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Jorge Corrales Quesada
21/10/2015, 14:14
TASAS DE INTERÉS, AHORRO, INVERSIÓN Y CRECIMIENTO: EL RECIENTE MENSAJE PRESIDENCIAL
Por Jorge Corrales Quesada

Desde hace buen rato viene descendiendo el ahorro neto de nuestra economía como porcentaje del PIB, ambos a precios de mercado. Desde un punto más alto en el 2007, en que el porcentaje de ahorro neto del país con respecto a la producción nacional ascendió a un 15.2%, ha venido declinando constantemente a través de los años. Veamos los datos para el 2008: un 11.1%, en tanto que para el 2009 descendió aún más hasta un 9% y para el 2010 se dio un ascenso que nos llevó a un 10.3%. De ahí en adelante, en el 2011 se redujo a un 9.5%; se mantuvo con un porcentaje casi igual (9.6%) en el 2012; volvió a reducirse -a un 9.1%- en el 2013 y cayó aún más en el 2014, en que llegó a un 8.7%. Con base en estimaciones para el 2015, dicho porcentaje casi que se mantendrá, con un 8.8% y, luego, en el 2016 se estima que se reducirá a un 8.1%.

Pero, también es sabido que, en comparación con otras regiones del mundo -no se diga de la ahorradora Asia oriental- nuestro país no es un buen ejemplo de una nación que ahorra una alta proporción de su producción o ingreso nacional.

La razón por la cual me inquieta esta declinación en la formación de ahorros de Costa Rica, es que, como en alguna ocasión lo señaló Adam Smith (deliberadamente me voy bien atrás en la historia del pensamiento económico, para recordar que hay cosas bien sabidas en el campo de la economía y que de vez en cuando deben ser recordadas),

“El producto anual de la tierra y del trabajo de un país, no puede aumentar su valor por otro medio que el del aumento del número de sus trabajadores productivos, o de las facultades o fuerzas productivas de estos mismos trabajadores sin tener que aumentar su número. Es evidente que éste nunca puede aumentarse mucho, sino en virtud de un aumento de capitales o de los fondos destinados a mantenerlos. Las facultades productivas de unos mismos trabajadores tampoco pueden recibir aumento, sino a consecuencia de alguna adición o adelanto en las máquinas e instrumentos que facilitan y abrevian el trabajo, o de una subdivisión más propia y oportuna del trabajo mismo o de una distribución de él más a propósito según la materia en que se emplea. En cualquiera de estos casos, se requiere algo más de capital. Sólo por medio de un fondo adicional puede un fabricante proveer de mejores máquinas o instrumentos a sus operarios, o hacer una distribución más propia de su trabajo y empleo.” [Adam Smith, La Riqueza de las Naciones, Tomo II, San José: Universidad Autónoma de Centro América, 1986, p. 79.]

En otras palabras, es mediante un incremento en la inversión como se hace posible aumentar la producción y la riqueza con el paso del tiempo. Pero, para poder realizar esa inversión, el sector privado requiere acceder a fondos ahorrados. Si en una sociedad la gente gasta todos los ingresos que percibe, no hay ahorros que puedan ser usados para aumentar la producción. El crédito en una sociedad no existe, sin que haya ahorros. Las empresas que, para desarrollar sus proyectos (nuevas inversiones), deben solicitar crédito, podrán lograrlo más barato si es que hay abundancia de ahorros –de fondos prestables. Por ello, a uno le preocupa la poca formación de ahorros en el país. Claro, alguien me podrá argüir que podrán obtenerse del extranjero, pero, tal como me referiré luego, para que vengan esos fondos deben ser redituados: deben obtener una ganancia por ello; de lo contrario, no se traen al país para invertirlo aquí.

Esto me lleva a un segundo punto de gran actualidad en el país, cual es la decisión del gobierno (y presuntamente del Banco Central) de reducir las tasas de interés, como un factor que restablecería un crecimiento mayor de nuestra economía. Pero, esto tiene diversos bemoles, que espero comentar aquí y que nos servirán para formar criterio.
La idea del gobierno es que, si se logra una reducción de la tasa de interés -se ha hablado de dos puntos porcentuales- ello abaratará el endeudamiento de las empresas, pues el interés es el costo de pedir fondos de ahorros que se les prestan, que ahora lo serían a un costo menor. Así, todo lo demás constante, el empresario aumentaría su inversión y la economía lograría crecer (como nos lo dijo antes Adam Smith).

