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Jorge Corrales Quesada
04/08/2015, 11:51
EL APORTE DE MILTON FRIEDMAN A LA POLÍTICA ECONÓMICA COSTARRICENSE
Por Jorge Corrales Quesada
Conferencia en la Universidad Autónoma de Centro América, en ocasión del seminario “El Legado de Milton Friedman 2015”.

Muy buenas noches. Agradezco en primer lugar a todos ustedes por acompañarnos esta noche. Asimismo lo extiendo a dos muy apreciadas instituciones que organizaron esta actividad: La Universidad Autónoma de Centro América, representada por mi apreciado amigo Federico Malavassi y el Instituto Libertad, que la representa mi también amigo, José Joaquín Fernández.

Aunque parezca fácil darles una charla acerca de la influencia del pensamiento de Milton Friedman en Costa Rica, debo formular de antemano varias consideraciones. La primera, es que, a lo que sé, Milton Friedman nunca visitó Costa Rica, por lo menos como conferencista de temas que le eran familiares, y no tengo conocimiento acerca de si lo hizo como turista. Siendo la clase de figura notable que siempre fue, es muy poco posible que hubiera venido a Costa Rica sin notarse. La segunda consideración se deriva de la anterior: lo que expondré es mi opinión acerca de cuáles aspectos del pensamiento Friedmaniano pueden haber influido en los costarricenses. El tercer aspecto es que el proyecto intelectual de Friedman es tan amplio, que una charla como ésta es ínfima en comparación con aquél, por lo cual he decidido tomar como base sólo algunas de sus más importantes ideas de política y de economía. Esto me lleva a un último punto: que trataré con poca profundidad mucho del pensamiento de Friedman en su área técnica profesional, y que, dada la limitación de tiempo, seré algo más amplio en el análisis de sus planeamientos de política, sin dejar de señalar en cierto momento el trasfondo académico de ellos.

Hace poco leí lo siguiente acerca de Milton Friedman, en un libro de dos escritores destacados de la revista The Economist, John Micklethwait y Adrian Woolridge, titulado (mi traducción) La Cuarta Revolución: La Carrera Global para Reinventar el Estado. Me sirve como introducción al tema, pero, antes de transcribir la cita exacta, debo decirles que esas cuatro revoluciones mencionadas por ellos son en torno al papel del estado en una sociedad. Así, la primera revolución, la de Hobbes con su estado centralizado -el monstruoso Leviatán- respondía a “la maldad, brutalidad y brevedad de la vida humana”, observada a mediados del siglo XVII. La segunda fue la del estado liberal de John Stuart Mill, quien definía a un estado más pequeño y competente, enfatizando la libertad y la eficiencia: un estado al cual se limitó en sus posibilidades de quitar la libertad a los ciudadanos y cuya función esencial más bien era la de resguardar la libertad de los personas. La tercera, la mencionan los autores como la de Beatrice Webb, quien reaccionó en contra de aquel estado pequeño y expuso los fundamentos de lo que luego se llamaría el estado de bienestar, que en mucho es lo que caracteriza a los estados del mundo actual. La cuarta revolución es la que esos autores consideran que habrá de surgir ante los serios problemas que hoy encara el mundo. Es aquí en donde entra Friedman.

En un capítulo de aquel libro, que es con todo propósito titularon “El Paraíso Perdido de Milton Friedman”, aquellos autores señalan lo siguiente:

“[Friedman] propuso un programa de recorte del gobierno que era asombrosamente osado para los años del gobierno grande de Kennedy, desde la abolición de subsidios agrícolas y del salario mínimo a la eliminación de controles fronterizos. El estado de vigilante nocturno de los liberales había sido reinventado para la época de los Grateful Dead… La principal razón para el éxito de Friedman fue que la historia estaba crecientemente del lado de Friedman…En la década de los setenta y los ochenta la ‘fuerza bruta de los acontecimientos’ transformó a Friedman de un brillante tábano incómodo a una fuerza real.” (p. p. 86-87).

