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Jorge Corrales Quesada
10/09/2014, 09:51
ACERCA DEL DISCURSO DE LOS 100 DÍAS Y ALGO MÁS
Por Jorge Corrales Quesada

He tratado de dejar que pasara algún tiempo, para más fríamente comentar el entonces esperado discurso presidencial de los 100 días, así como diversas reacciones a que su presentación dio lugar. No sé qué tanto les va a gustar lo que expresaré a fanáticos de uno u otro bando o si alguien considerará mi opinión como una más de esas posiciones enconadas, pero les digo que, en verdad, lo que más motiva es intentar una explicación para una serie de cosas de nuestra política, que de cierta manera me preocupan y que ojalá pueda ser útil para reconsiderar posiciones que considero han sido negativas para el bienestar ciudadano.

No me interesa analizar punto por punto lo expuesto por el presidente de la República en dicha presentación, pues no sólo daría lugar para un innecesariamente extenso comentario, sino porque incluso me aburriría con el detalle. Por eso preferí comentarlo en dos vertientes. Una de ellas de lo que considero fue lo más importante y, la segunda, lo más significativo que podría haber dejado de lado. Asimismo, haré referencia a ciertas reacciones ante el discurso que, la verdad, me han dejado un sabor muy amargo en mi consciencia.

Una impresión que he sostenido en otras ocasiones acerca del proceso electoral de inicios de este año, es que, en mucho, su desarrollo y resultados estuvieron conformados por una extensa preocupación ciudadana acerca de lo que percibía como una descomposición moral en la conducción de la cosa pública; en lo que podemos calificar como la corrupción. Si uno lo mira fríamente, durante tal proceso el gobierno anterior fue considerado por gran parte de la ciudadanía como una administración en donde campeaba la corrupción. Para recordarlo, citaré tan sólo algunos pocos casos que considero fueron factores cruciales en definir aquella impresión: la construcción de la llamada trocha en la frontera norte, el viaje presidencial al Perú en un avión no comercial, el desastre en la gestión para construir el llamado puente de la platina, cartas de recomendación impropias que altos funcionarios del gobierno le dieron a personas para que se favorecieran en contrataciones con el estado, entre otros ejemplos que cada cual de los lectores podría adicionar.

De ese unto el candidato Johnny Araya no se pudo despegar, quien incluso, como se sabe, se retiró de participar en una segunda vuelta electoral. Pero fue muy interesante que en el debate durante esas elecciones el tema de la corrupción fue primordialmente esgrimido en contra del candidato Araya y de su partido Liberación Nacional. Pero tampoco debe olvidarse que el partido Unidad Social-Cristiana venía de dos importantes escándalos acerca de corrupción en la gestión pública, cuya resolución en los estrados judiciales estaba pendiente en esos momentos. Ello a pesar de que en esos debates se daba la impresión general de que su candidato, don Rodolfo Piza, estaba personalmente fuera de cualquier insinuación acerca de corrupción en dicho partido.

Por su parte, el Movimiento Libertario, además de presentar un candidato que en dos ocasiones no había tenido éxito en alcanzar la presidencia de la República, era objeto de un grave cuestionamiento -que apenas se está resolviendo de los tribunales correspondientes- que daba visos de corrupción, como fue la no realización de actividades partidarias que después fueron pasadas a cobro al estado costarricense, entre otras cosas.

El caso del Frente Amplio es interesante, porque ningún “trapo sucio” se le esgrimió en torno a corrupción, probablemente porque en esos momentos ni siquiera había estado cerca de algún gobierno cuestionado. Más bien dicho alejamiento del poder podría haberse considerado por muchos electores como razón para darle su apoyo, pero sufría de una enorme debilidad ante los ojos del costarricense: la notoria cercanía ideológica y personal de connotados miembros de ese partido y candidatos a importantes puestos de elección, con el Chavismo venezolano y con el Orteguismo nicaragüense, ambos ejemplos de sistemas políticos que a los ciudadanos les paraban los pelos de punta.

