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Jorge Corrales Quesada
20/12/2013, 09:06
LA RAÍZ DEL CACHO DEL CONTRABANDO
Por Jorge Corrales Quesada

La cercanía de la Navidad es época propicia para que se hable del “problema de contrabando” que sufre en el país. En especial, en programas de radio se suele escuchar a políticos y comentaristas quejarse de los graves daños que a Costa Rica le ocasiona la venta de bienes objeto de contrabando. Este tipo de conversación lo escuché, por ejemplo, hoy en el programa matutino de Amelia Rueda.

Esos daños del contrabando que se aducen son usualmente de orden moral, pues se indica que el contrabando es ilegal, impropio, indebido, que promueve la corrupción, el enriquecimiento ilícito, el surgimiento de mafias corruptas, que daña a los consumidores quienes de buena fe adquieren bienes cuya calidad es distinta de los productos legales, pero que resultan ser casi venenos, así como que se promueve una cultura corrupta de parte de los ciudadanos que están dispuestos a comprar bienes contrabandeados, tan sólo por el hecho de ser más baratos que en el comercio legal. Pero también surge la queja de que con el contrabando se lesiona la hacienda pública, pues esos bienes no pagan los impuestos que sí pagan los negocios legales que actúan correctamente.

Pero casi nunca se escucha –ni siquiera en esos programas radiales- acerca de cuál es la razón por la cual hay contrabando. Por ello, a riesgo de que se me considere un corrupto promotor del contrabando, en esta ocasión deseo referirme a la principal causa del contrabando en nuestro país, el cual, de paso, se ha presentado a través de la historia en numerosos países y en diversas ocasiones. Pero en todos esos casos hay una razón en común del porqué surge el contrabando: los impuestos y restricciones similares que los gobiernos han implantado sobre los bienes que se pueden traer más baratos de otros países o regiones. Al encarecerlos con esas cargas, se prefiere adquirirlos de contrabando, pues salen más baratos que comprarlos domésticamente.

Para quienes crean que mi apreciación es novedosa, me permito transcribirles un párrafo escrito hace más de doscientos años -exactamente en 1776- por aquel economista de ese entonces, Adam Smith, en su obra La Riqueza de las Naciones:

“Los crecidos impuestos que se han solido cargar en muchas naciones, especialmente en la Gran Bretaña, sobre la introducción de algunos géneros extranjeros, no han producido otro efecto que fomentar el contrabando en la mayoría de los casos, y en todos han reducido a mucho menos los derechos de aduanas de lo que hubieran sido con un impuesto moderado”. (Adam Smith, La Riqueza de las Naciones, Tomo III, Libro V, San José, Costa Rica: Editorial Stvdivm, 1986, p. p. 185).

Observen en esta apreciación tres elementos cruciales que hoy continúan siendo olvidados, menospreciados o dejados de lado en programas radiales como el citado, así como en otros medios de comunicación. Primero, que lo que sucedió en 1776 en Gran Bretaña es igual a lo que actualmente pasa en Costa Rica. Segundo, que son los impuestos elevados los causantes del contrabando en la mayoría de los casos y, tercero, que el resultado de esa política de altos tributos, al promover el contrabando, hace que las recaudaciones tributarias hayan disminuido, en comparación a si no se tuviera esos altos gravámenes; es decir, que si se quiere lograr mayores recaudaciones de impuestos, pues que se reduzcan para acabar con el contrabando.

Nada de lo anterior se suele mencionar -tal vez con una ligera referencia a la caída de ingresos tributarios- en las discusiones en nuestro país acerca del “problema” del contrabando. Como lo menciona Smith, el “problema” surge por los altos impuestos que se cargan a los bienes que luego son contrabandeados.

A veces -especialmente los comentaristas- suelen pedir a la ciudadanía que evite promover el delito del contrabando cuando adquiere esos bienes. Señalan que hay una especie de obligación moral de no comprarlos, pues hacerlo no sólo es ilegal, sino inmoral, en especial porque los contrabandistas son usualmente organizaciones delincuenciales mafiosas. Aprovechan la plática para achacar esto último a la “globalización”, como si con anterioridad al fenómeno económico que hoy se conoce como globalización, no hubieran existido tales grupos dedicados al contrabando; por ejemplo, la mafia italiana dedicada al contrabando de cigarrillos a Italia existe desde hace muchos años en una era pre-globalización o, como nos narra Richard Platt, autor del libro Smuggling in the British Islands: a History (The History Press, 2012),

“En el siglo XVIII, el comercio ilegal a lo largo de la costa de Inglaterra creció a una tasa prodigiosa. Lo que previamente había sido una sencilla evasión de impuestos a pequeña escala se convirtió en una industria de proporciones asombrosas, trasladando dineros hacia el exterior y canalizando enormes volúmenes de contrabando en los condados del sur de Inglaterra.