Pero la revolución que Friedman propuso del estado se quedó a medias, pues el ‘Leviatán no se desvaneció” y más bien, a partir del 2000, “el Leviatán volvió a levantarse.” Por ello, los autores a quienes nos hemos referido, concluyen con un dejo de tristeza (al menos para mí):

“En el 2004, dos años antes de su muerte, Friedman adoptó un punto de vista deprimente de su logro: ‘Después de la Segunda Guerra Mundial, la opinión era socialista en tanto que la práctica era a favor de los mercados libres; en la actualidad, la opinión está a favor de los mercados libres, mientras que la práctica es fuertemente socialista. En un amplio sentido hemos ganado la guerra de las ideas (aunque ninguna batalla como esa se gana permanentemente). Hemos tenido éxito en detener el avance del socialismo, pero no hemos tenido éxito en cuanto a revertir su rumbo.’ (p. 100). [La mencionada cita de Friedman es tomada de Angus Burguin, The Great Persuasion: Reinventing Free Markets since the Depression (Cambridge: Harvard U. Press, 2012, p. 223.)

No dudo que el ideario de Friedman ha contribuido notoriamente en muchas de las decisiones que en nuestro país hemos tomado en el campo económico, pero ha sido menor en el político. Sobre todo, creo que ha servido como base para argüir una serie de consideraciones en el proceso de decisión acerca de políticas públicas en el país. Con plena franqueza debo señalar que, tal vez por el temor a ser encasillados como reaccionarios de la derecha o neoliberales, como despectivamente se les señala sin sentido ahora, muchos de quienes de alguna manera fueron por Friedman influidos, no lo reconocen abiertamente. Excepción de ello, me place decirlo, es el economista José Joaquín Fernández, aquí presente y quien siempre en sus charlas suele mencionar a Friedman como su sustento. Pero, qué le vamos a hacer con la generalidad silenciosa; simplemente puede deberse a que así es la naturaleza humana.

Quiero regresar a algunas de esas ideas más importantes que propuso Friedman y que han sido fuente de conocimiento para muchos en nuestro país. Lo hago refiriéndome a dos muy importantes temas en los que considero que él tuvo un impacto destacado en nuestro medio. Uno se refiere al control del dinero y de la inflación y, el segundo, a los tipos de cambio internacionales y a la estructura del ordenamiento financiero internacional.

En cuanto al primero, fue crucial el trabajo de 1963 de Friedman y Anna Schwartz acerca de la historia monetaria de los Estados Unidos durante el período 1867-1970, en el cual esencialmente comprobó la capacidad predictiva de su modelo de una nueva teoría cuantitativa, que había desarrollado pocos años antes (concretamente, su Reafirmación de la Teoría Cuantitativa del Dinero, escrito en un libro que editó en 1956 y que fue la base para un replanteamiento de la simple teoría cuantitativa del dinero de Hume y de otros clásicos). En este artículo Friedman postula que la teoría cuantitativa lo es acerca de la demanda de dinero, cuya estabilidad hace predecible que los cambios en la cantidad de dinero en circulación se reflejan en el ingreso monetario y principalmente en los precios. Así, presentó una alternativa al complejo modelo keynesiano de equilibrio general para entender el comportamiento de los precios (y por ende del ingreso monetario): los cambios en la cantidad de dinero en la nueva demanda de dinero, dado ese vínculo estable entre dinero y precios que postuló Friedman, eran mejor guía que los cambios autónomos que predecía Keynes.

En Costa Rica, en los años sesentas, vivimos un debate en torno al papel del banco central en cuanto a la emisión de dinero y su efecto sobre la producción (aún el año antepasado se dio un resabio de esta vieja discusión), pues, en mucho por una tradición académica keynesiana en el país, producto del enorme peso intelectual del keynesiano Rodrigo Facio, se consideraba que el banco central debía de emitir dinero a fin de lograr un mayor crecimiento de la economía (políticamente esto se vio en el libro de José Figueres, La Pobreza de las Naciones). Sin embargo, Friedman ya había demostrado teórica y prácticamente que una política monetaria tal a lo que daba lugar -cuando se emitía más allá de cierto porcentaje de dinero- era un indeseable proceso inflacionario, que alteraba todas las señales que brinda un mercado y no a un aumento de la producción.