Eso dejaba al partido Acción Ciudadana muy bien parado ante los ojos del elector, quienes observaron, por ejemplo, cómo en los debates ningún otro contendiente les hizo reclamo alguno por vicios en el manejo de fondos públicos, posiblemente porque nunca antes había sido gobierno. Aquí hay algo muy interesante: mientras que en los debates sí salía a relucir que el Movimiento Libertario había pretendido cobrar de más al estado costarricense por gastos electorales presuntamente incurridos de forma indebida, algo igual le había sucedido al Partido Acción Ciudadana en el período electoral previo, pero en las discusiones nunca hubo referencia a estos últimos hechos. Es decir, si bien a disgusto por la presencia de algunos con ciertos aires de Torquemada en su seno, el votante por lo general vio en el PAC a un instrumento que podría sanear a una envilecida política nacional.

Por ello, reitero mi apreciación de que el elector votó en las últimas elecciones por aquel partido acerca del cual no se habló nada en la discusión política electoral, acerca de actos deshonestos en la gestión pública y que, a la vez, no infundía la desconfianza ideológica que sí le era adjudicada al Frente Amplio.

Durante los primeros cien días de la administración Solís, han saltado a la luz varios casos de posible corrupción. Recuerdo entre ellos, como ejemplos, uno acerca de contrataciones indebidas realizadas en el Ministerio de Cultura y también emergió el escándalo en el Ministerio de Educación, en donde, debido a problemas y huelgas con el pago al salario de los maestros, terminó por destaparse que en el pasado se habrían pagado indebidamente más de ₡30.000 millones de colones a diversos funcionarios vivos o muertos. También se mencionaron casos de alquileres en edificios lujosos para entidades gubernamentales, entre otros.

Por eso no sólo era de esperar, sino impostergable, que, en el informe de los cien días del nuevo presidente de la República, le informara a la ciudadanía de algunas de las cosas que se habían descubierto y que bien podrían conformar lo que el ciudadano consideraría como actos de corrupción. Al informarlo, el presidente hizo lo debido y le comentó al país, con algunas generalidades indeseables, pero con la precisión necesaria, lo que al respecto y hasta el momento de su discurso había encontrado en los primeros 100 días de su administración. Obviamente, su coraje, su resistencia a presiones políticas para que la exposición no se centrara en informar al ciudadano de lo que necesitaba saber, no iba a caer bien en ciertos círculos, principalmente ligados a la administración que recién había terminado de gobernar.

Esas presiones se evidenciaron en las dificultades que el presidente tuvo para dar su mensaje directamente ante los representantes del pueblo elector, la Asamblea Legislativa, como si la labor de saneamiento requerido en la degeneración de la administración pública no fuera una obligación de todos los gobernantes entrantes, sino tan sólo de los del Poder Ejecutivo. Esto es lo sorprendente, porque la ira que uno observó en ciertos políticos relacionados con el gobierno anterior, en algunos de sus representantes políticos en la Asamblea Legislativa y que se reflejó en las redes sociales por partidarios fanáticos, hubiera sido mejor empleada para bien de la Patria en ayudar a limpiar las cochinadas, en buscar que los responsables de los desaguisados rindan cuentas, tanto políticas como judiciales si es que las hay. No debían de haberse ofendido -o pretenderlo- porque el presidente, oportunamente, señaló una serie de evidencias que indican que la mala gestión y la posibilidad de podredumbre habrían estado presentes en el gobierno saliente.

El presidente Solís, con toda la lógica que exige la ley, si no tenía plena certeza de quiénes habrían sido los responsables de las acciones que él le indicó al país como potencialmente corruptas, hizo lo correcto al no mencionar nombres de posibles autores de aquellas. Lo sorprendentemente es que, de inmediato, poco después del discurso, salió un exigente “diga nombres”, tanto de parte de políticos como de periodistas, casi provocando que la exposición del presidente de inmediato se viera cuestionada, al ocasionar que se dieran serios cuestionamientos de calumnias y cosas parecidas, por parte de los potencialmente mencionados por el presidente. Don Luis Guillermo Solís hizo lo correcto, al señalar los hechos que, a su juicio, podrían evidenciar incorrecciones y que el Ministerio Público, como corresponde y con la esperanza de que en esta ocasión sí dé visos de agilidad, sea el ente que está en capacidad de definir quiénes son los autores presuntos, para que el caso, si lo amerita, sea enviado a los tribunales correspondientes. Así los ciudadanos podremos saber quiénes -de haberlos- son los responsables de la descomposición en la cosa pública que denunció el presidente de la República en su discurso de los cien días.

