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Jorge Corrales Quesada
26/08/2017, 22:33
Por Jorge Corrales Quesada
Conferencia brindada en Blue Valley School
19 de octubre del 2016

Muy buenos días.

Se me ha pedido que les dirija unas palabras en torno al tema de “El trabajo es (la mejor) manera de salir de la pobreza.” No hay duda de que, sin el esfuerzo humano, nunca se saldrá de la pobreza. Lo importante es entender cómo es que el ser humano ha interactuado a través de la historia, para ir saliendo gradualmente de la mayor miseria en la historia de la humanidad.

Les daré algunos datos acerca de la pobreza, provenientes de un economista notable en estudios históricos acerca de ella, Angus Maddison, de su libro de 2007, Contours of the World Economy 1-2030 AD (Oxford University Press). Basado en una medición del equivalente de dólares a precios de 1990, estima que, en el año 1 después de Cristo, el nivel promedio del ingreso real per cápita mundial era de $467 al año y que descendió levemente a $450 para el año 1000. Para el 2003, la estimación de Maddison es de $6.516 de ingreso real per cápita promedio anual en el mundo, destacando aquél de las economías desarrolladas de Occidente, en la suma de $23.710. Otra obra de Maddison, The World Economy: A Millenial Perspective (Paris: OECD, 2001, p. 100), expone que “de 1870 a 1913, el PIB per cápita del mundo creció un 1.3% por año, en comparación con 0.5% entre 1820 y 1870. La aceleración se debió a un progreso tecnológico más rápido y a las fuerzas que lo difundieron, desatadas por el orden económico liberal, del cual el principal arquitecto fue el Reino Unido.”

Destaco ello porque se puede señalar que, aquella pobreza masiva de la humanidad que había a principios de la era cristiana, ha ido disminuyendo considerablemente a través de los años. Tanto es así que el informe de resultados de las Naciones Unidas de su programa Objetivos de Desarrollo del Milenio, propuesto en el 2000 para lograrlo en el 2015, de reducir a la mitad la proporción de la población que vivía en pobreza extrema, se logró cinco años antes de aquella fecha. Datos provenientes del Banco Mundial, dicen que “en 1981, un 53% de la gente en países en desarrollo vivía en condiciones de pobreza extrema. Pero, para el 2011, la porción se había reducido notablemente, a justamente un 17% -una caída en puntos porcentuales del 36% en treinta años, un logro considerable.” (Steven Radelet, The Great Surge: The Ascent of the Developing World (New York: Simon & Schuster, 2015, p. 30)).

Obviamente, el trabajo humano ha desempeñado un papel preponderante en el éxito de este sistema económico, que ha permitido ese logro impresionante en la lucha contra la pobreza. Aun así, hay que estar conscientes de que falta mucho para eliminar del mundo a la población que hoy está en pobreza extrema. Si pensamos acerca del papel que el esfuerzo o trabajo humano juega en la creación de riqueza, es verdad de Perogrullo decir que, si no se trabaja, no es posible salir de la pobreza.

Me alejaré, en cierta manera, de lo que podría considerarse como una charla motivacional, acerca del indudable valor del esfuerzo laboral para tales logros del género humano, pues me faltan palabras para referirme a la importancia que tienen el esfuerzo, la dedicación, el quehacer y la faena, en producir bienes y servicios, que benefician no sólo a quien los logra, sino a la humanidad, como un todo. Quiero referirme al papel que tiene el trabajo en una economía, como forma de incrementar la riqueza de la sociedad, con base en un análisis de índole económica.

Este tema es histórica y filosóficamente muy importante y ha sido objeto de sesuda discusión a través de los años, por lo que trataré de exponer algunos aspectos que son, creo, cruciales para su formación intelectual y material.

En la disciplina de la economía -y en otras- durante muchos años se sostuvo la creencia de que el valor de los bienes y servicios estaba determinado por la cantidad del trabajo incorporado en su producción. Es notable la aseveración del principal exponente de la economía clásica de fines del siglo XVIII -y fundador de la economía-, Adam Smith, al escribe en su obra, La Riqueza de las Naciones, que “el precio real de cualquier cosa, lo que realmente cuesta al hombre que ha de adquirirla, es la fatiga y el trabajo de su adquisición.” (Adam Smith, La Riqueza de las Naciones (San José, Costa Rica: Universidad Autónoma de Centro América, 1986, p. 71). Agrega que “parece, pues, evidente que el trabajo es la mensura universal y más exacta del valor, la única regla segura, o cierto precio, con que deberemos comparar y medir los valores diferentes de las mercaderías entre sí en todo tiempo y lugar” (Ídem, p.78). Esto es, en una economía, según Smith, el valor de un bien estaba dado por el trabajo que se incorporaba en su producción.