El último suspiro de la posición keynesiana creo que se dio en los primeros años de la década de los setentas y me parece que para ese entonces la posición básica cuantitativa Friedmaniana se había enraizado en el país. Se llegó a aceptar que la inflación era, en todo momento, un fenómeno inflacionario e incluso que en instantes cruciales de la economía occidental, allá por la década de los sesentas, cuando se pretendió disminuir el desempleo mediante la inflación, con base en la keynesiana curva de Phillips, se encontró con la alternativa planteada por Friedman -en mucho derivada de un planteamiento original de él- de que lo que se lograba con una expansión monetaria para lograr el objetivo de disminuir la desocupación, al final del camino no existía tal opción alternativa entre tener un menor desempleo a costas de mayor inflación, sino que se concluía con ambos males simultáneamente: esto es mayor inflación y mayor desempleo. Este fue el tema, que luego lo desarrollaré un poco más, que expuso en su conferencia al recibir el Premio Nobel en Economía en 1976.

Sin embargo, aún en 1982, el presidente Carazo no había logrado comprender el alcance del planteamiento friedmaniano, al expresar en su último discurso presidencial, el primero de mayo de 1982, que puesto “a escoger ante la ausencia de acción legislativa, entre la inflación y el desempleo, se escogió entre ambos males el menor, la inflación y la paz social se ha mantenido, esto indica que la decisión fue acertada.” El hecho es que “se omite la evidencia que los datos muestran: esto es, la simultaneidad de una enorme inflación y un elevado desempleo. No se optó entre dos males: se eligieron los dos conjuntamente.” (Jorge Corrales, Inflación y Control de Precios, 1984, p. 57).

En los últimos años hemos evitado este daño dual; incluso en el momento actual, en que experimentamos una elevada tasa de desocupación (de alrededor del 10%), nadie está sugiriendo que volvamos a cometer el mismo error de principios de la década de los ochenta, cual fue la emisión excesiva de la cantidad de dinero en circulación con el consecuente proceso inflacionario. Gracias al pensamiento de Friedman, ahora no cometeremos el mismo error: eso espero.

Otro tema económico en que creo nos influyó el pensamiento de Friedman, es en cuanto al abandono de los tipos de cambio fijos que se fue dando gradualmente hacia esquemas mucho más flexibles, pero no al nivel que Friedman propuso de tipos de cambio plenamente flexibles. Vigente desde la década de los años treinta, ciertamente allá por los años sesentas todo el sistema cambiario mundial se basaba en tipos de cambio fijos de las monedas de las distintas naciones, con base en un valor determinado por el dólar de los Estados Unidos en términos del oro (patrón seudo oro, lo llamó Friedman). Operaba bajo la égida del Fondo Monetario Internacional, institución inspirada en el pensamiento keynesiano, mediante el acuerdo de Bretton Woods, en 1944, que creó al dólar como moneda de referencia internacional. Fue en su libro de 1953, Ensayos sobre Economía Positiva, en donde publicó un artículo que fue leído en todo lado en donde existiera un buen economista. Me refiero a “El Caso en Favor de los Tipos de Cambio Flexibles.” Fue un tremendo caso, pues, desde que lo presentó, se dio un enorme movimiento de la profesión para disponer de una mayor flexibilidad cambiaria, en cuanto al comercio internacional.

Pensemos en Costa Rica -al igual que todas las demás naciones del mundo- allá por la década de los setentas, con un sistema financiero internacional definido por un régimen cambiario fijo, en donde las variaciones de tan importante precio relativo tan sólo se daban con cierta inusitada violencia, en contraste con el ajuste gradual de su alternativa, los tipos de cambio flexibles. Se daban fuertes devaluaciones casi siempre después de un período en que el Fondo Monetario hacía todo lo posible para evitarla, principalmente con políticas de facilidades de préstamo para evitar el ajuste en las naciones en problemas. Pero casi lo único que se lograba era posponer el ajuste por un tiempo, concluyendo usualmente en una devaluación de mayor magnitud que al inicio.

Cuando Nixon, presidente de los Estados Unidos, suspendió en 1971 la garantía de conversión del oro del dólar, se acabó formalmente con el patrón de cambio oro vigente en el ordenamiento del comercio internacional. Dicha suspensión abrió la posibilidad para que el tipo de cambio flexible hiciera avances hacia un sistema cambiario, sujeto a ajustes usualmente pequeños del valor de la moneda de un país con respecto a la del otro.

