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Jorge Corrales Quesada
13/11/2014, 08:00
PALABRAS EN OCASIÓN DEL 25 ANIVERSARIO DE LA
CAÍDA DEL MURO DE BERLIN
Club Alemán, 12 de noviembre del 2014

Me siento honrado de ser invitado por las fundaciones América Libre y Friedrich Naumann para que les diera mi sencilla opinión en torno a la caída del Muro de Berlín hace 25 años. Tal como le comenté a Mariela Palma cuando me invitó, no soy un experto en temas de historia, sino que tan sólo expresaré mi vivencia al respecto y mi opinión acerca del significado del derrumbe de ese odioso tabique al movimiento de personas libres.

Fui invitado a ir a Alemania -la cual no conocía- poco menos de un año después del ocaso del Muro y logré conocer lo que eran sus restos. Pude subir para ver lo que había detrás de la pared y sólo pude exclamar lo único que llegó a mi mente. Allí lo expresé en voz alta, atragantado: “Mr. Gorbachov, tear down this wall”. Ya no había más muro, ya no existía el obstáculo; yacía desmoronado en muchas de sus partes y en otras, aún de pie, el arte del grafiti relucía con sus clamores por la libertad de un pueblo. La infamia de impedir que hermanos pudieran estrecharse, se había derrumbado, para dar paso a lo que después se convertiría en una nación plenamente libre en su unificación, como es la Alemania de la actualidad, la nación económicamente más importante de Europa.

Fueron aquellas palabras de Reagan las que acudieron a mi magín. Y hoy reconozco que, en mucho gracias a que aquél a quien Reagan dirigió su prédica, al hombre más fuerte del bloque “dueño” del Berlín oriental, quien se dio cuenta clara de que ni el más fuerte ni el más armado puede contra la voluntad de seres libres, ese muro ya no existía más. Al final de cuentas, la historia no es más que la historia de la libertad, y Gorbachov, carpe diem, contribuyó en ello: para que la historia recogiera este episodio como uno más, pero crucial, en ese deambular incierto de los seres humanos, cual es su libre búsqueda de la felicidad propia.

El sistema socialista ya estaba en crisis desde mucho tiempo atrás, pero en épocas recientes su oposición a la naturaleza humana se había mostrado con lo sucedido en Hungría, Checoeslovaquia y Polonia, en donde pueblos libres en su espíritu, fueron, por la fuerza de la maquinaria militar, obligados a quedarse quietos, sin poder musitar nada contra gobernantes dizque populares y democráticos. Ese deterioro que sufría en aquel entonces el socialismo, ya había sido predicho desde mucho tiempo atrás.

Ludwig von Mises fue el primero en hacer la predicción de la incapacidad del sistema productivo socialista -básicamente el marxista que ya existía desde 1917- para que pudiera funcionar como un orden económico, tal que permitiera lograr el crecimiento y el progreso de sus ciudadanos. Fue en 1920 cuando Mises escribió su ensayo “El Cálculo Económico en la Sociedad Socialista”, en el cual claramente dijo que “sin cálculo económico no puede existir una economía. Por lo tanto, en un estado socialista, en el cual la búsqueda del cálculo económico es imposible, una economía no puede en lo absoluto existir… en general es imposible hablar más de una producción racional. No habría medios de determinar qué es lo racional y por lo tanto sería obvio que la producción nunca podría ser dirigida por consideraciones económicas.” (Ludwig von Mises, Economic Calculation in the Socialist Commonwealth, Auburn, Alabama, Mises Institute, 1990), p. 17.

La advertencia de Mises no fue atendida y por muchos años la oscuridad de la economía socialista sirvió para esconder el hecho de que muchos connotados intelectuales la consideran como el orden económico del futuro. Pero ya hacia la década de los sesenta empezaron, a lo interno de la Unión Soviética, las críticas abiertas -dentro de lo permisible- de Yevsei Lieberman, por ejemplo, en cuanto a los problemas de ineficiencia que encaraba la real economía soviética. Con el paso del tiempo, la historia le dio la razón a Mises: una eficiente economía socialista no era más que una invención imposible de lograr; una quimera; una fantasía alejada de toda realidad; una ilusión pergeñada por quienes pretendían saber más, arrogantemente, que todos los mercados en los cuales individualmente participamos y, por tanto, creyendo que con ello podían imponer su voluntad, por encima de todos los anhelos de los mortales subordinados.

