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Jorge Corrales Quesada
15/05/2016, 17:16
EL ESTADO INEFICIENTE-PIRATERÍA EN EL GOLFO
Por Jorge Corrales Quesada

Ya sabemos del combate histórico del ser humano contra la piratería: incluso suele ser elemento esencial en toda la legislación internacional escrita y no escrita, como medio para garantizar a los individuos el derecho a circular, tanto a su persona como a sus bienes o posesiones, libremente por aguas internacionales. Y la piratería nos ha dado clásicos literarios como Sandokan o la Isla del Tesoro de Robert Louis Stevenson y muchas otras historias memorables y ni qué se diga de la enorme cantidad de películas que sobre el tema nos han emocionado, de una manera u otra.
Pero, obviamente es muy distinto, al menos para uno como lector, en comparación con lo que se siente cuando lee, en La Nación del 25 de octubre, el artículo “Golfo de Nicoya bajo ataque de piratas: Pescadores son blanco de asaltos en mar y tierra.” Usualmente esos pescadores son de los costarricenses quienes, pese al enorme esfuerzo que hacen para llevar comida a sus hogares y poder vender algo más a terceros, se encuentran en los menores niveles entre los pobres del país. Muchas veces su única posesión casi que es su lancha y sus aparejos para pescar, que incluyen tal vez un motor fuera de borda. Creo que nadie negará que la vida es muy dura para estos conciudadanos.
Para colmo de males ahora ellos son sujetos a ataques por parte de gavillas que les roban en el mar y en la orilla todo aquello que puedan, así sumiendo más en la pobreza a esos trabajadores del mar. Lean esta narración del periodista:
“El 9 de octubre, cerca de la una de la madrugada, unos gritos de alerta despertaron a Arnulfo Medina, un pescador de puerto Pochote, en Nicoya, Guanacaste. Eran sus compañeros para avisar de otro robo.
Un grupo de sujetos armados amordazaron al guarda y se robaron los motores de la bodega que tienen en el puerto.
Él no lo podía creer; era la segunda vez que los dejaban sin motor en menos de siete meses.
Cada una de esas piezas le había costado ₡2 millones y para poder comprar el segundo motor tuvo que conseguir un préstamo que aún no ha pagado.
Así como Medina, decenas de pescadores del golfo de Nicoya sufren ataques de piratas.”
Da tristeza ver cómo unos rateros bien organizados despojan del capital, del instrumento de trabajo, a alguien que apenas sobrevive y que la pulsea como pocos. Se apropian así del ahorro de muchos meses y hasta de años de esfuerzo honesto. Por eso la sociedad debe perseguir a estos individuos que creen que impunemente se puede hacer daño a otros.
O, como narra otro pescador, don José Emilio Herrera, de 62 años y quien vive en Costa de Pájaros, a quien mientras trabaja una noche con un amigo, le quitaron lo suyo “cuando llegaron [los piratas] le pusieron un puñal a mi compañero, y a mí no me dijeron nada; solo me golpearon. Se llevaron todo.”
Pero “peor suerte corrió su vecino Javier Álvarez, a quien también lo asaltaron, pero a él le quitaron la panga y lo dejaron tirado a la orilla del mar.” En palabras del hombre de trabajo, “me encañonaron cuatro sujetos y luego me amarraron. Entre ellos mismos se preguntaban qué hacer conmigo y uno de ellos decía: ‘O le pegamos un tiro o lo tiramos amarrado al agua.’”
Ojalá estos humildes trabajadores de la pesca hubieran estado bien armados para que hubieran podido repeler esos ataques de piratas, porque allí no iba a estar ningún policía protegiéndolos. Los únicos armados son los delincuentes. Según dice el periódico, los afectados, al menos los del robo en Pochote, presentaron la demanda por esos hechos ante el OIJ, “y ésta se encuentra en proceso, según informes de esa entidad.” Dios quiera que me equivoque, pero lo más probable es que nada surja de esa denuncia.
Un funcionario de guardacostas en el golfo de Nicoya, don Heriberto Quirós, señala que “el problema mayor es que los pescadores víctimas de los asaltos no presentan la denuncia.” Agrega el periódico “en el Ministerio Público informaron de que no hay ninguna investigación sobre ataques de piratas a pescadores.” Yo me pregunto si no se debe a la poca confianza que tienen las personas en cuanto a que esos actos de piratería no serán resueltos y a que es mejor no perder el tiempo haciéndolas o bien porque les da temor que esos delincuentes sean pronto liberados (“porque tienen domicilio y trabajo conocido y rezan mucho”, dirá el consentidor) y que después se venguen con ellos por haberlos denunciado ante las autoridades.
Incluso, según informa el periódico, ya esos piratas son conocidos por las autoridades. Narra el oficial Quirós que “los asaltantes andan siempre en embarcaciones pesqueras, en grupos de seis personas. Todos conocen muy bien la cosa.” Dice: “ellos son muy agresivos. Cuando llegan, golpean. Dejan esa agresividad como una marca para que la gente tenga miedo.” ¡La ley de la jungla!; esos humildes pescadores están en las manos de Dios y no de la justicia. O se arman o los dejan sin nada para trabajar, para sobrevivir ellos y sus familias. De hecho, el estado, debiendo cumplir con la función esencial de garantizar la propiedad, de hacer respetar las leyes a lo interno del país, no lo hace. Parece que el camino que les va quedando a los honestos es único: armarse en cuanto puedan, porque no habrá autoridad allí que les proteja en el momento en que los ataquen los maleantes engavillados.
Como señala Enoc Rizo, pescador que preside el comité de pescadores de la comunidad de Colorado de Abangares, “tal vez sí hace falta que denunciemos, pero el problema es que muchas veces para poner la denuncia, tenemos que ir a Puntarenas, Cañas o Jicaral. Es gente que no tiene recursos económicos y los casos quedan impunes porque no hay testigos.” Ciudadanos abandonados por el estado de derecho: no más palabras.
Publicado en mis sitios en Facebook el 22 de marzo del 2016.