Se puede alegar que aún hoy no hay un sistema puro de fluctuación cambiaria, pero el hecho es que diariamente se dan variaciones en las cotizaciones de las monedas, y las intervenciones gubernamentales para mantener un tipo de cambio desalineado no suelen ser de gran magnitud. No hay duda que el orden monetario internacional se ha enrumbado en el plan de Friedman y el mismo Fondo Monetario Internacional, a la fecha, se circunscribe básicamente a apoyar acuerdos con naciones, en cuanto a mantener una inflación dentro de valores “apropiados”, pero no ya para mantener valores artificiales de los tipos de cambio.

Pero Friedman creo que tuvo un impacto en el pensamiento económico que fue más allá del campo monetario como aquel del comercio internacional. Lo hizo en cuanto a la efectividad de la política fiscal, principalmente referida al enfoque keynesiano de la curva de Phillips, que suponía que era posible aumentar la inflación a fin de reducir, a cambio, el desempleo. Friedman demostró que esa política era errada. La idea del economista keynesiano Phillips de que, aumentando la oferta de dinero (inflación), se podía reducir el desempleo, no tomaba en cuenta que la gente anticipaba el crecimiento de los precios sobre sus salarios reales. Es decir, que en el mercado de trabajo, en la oferta laboral, regía aquello de que “no se puede engañar a las personas todo el tiempo.” La inflación reducía el salario real del trabajador y ellos incorporaban dicho resultado en su oferta de trabajo. La prosperidad inicial lograda por la expansión monetaria, que hacía que aumentara la actividad económica y que se absorbiera parte del desempleo inicial, con el paso del tiempo y, al tomar en cuenta los participantes en la economía las expectativas de inflación, provocaba un regreso a la situación inicial de desempleo, pero con una mayor inflación. Por ello, si se decide como política económica aumentar la emisión monetaria para reducir el desempleo, sólo logrará acelerar la inflación y se volverá al mismo desempleo inicial, una vez incorporadas las expectativas de una inflación mayor en el mercado laboral.

Si además, por su parte, el estado introduce medidas para controlar los precios y con ello pretender “reducir” la presión inflacionaria, lo que hace es crear distorsiones adicionales que reducen la producción en la economía. Con ello se logra al final de cuentas una mayor inflación y un mayor desempleo en comparación en comparación con la situación inicial (tal como sucedió en Costa Rica a principios de la década de los ochenta). Creo que en la actualidad -siempre habrá excepciones- pocos economistas en el país propondrían una política fiscal para reducir la desocupación, como la que bien criticó Friedman. Creo que la lección ha sido bien aprendida… hasta este momento, principalmente gracias a Friedman.

Finalmente, aún en el campo de la teoría económica, Friedman se destaca por su desarrollo de la teoría de la función consumo, en su obra Una Teoría de la Función Consumo, escrita en 1957, en donde postula que el determinante del consumo no lo es el ingreso corriente, como lo había planteado Keynes y que fue base para su teoría del multiplicador, utilizando la política fiscal para estabilizar el ciclo económico. Por el contrario, Friedman señala que el determinante del consumo individual es el ingreso permanente, pues las personas esencialmente gastan de acuerdo con los ingresos futuros esperados y no con el ingreso actual, el del momento. Este concepto de la función consumo de Friedman fue esencial para que se le otorgara el Premio Nobel.

Además, la incorporación del concepto del ingreso permanente a la teoría de la demanda de dinero, le permitió a Friedman reforzar su idea de la estabilidad en la demanda de dinero. Keynes, por el contrario, había señalado que la demanda de dinero era muy inestable ante cambios en el ingreso, lo cual reafirmaba la supuesta incapacidad de la política monetaria para lograr el equilibrio general de la economía, lo cual no era el caso con la política fiscal de ingresos y gastos estatales, para estabilizar el ciclo económico que Keynes proponía.

Friedman fue una persona muy rica en cuanto a generar ideas acerca de distintos temas en los cuales los aspectos económicos eran cruciales, esencialmente en el marco de un estado pequeño y sujeto a frenos y contrapesos. Estimuló, en palabras de Micklethwait y Woolridge, “una revolución contra el siempre creciente estado occidental –una revolución que ‘pensaría lo impensable’, sin embargo, a lo más que se pudo, exitosa sólo a medias”. ¡Como que nos toca a nosotros llevar esa lucha a plenitud, edificando sobre el ideario de Friedman!