El presidente Reagan, tal vez en lo que era el momento más oscuro y lóbrego de la guerra fría (1983), decidió que su país dedicaría sus recursos a lo que se conoció en su momento como “la Guerra de las Galaxias”, que no fue más que el nombre popular para la Strategic Defense Initiative (SDI), mediante la cual se utilizarían sistemas, tanto en tierra como en el espacio, para proteger a los Estados Unidos de un ataque de cohetes nucleares estratégicos desde la Unión Soviética. Este programa haría imposible, supuestamente, la destrucción de los Estados Unidos a causa del poderoso armamento balístico nuclear de los soviéticos, con lo cual, de hecho, haría casi inoperante a este último en una guerra posible entre ambas potencias. Creo que ese episodio fue clave para que las autoridades de la URSS se dieran cuenta de que no podían derrotar a los Estados Unidos mediante la lucha armada. La economía de los soviets no tenía la capacidad, los recursos, para impedir el desarrollo de la SDI: aquí se desnudó a plenitud la incapacidad de la economía socialista que sesenta y pico de años atrás nos la había señalado Mises.

En estos días celebramos 25 años de la demolición de la ignominia, del oprobio que coartaba las libertades básicas de seres libres. Pero observen que el muro duró erguido más tiempo; hasta 1989: desde 1961, cuando el hormigón sustituyó a los alambres de púas y las torres armadas para la vigilancia reemplazaron la mirada frente a frente del guardián de turno ante los ojos del ciudadano. El mamotreto ideológico, más no inmaterial, duró 28 años. Su fin no sé si significó la conclusión de la guerra fría, como algunos la consideran con razones bien fundadas. Pero, para mí, denotó un triunfo de la libertad. Por ello hoy resuena en mi mente aquella bella canción de Nino Bravo, “Libre”, la que nos dice que “la alambrada sólo es un trozo de metal, algo que nunca puede detener sus ansias de volar”. Porque el alemán se irguió ante el poder coactivo del estado totalitario, que pretendía amarrarlo, atándolo a su domicilio físico, mas no a su hogar ideal y en libertad. Demostró, como dijo Nino Bravo, ser “libre, como el sol cuando amanece, yo soy libre como el mar.” Esta canción fue dedicada por Nino a Peter Fechter, quien se desangró durante una hora, al ser tiroteado tratando de saltar el Muro. Tenía 18 años y ya apreciaba su libertad, tanto como para ofrendar su vida por ella. Igual que él, tantos otros lo hicieron y a todos ellos hoy les rindo mi homenaje pues hicieron lo supremo: la entrega de su existencia, dar la vida, por lo que anhelaban para sí y para sus conciudadanos.

Lo que sí considero es que la caída del Muro de Berlín fue el preludio del fin del socialismo, tanto el de la vieja guardia, como de la nueva también. Al caer el Muro, nos permitió vivir el ocaso de un sistema ineficiente, que demostraba su razón de ser tan sólo por el poder que el estado imponía sobre las voluntades de sus ciudadanos. Poco tiempo hubo de pasar para que después se disolviera la Unión Soviética, el 26 de diciembre de 1991. Tan sólo dos años después del derribo de la muralla del oprobio y del descrédito.

A quienes hemos argumentado desde hace mucho tiempo, como Mises y Hayek, que el socialismo real es insostenible, no sólo por la imposibilidad del cálculo económico que nos señaló Mises, sino también por la ausencia de un mecanismo de transmisión de la información como lo hace el mercado, como nos lo demostró Hayek, asimismo exhibió su incoherencia, al pretender refrenar el ansia de libertad de un pueblo, que quería vivir según su determinación e independencia: pudimos ver enfrentado al estado totalitario, en sus últimos estertores, ante el ciudadano alemán oriental, deseoso de decidir su futuro por sí mismo, por su propia voluntad. No fue tan sólo un asunto de economía, lo fue también del espíritu.

En esta ocasión, llenan mi corazón las estrofas de la Oda a la Libertad del poeta, filósofo e historiador Friedrich von Schiller –An die Freude- que escribió en 1785 y que la censura estatal luego obligó a cambiar su título por el de Oda a la Alegría. Podemos interpretarlo como que “aunque el destino del hombre es la libertad, el desarrollo completo de ese destino debe desembocar en la alegría.” En mi ánimo, tal es el significado del poema de Schiller, la Oda a la Libertad.

Escribió el poeta:

“¡Alegría, hermosa chispa de los dioses,
hija del Elíseo!
¡Ebrios de ardor penetramos,
diosa celeste, en tu santuario!
Tu hechizo vuelve a unir
lo que el mundo había separado,
todos los hombres se vuelven hermanos
allí donde se posa tu ala suave.

El genio de Beethoven después consagró este poema en su movimiento final de la Novena Sinfonía. Ya todos lo conocemos y lo vivimos en nuestro corazón cada vez que lo escuchamos.

Todo esto que les he expuesto y más, es el significado que tiene lo que sucedió hace 25 años y que debe servir de inspiración permanente para todos quienes profesamos amor por la libertad. Es un sentimiento por el cual debemos de luchar eternamente, ante un poder que siempre ambiciona y pretende cercenárnosla.

Muchas gracias por su amable atención.

Publicada en mi sitio de Facebook Jorge Corrales Quesada el 12 de noviembre del 2014.