Pero, veamos varias cosas, una por una. Primero, la decisión de invertir del empresario no depende tan sólo del costo del financiamiento de los fondos que solicita como préstamo. En realidad, cuando alguien invierte lo que se hace es comprar un flujo esperado de ingresos a lo largo del tiempo. Y sí, si el interés es menor, el costo de comprar ese flujo es más barato y, por tanto, tendería a invertirse más. Caso contrario, si el interés es más elevado. También en ese flujo esperado entran otros factores, tales como, por ejemplo, la expectativa de ventas del producto o productos involucrados o los rendimientos netos que recibe de aquel flujo de ingresos. Netos significa lo que le queda a uno después de pagarle impuestos al estado por los rendimientos de la inversión que hizo y si, por ejemplo, se espera que aumenten los impuestos, tal como aquí en la actualidad, la persona no deseará invertir tanto porque, a mayores impuestos, es menor el rendimiento neto que le queda.

Similarmente, supóngase que en el marco general en que hará esa inversión, por las razones que sean, existe mucha incertidumbre acerca de si la persona puede lograr obtener aquel flujo de ingresos que esperaba (por ejemplo, por temor a una expropiación o de regulaciones onerosas que afectan los rendimientos, o si hay incertidumbre en cuanto a la vigencia de plenos derechos de propiedad, como ejemplos). Los mencionados son todos factores de riesgo, los que, a pesar de la rebaja asumida en los intereses que se debe pagar por pedir prestado como resultado de una política estatal de bajar los intereses, de alguna manera aquellos riesgos deberán ser compensados, de manera que la inversión siga siendo apetecida realizarla por parte de los inversionistas. (Me imagino que, por ejemplo, habrán visto el concepto de riesgo-país, por el cual una nación en donde la inversión está sujeta a riesgos como los arriba señalados, debe compensar a los inversionistas, pagándoles tasas de interés mayores).

Asimismo, si se trata de una economía en la cual, a pesar de tal reducción de intereses, no parece existir un ambiente proclive para que haya suficiente actividad económica, tal que impida el logro de las metas de ventas o ingresos, se puede afectar su decisión de invertir.

En síntesis, la tasa de interés es tan sólo uno de los factores que mueven al inversionista a actuar, pero hay otros factores que también inciden en la decisión de invertir y que más que pueden compensar una baja supuesta de la dicha tasa decidida con el objetivo de aumentar la inversión.

Pero aún hay más. La tasa de interés es un precio no únicamente de lo que hay que pagarle a un ahorrante o a una institución financiera, por fondos que el inversionista pidió prestado para meterlos en una empresa (o de un consumidor que se endeudó para poder consumir más). También la tasa de interés es un pago por el ahorro. Un pago por abstenerse de consumir. La gente ahorra cuando no consume todos sus ingresos y, si se le recompensa más por esa abstención en el consumo, tenderá a ahorrar una mayor proporción de aquellos. Y, a la inversa, si se le paga menos por el ahorro, tenderá a consumir más; a ahorrar menos.

Cuando un gobierno estimula aumentar el consumo -como aparentemente lo pretende el actual, dados sus objetivos de gravar más el ahorro como aparece en su proyecto tributario de gravar más los intereses que perciben los ahorrantes por abstenerse del consumo o como cuando nos dice que aumentará las tasas de impuestos sobre los ingresos- logra que disminuya lo que la sociedad destina al ahorro y, por tanto, desciende la posibilidad de disminuir los recursos que se pueden dirigir a la inversión.

Aquí surge una cuestión interesante. Muchos periodistas urgen a los gobernantes preguntándoles cuándo es que se van a reducir los intereses, pero lo hacen únicamente pensando en lo que se conoce como los intereses activos, que son los que cobran los entes financieros –y en general cualquier intermediario o persona que directamente presta a las empresas. En tal caso, los periodistas inquieren acerca de cuándo bajarán los intereses activos que los bancos cobran a las empresas que necesitan de fondos para invertir. Pero -¡salados!- también existen los que se conocen como los intereses pasivos, que es lo que comúnmente la gente que ahorra llama intereses: lo que los bancos les pagan ya sea, por ejemplo, por mantener una cuenta de ahorros o un certificado de depósito, entre muchas otras formas de ahorro. Si se reducen los intereses activos que el ente financiero o el banco pueden cobrar, también tendrán que reducir el pago de intereses pasivos, por esos fondos que los depositantes dejan en el banco para que éste los preste. Posiblemente, la ahorrativa mamá o el ahorrativo papá le pedirán a la hija periodista de las preguntas, que les explique ¿por qué ahora, por ahorrar, el banco les paga menos? Y, además, los padres le agregarán que, por supuesto, esa reducción es totalmente lo contrario a un estímulo para ahorrar y que mejor se gastarán esa plata, porque, por abstenerse de consumir -por ahorrar-, lo que se les va a pagar ahora es “casi nada”. No dudo que la periodista inteligente ya habrá entendido de qué le están hablando y que ha omitido cuando habla sólo de los intereses activos.

