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Jorge Corrales Quesada
14/02/2014, 18:31
PRODUCCIÓN VERSUS DISTRIBUCIÓN:
JOHN STUART MILL EN EL PASADO Y OTROS AÚN HOY
Por Jorge Corrales Quesada

Es muy frecuente escuchar a políticos manifestar su aprobación por un sistema económico basado en la empresa y la propiedad privadas, así como en la competencia, pero luego enfatizan que es necesario redistribuir los ingresos que produce aquel sistema económico.

Tal posición no es nueva. A fin de poder expresarla consistentemente, el economista John Stuart Mill (1806-1873), se basó en la teoría del valor trabajo. Esto es, que el precio de un bien es función exclusiva de la cantidad de horas de trabajo necesarias para producir el bien. John Stuart heredó tal concepción de su padre, James Mill, quien era amigo de David Ricardo, al cual en mucho se le conoce históricamente por su estricta teoría del valor trabajo. Aunque más fructíferamente en el campo económico, se le reconoce por el desarrollo de la teoría de las ventajas comparativas en el comercio internacional.

El argumento de John Stuart Mill surge ante su preocupación por la distribución de la riqueza de aquel entonces, de manera que la propuesta que desarrolla se orienta al logro de una distribución igualitaria de la riqueza en la sociedad. Para lograrlo, Mill separa conceptualmente lo que es el proceso de producción de los bienes de su distribución. Escribe que, a diferencia del proceso de producción, “no sucede así en el caso de la distribución de la riqueza. Ese es un asunto tan sólo de la institución humana. Una vez que las cosas están allí, la humanidad, individual o colectivamente, puede hacer con ellas lo que les plazca y en cualesquier términos…la sociedad puede sujetar la distribución de la riqueza a cualesquier reglas que mejor se le ocurran.” (Principles of Political Economy, London: Longmans Green, 1909, Libro II, Cap. 1, sección 1, párrafos 2 y 3).

Se puede entender a la “producción” como el proceso de incrementar la capacidad de los bienes para satisfacer los deseos humanos o de brindar servicios capaces de satisfacer los deseos humanos. O, si el lector prefiere una definición más amplia, como lo hace Ludwig von Mises, “La producción no es un acto de creación; no da lugar a algo que no existiera con anterioridad. Es una transformación de elementos dados por medio del arreglo y la transformación. El productor no es un creador. El hombre es creativo tan sólo en su pensamiento y en el reino de la imaginación. En el mundo de los fenómenos externos es tan sólo un transformador. Todo lo que puede lograr es combinar los medios disponibles, de forma tal que, de acuerdo con las leyes de la naturaleza, el resultado que se propone es el más seguro que emerja.” (Human Action, San Francisco, Ca.: Fox & Wilkes, 4a. ed. 1963, p. 140).
A su vez, por distribución en economía se entiende a la forma en que el producto total, el ingreso o la riqueza se distribuyen entre individuos o entre factores de producción. Para el caso particular que analizamos, puede definirse como el pago a todos los diferentes factores productivos que intervienen en la producción del producto.

Mill consideró que las leyes de la producción no podían ser alteradas. Para él son leyes tales como la de rendimientos decrecientes, el uso óptimo de la combinación de factores productivos o la determinación de la escala de producción. Pero, según Mill, las leyes de la distribución sí podían ser construidas, de manera que se lograra una “mejor” distribución de la propiedad. Estas leyes sobre la distribución son hechas por la sociedad y, por tanto, no son inmutables como las leyes de la producción, sino mutables, objetos de diseño deliberado.
Por tanto, para Mill era posible organizar las instituciones de la sociedad de manera que, a la vez que se mantenía la eficiencia económica en la producción, era posible definir una distribución equitativa resultante, diferente de la que surgía de aquella simplemente determinada por las leyes del proceso productivo.

Fue de esta manera como John Stuart Mill abrió un flanco importante en el liberalismo clásico, que hasta ese momento parecía reinar intelectualmente, al menos en Inglaterra. Estas ideas de Mill impulsaron el crecimiento del movimiento político conocido en Inglaterra como laborismo y, a la fecha, constituyen características ideológicas de muchos movimientos considerados como social-demócratas o socialistas-democráticos. En todo caso, la propuesta esbozada por Mill, al abrir un amplio campo a una intervención económica directa de parte del estado en el tema de la distribución del producto, dio lugar a lo que se ha conocido como los dos liberalismos: el clásico, fundamentado en la libertad plena en los mercados, esto es, tanto en la producción como en la distribución, y el llamado posteriormente liberalismo moderno –en los Estados Unidos la expresión “liberal” se emplea para cobijar estas, entre otras similares, ideas intervencionistas del estado- el cual considera posible el diseño institucional redistributivo de la riqueza e ingresos en un “estado de bienestar”.