El libro que creo partió aguas en cuanto a popularizar el pensamiento liberal, fue su Capitalismo y Libertad, escrito en 1962, y reforzado luego con columnas en la revista Newsweek, que después aparecieron como libros en La Protesta de un Economista y No Hay Tal Cosa como un Almuerzo Gratis. Estos libros fueron seguidos por Libre para Elegir en 1980 y la Tiranía del Status Quo, también escrito en 1984. Ambos, como muchos otros, con la colaboración de su colega y esposa, Rose, en 1980.

Me concentraré en algunos de los principales temas desarrollados por Friedman, en que considero que éste influyó en muchas mentes en nuestro país, al igual que como lo hizo con las obras técnicas citadas antes, principalmente la necesidad de disponer de un banco central independiente, que se controlara la inflación, una mayor aceptación de flexibilidad en el tipo de cambio y un rechazo a la llamada curva de Phillips.

Fue un pensador liberal, John Burton, quien una vez escribió que “captar la esencia de un pensador tan prolífico como Milton Friedman es como tratar de atrapar las Cataratas del Niágara con un balde”. Escogeré algunas de las ideas, principalmente del libro, Capitalismo y Libertad, para evaluar el posible impacto que han tenido en el pensamiento liberal costarricense y obviamente en círculos socialistas y estatistas, en donde ha sido visto casi como la encarnación del demonio.

No dudo que el planteamiento general de Friedman acerca del papel del estado (así como el de Hayek y su obra Los Fundamentos de la Libertad) tuvo fuerte influencia entre un grupo de gente, que allá por los años sesentas surgió deseosa de brindarle al país un camino distinto a un socialismo rampante en todo el país. Era el camino de la libertad y la Asociación Nacional de Fomento Económico (ANFE) fue su cuna. También permeó medios de comunicación y aulas universitarias, principalmente en escuelas de economía, negocios y derecho. Antes de Friedman (y Hayek), la idea de la libertad no se encontraba tan bien desarrollada en textos modernos y sólo se podía conocer por la lectura de clásicos primordiales de muchos años atrás. Eso le dio a sus ideas un carácter de modernidad, adaptadas al mundo actual, que a la vez tenían sustento en el pensamiento liberal clásico conocido de siglos previos.

El marco general del pensamiento friedmaniano lo constituye su apreciación de que, en palabras de su biógrafo Eamonn Butler, “el sistema de intercambio voluntario, por su misma descentralización, amplitud y diversidad, evitaba la concentración masiva del poder y representaba por tanto una amenaza menor para la libertad individual, que la alternativa colectivista. El poder de un capitalista es limitado: sus competidores pueden socavar rápidamente el control que tenga de cualquier mercado, si es que sirven mejor al cliente. El poder de un gobierno, en cambio, sólo está limitado por su posibilidad para usar la fuerza.” (Eamonn Butler, Milton Friedman: Su pensamiento económico, México, D.F.: Editorial Limusa, 1989, p.p. 29-30).

Desde tal perspectiva, uno puede entender sus propuestas concretas como, por ejemplo, la reforma para instaurar vales (vouchers) para la educación. Se trata de que “los gobiernos requieran un nivel mínimo de clases que será financiado dándoles a los padres unos ‘vouchers’, que serían canjeables por una suma anual máxima especificada por cada niño, a fin de que sea gastada en la compra de servicios educacionales en instituciones ‘aprobadas’. Los padres podrán gastar esa suma, además de lo propio que deseen, escogiendo entre aquéllas que libremente sean de su gusto.” (Capitalism and Freedom, p. 90). Estos vouchers podrán ser usados tan sólo para pagar gastos en educación, que podrá ser tanto privada como estatal.

Esta propuesta de Friedman pretende lograr varios objetivos. En primer lugar, el reconocimiento de externalidades en la educación primaria. En segundo lugar, ampliar la posibilidad de elección de los consumidores, más allá de la uniformidad estatista. Tercero, como la competencia estimula la eficiencia, se lograría así una mejora en la calidad de la educación.