Las autoridades del gobierno alegarán, con razón, que la baja en la inflación reciente da lugar a tal reducción de los intereses, porque, en términos reales; esto es, en cuanto al poder adquisitivo de los intereses, ahora pueden adquirir más al bajar el crecimiento de los precios. Cierto, pero el margen para ello no parece ser muy amplio, por tres razones. La primera, porque ya han venido reduciéndose tanto los intereses pasivos como los activos, aunque no al nivel deseado por el Poder Ejecutivo (más sabiamente el actual presidente del Banco Central ha señalado que esa disminución no es inmediata, sino que toma tiempo) y, la segunda, porque debe reconocerse que mucho del descenso de nuestra inflación se ha debido a la fuerte caída de los precios internacionales de materias primas (tales como el petróleo y otros), que posiblemente volverán a incrementarse después de cierto lapso. Esto último en tanto que el tipo de cambio no se haya devaluado.

La tercera es que puede ser que las familias y las empresas hayan decidido endeudarse en la expectativa de que esas tasas de interés se van a mantener bajas, pero, en las circunstancias actuales de nuestra economía, la situación no parece ser sostenible, por la presencia de un elevado déficit fiscal que sin duda ejerce presiones al alza de las tasas de interés, al demandar el estado recursos en los mercados de crédito para financiar ese gasto. Así, la reducción pretendida puede ser vislumbrada como algo momentáneo o de poco tiempo, de manera que la influencia que pueda tener sobre las decisiones de consumo e inversión pueden ser menores o tal vez nulas.

También es necesario cuestionar cuál es el efecto potencial que tiene la rebaja en las tasas de interés para dar lugar a un estímulo para invertir y una aceleración del consumo privado, cuando la llamada tasa básica que define el Banco Central, y que es el fundamento de todo este anuncio de la política de reducción de las tasas de interés que ha hecho el gobierno, no incorpora las tasas de interés que el gobierno paga por su deuda. Si esto se incorporara en las definiciones del Banco Central de la tasa de interés, de forma tal que se refleje mejor el costo del dinero en el tiempo y en la economía nacional, posiblemente dicha tasa sería más elevada que la básica actual y la cual están usando para definir la política de reducción de las tasas.

Además, a esto debe sumársele el hecho de que una buena parte de los créditos de los costarricenses está en tasas de interés denominadas en dólares, razón por la cual una disminución de las tasas en colones no tendrá una consecuencia inmediata y de alta efectividad. Por su parte, las empresas también se endeudan en dólares en nuestro país y en el exterior.

Hay algo ominoso en el panorama, que ha de tener temblando a más de una autoridad responsable y seria en el interior del Banco Central. En La Nación de hoy 20 de octubre -fecha en que escribo este comentario- se confirma algo a lo cual anteriormente me había referido en algunos comentarios en Facebook, como es que el ministerio de Hacienda pretende “la venta a China sin necesidad de la aprobación del Congreso,” de una emisión de “bonos a corto plazo” para “captar más recursos en dólares.” [Ver el artículo de La Nación del 20 de octubre del 2015, titulado “Gobierno y BCCR (Banco Central de Costa Rica) maniobran para quitar presión a tasas”].

Se ha mencionado que la suma de dicha colocación de bonos en China lo sería por unos $5.000 millones, con lo cual los efectos de ello van en grande. En primer lugar, sorprende la “movida” del gobierno, cual es sacar de la Asamblea la aprobación legislativa de esta deuda, algo que es aparentemente permitido por la legislación, pues será llevado a cabo, como dijo el director de Crédito Público de Hacienda, señor Juan Carlos Quirós, “por medio de ventanilla” y agrega que a China le dirán “los puestos de bolsa que operan aquí para que ellos (los chinos) elijan con cuál hacer la compra.” Por favor, no piensen nada malo de ello.

El manotazo sobre cada uno de nosotros es que, como país, los contribuyentes seremos los deudores de $5.000 millones más de deuda externa con China, deuda que recae sobre nuestras espaldas y sobre lo cual no se nos ha consultado, como si fuera poco relevante seguir endeudando a cada uno de nosotros y las generaciones venideras por las decisiones de unos políticos de turno. Si se quieren hacer en nuestro nombre -como lo es en última instancia esa deuda que recae sobre cada uno de nosotros- ¿por qué no le piden la autorización a quienes institucionalmente nos representan -por eso se les llama nuestros representantes- cual es la Asamblea Legislativa, para que ella apruebe o impruebe dicho monto multimillonario? Uno sabe que en la Asamblea la política está siempre de por medio, pero igualmente la política lo está cuando de propia mano lo deciden, sin restricción ni limitación alguna, quienes temporalmente dirigen al Poder Ejecutivo. Esos diputados podrán ser unos irresponsables, como algunos que ya han aprobado el presupuesto gastón del este año que les envió el gobierno, con lo cual es aviso de que aprobarán mayores impuestos y que el gasto público seguirá desbocado. Pero al menos “esos” están entre quienes nos representan (¿votará usted por esos irresponsables en las próximas elecciones?)