Aún de acuerdo con estándares modernos, las cantidades de bienes importados eran extraordinarias. No es inaudito escuchar de un viaje de contrabando que trajo 3.000 galones de bebidas espirituosas; para imaginarse esto, piense en 1,500 cajas de brandy almacenadas en su garaje. La ginebra ilegalmente importada algunas veces era tan abundante, que se dice que los habitantes de alguna villa del condado de Kent la usaban para limpiar las ventanas. Y que, de acuerdo con algunas estimaciones de la época, cuatro quintas partes del té que se bebía en Inglaterra no había pagado los impuestos aduanales.”

Por supuesto que cuando se habla de “industria de proporciones asombrosas”, no es nada diferente de su equivalente moderno de “mafias dedicas al contrabando”, que hoy se dice caracterizan a nuestro país. O sea, no son un resultado de una injustamente malquerida “globalización”, sino de la simple expansión de esfuerzos individuales en pequeño de traer contrabando, hacia formas más complejas y desarrolladas.

Pero de Smith podemos obtener otras importantes reflexiones relevantes para la discusión que he podido escuchar estos días en medios de radiodifusión, además de la ya mencionada de los impuestos y similares como factores que incentivan el contrabando. Dice Adam Smith:

“En todos aquellos países donde el público sospecha la existencia de excesivos dispendios e injusta aplicación de [los ingresos públicos], es muy corriente que se respeten muy poco las leyes que los guardan y defienden. Son escasos los que sienten escrúpulos por el contrabando, [cuando, sin jurar en falso, pueden tener una oportunidad fácil y segura de efectuarlo.] Inútil es pretender inspirar al pueblo la idea del escrúpulo acerca de la compra de [bienes contrabandeados], y aunque con ella se fomente la violación de las leyes de impuestos, el público no cede a estas razones de justicia. Es muy indulgente, en la práctica, sobre tal extremo, y con esta indulgencia pública el contrabandista se anima a continuar su arriesgado tráfico, considerándolo en cierto modo inocente, hasta el punto de que, cuando se ve amenazado con la severidad de la pena y de la ley, por lo común está dispuesto a defender con violencia lo que estima justamente adquirido.” (La Riqueza de las Naciones, Op. Cit., p. 203. Los paréntesis cuadrados son míos, en donde sustituyo la traducción original en español por la mía, pues creo que el lector la entiende más fácilmente).

No creo que apelaciones, tanto de burócratas como de comentaristas radiales bien intencionadas, pueden sustituir el fundamento enunciado por Smith, acerca de por qué a la gente no suele importarle que el contrabando se refleje en menores ingresos para el fisco. Me parece, además, que la gente suele comprar bienes contrabandeados porque, a fin de satisfacer sus deseos, necesidades o gustos, puede adquirirlos de forma más barata que haciéndolo en los mercados formales, en donde los costos son mucho más elevados debido a los tributos que le impone el estado.

El hecho es que en Costa Rica muchos de los bienes que son objeto de contrabando poseen impuestos muy elevados. No sólo por aranceles, o sea gravámenes a la importación, sino porque si esos bienes se importan formalmente al país, también tienen que pagar altos impuestos de consumo así como el de ventas. Debido a esos impuestos es tan grande el diferencial de precios entre el bien formalmente importado y el contrabandeado, que quien lo realiza está dispuesto a correr los riesgos de ir a la cárcel y de perder su riqueza, en tanto que, a su vez, el consumidor se da cuenta de lo caro que resulta comprar el bien formal, en comparación con el contrabandeado.

La raíz del cacho, la razón de ser, el origen de su existencia, del contrabando puede encontrarse en los altos gravámenes y restricciones que el estado ha impuesto, por lo general en el supuesto de con ellos se allega fondos a sus arcas. Pero el contrabando y la aceptación del pueblo de dicha práctica hacen que el estado no obtenga los recursos que pretendía. ¿No se les ha ocurrido a los políticos y comentaristas cargados de buenos propósitos, que la mejor manera de bajar significativamente el contrabando es reduciendo los elevados impuestos que hoy se cobran sobre los bienes que los consumidores desean tener? ¿Por qué algo tan sencillo se les hace tan difícil de comprender?

Publicado en mi sitio en Facebook Jcorralesq Libertad el 19 de diciembre del 2013.