicos. La entrada a estas tierras era irrestricta. El segundo gran cambio, que se dio más o menos con la Segunda Guerra Mundial, fue cuando las puertas de entrada empezaron a cerrase. Los inmigrantes ya no más eran admitidos como una cuestión de rutina, sino como un privilegio selectivo, el cual de otorgaba escasamente. Los inmigrantes se convirtieron, cada vez más, en intrusos que se deslizaban por fronteras porosas y quienes vivían y trabajaban sin un estatus legal.

Ahora hay un estimado de 8 a 12 millones de inmigrantes ilegales, principalmente hispánicos, en los Estados Unidos. Los inmigrantes ilegales en Europa son étnicamente mucho más mezclados, viniendo desde África negra y el Caribe, del Norte de África Árabe, de Pakistán, Bangladesh, Ceilán, Indonesia, Turquía y los Balcanes. Se estima que, en el Reino Unido, viven unos 570.000, en Francia, el rango se estima entre 200.000 y 400.000, aunque en realidad casi que es certeramente mayor. El influjo anual en ambos países puede ser de alrededor de 80.000.

El efecto económico de la inmigración es, en balance, probablemente positivo, aunque es controversial en países de alto desempleo, como Alemania, Francia e Italia. Sin embargo, difícilmente se puede disputar que, sin inmigración ilegal desde México, los Estados Unidos habrían tenido el crecimiento espectacular de años recientes y la noción de que los inmigrantes se roban los empleos de los blancos en Europa, surge de una economía del vudú. La inmigración de ilegales duele, no económicamente, sino porque es resentida como una pérdida de control de que a quienes admitirá en su medio –una pérdida que es fácilmente aceptada cuando la población inmigrante de color es todavía pequeña, pero, se convierte en aterradora, cuando el peso acumulado de décadas de entradas ilegales descontroladas, empieza a cambiar el perfil étnico y cultural de un país. Holanda es, sin duda, el país más tolerante de Europa, pero, con sus 1.700.000 habitantes no blancos, recientemente se ha vuelto violentamente nerviosa acerca del futuro y ha cerrado de golpe los controles a los inmigrantes, que son draconianos, según los estándares holandeses.

La Unión Europea está presupuestando dar 18 mil millones de euros en los próximos siete años para ayudar al desarrollo económico de África (un ejemplo flagrante de que la esperanza supera a la experiencia por enésima vez), en el entendimiento de que los gobiernos africanos harán su parte para reducir el flujo de migrantes ilegales. Se están tomando muchas otras iniciativas para fortalecer los controles fronterizos, restringir la legalización de ilegales y deportar algunos a sus países de origen, como freno para potenciales ilegales. Ninguno de estos ejemplos parece tener mucho efecto en reducir seriamente el influjo de inmigrantes no bienvenidos. Tan sólo medidas radicales pueden frenar la marejada, ante cuya severidad la opinión europea de la actualidad, entendiblemente, no tiene el estómago.

¿TIERRA DE NADIE O EL HOGAR DE LA FAMILIA?

Los liberales clásicos tienen una mala consciencia en torno a los controles migratorios, en especial aquellos severos. A la mente liberal siempre le han disgustado las fronteras y considera al libre movimiento de gente, no menos que aquel de los bienes, como un imperativo obvio de la libertad. Al mismo tiempo, considera como inviolable a la propiedad privada, inmune tanto a las demandas del ‘interés público’ (tal como se expresa en la idea de derecho de expropiación), como a los alegatos rivales de los ‘derechos humanos’ (satisfechos mediante la redistribución del ingreso a los pobres que poseen estos derechos). Naturalmente, también la propiedad privada implica la privacidad y la exclusividad del hogar.

Una tendencia de la doctrina libertaria sostiene que precisamente es la propiedad privada la que debería de servir como único mecanismo de control para la inmigración. Los inmigrantes deberían ser enteramente libres para cruzar la frontera –en efecto, no deberían existir fronteras. Una vez en el país, serían libres de moverse en todo lado y ubicarse en él como su fuera una tierra de nadie, en tanto que no traspasen algún parte de ellas que es la tierra de alguien, la casa de alguien, algún tipo de propiedad de alguien. Pueden establecerse por sí mismos y encontrar la forma de vivir mediante una contratación de su trabajo para obtener salarios y de hallar un techo mediante el pago de alquileres. En todos los aspectos materiales de sus vidas, podrían encontrar lo que necesitan, mediante acuerdos con los propietarios y, también, convirtiéndose ellos mismos en propietarios. A la vez, los propietarios no objetarían ver a inmigrantes obtener aquello en lo que se les contrató.

Sin embargo, una tendencia muy diferente puede ser defendida en fundamentos no menos liberalmente puros. Porque es muy consistente con los dictados de la libertad y con el concepto de propiedad que ellos implican, cual es que el país no es una tierra de nadie, sino una extensión de un hogar. La privacidad y el derecho de excluir a extraños de ella es un atributo un poco menos obvio que el de la casa de uno. Su infraestructura, sus servicios, su orden público, han sido construidos por generaciones de sus habitantes. Estas cosas tienen valor que pertenecen a quienes las edificaron y para los herederos de quienes las construyeron, y estos últimos ciertamente están en libertad de compartirlos o no con los inmigrantes, quienes, en sus naciones de origen, no tienen tan buena infraestructura, servicios y orden público. Aquellos quienes alegan que, en el nombre de la libertad, ellos deberían dejar a cualesquiera y a todos los inmigrantes potenciales, para que tomen una parte de ellas, entonces, no son liberales, sino socialistas, profesando un comparte y comparte, tal como el igualitarismo en una escala internacional.



Anthony de Jasay es un economista anglo-húngaro quien vive en Francia. Es autor, con otros, de The State [El Estado] (Oxford, 1985), Social Contract, Free Ride (Oxford 1989) y Against Politics (London, 1997). Su último libro Justice and Its Surroundings, fue publicado por Liberty Fund en el verano del 2002.