Guardo la esperanza de que muchos quienes han criticado acremente la forma en que el presidente Solís dio cuentas de ciertos acontecimientos que encontró al inicio de su gobierno (y que posiblemente habrá otros más), mediten acerca de sus reacciones, que más bien apoyen la búsqueda de la verdad y que coadyuven a erradicar la perversión en la conducción de la cosa pública, que tanto ha molestado a la ciudadanía desde hace ya bastante tiempo. A eso es lo que tiene derecho el ciudadano, no sólo a pedir cuentas por el manejo de los dineros que le ha pagado al estado para que cumpla con sus funciones, sino a que, cuando el manejo no es el correcto, se puedan corregir los males. Esto es, a que no haya impunidad.

La segunda gran característica del discurso presidencial en ocasión de sus 100 días de existencia, es la casi total ausencia de la definición de un derrotero o rumbo que las actuales autoridades planean insuflar en esta administración. Si se me excusa la rudeza con que me expreso, pero me da la impresión de que, cuando el presidente había desarrollado su temática acerca de cómo encontró al gobierno cuando inició su gestión, debería de haberse dado cuenta de que tan sólo se refirió a una parte, ciertamente importante como lo he indicado, pero que a la vez no satisfacía las expectativas de los ciudadanos en otra área sumamente importante: ¿cómo consideraba que habría de ser su gobierno?

No puedo imaginar que el presidente no se haya dado cuenta de la enorme incertidumbre que hoy rodea la vida de muchos ciudadanos. Considero que, por ejemplo, la razón por la cual parece haber considerado como prioritaria a la generación de empleo, tiene que haber surgido al darse cuenta de las elevadas tasas de desocupación y de subempleo que caracterizan a nuestra economía, así como que muchos ciudadanos aparentemente ya han desistido de buscar ocupación, con lo cual han dejado de ser parte de la fuerza de trabajo. No lo dudo que muchas solicitudes que los ciudadanos le plantearon durante su campaña tenían que ver con que promoviera la creación de empleo durante su gobierno. Pero el asunto laboral en el país podría ser aún mucho más grave: quien hoy tiene una ocupación, por más a disgusto que se encuentra con ella, no quiere para nada soltarla e ir a buscar otra distinta al mercado. Esa es parte de la eficiencia deseada en los mercados. Pero la razón para ese inmovilismo es muy simple: la expectativa de crecimiento de la economía es relativamente muy baja entre los ciudadanos y, de ninguna manera, tampoco mejor a la que se tenía desde hace un par de años en el país. En resumen, no han visto, posiblemente por falta de un planteamiento gubernamental consistente, que hayan aumentado sus ilusiones de tener mejores posibilidades de empleo e ingresos familiares más altos, a partir de un crecimiento de la economía privada del país.

Me da la impresión de que el señor presidente es consciente de lo expuesto y es por ello que, en cierto momento, ha realizado esfuerzos indispensables para tratar de aumentar la inversión extranjera en el país. Pero eso no es suficiente, pues la situación en que se encuentra el manejo fiscal del país sólo nos augura dificultades a corto, mediano y largo plazo, además de que no sólo podemos progresar atrayendo inversión del exterior si no hay el estímulo necesario de una estabilidad económica que estimule el ahorro, la inversión y la asunción de riesgos de parte de los ciudadanos del país.

De hecho, por ejemplo, las recientes decisiones de expandir el gasto gubernamental contrariando así su propuesta electoral claramente definida durante su campaña, de no proponer impuestos en tanto no se controle la expansión de un gasto excesivo y hasta innecesario, han enviado señales totalmente contrapuestas en cuanto a revertir esa incertidumbre tan dañina que he mencionado. El presupuesto que en estos días envió el gobierno de la República para la aprobación legislativa, es superior en cerca de un 20% al del año anterior, sea por las razones que sean o que se alegan: el hecho es que aumenta aterradoramente el monto de impuestos que se habrá de aprobar en los próximos años para evitar una crisis fiscal, dado que el gobierno parece haber apostado por aumentar el gasto, en vez de reducirlo y, por ende elevar la carga de impuestos que recae sobre el sector privado de la economía. ¿Cómo va a pretender lograr con ellos una recuperación del crecimiento económico del país? Incluso en recientes declaraciones de importantes funcionarios de su equipo económico nos reiteran que “en diciembre enviarán el proyecto de ley para transformar el impuesto de ventas en un tributo a valor agregado y el próximo año la reforma al tributo sobre la renta.” Si no se ha visto un esfuerzo similar en reducir el gasto exagerado…

