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Jorge Corrales Quesada
26/04/2014, 13:21
ANABEL GONZÁLEZ
Por Jorge Corrales Quesada

Quienes me conocen saben que no suelo ser un adulador de políticos. Más bien creo que me caracterizo ser bastante crítico de ellos, cuando en mi opinión no hacen las cosas bien o, más grave aún, cuando toman medidas que considero inconvenientes o perjudiciales para el logro de un mayor bienestar de las personas. En mucho lo que hago es ejercer mi libertad de expresión, así como asumir mi decisión de participar como ciudadano en una democracia. Por ello hoy deseo brindarles, al estar por concluir su paso por el ministerio de Comercio Exterior, mi opinión acerca de la labor desplegada por su ministra, doña Anabel González.

Resumo así mi impresión: se destaca entre los ministros de un gobierno que, por dicha, ya se acaba. Tampoco es que eso sea en sí algo excepcional, pues, cuando el resto es muy ralo, descollar es relativamente fácil. Pero, en este caso, creo que doña Anabel ha realizado una sobresaliente labor en su despacho. No tengo la más mínima idea acerca de la preferencia político-electoral de doña Anabel. Eso no es importante, máxime cuando en ese mismo ministerio ha desempeñado importantes cargos de decisión en gobiernos de distintas agrupaciones políticas. Y en todos aquellos, el cumplimiento de doña Anabel ha ido mucho más allá de la insignificancia y temporalidad con que uno suele observar lo hecho en otras labores, por funcionarios de categorías institucionales similares.

Refiriéndome tan sólo a años recientes en que doña Anabel ha estado en el ministerio de Comercio Exterior, su labor se ubicó, como si estuviera frente a Escila o Caribdis, en el marco de dos grandes crisis que afectaron el proceso gradual de liberación del comercio internacional de nuestro país.

Uno de ellos fue la inesperada caída de la economía estadounidense (y, por tanto, del mundo en general) sucedido a partir del segundo semestre del 2008. Nuestro país había firmado, esperanzadoramente, tal vez su acuerdo comercial más importante, el Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, Centro América y República Dominicana, sintéticamente mejor conocido como el TLC con los Estados Unidos. Al caerse el crecimiento estadounidense –ya en ese entonces nuestro principal socio comercial- nuestras exportaciones cayeron, así como, igualmente importante, nuestra posibilidad de importar. Aún en esta circunstancia, gracias al TLC y a la labor de doña Anabel para atraer inversión extranjera a nuestro país, complementando así nuestra limitada inversión doméstica, nos permitieron no sólo que en el corto plazo ingresaran los recursos externos, indispensables para impedir una caída mayor de nuestro crecimiento y nivel de empleo, sino que, también en un alto grado, pusieron a nuestro país en posibilidades de competir a nivel internacional a largo plazo, preparándonos para una eventual recuperación del comercio global.

En segundo lugar, la llamada Ronda de Doha, importante negociación comercial al amparo de la Organización Mundial de Comercio (OMC), que tenía como meta la reducción de obstáculos al comercio, se ha diluido con el paso del tiempo y es hoy tan sólo una expectativa cuya revitalización está todavía en duda, al menos en el corto plazo. Ese fracaso temporal, constituyó otro freno a las posibilidades de crecimiento debido al motor de nuestro comercio exterior. Nuestro país, como muchos otros más, no tuvo otra opción más que buscar otros sustitutos más imperfectos, como son los acuerdos de libre comercio binacionales, cuya alcance es mucho más limitado que el de una apertura global hacia mayor libertad comercial, como era la Ronda de Doha.

Con todo y esos dos enormes obstáculos, la gestión de doña Anabel ha sido notoriamente positiva, en cuanto a lograr ampliar nuestro comercio y atraer una fuerte dosis –deseable- de inversión extranjera hacia el país. Difícilmente tendríamos las actuales tasas de desocupación –aun así insatisfactorias- de no haber sido por la demanda de mano de obra de parte de aquélla.

Claro, como todo acto humano –y más aún en lo político- no hay tarea perfecta. Por ello debo citar dos políticas que, en mi opinión, podrían haberse puesto en práctica para ampliar los posibles beneficios de nuestra apertura al comercio internacional. Me refiero a la necesidad de reducir el proteccionismo elevado aún vigente para una serie de insumos que utilizan nuestras empresas nacionales. Eso es muy grave (los economistas lo llamamos un alta tasa de protección efectiva), porque pone en condiciones inequitativas a nuestro productor doméstico –gravado indebidamente en los insumos que debe utilizar- ante el exportador extranjero, que los puede conseguir a precios internacionales libre de aranceles. Eso encarece relativamente la producción de nuestras empresas domésticas y va en contra de la idea de un comercio libre, en donde el proteccionismo no tiene lugar. COMEX no actuó bien al no tratar de eliminar ese proteccionismo oneroso para el país (para empresas, trabajadores y consumidores).

Mi segunda crítica –posiblemente injusta dado que va en el tiempo en contrario de los acuerdos internacionales ya logrados- es que el COMEX podría haber abogado más fuertemente en nuestro país para acelerar la apertura de nuestra economía a la libre importación de ciertos bienes, como, por ejemplo, el arroz, cuya protección vigente constituye un grosero impuesto, que afecta más a los consumidores más pobres de nuestro país.

El ministro entrante, don Alexander Mora, a quien conozco y con quien he tenido oportunidades de compartir en foros acerca de la apertura comercial de nuestro país, respetuosamente se lo digo: tiene ante sí unas huellas enormes que deberá, ojalá, superar con creces. Porque la huella de doña Anabel en el campo del comercio exterior de Costa Rica es tanto profunda como fructífera. Estoy seguro que ella, desde el nuevo rumbo que ha tomado hacia un mundo mucho más amplio, con gusto seguirá ayudando a nuestro país y particularmente a don Alexander, en la ampliación de nuestras oportunidades de progreso, mediante la plena inserción a un comercio libre que, sin duda, será la característica de los años venideros. (A no ser que ciertos políticos con ceguera cruel decidan involucionarnos hacia el retroceso). Buena suerte doña Anabel.

Publicado en La Extra del 26 de abril del 2014.