No somos tan tontos como para no darnos cuenta de que buscan esa deuda como forma de financiar a un desorbitado gasto público, dado que la aprobación legislativa de nuevos impuestos que propone el gobierno, no cuenta con el beneplácito de unos ciudadanos cansados de pagar más y más impuestos, sin que se introduzca la racionalidad y la disciplina en la desbordada gastadera del gobierno. ¡Vean la clase de tarea que tienen entre manos los actuales diputados y tan sólo basta poco tiempo para saber nosotros si ellos son responsables en la conducción de la cosa pública o simples manirrotos que nos pasarán las cuentas de su despilfarro!

Todavía falta más. Un ingreso de tales sumas de dólares ($5.000 de China y $500 millones del Banco Interamericano, el cual, en un aparentemente claro chantaje, nos los daría ese ente si la Asamblea aprueba el impuesto sobre el valor agregado que ha presentado el Poder Ejecutivo), va a inundar la economía de divisas y es previsible saber lo que va a pasar. Si simplemente aumenta la cantidad de dólares en circulación, el tipo de cambio se va a apreciar; se darán menos colones por cada dólar. [El vulgo lo suele llamar una revaluación del colón]. Obviamente esto no parecerá caer muy bien en ciertos círculos de intereses privados concentrados, así como entre ciertos economistas que han venido insistiendo más bien en que se devalúe el colón. (De paso, una devaluación en ciernes disminuiría la atracción de invertir en el país, al cual se traerían dólares de fuera a cambio de un flujo esperado futuro de colones, pero que ahora se les regresarían devaluados).

El Banco Central muy posiblemente se verá obligado a, sin variar el tipo de cambio (menos colones por dólar), esterilizar esos dólares que ingresan al mercado, aumentando sus reservas (que relativamente le generan muy pocos intereses), pero eso haría que, a cambio de esos dólares, el Banco tenga que echar muchos colones a la calle, lo cual tarde o temprano se reflejará en una mayor inflación (lo cual reduciría aún más las tasas de interés reales súper bajas, producto de la decisión propuesta que se ha venido comentando). Y no digo nada en cuanto al posible aumento de las tasas internacionales, que llegarán más antes que después, y que sin duda impulsarán nuestras tasas internas al alza, tanto en colones, como en dólares, a fin de evitar una fuerte salida del país de capital financiero.

En resumen, no es por aquí por donde va el camino hacia la recuperación de la inversión y con ello del crecimiento y el empleo en la economía. Mientras haya tanta incertidumbre, tantas trabas regulatorias y de otros tipos, tanto afán de poner todo tipo de impuestos sin reducir sustancialmente, en serio, el exceso de gasto gubernamental, pues es éste el factor que demanda recursos de la economía, que ya no quedan a disponibilidad del sector privado para invertir, no van a lograr que crezcamos lo suficiente.

Debo hacer notar unas palabras muy inteligentes que expresó el presidente del Banco Central el día de la presentación del consejo de gobierno de lo que se ha venido a llamar el programa Impulso (que ojalá no sea un impulso para echar hacia atrás y agarrar fuerzas para dar el salto, pues lamentablemente en esa reculada se podrían resbalar). Su expresión aparece citada en la edición de La Nación antes referida: “Siempre he dicho que Doña Economía cuando decide hacer un ajuste, lo hace.” Muy cierto y por ello debe verse en un espejo y pensar qué es lo que hará Doña Economía, si los políticos deciden forzosamente bajar las tasas de interés. Con suerte no lograrán dañarnos más, pero eso es lo mejor que uno esperaría que nos vaya con esas políticas económicas erradas.

Si lo que se pretende es lograr que el país disminuya permanentemente las tasas de interés y que, además, sean estables para así disponer de un mejor cálculo económico, es indispensable ponerle un freno a la voracidad fiscal. Reducir el nivel de gasto gubernamental, disminuir el déficit en el sector público como consecuencia de lo primero; o sea, poner orden en las finanzas gubernamentales, entre otras cosas, no sólo nos permitirá disminuir la fuerte presión que ello ejerce sobre las tasas de interés, sino también aumentar la productividad en nuestra economía en el marco de una inversión adecuada. Eso tendrá un efecto positivo sobre el crecimiento de la economía, que aumentará nuestras fuentes de empleo e incluso de la recaudación fiscal. Sólo así podremos crecer a largo plazo.

Publicado en mis sitios de Facebook, jorge corrales quesada y Jcorralesq Libertad, el 21 de octubre del 2015.