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Jorge Corrales Quesada
19/06/2012, 10:21
UN VIAJE QUE TERMINA MAL
Por Jorge Corrales Quesada

El tema del exceso de gasto público por encima de los impuestos suele ir más allá de la existencia de un déficit fiscal. Si nos referimos a algunas de las características de dicho gasto, ejemplificados en el caso reciente de ciertas naciones europeas, reconoceremos efectos que van mucho más allá de los económicos.

Mucho de ese gasto gubernamental excesivo da vida a una burocracia caracterizada no sólo por su gran tamaño, sino porque sus salarios suelen superar con creces a los equivalentes del sector privado. Además se le otorga una serie de privilegios que no obtienen los trabajadores privados, no porque la empresa no lo quiera, sino porque de hacerlo dejaría de ser competitiva y desaparecería del mercado. Si se prohibiera la importación que compite con la producción interna, tal vez se podría pagar esos “privilegios”, pero entonces el consumidor tendría que asumir esos mayores costos. Además, la ineficiencia impuesta sobre la empresa privada haría que disminuyera su demanda de trabajo.

En un sector público usualmente sindicalizado se dan privilegios como inamovilidad, pensiones (tipo Poder Judicial) en donde el Estado –todos nosotros- tiene que aportar una parte sustancial y no por el ahorro del trabajador beneficiado, horas extras injustificadas, viajes improductivos pagados por el erario, sobresueldos, pensiones juveniles, cesantía por montos que más que duplican al de un trabajador privado, entre muchos otros. También hay subsidios para muchas otras personas, quienes por su acceso e influencia sobre el gasto estatal constituyen una carga muy pesada dentro de los presupuestos públicos. Enumerarlos haría de este un artículo enorme.

Cuando revienta la crisis, como hoy en partes de Europa, sus ciudadanos enfrentan la obligación de poner en orden sus finanzas gubernamentales, lo cual resulta ser doloroso, pues de algún lado tendrán que venir los fondos inexistentes para financiar ese gasto excesivo. Algunos proponen aumentar los impuestos, pero, además de que esa medida afecta las posibilidades de crecimiento de la economía, los nuevos recursos suelen ser usados en el financiamiento de una nueva andanada de gasto gubernamental.

Otros sugieren no hacer nada, esperando que tal vez la Negrita haga el milagro de los peces y los panes, y que de algún lado llegue la plata (los gringos, la AID, Chaves y el Alba, el Fondo Monetario, una nueva INTEL, qué se yo); lo cierto es que, al final de cuentas, antes que venga el milagro habrá que enderezar un gasto público excesivo. Otros propugnarán por hacer algo, aunque insuficiente, con lo cual simplemente el problema permanecerá sin resolverse.

Al observar lo que sucede en Grecia, la alternativa es clara: o se ordena el gasto público acorde con los tributos y con provisiones para pagar una deuda que en el pasado ya se utilizó en financiar un gasto excesivo, o los mercados se encargan de hacerlo; esto es, serán las decisiones de los múltiples participantes, internos y externos, las que pongan orden. De hecho eso es lo que ha venido sucediendo. Basta con ver cómo el costo del endeudamiento externo para ciertos países se ha ido para las nubes, las pensiones se han tenido que reducir radicalmente, los valores domésticos se hunden en el fango, el empleo desaparece al irse extinguiendo la actividad productiva privada, y lo que algunos sugieren como solución, cual es emitir una nueva moneda nacional sustituta del euro, depreciada sólo servirá para llenar colecciones de numismáticos del futuro. Es la hora de pagar por ese viaje que terminó mal y que escogieron los estatistas de diferentes signos. Nosotros podemos derivar una lección importante: es mejor empezar desde ahora a ajustar el gasto excesivo, antes que experimentar de golpe y porrazo algo similar a los traumas griegos.

Publicado en La Extra del 19 de junio del 2012.