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Jorge Corrales Quesada
03/06/2014, 19:50
PLANIFICACIÓN Y LIBRE MERCADO
Por Jorge Corrales Quesada

Hace buen rato que no tenía noticias de don Carlos Manuel Echeverría, persona por la cual guardo aprecio, en especial por su acuciosidad intelectual y su don de gentes. Por ello me alegró mucho poder leer su interesante artículo “Contribuyendo a ‘El Gran Debate’”, publicado en La Nación del pasado 28 de mayo del 2014.

Como es un tema que me interesa, aunque en el pasado, al igual que hoy, planteo divergencias en cuanto al enfoque de don Carlos Manuel, acerca de la relación que hay entre un mercado libre y la planificación estatal.

Pero debo empezar refiriéndome a una afirmación que él hace en su artículo en mención. Dice que “…en la práctica el mercado ha probado que sin regulación no es tan efectivo, ni para lograr que el individuo consiga su libertad, ni para generar bienes y servicios efectivamente, con efectividad. La tesis de Hayek vale en aquella economía donde la competencia perfecta es la norma; o sea, donde ningún vendedor y ningún comprador son tan fuertes en términos relativos a los otros y entre sí, como para manipular los precios y hasta ciertas características de los bienes y servicios si se les deja sin regulación”.

Eso sí, inmediatamente antes del párrafo transcrito, don Carlos Manuel reconoce que “teóricamente concuerdo con Hayek”, lo cual me da la oportunidad para comentarle lo siguiente.

En primer lugar, para mí es muy satisfactorio que conceptualmente esté de acuerdo con Hayek. Por lo tanto, la discusión acerca de los méritos comparativos de un orden de mercado, como el postulado por Hayek, debe ser contrastado con un orden socialista, lo que nos lleva a la vieja discusión de la imposibilidad del cálculo en la economía socialista, que tuvieron, principalmente, Lange, Lerner, Taylor y otros socialistas, por un lado, y von Mises y Hayek, por el otro. Me parece que la importancia de la existencia de precios para lograr la eficiencia económica quedó plenamente establecida en el pensamiento económico moderno, en especial porque una simple simulación de mercados (algo así como un sistema simulado de ecuaciones), como proponían los socialistas, no daría el resultado deseado, pues no existirían sistemas genuinos de competencia y de empresariedad bajo un socialismo, tal que pudiera revelar los precios que definan la asignación de los recursos, como exitosamente arguyó Hayek en su momento.

En segundo lugar, al señalar don Carlos Manuel que “un mercado sin regulación no es tan efectivo” para una generación de bienes y servicios, lo que entonces se requeriría es que se compare esa capacidad del orden de mercado en la realidad, con el socialismo también en la realidad, al igual que antes se hizo teóricamente en el debate acerca de la imposibilidad del cálculo en la economía socialista. Creo que, en la práctica, con todo y sus imperfecciones, el capitalismo u orden competitivo de mercado -con el conjunto de defectos que don Carlos Manuel nos podría indicar- habría generado, en el período relevante previo a la caída del socialismo, una mayor producción y una mayor tasa de crecimiento de su producción, en comparación con lo que habría sucedido en las más importantes economías socialistas. Esta es una razón primordial por la cual, por ejemplo, terminó disuelto el antiguo orden socialista de la Unión Soviética formalmente el 26 de diciembre de 1991; sistema que fue creado a partir de la Revolución Rusa en 1917. De paso, fue Mises, -en su libro El Socialismo escrito en alemán en 1922 tan sólo tres años después de aquella revolución- quien predijo la desaparición de ese orden socialista, básicamente por el problema de su incapacidad de disponer de un sistema apropiado de señales (precios), que permitiera definir sus costos y los resultados de sus decisiones económicas.

En tercer lugar, hay regulación y… regulación. Posiblemente la regulación, como la propuesta por muchos teóricos del capitalismo, dirigida a compensar problemas significativos de externalidades, siempre y cuando se considere el costo que tiene intervenciones estatales como aquellas, así como por la ausencia de propiedad (the commons), entre otros, por lo general ha llegado a ser aceptada. Pero hay otro tipo de intervención, que pretende asignar los recursos según sea la voluntad de un político de turno, que más bien distorsiona las señales del mercado lográndose con ella resultados inconvenientes y consecuencias no previstas. Me atrevo a pensar que, por ejemplo, en la reciente crisis de los Estados Unidos a partir del 2008, mucha de la regulación del sector financiero que se había venido aprobando, fue un factor que más bien contribuyó significativamente a que se presentara. Sé que, al leer esto, alguien pronto saltará y dirá que más bien el problema se originó por la “falta de regulación” y de la “adecuada”. Pero, como escribió Thomas Sowell (The Housing Boom and Bust, 2009), “el juego de ‘echar los muertos a otros’ inmediatamente empezó, diciéndonos los medios y los políticos que el problema fue que el mercado se dejó sin regulación y que ahora el gobierno tenía que entrar”. Continúa Sowell, “El desarrollo de laxitud en los estándares crediticios, tanto por los bancos como por Fannie Mae y Freddie Mac detrás de los bancos, surgió no de una carencia de regulación y supervisión gubernamental, sino precisamente como resultado de las regulaciones y la supervisión estatal, dirigidas hacia la meta políticamente popular de mayor ‘propiedad de viviendas’ a través de ‘una vivienda que se pudiera pagar’, especialmente por compradores de casas de ingresos más bajos”. (P. 57. Las letras en cursiva son del autor)

El punto crucial no es retóricamente decir que la “regulación” es necesaria. Lo importante es especificar qué tipo de regulación es la que conviene. Eso espero yo de quien diga que, “sin regulación” el mercado “no es tan efectivo”. Por lo cual, debería de indicársenos qué tipo de regulación específica se tiene en mente, así como sus detalles, a fin de poder saber si es de esperar que con ella se mejore una situación, que alternativamente se consideraría como indeseable en un orden competitivo.