Se puede alegar que en Costa Rica esta idea de Friedman no se ha convertido en una realidad, pero no hay duda de que mucha de la discusión acerca de la calidad de la educación en Costa Rica, gira cada vez más alrededor, no del porcentaje del PIB que en ella se gasta y de un gasto que un gobierno manga ancha suele promover siempre, pues eso le genera votos de un importante gremio. Se trata de lograr una educación de alta calidad en el país, que parece irse quedando corta cada vez más con respecto al crecimiento de los recursos destinados a ella. Aquí es en donde entra esta idea de Friedman, que me parece que cada vez goza de mayor consideración. (Un dato: Friedman al morir legó una parte importante de su herencia para la creación de un centro en su país, que promoviera reformas como las suyas para la educación).

Hay otras naciones en donde se han tenido valiosas experiencias, como son los casos de Estados Unidos, Suecia, Hong Kong, Colombia, Puerto Rico, Irlanda, Pakistán, entre otros países. El hecho es que este tema tan importante, que está siendo objeto serio de consideración en distintos países, en Costa Rica no es así, aunque posiblemente su hora llegará, ante el desencanto ciudadano con la calidad de la educación pública básica que hoy brindamos.

Friedman ha influido en nuestro país en cuanto a la importancia de la competencia en contraste con lo onerosos que son los monopolios. La propuesta de Friedman en esto es muy clara: eliminar aquellas medidas que brindan un apoyo directo a la existencia del monopolio, ya sea en empresas así como en el campo laboral. La existencia de monopolios suele deberse más a la acción del estado que intenta evitar la competencia, que por una colusión de individuos privados. Esa acción dañina del estado se observa no sólo en cuanto al comercio exterior por una imposición de aranceles proteccionistas, sino en la existencia de monopolios estatales propios, al igual que por favores políticos concedidos a empresas privadas para cerrar la entrada de otros competidores. La promoción de la competencia en una economía constituye, en mi opinión, una de las propuestas de Friedman que mayor impacto ha tenido y que lo sigue teniendo en nuestro país, pues aquí la lucha por abrir monopolios está aún muy presente.

Ubiquémonos por un momento en Costa Rica, en la década de los sesentas. El tema de la bondad de los monopolios estatales empezaba a ser cuestionado, en un marco político que todavía mayoritariamente abogaba por un estado creciente y caracterizado por la preeminencia de monopolios públicos. Ello se vio al salir a la luz un manifiesto estatista de aquella época, conocido como Patio de Agua, que dio lugar a una fuerte discusión cívica. Casi que era la moda que el estado creara alguna nueva entidad como monopolio estatal, en cada nueva administración que lograba ascender al poder. Gracias a la ANFE y sobre todo a la influencia ideológica de dos grandes titanes del pensamiento liberal, Friedman y Hayek, fue que en el país se discutió con mayor amplitud, a principios de la década de los setentas e incluso en los años ochenta, la idea de someter a la competencia privada al notorio monopolio estatal de captar recursos del público en cuentas corrientes. Algo se logró a mediados de esa última década, pero no fue sino hasta la mitad de la década de los años noventa, cuando se abrió la posibilidad de que el monopolio que la banca estatal tenía de recibir depósitos del público, fuera asequible competitivamente a la banca privada. La banca privada en el país tenía pocos años de existir formalmente -lo que hubo previamente fue en las sombras- pues había un monopolio del estado que la había excluido por casi cuatro décadas.

No hay duda que la claridad de Friedman en cuanto a señalar la inconveniencia de los monopolios, ayudó a que la opinión pública viera con buenos ojos la apertura a la plena y (casi) libre competencia del sistema bancario nacional.

Las razones, en resumen, que Friedman expuso, entre otras, para oponerse al monopolio, fueron porque: (1) restringe la libertad de escoger de los consumidores; (2) frena la competencia que obligaría a una reducción de los precios; (3) obliga al consumidor a pagar más de lo que pagaría en competencia; (4) restringe la competencia que forzaría una mejora en la calidad del producto, pues obliga al consumidor a comprar lo que haya en el mercado (especialmente si no hay sustitutos cercanos); (5) el único productor o proveedor no tiene incentivos para innovar, sino para mantener el statu quo que tanto le beneficia; por eso se opone a que un competidor pueda entrar a competir con innovaciones; (6) al producirse menos, disminuye el empleo en la economía y el bienestar general; (7) el mayor precio que logra el monopolista equivale a un impuesto privado que pagan los consumidores; (8) la regulación gubernamental de los monopolios no siempre ha tenido éxito en la práctica, debido a la “captura” de los órganos regulatorios por parte de los regulados; (9) los monopolios del gobierno tienen la tendencia a crecer y a que lo sigan haciendo sin una buena razón para ello y (10) porque la regulación gubernamental no es gratuita y usualmente tiene un costo que es trasladado a los consumidores.