Otro economista notable del período gestatorio de lo que se conocería como liberalismo clásico, David Ricardo, famoso por desarrollar la teoría de las ventajas derivadas del comercio internacional -aceptada hoy casi por unanimidad en el gremio-, también consideró que “el valor de una mercancía, o la cantidad de cualquier otra mercancía por la cual se intercambiará, depende de la cantidad relativa de trabajo necesaria para su producción…” (David Ricardo, The Principles of Political Economy and Taxation, capítulo 1, sección 1 (México, D. F.: Fondo de Cultura Económica, 1987, p. 9)).

Llegamos con esto a Carlos Marx, quien, a mediados del siglo XIX, en su obra El Capital, expuso, como parte esencial, su teoría del valor trabajo en los siguientes términos: “Es sólo la cantidad de trabajo socialmente necesario, pues, es el tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción de un valor de uso, lo que determina su magnitud de valor” (Carlos Marx, El Capital, Libro I, Vol. I, Sección 1(México D. F.: Siglo XXI, 2010, p. 48).

Esto conduce a Marx a postular su teoría de la explotación del trabajo, que espero aclararla mediante el siguiente ejemplo sencillo:

Suponga que una empresa produce camisas -t-shirts- con el logo de la Liga Deportiva Alajuelense y, para producir 10 de ellas, requiere de dos horas de mano de obra. Asimismo, que gasta en materiales digamos unos ₡5.000 y ₡1.000 como costo de transporte de una decena. El trabajador usa el capital (maquinaria) y otras cosas, de forma que, gracias a su esfuerzo, el valor de esa camisa pasa de ₡6.000 a ₡10.000, que es el precio al que se vende en la ciudad de Alajuela. A esa diferencia de ₡4.000, Marx la llama plusvalía y, según su concepción, el obrero tiene derecho al fruto pleno de su trabajo; esto es, a reclamar esa diferencia, equivalente a ₡2.000 la hora. Si el empresario capitalista le pagó tan sólo, digamos, ₡1.000 la hora, le estaría quitando injustamente ese diferencial; o sea, ₡1.000 por hora. El patrono, que no hizo nada, aparte de ser dueño de los medios de producción, se queda injustamente con un valor de ₡1.000 por hora, que fue creado por el trabajador. De alguna manera, el trabajador está laborando más horas que las que le paga su patrono.

La teoría del valor trabajo, a la fecha, ha sido relegada ante importantes nuevos aportes al conocimiento económico:

1.- El valor no es producido por el trabajo; el valor se determina subjetivamente. Para explicarlo usaré un ejemplo sencillo, en donde, aun cuando dos bienes tienen incorporados una misma cantidad de trabajo, su valor en el mercado es diferente. Suponga que producir una t-shirt con el logo del Saprissa, tiene los mismos costos que aquella de la Liga, que serían aquellos ₡10.000. Pero, al vender esta nueva camisa en la ciudad de Alajuela, en donde una igual, pero con el logo del León, fue comprada por los consumidores en ₡10.000; la del monstruo, si acaso y con suerte, la comprarían en ₡1.000. Noten que, según la teoría del valor trabajo, tanto la camisa del León como la del Monstruo tenían un mismo valor (₡10.000), ya fuera que se vendiera o no. Pero, ahora vemos cómo una se vende en ₡10.000, y la otra sólo en ₡1.000. Son los consumidores quienes han definido valores distintos, a lo que, de acuerdo con Marx, debería tener un mismo valor. Simplemente, el valor de la camisa es determinado subjetivamente por los consumidores; no hay tal cosa como un valor objetivo, como lo planteaba Marx.

Aclaro: si no les pareció ese ejemplo comparativo entre el León y el Monstruo, cambien los papeles, y vendan la camisa del León en las inmediaciones de Tibás. El resultado en el fondo es idéntico (¡y todos terminamos contentos!)

