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Jorge Corrales Quesada
02/09/2017, 14:34
Ante una conversación que actualmente está teniendo –una vez más- su lugar en Facebook, me permito compartir con ustedes este ensayo del economista Anthony de Jasay.

POBREZA IGUAL, PROSPERIDAD DESIGUAL
Por Anthony de Jasay
Reflexiones desde Europa
Library of Economics and Liberty
6 de abril del 2009

No es porque la gente es pobre, lo que causa males sociales producto de fracasos en las escuelas, embarazos de jovencitas, crímenes y una corta esperanza de vida, sino por el hecho de que alguna gente es más pobre que otra. Lo que realmente importa no es el nivel de ingreso, sino las diferencias entre niveles. Se deduce de ello que la lucha contra la pobreza es una guerra equivocada, excepto si con ella se reduce la desigualdad. La meta correcta es la desigualdad y no es importante reducirla, si es que con ello se va a dejar a los pobres tanto como antes. Ellos, y la sociedad como un todo, así serán más sanos y más felices.

Ésta, despojada de retórica, es la última distorsión en la complicada cadena de argumentos a favor de alterar, dejando sin reconocimiento, a un, más o menos, orden liberal, hasta que la justicia como tal quede subordinada a lo que algunos llaman “justicia social.” Cambiar explícitamente el objetivo de pobreza a desigualdad, al punto en que la pobreza se convierte en irrelevante, en tanto que sea la misma para todos, es una novedad radical. Es interesante ver por qué se ha convertido en moda.

Desde sus inicios, ha existido un vigoroso rasgo igualitario en la Cristiandad, mucho del cual fue heredado del Judaísmo. Sin ser reemplazado, el igualitarismo religioso moderno ha sido suplantado por una doctrina laica, parcialmente Benthamita y parcialmente Kantiana, que busca hacer del bienestar material igual un requisito deducido de algún axioma moral, evidente en sí mismo. Un bienestar material era una condición para la mayor utilidad social. Alternativamente, era un corolario de que todo mundo tuviera “derechos” iguales o privilegios morales iguales sobre porciones justas.

Tales intentos de deducir el igualitarismo desde la moralidad, aunque no realmente extintos, no ha sido muy exitosos. Ellos postulan que todos los hombres han sido creados iguales, son embargo, eso diariamente se contradice al ser impactantemente desiguales en aspectos vitales. Ellos alegan que los talentos y otras dotaciones que permiten a algunos individuos disfrutar de mayor riqueza material que otros, son “moralmente arbitrarios.” Aunque la mayor parte de la gente puede leer subconscientemente que eso significa ser “moralmente equivocados”, pensándolo bien, resulta que no puede ser más equivocada, sino correcta, y que apoya tanto a una distribución igual, como a una desigual.

Aun cuando el argumento moral era y permanece siendo débil, durante mucho tiempo fue apoyado por un sentimiento extendido, de que ayudar a los necesitados era un deber intrínseco a la hermandad de los hombres o de la ciudadanía. También era aceptado que el deber tendría que ser transformado en una obligación, por medio del sistema tributario. Los derechos al bienestar mitigaron la pobreza, pero la agravaron hasta cierto punto, aun cuando se ha discutido que no sólo aquellos no aliviaron la pobreza, sino que la agravaron, al inducir una dependencia e irresponsabilidad. Sin embargo, lo que realmente dio lugar a un descenso masivo de la pobreza y miseria extremas en todo el mundo, durante las últimas dos o tres décadas, fue la “globalización,” que permitió a cientos de millones, principalmente asiáticos y también a latinoamericanos y africanos, empezar a ganar salarios. Hay razón para esperar que este desarrollo se extienda e intensifique en las décadas venideras. Si eso no elimina la pobreza, al menos facilitaría que no fuera un problema apremiante, usado para justificar, en su alivio, una imposición redistributiva.

Si la pobreza está destinada a ser una razón, que cada vez es más débil, para redefinir a la sociedad, hay aún un caso de última instancia que puede ser armado, haciendo de la desigualdad en sí una fuente de nuestros mayores males, que tan sólo pueden ser curados mediante la igualdad. De aquí, el cambio en las culpas, desde niveles a diferencias en el bienestar material, un cambio que ahora está apareciendo de forma gradual.

Se ha destinado una diversidad de estudios empíricos para mostrar que distribuciones iguales de privilegios o de afluencia, muestran menos características socialmente disfuncionales, en comparación a como lo hacen aquellas desiguales. A babuinos privilegiados, viviendo en aislamiento de otros, les va bien, pero, cuando se mezclan con otros babuinos, algunos de los cuales les pueden sobrepasar, desarrollan problemas hormonales y de otros tipos. Los trabajadores del servicio civil británico difieren poco de los babuinos, al menos no en aquel sentido. Aquellos en el rango más alto son más saludables y viven más tiempo que sus subordinados, con una salud y una esperanza de vida menores con cada paso hacia debajo de la escalera de la jerarquía. Claramente, la causa es que aquellos que están en los niveles más bajos, son más pobres que quienes están más arriba. Al menos, a eso es a lo que se nos invita a concluir. Pero, ¿qué tan concluyente es la evidencia?