Similarmente, en el artículo don Carlos Manuel da por un hecho que “el avance tecnológico, vertiginoso en los últimos años por el desarrollo cibernético y con la revolución de la robótica en ciernes, fomenta el monopolio, el oligopolio, el monopsonio y el oligopsonio.” Ofrece, además, como ejemplo de ello, un caso infortunado como fue el de la liberación de las aerolíneas en los Estados Unidos. Pero no nos dice que no sólo la industria de las aerolíneas en ese país era un sector altamente regulado por el estado y que si bien se dio una eliminación de algunos aspectos de dicho régimen regulatorio, no fue lo suficiente como para obtener resultados mejores. Aún continúa el impedimento para que aerolíneas internacionales puedan servir internamente en los Estados Unidos, por ejemplo, lo cual definitivamente aumentaría el grado de competencia en dicho mercado. Por ello es infortunada la conclusión que don Carlos Manuel deriva de esto, cual es que “la economía regulada funciona mejor”. De nuevo, todo depende de qué tipo de regulación y que se tome en cuenta el costo que implica dicha regulación o, que incorpore lo que alguien podría llamar como el posible “fracaso del estado”, como contraste con quienes nos suelen hablar sólo de los “fracasos del mercado”.

Hay una afirmación gratuita en el artículo bajo comentario, que suele reflejar un pobre entendimiento del concepto de libertad en un orden de libre mercado, cual es que “una sociedad en la que prevalece la idea de que el más fuerte, capaz o trabajador, acapara todo lo que pueda, como si fueran animales de la selva, denigra al ser humano.” Me parece que hay una mezcla entre el individuo en un mundo Hobbesiano –y por ende antitético a la idea liberal como, por ejemplo, la expuso Locke- en donde la supervivencia del más fuerte define la apropiación del producto, y el de una persona en una sociedad, por ejemplo, Smithiana, en donde el individuo genera ingresos por su capacidad y trabajo en función de la demanda que de su producción, a través del intercambio, llevan a cabo los consumidores. Esto último está, obviamente, lejos de ser una acción que denigra al ser humano; todo lo contrario, convierte al productor en un servidor de los deseos de los consumidores, lo cual está muy lejos de las reglas de la jungla que menciona don Carlos Manuel.

Llego, al fin, al meollo de la sugerencia de don Carlos Manuel, quien dice proponer un camino “para Costa Rica: el de la economía planificada de mercado”. Y nos expone cómo sería estructurado el aparato encargado de diseñar la planificación estratégica, por supuesto con la usual expresión de que será en conjunto entre la sociedad civil organizada (que incluye a productores) con el aparato estatal.

Pero en ningún momento en dicho artículo nos expone qué tipo de planificación será esa que propone. Por lo general, en ese ámbito se suele hablar de dos tipos de planificación, una indicativa y la otra coercitiva, así como también se suele hablar de una planificación de las actividades propias del estado y de otra planificación, en lo que sería la determinación del estado en la actividad privada en una economía.
En lo personal, no creo que alguien pueda oponerse –tal vez con excepción de algún anarquista- a que el estado realice ciertas funciones que le son propias en una economía. Como liberal, considero que lo deseable es tener un estado mínimo, pero aún en esta posición, que alguien podría juzgar –nunca falta alguien así- como un posicionamiento extremo, no hay razón lógica para que el estado no planifique lo que debe hacer, que empate la lógica coordinación que debe existir entre los recursos de los que puede disponer para obtener el producto pretendido, lo cual es particularmente crucial en la gestión pública, en la cual los recursos involucrados no son sino fondos de los contribuyentes. Es decir, considero que el estado debe planificar sus acciones en aquello que le es pertinente, como parte de las funciones que lleva a cabo.

En lo que si no estoy de acuerdo es que el estado o un sistema corporativista como el propuesto por don Carlos Manuel, nos defina, determine, ordene o sugiera (porque usualmente va significar el uso de impuestos o subsidios), qué es lo que las personas deben consumir, producir, intercambiar, invertir, ahorrar, trabajar o destinar al ocio o lo que fuera, que es más propio de la decisión propia de los individuos en un orden de libertad. Esta es la planificación que suelen añorar los socialistas de vieja estirpe.

Por ello, la propuesta de don Carlos Manuel es ideológicamente un oxímoron; una paradoja, una contradicción. La libertad de los mercados excluye una planificación de las acciones de los individuos en dichos mercados, en los cuales, en un orden de libertad, se opera en función del libre accionar de sus agentes. Si se planifica, obligando directa o indirectamente, a que las personas actúen de cierta forma para satisfacer lo que estipula el plan (la planificación), ello va en contra de la libertad de los individuos para actuar, para asumir riesgos, para invertir, para trabajar, para consumir. En síntesis, no es posible obligarlos a hacer algo y pretender que sea, a la vez, una libre determinación del actuar humano. No hay compatibilidad lógica entre un orden de libre mercado y una planificación, excepto que eso último se refiera a la necesidad que tiene el estado de tratar de interpretar su accionar propio en un futuro incierto y evolutivo por naturaleza.

Publicado en los sitios de ASOJOD y en el mío en Facebook, Jcorralesq Libertad del 03 de junio del 2014.