2.- Otro ejemplo sencillo, ¿por qué una pintura de Picasso, que puede haber tomado, digamos, 12 horas de trabajo, vale más que una pintura que ha tomado el mismo tiempo, hecha por, digamos, este servidor? Simplemente, por las preferencias de los consumidores, aunque, en términos del valor de trabajo incorporado en la producción de ambas pinturas, es el mismo.

3.- Un ejemplo más para entender bien de qué estamos hablando. Suponga que un gambusino tarda 1 mes recogiendo en un río una onza de pepitas de oro, la cual tiene un valor en el mercado de, digamos, ₡650.000. Un campesino, caminando en las cercanías, tropieza con una pepita que pesa una onza. Esta pepita se vende también en el mercado por un valor de ₡650.000. ¿Cómo es posible que ambas onzas, cada una individualmente, tenga el mismo valor, pero una requirió 1 mes de arduo trabajo, en tanto que la otra fue encontrada por casualidad? Esto no lo explica la teoría del valor trabajo, pues el valor no está determinado por un valor objetivo (trabajo), sino por la preferencia de los consumidores, que no ven diferencia alguna entre una y otra onza de oro.

Volvamos al tema del trabajo y su importancia para salir de la pobreza, tal como yo lo vislumbro.

Marx había asegurado que el capitalismo se extinguiría, porque el rendimiento del capital (la maquinaria) declinaría gradualmente, al ir aumentando el capital en la economía, si bien los capitalistas endurecerían las condiciones de explotación de los trabajadores y que el sistema capitalista derivaría en monopolios. Tales cosas no se han dado, pues los trabajadores han visto aumentar significativamente sus salarios reales y tener acceso a una enorme cantidad y variedad de bienes y servicios nunca antes imaginado y no se observa un aumento de la monopolización de las economías.

Ese aumento en los salarios de los trabajadores se dio porque, al ir declinando la productividad del capital debido a la mayor inversión, provoca que su rendimiento decaiga, ante lo cual el empresario capitalista demandaría relativamente más mano de obra, que es la que comparativamente ha venido aumentando su productividad. Marx tampoco consideró la importancia del capital humano, algo muy diferente al tipo de trabajo que él consideraba. El capital humano es más que simple mano de obra; se refiere a la capacidad productiva de un individuo (o de toda una nación), que resulta de los conocimientos que son adquiridos en la escuela, la universidad, la empresa, en general, por la experiencia; conocimientos que tienen un efecto sobre la productividad del trabajo.

La pregunta que me hago, ante la situación de nuestra economía de un desempleo relativamente alto y un subempleo creciente, es, ¿qué políticas económicas podrían reducir esos problemas y permitir que los salarios reales de los trabajadores aumenten? Según la más reciente encuesta del Instituto de Estadísticas y Censos, al primer trimestre del 2016, nuestra tasa de desocupación abierta fue de, aproximadamente, un 9.5% de la fuerza de trabajo, que es, más o menos, la tasa promedio de desempleo desde el 2014 hasta ahora. Además, lo que se llama la tasa neta de participación, que mide el porcentaje de la fuerza de trabajo con respecto a la población en edad de trabajar, ha ido declinando, de un 63.7% en el primer trimestre del 2014, a un 60% en el primer trimestre del 2016. Ello porque muchas personas han abandonado la fuerza de trabajo, tanto al pensionarse, como por decepción al no encontrar empleo durante mucho tiempo o bien por ir a trabajar fuera del país.

En lo que respecta al empleo informal, es alto, un 45.3% de la fuerza de trabajo total ocupada en el primer trimestre del 2015. Esta tasa había venido aumentado en años recientes, pues había sido de sólo un 35% a finales del 2011, pero ha declinado hasta un 41.8% en el segundo trimestre del 2016.

La relativa debilidad en la demanda de trabajo que vemos, creo que puede ser enfrentada por algunas (pocas) medidas a corto plazo, pero, principalmente, siempre que no se tomen políticas en dicho plazo que afecten negativamente al crecimiento de la economía.

En el corto plazo, uno pensaría que aumentos en los impuestos afectarían al crecimiento económico, al ser, en dos sentidos, un obstáculo para las decisiones privadas: puede disminuir la demanda de los trabajadores, quienes, con un mayor o más amplio impuesto a las ventas, como el IVA, verían reducir sus ingresos reales (un poder adquisitivo menor de sus salarios nominales), lo cual disminuiría su poder adquisitivo y las utilidades de las empresas. Por otra parte, si los nuevos gravámenes van directamente a las firmas, las empresas podrían trasladar esos mayores impuestos hacia adelante, por la vía de más altos precios, lo cual, de nuevo, reduciría los salarios reales de los trabajadores o directamente disminuirían su demanda de empleo, pues no se requerirá tanto de él, si disminuye la cantidad vendida de sus productos.