Aplicado a sociedades enteras, el nuevo igualitarismo empírico se resume en esto: si el país A y el país B tienen el mismo ingreso real promedio, pero en A está más igualmente distribuido que en B, entonces, A tendrá mejores resultados escolares, menor delincuencia juvenil, menor crimen, mejor salud y una mayor esperanza de vida. Se pretende que lo entendamos que eso se debe a que, en comparación con B, en A hay menos gente más rica que el resto o que menos gente es más pobre que el resto.

Ambas alternativas parecen ser simétricas en forma, pero no lo son en sustancia. Si lo que hace a una sociedad enferma es que, cuando mira hacia arriba, la gente ve que muchos compatriotas son más ricos que quienes los ven, entonces, existe una explicación que, al menos, no es contra-intuitiva: a la gente se la come la envidia o el remordimiento por su propia incompetencia o por mala suerte a la luz del éxito de otros. Hace unos pocos años, Lord Layard, de la Escuela de Economía de Londres, diagnosticó esto y propuso penalizar al éxito, una fuente de infelicidad para otros, por medio de un gravamen, justamente tal como lo es un impuesto a la contaminación o sobre alguna otra externalidad negativa. [1] Los lectores han de juzgar esta propuesta, sin ser empujados en una u otra vía por este ensayo.

El caso opuesto, en el cual el país A es socialmente más saludable, porque poca gente en él es más pobre que el resto, es muy diferente e intriga más. ¿Por qué los niños lo harían mejor en la escuela, si una menor cantidad de sus compañeros es más pobre que aquellos? El caso es ciertamente concebible, pero estira un poco a nuestra buena voluntad. ¿Lo harían aún mejor los niños en A, si los pocos pobres fueran segregados en escuelas separadas y si el resto no tuviera compañeros que fueran más pobres que ellos? ¿Funcionaría el truco igualmente, si los segregados fueran los pocos niños ricos?

La lógica de los neo-igualitarios, en concreto, de que no son los bajos niveles, sino las diferencias entre niveles lo que hace a una sociedad enferma, nos dice que, si el país A fuera bendecido con una nueva, aún más igual, distribución del ingreso, en donde nadie sería próspero y nadie sería más pobre que el resto, la sociedad funcionaría idealmente, aún si con esta nueva e igual distribución, todos fueran tan pobres como solía serlo el más pobre bajo la antigua distribución. Esto no parece tener sentido y, en lo que me he dado cuenta, los nuevos igualitarios no eligen llevar su lógica hasta allí.

Todas o la mayoría de las disfunciones sociales que ellos explican por la presencia de diferencias de ingresos, pueden ser explicadas, con mayor simplicidad, por los bajos niveles de ingreso, la antigua pobreza que los igualitarios sienten que ya no pueden descansar en ella, para que les sirva como su ariete en contra de las murallas del orden liberal. Ellos muestran evidencia empírica de que, en dos países igualmente prósperos, el país igualitario obtiene mejores calificaciones que B, el menos igualitario. Pero, la misma evidencia garantiza plenamente una interpretación diferente. El país B, por definición, tiene más gente pobre, tanto como más ricos. Es la prevalencia de la pobreza lo que ocasiona los bajos resultados, en vez del hecho de que no todos son igualmente pobres o igualmente prósperos.

CONCLUSIÓN

Hay formas más poderosas de lucha en contra de la pobreza, que exprimiendo a los ricos. Induciendo a la gente para que forme y preserve familias con ambos padres, si es que eso puede ser inducido a hacerlo, podría ser maravillosamente efectivo. Otro medio muy potente es elevar la demanda de trabajo, la principal o única cosa que el pobre tiene para vender. Una causa obvia para tal aumento en la demanda de trabajo es la formación de capital, la cual, a su vez, es alimentada por el ahorro público, empresarial y personal. No podemos predecir lo que podría suceder con el ahorro empresarial, pero estamos seguros de que el ahorro público es, por lo general, negativo. El ahorro personal es típicamente mucho mayor, en proporción, en los ingresos altos que los bajos. Por lo tanto, el mismo ingreso nacional distribuido desigualmente, genera muchos más ahorros que si fuera distribuido igualitariamente. Al ahorrar más, los muy ricos, por así decirlo, están elevando el precio que tendrán que pagar mañana por el trabajo. En cualquier caso, una prosperidad desigual da mayor esperanza para los pobres, que una pobreza igual.



NOTAS AL PIE DE PÁGINA
[1] "Happiness: has social science a clue?" (http://cep.lse.ac.uk/events/lectures/layard/RL030303.pdf) Expositor Richard Layard. Conferencias en memoria de Lionel Robbins, (http://www.econlib.org/library/Enc/bios/Robbins.html) 3, 4, y 5 de marzo de 2003, en la Escuela de Economía de Londres.


Anthony de Jasay (http://www.econlib.org/library/Columns/columnbios.html#jasay) es un economista austro-húngaro quien vive en Francia. Es autor, entre otros de The State (http://www.libertyfund.org/details.asp?displayID=1749) [El Estado. La Lógica del Poder Político] (Oxford, 1985), Social Contract, Free Ride (Oxford 1989) y Against Politics (London, 1997). Su último libro, Justice and Its Surroundings, fue publicado por Liberty Fund en el verano de 2002.