Si bien he escogido, por mi formación profesional, referirme a los temas económicos ausentes en el discurso de los cien días, igual vacío definicional podría mencionarse en otros casos, como el relacionado con su política de transporte, con su programa de recuperación de la infraestructura, con las medidas que tomará ante el recrudecimiento de la violencia en el país, en mucho producido por un posible fortalecimiento de la nación como vía de paso para las drogas, entre otros. A ellos se pueden agregar la ausencia de propuestas concretas para resolver la situación financiera actual y prospectiva de la Caja Costarricense de Seguro Social, al igual que la solución al grave obstáculo social, político, económico y ético, a pesar de algunos intentos, si bien no del todo claros, de poner un freno a un abuso que tiene bien molesta a la ciudadanía. Este es el caso de pensiones desproporcionadas, algunas obtenidas en pleno vigor laboral, bien conocidas para ciertos sectores de privilegio en el país.

Fue la ausencia de tratar temas como estos en su discurso de los 100 días, lo que causó entre muchas personas la insatisfacción de haber recibido un informe a medias. Una parte muy bien tratada, unida a una segunda casi totalmente ausente. Por ello no extrañó la forma en que se buscó responder a dicho discurso de parte de opositores del gobierno: haciéndose las víctimas una de injusticia, porque el presidente bien expuso la cochinada que encontró al inicio de su mandato (y de más por venir, como advirtió). Con charlatanería opositora aprovecharon, pretendiendo envolverse en una pureza nunca antes vista, que se ignorara lo que el pueblo bien ya conoce. Se agarraron apropiadamente para criticar el mensaje presidencial por la ausente definición de rumbo que el ciudadano esperaba del nuevo gobierno. Pero no se refirieron, responsablemente, explicando o refutando los casos de corrupción que con toda claridad denunció el presidente.

El presidente debe meditar por un momento si la forma en que está planteando las cosas del gobierno a los ciudadanos es la necesaria y deseable. Creo francamente que las personas de bien, no interesadas en minimizar lo que hiede de la administración anterior, han entendido las razones imperativas categóricas que tuvo en mente, para focalizar su informe en los temas relacionados con la corrupción. Pero debe reconocer que hay otros asuntos de similar importancia vital para el ciudadano de este país, como es definir la orientación del rumbo del gobierno que se le encomendó, que sea el que nos permita seguir progresando en paz y en libertad.

No es engañándonos con palabras trilladas de que los gastos gubernamentales desmedidos que el gobierno ha propuesto son inversiones, refiriéndose al nuevo presupuesto que envió al Congreso. Lamentablemente no son inversiones. Se trata principalmente de un aumento enorme en gastos corrientes. Es más, angustia el decrecimiento relativo de aquel gasto destinado a infraestructura, que es el prototipo de la inversión estatal. Tampoco le sirve la pretensión de excusa ante el mayor déficit del sector público, que con sus propias acciones eleva aún más el faltante que nos dejó la administración anterior, diciéndonos que “sí hay plata, pero no alcanza, por eso el déficit”. Obviamente: no cabe decir que no le alcanza la plata en el gobierno. Eso nos sucede a todas las personas que en nuestras vidas tenemos deseos y necesidades infinitas, pero tenemos que vivir con sólo un presupuesto limitado al cual podemos acudir para satisfacerlos.

Estoy totalmente de acuerdo con lo que dice el presidente en una entrevista periodística reciente: “Nuestra opción es no elevar impuestos hasta no dar certeza de que la plata se va a usar bien. Comprenderá que muy poca gente, habiendo visto el informe de los 100 días, querrá darle plata al Estado,” pero luego expresa un deseo que no comparto, como lo explicaré de seguido, cuando dice “Quiero tener la autoridad moral para pedir al pueblo pasar de una carga de 13% a 20% en la próxima década”.

Lamento expresar, que con el presupuesto que ha mandado para la aprobación legislativa, lo que precisamente va a obtener es que cada vez más la gente no quiera pagar impuestos al estado, por la forma en que en éste se usan los escasos recursos públicos. El ciudadano va a hacer exactamente lo mismo que hace poco anunció que haría un diputado del PAC, quien aseveró que no pagaría a su partido la parte que le correspondía como diputado, según se había acordado, porque no le parecían los gastos realizados en campaña, que consideró fueron parte de lo que llamó “cultura de despilfarro”. Ojalá el ciudadano no siga la ruta que escogió ese diputado, porque de hacerlo la situación fiscal del gobierno se vería en muy serios problemas.