Hay más: es deseable, para que aumenten los ingresos de los trabajadores, que se incremente la formación de capital humano, lo cual creo que se impulsaría rápidamente si se pone en marcha la llamada educación dual. Ésta, a partir de la experiencia de países como Alemania, incrementaría el valor que el trabajo agrega a la producción, lo cual estimularía su demanda. Ciertamente el resultado de ese proyecto tomará años, pero, al hablar de corto plazo, me refiero a la decisión legislativa que permitiría su inicio.

Algo parecido pasa con una serie de regulaciones laborales harto conocidas, y las que no detallaré, que han elevado artificialmente el costo de la mano de obra, en una economía en donde el trabajo es el factor productivo relativamente abundante respecto al capital y en donde se tiene una insuficiencia de demanda de mano de obra, que se refleja en aquellas altas tasas de desocupación citadas.

Hay propuestas tributarias actuales que me preocupan por su posible impacto indirecto negativo sobre el factor trabajo, como es el aumento de los impuestos a los ahorros, pues estimulará el consumo, en vez del ahorro y éste es crucial para la formación de capital. Esto me conduce a un tema al cual quiero referirme para concluir mi exposición.

El gran progreso, que el economista e historiador Deepak Lal ha indicado lo inició el orden económico liberal internacional (OELI), desde mediados del siglo XVIII hasta la primera guerra mundial, logró un aumento notable de los niveles de vida promedio de los ciudadanos a partir de aquel siglo. Pero, no es sino hasta después de la segunda guerra mundial, cuando un nuevo parcial OELI, en mucho concentrado en las economías industrializadas, estimuló un mayor crecimiento, que se basó en un proceso de globalización de la economía, a partir de principios de la década de los ochentas. El enorme impacto reductor de la pobreza extrema se dio cuando el llamado Tercer Mundo su integró a la economía mundial, en lo que podría considerarse una verdadera segunda globalización. (La primera fue aquella del siglo XIX, cuando, principalmente por los ingleses, se promovió el libre comercio, el patrón oro y el marco legal que protege internacionalmente a los derechos de propiedad.)

En palabras de Ludwig von Mises, de su libro La Mentalidad Anticapitalista, “Lo que distingue a las condiciones modernas de los países capitalistas de aquellas de eras pre-capitalistas, así como de aquellas prevalecientes en la actualidad en las llamadas naciones sub-desarrolladas, es la cantidad de la oferta de capital. Ninguna mejora tecnológica puede echarse a andar, si el capital que se requiere no ha sido previamente acumulado mediante el ahorro… Una acumulación de capital que excede al incremento de la población, por una parte, eleva la productividad marginal del trabajo y, por la otra, abarata los productos.” (P. 39 de su versión en inglés The Anti-Capitalistic Mentality, South Holland, Illinois: Libertarian Press, 1072) Y amplía su observación: “En el grado en que [el crecimiento del capital acumulado sobrepasa al crecimiento de las cifras de población], la productividad marginal del trabajo aumenta, en comparación con la productividad de los factores materiales de la producción. Surge una tendencia para el aumento de los salarios reales. La proporción del producto total que va hacia los asalariados se amplía, en contra de aquella que va dar como intereses a los capitalistas y como rentas a los terratenientes.” (P. 86).

Quiero concluir resumiendo mi opinión: Principalmente debe promoverse que el estado no afecte la formación indispensable de ahorros, que se dé un uso más intensivo del capital, que facilite la creación de empresas dejando de lado una serie de procedimientos engorrosos y regulaciones innecesarias, que mejore la habilidad, capacidad y calificación de nuestra mano de obra, por ejemplo, aprobando el proyecto de educación dual, que se estimule la inventiva y capacidad de generación de nuevas ideas y, sobre todo, que no se aprueben impuestos que afectan la producción y el crecimiento de la economía, para así disminuir las relativamente altas tasas de desocupación y aumentar la demanda de mano de obra y, en consecuencia, los salarios reales.

Muchas gracias por su amable atención.