Ante esto, Friedman resume su posición en la respuesta a una pregunta formulada en una famosa entrevista que le hizo la revista Playboy, en febrero de 1973. La pregunta: “¿Cómo se siente acerca de los monopolios privados? ¿Deberán ser divididos o regulados estrechamente por el gobierno?”. La respuesta: “El problema con este tipo de discusión está en que se hace una distinción entre el mundo real y el mundo ideal. Para un mercado libre ideal, usted querría un gran número de productores. Para un gobierno ideal, querría un santo. En la ausencia de ambos, tienes tres alternativas: un monopolio privado sin regulación, un monopolio privado regulado por el gobierno y un monopolio estatal. Todas las tres alternativas son malas, pero, en mi opinión, la mejor de las malas opciones es un monopolio privado sin regulación.” Si quieren preguntarme luego por qué Friedman prefiere esta última opción, con gusto se los diré.

El tema del monopolio está vigente en nuestro país. No sólo tenemos claros monopolios en el estado, sino que ese mismo estado, al tratar de restringir la competencia proveniente del exterior, ya sea mediante aranceles o medidas no arancelarias, elimina casi el único factor que impide que surja una serie de monopolios privados en el país. Por eso hablamos de un sistema de mercado competitivo: evitar la coerción contra los consumidores, que en una economía libre son debidamente soberanos; ya sea que esa coerción provenga de un monopolio gubernamental o de uno privado, usualmente promovido por políticas estatales.

Mucho podría comentar acerca de propuestas que uno relaciona con los escritos de Friedman, pero no lo puedo hacer por limitaciones de tiempo. Así, dejaré de lado importantes temas que él desarrolló, como su propuesta de un impuesto negativo al ingreso para ayudar a los relativamente pobres, en vez de la ineficiente parafernalia estatal dedicada a la lucha contra la pobreza. Asimismo, acerca de restricciones en los mercados de trabajo, no sólo por fijaciones arbitrarias de salarios mínimos por encima del salario de equilibrio en el mercado, sino también por obstáculos que imponen los llamados colegios profesionales. También dejo de lado el análisis que hizo de muchas políticas de fijación de precios, como a los alquileres de viviendas y a los intereses, entre muchos otros casos, que afectan la esencia de la operación de los mercados, en cuanto a su papel de transmitir la información requerida en todas las transacciones de una economía.

Sin embargo, quiero referirme a una propuesta de Friedman y de su esposa Rose, que en nuestra situación actual de un alto déficit del sector público, tiene una enorme utilidad. Me refiero a la pretensión de resolver dicho problema primordialmente por un aumento de los impuestos y, de no ser así, por medio de un incremento en el endeudamiento del estado. Esa propuesta la formulan los esposos Friedman en su famosa publicación Libre para Elegir, escrita en 1980.

El objetivo de su propuesta es introducir reformas constitucionales que corrijan un sistema como el actual, por el cual diputados democráticamente electos votan a favor de gastos gubernamentales, que exceden lo que los votantes aprobarían. La razón es que el cuerpo político tiende a favorecer a grupos que poseen intereses concentrados, diferentes de aquellos difusos que tiene toda la ciudadanía. Esto calza muy bien dentro de la lógica de maximización del poder de los políticos. Un grupo de interés aglutinado gastará recursos, con tal de obtener su objetivo. Pregunto: ¿Por qué creen ustedes que suelen dar tanta plata a los políticos para sus campañas electorales? Por el contrario, cuando los intereses de un grupo son muy dispersos, como sucede en el caso de la sociedad como un todo, el beneficio que recibe cada ciudadano de la acción legislativa de gasto posiblemente es muy pequeño, en comparación con el costo que implica lograr dicha aprobación.