Me confunde la extraña lógica presidencial: (1) promete que no pondrá impuestos si no ha demostrado que el gasto gubernamental es el deseable y no sobredimensionado, que se ha puesto orden ante el exceso, pero (2) envía a la aprobación legislativa el presupuesto más desfinanciado de la historia reciente, elevando con ello el déficit fiscal esperado a cerca de un 6.7% del PIB. Ese déficit, para ser financiado –esto es, eliminado, con impuestos- significaría que debería de recaudarse, ante la no reducción del gasto gubernamental, un 6.7% del PIB y, encima de todo esto, señala el presidente deseo de que se llegue a una carga fiscal del 20% en diez años. Si mis número no me fallan, 13% que según el presidente es lo que se recauda en la actualidad, más el 6.7% que sería necesario para lograr un déficit igual a cero (eso sin aumentar el gasto, que, como todos sabemos, mejor cruzamos los dedos) nos daría que la carga fiscal llegue al 19.7%, muy cercano a su ilusión del 20%. En resumen, desde ya nos anuncia un muy elevado aumento de impuestos en poco tiempo.

Pero la ficción fiscal expuesta no llega hasta aquí. En esa misma entrevista, ante la pregunta del periodista de a cuánto nos llevaría esa carga tributaria, el presidente dice que “no lo sé, eso dependerá de cuánto crezca la economía. La mejor reforma fiscal es una economía sólida y espero que la economía crezca más rápido…” Díganme los amigos lectores: ¿Acaso pasa por su mente la idea de que recargando de impuestos a la economía (aumentando esa carga tributaria en casi un 50% en un tiempo relativamente corto) va a hacer que la economía -de dónde el estado deberá extraer esa enormidad de recursos- crezca con el dinamismo necesario para generar el empleo que era lo que tanto preocupaba al gobernante? Piensen por un momento si, ante un aumento de impuestos que elevará carga fiscal a cerca de un 20%, ¿crecerá la economía?, si ¿invertirá el empresario quien ahora tendrá un rendimiento menor sobre su inversión?, ¿si la persona se esforzará igual en su trabajo a sabiendas que le va a quedar menos plata para satisfacer sus necesidades y las de su familia? Ustedes saben tanto como yo cuáles son las respuestas a estas preguntas. Y ninguna de ellas apunta a que nuestra economía se verá estimulada a crecer.

Tiene razón la ciudadanía de estar angustiada con la falta de claridad en las políticas de este gobierno. He enfatizado la parte fiscal, porque sin plata es poco lo que se podrá hacer en cualquier gobierno. Con mi opinión trato de evitar que se tomen decisiones que ocasionen un grave daño a la economía, pero esas propuestas políticas tan pobremente ensambladas, que he venido discutiendo, son de responsabilidad única de los gobernantes, quienes siempre han predicado buscar lo mejor para la ciudadanía. Para hacer lo correcto, antes que nada, es necesario que en esta administración se pongan los pies en la tierra, lejos de las nubes de la ilusión. Luego, ofrecer un programa consistente y que conduzca a lo que el presidente ha dicho desea: una economía en crecimiento que genere empleos. Lo demás ojalá fuera pura parla; bien podría conducir a una calamidad en nuestra economía, nuestros empleos y nuestros ingresos.

Y de nada servirán en ese entonces excusas de cafetín -que el neoliberalismo, que los empresarios egoístas, que el capitalismo depredador, que la globalización explotadora, que los ricos insensibles- cuando la verdad es que, pudiendo haber tomado las medidas correctas, las han soslayado, prefiriendo ilusiones e irrealidades, pero ante todo, actuando en la práctica como si la solución estuviera en una especie de homeopatía política: haciendo más mal, mejoraría la cosa. Si el presidente endereza esos errores que tan preocupados tienen a los ciudadanos, no dudo que sólo cosechara el cariño de un pueblo ansioso de poder vivirá cada vez mejor.

Publicado en mi sitio de Facebook Jcorralesq Libertad el 10 de setiembre del 2014