Es ahora necesario destacar el error fundamental en el análisis arriba desarrollado por Mill, al considerar como separables la actividad de la producción de los bienes y servicios y su distribución; esto es, del pago de los factores productivos que se incorporan en producir aquellos bienes y servicios.

En cierto momento, afirmaba Mill, “las cosas están allí” (ver la cita arriba de sus “Principios”) en función de un sistema de incentivos dado. Pero, si se afecta ese sistema de incentivos, la producción se afectará. Es decir, la decisión de producir un bien o servicio no es separable de la distribución del pago de los factores productivos usados en su producción. La distribución no es, como lo creía Mill, un problema tecnológico: algo así como que “allí están los bienes” y tan solo resta distribuirlos según le parezca al estado o a la colectividad o a alguien específico. La distribución es también un problema económico. Se produce lo que se produce porque la producción depende de su distribución y de los precios en un mercado. El tamaño de la producción es el que es, no porque dependa de la voluntad de la humanidad, individual o colectivamente, sino de los ingresos que perciben quienes lo producen.

Como señala Hayek, “la afirmación de John Stuart Mill de que ‘una vez que el producto está allí, la humanidad, individual o colectivamente, puede hacer con él lo que le parezca’ es realmente una increíble estupidez, mostrando un desconocimiento de la función crucial de guía que tienen los precios, para informarnos de los efectos importantes de eventos remotos, acerca de los cuales no sabemos nada. Probablemente no hay mejor ejemplo en donde se muestre como este conocimiento fue completamente bloqueado por la teoría clásica del valor trabajo…” (“The Origins and Effects of Our Morals: A Problem for Science”, en Chiaki Nishiyama y Kurt R. Leube, The Essence of Hayek, Stanford, Ca.: Hoover Institution, 1984, p. p. 323-324). Debo agregar que podría deducirse de lo indicado que Hayek mantenía una pobre opinión de Mill, pero sucede todo lo contrario, tal como lo expresa en distintas ocasiones en su libro La Constitución de la Libertad escrito en 1960. Probablemente aquella opinión tan “rigurosa” (“notable estupidez”) se haya debido a que Mill escribió mucho y en diversas ocasiones cambiaba fuertemente de opinión. Incluso Hayek le atribuye a la esposa de Mill, Harriet Taylor, una connotada socialista, el haber influido estas ideas en un, de otra manera, liberal Mill.

En nuestros días, el Presidente Hollande de Francia ha podido observar personal y directamente que no es cierto que exista una independencia entre producción y distribución. Creyendo Hollande que era necesario poner mayores impuestos a fin de lograr en Francia una distribución más “equitativa” (eufemismo que se emplea para decir “más igualitaria”), no dudó en tomar fuertes medidas para reformar los ya rígidos códigos tributarios y elevar su progresividad. Pero, entre otras cosas, lo que esto provocó fue una fuerte estampida de capitales y personas fuera de su nación. La diáspora no sólo llegó a Alemania, un vecino con políticas más proclives a la libertad, sino que Londres terminó constituyéndose en una Meca para aquellos franceses hastiados de los altos impuestos. Pero incluso algunos franceses notorios fueron a instalarse en las fauces de Putin, quien inteligentemente –como buen ex KGB- les acogió con sus inversiones y les facilitó su estadía allá… por supuesto que no teniendo que pagar tantos impuestos como en Francia.

La economía francesa entró en picada, a un grado tal que Hollande ha tenido que echar marcha atrás en sus afanes socialistas y, aunque no sé si tendrá éxito en lograr repatriaciones de personas y capitales, ante promesas de que impondrá menos tributos, lo cierto es que ha tenido que reconocer, políticamente y de manera pública, su grave error.

Ojalá que en nuestro medio, quienes pueden estar abrigando intenciones similares, de decir que confían en el sistema de mercado y en la propiedad privada y que dejarán tranquilos a quienes desean producir libremente, pero luego los llenan de gravámenes redistributivos, no tengan que darse cuenta, tal vez tardíamente y después de causar mucho dolor, como su afán redistributivo afectó negativamente la producción y el empleo nacional.

Publicado en mi sitio en Facebook Jcorralesq Libertad el 14 de febrero del 2014.