De aquí surge la importante idea de limitar constitucionalmente los presupuestos de que pueden disponer los políticos para sus gastos complacientes de intereses concretos de distinta índole. Esta limitación del gasto gubernamental es independiente de la forma en que es financiado: con impuestos, imprimiendo dinero o endeudándose. Con aquella, los distintos grupos de intereses coaligados competirán entre sí por una porción de ese presupuesto, en vez de promover que crezca y crezca a expensas de la generalidad de los contribuyentes. No me referiré en detalle a la propuesta, pero me parece que allí está, esperando la evolución del ejemplo griego de la actualidad, a fin de que puedan algún día tener la opción de plasmarse en la ley constitucional.

Hablar de las múltiples propuestas y con la profundidad que se merecen, me llevaría muchísimo tiempo, el cual es escaso. Pero quiero traer a colación un hecho que a veces se olvida en esa lucha permanente de Friedman en favor de la libertad. Lo viví cuando estudiaba en los Estados Unidos, allá por los años sesenta y principios de la década de los setenta. Esa nación estaba empantanada en la sangrienta guerra de Viet Nam. Era notorio el malestar con ella de los jóvenes, sobre todo entre los universitarios. Friedman abogó en un comentario en diciembre de 1966 a favor de eliminar la conscripción obligatoria del ejército de los Estados Unidos. Lo hizo por varios años, hasta que, a principios de 1970, se vislumbró que sería una realidad y así lo fue. En esos momentos cedió mucha de la presión en contra de la guerra de Viet Nam. La lucha de Friedman no sólo logró eliminar una de las mayores limitaciones a la libertad en aquel entonces en los Estados Unidos, sino que también promovió la aceptación en su país de una moderna y libremente integrada fuerza militar, algo esencial para mantener la libertad en aquella nación.

Esto último, obviamente, no tuvo un impacto directo en nuestro país, sin ejército y, menos aún, sin conscripción (aunque aún tenemos ciertos servicios obligatorios que se le imponen a estudiantes universitarios), pero es representativo del impacto que las ideas de Friedman tuvieron sobre la humanidad y de ello no escapa nuestro país. Friedman se convirtió en una gran inspiración para muchos de nosotros -no sólo de economistas, pero sí ciertamente de muchos de ellos- sino, en general, para mucho costarricense que sistemáticamente ha defendido la libertad.

Para concluir, vuelvo al libro de Micklethwait y Woolridge, que cité al puro principio de esta charla:

“Aquél veredicto [de Friedman, que les transcribí al inicio de esta exposición] se puede decir que sería más deprimente hoy en día, especialmente cuando usted observa al gobierno no sólo en su tamaño, sino en su poder. El corazón del mensaje de Friedman, como el de Mill, fue la libertad. Hay treinta y dos cámaras de circuitos cerrados de televisión en el apartamento en donde George Orwell escribió su obra 1984. El vigilante nocturno, de pie, haciendo guardia en la entrada, se ha convertido en la niñera de adentro de la casa y de la oficina, colgada encima de nuestros hombros, en el comedor y en la sala de juntas y aún del dormitorio. Pero no es buena niñera. El estado ha acumulado, como nunca antes, más responsabilidades, así como ha impuesto muchos mayores costos ocultos sobre todos nosotros. Pero su habilidad para cumplir con esas responsabilidades ha declinado. La única esperanza es que la frustración está empezando a generar la esperanza de un cambio.” (Op. Cit., p. p. 100-101)

Esa esperanza la tuve en mis manos cuando don Alberto Di Mare me presentó a Milton Friedman, en una reunión de la Sociedad Mont Pelerin en 1975, y en donde tuve el placer de estrechar la mano de Friedman y de conversar un buen rato con él. Es la misma esperanza que renuevo cada vez que vuelvo a leer su libro -uno de mis favoritos- Capitalismo y Libertad y en donde me encuentro con la dedicatoria del libro que Friedman escribió para sus hijos. Dice así “Para Janet y David, y a sus contemporáneos, quienes deben acarrear la antorcha de la libertad en la próxima vuelta.” Es a nosotros, a ustedes, a quienes nos corresponde acarrearla en esta historia de la humanidad, que es una historia de libertad.

Muchas gracias y muy buenas noches.

Publicado en los sitios de ASOJOD y del Instituto Libertad y en los míos de Facebook, jorge corrales quesada y Jcorralesq Libertad del 4 de agosto del 2015.