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Jorge Corrales Quesada
17/04/2012, 08:59
MÁS COMERCIO; NO MENOS COMERCIO
Por Jorge Corrales Quesada

En esas palabras del título se puede resumir el brillante discurso que pronunció el Presidente de México, Felipe Calderón, en defensa de la libertad de comercio, durante la reciente Cumbre Empresarial de las Américas, celebrado la semana anterior en Cartagena, Colombia. Pero fue más allá de una simple exposición de los fundamentos que han hecho que el comercio internacional sea tal vez el mayor promotor del crecimiento de las naciones, pues recalcó otra serie de elementos que constituyen parte integral del marco de libertad, necesario para lograr el progreso de las naciones. Como a veces pasa con ese tipo de reuniones, en las que lo verdaderamente importante queda relegado ante temas de menor trascendencia para el destino de los pueblos, pero que sí son de mayor interés para la política de la oportunidad, tal vez este discurso no será tan difundido como lo serán otras cosas, tales como el barco de la CNN (agradable idea) o la ampulosa cena de gala o la bien merecida exposición de la belleza física de la ciudad anfitriona.

Ojalá que el impacto de la exposición del presidente mexicano se haga sentir, en especial al observarse, con cierta desazón, como los gobiernos de otras naciones, Argentina, en particular, se empeñan en regresar, una vez más, a un pasado caracterizado precisamente por un crecimiento frustrado, del que su pueblo nunca logró despegar hacia niveles de bienestar más elevados. El gobierno de la pobre Argentina insiste en volver a prácticas proteccionistas del pasado, que hicieron que Argentina se convirtiera en un ejemplo de libro de texto, acerca de cómo hacer mal las cosas en lo que a política económica se refiere. Allá por la tercera década del siglo pasado, la discusión entre ciertos economistas era si Argentina o Australia -¿alguna de ellas?- llegaría a crecer a los niveles entonces disfrutados por las naciones industrializadas del hemisferio norte (Estados Unidos y Europa). Para algunos, Argentina, rica en tierras cultivables, inevitablemente se desarrollaría, en tanto que, para otros a quienes la historia terminó dándoles razón, Australia sí disponía de un marco institucional proclive al crecimiento de las instituciones de libertad, las cuales estimularían el aumento de su producción y del comercio internacional. Así fueron las cosas. Argentina aún hoy sigue siendo objeto del abuso de sus autoridades, quienes pretenden regresar a la malsana política fascista del proteccionismo económico. En tanto, Australia ya forma parte del elenco de naciones más desarrolladas en el mundo, desde hace buen rato.

El consejo (regañada, a mi modo de hablar) que le dio el presidente de México a su homóloga de Argentina, para que dejara de proseguir los caminos de la protección, de la involución, de un retroceso en el libre comercio, que apenas hace poco se tratado de poner en marcha, de volver a una exuberante regulación estatal, de limitar una propiedad privada, que es la única que puede asegurar el progreso económico, de frenar los estímulos positivos que tiene la competencia y de restringir la soberanía del consumidor, ojalá sea bien atendido por las autoridades argentinas. Digo ello teniendo en mente que, Dios lo quiera, si es que se le acata y pasado cierto tiempo, alguien escribirá acerca de los frutos que cosechó Argentina con su decisión de apostar por un curso de libertad económica: que la decisión libre que hipotéticamente tomó Argentina en favor de la libertad de comercio en el 2012, ya se haya traducido en un aumento en los ingresos de sus ciudadanos, al igual que como hoy lo disponen muchas naciones ricas, que en su momento escogieron ese camino.

Brasil también parece estar en un proceso de elección entre el proteccionismo y su plena incorporación al comercio mundial. En ello se parece a Argentina, pero en realidad la situación es muy diferente. Creo que sólo es cuestión de tiempo para que Brasil se decante totalmente en favor del libre comercio, al darse cuenta plena de que el camino del proteccionismo es lo que precisamente le impide ser competitiva en los mercados internacionales. Brasil se ha ido beneficiando gradualmente del libre comercio internacional, de manera que conoce del enorme costo que significaría atrasar esa profundización eficiente de su integración económica y mucho más de tomar una decisión que signifique un retroceso en su política comercial aperturista. De abandonar esa ruta de progreso, que es el comercio internacional libre, sólo traería costos mayores para la ciudadanía brasileña, quien rápidamente se daría cuenta de ellos y demandaría electoralmente un cambio en una nación democráticamente madura, como Brasil.

El discurso del Presidente de México me ha puesto a pensar si en Costa Rica debemos darnos por satisfechos en cuanto al avance de nuestro proceso de apertura e integración al comercio internacional. Es cierto que, si uno lo mira retrospectivamente, lo que ha sido un planteamiento liberal claro y definido desde los años setentas en nuestro país y que empezó a llevarse a cabo en la práctica, a partir de mediados de la década de los ochenta, es mucho lo que hemos logrado. Pero no es suficiente. Falta bastante por hacer.
Se han firmado varios tratados de libre comercio, a partir de una decisión de apertura unilateral del país, al integrarse a la Organización Mundial de Comercio hace ya varias décadas. Dichos tratados ciertamente deben servir para ampliar la cobertura del libre comercio. Pero es importante que no nos llenemos de tratados de libre comercio impregnados con trabas proteccionistas. Por ello es oportuno el llamado del Presidente de México para que las naciones fortalezcan el libre intercambio mundial por medio de la Organización Mundial de Comercio (OMC). Ello es especialmente apropiado en la actualmente difícil coyuntura que experimenta la economía mundial y cuya recuperación requiere de más comercio; no de menos comercio.

Creo que Costa Rica debe realizar una serie de ajustes a su proceso de apertura, que más que cambios radicales lo que necesita es de su refinamiento. Por ejemplo, es hora de reducir el proteccionismo vigente para ciertos sectores claves de la economía, que hoy sin duda constituyen un freno al dinamismo de las exportaciones. Así, el país ha mostrado tener éxito en los mercados internacionales en el caso específico de los productos lácteos, como para que hoy se tenga que seguir castigando a la ciudadanía nacional, la cual tiene que pagar un costo superior al 100% debido a los aranceles en las importaciones de esos productos. Es decir, pagamos más del doble del precio internacional vigente. Pero, también el proteccionismo arancelario a dicha industria hace que no se disponga del estímulo necesario, que permita que se convierta en una actividad competitiva y eficiente en los mercados internacionales. Esa eficiencia así frustrada es necesaria de lograr, si es que se quiere que esa actividad pueda competir en los mercados libres del mundo. La eliminación del proteccionismo le permitiría robustecerse competitivamente en los mercados internacionales y así dejar de jugar únicamente en mercados locales relativamente ineficientes y con muy poca competencia, para con ello poder dar el salto a niveles tal vez nunca antes soñados.

Algo similar puede estar sucediendo con el mercado doméstico de la carne de pollo, el cual no es casualidad que hoy esté casi en su totalidad en manos de transnacionales extranjeras. Éstas, acostumbradas a competir en los mercados internacionales no protegidos, podrían competir eficientemente si se les diera el acicate y, a la vez, aliciente de una apertura al libre comercio, en vez de disfrutar de un proteccionismo local, que solo les induce a vender más caro a un consumidor nacional cautivo. Con la reducción del proteccionismo, los costarricenses podríamos obtener más barato el pollo, al tiempo que los productores domésticos se verían incentivados a competir en los mercados internacionales, incluso frente a empresas de su misma propiedad, que ya están ubicadas en dichos mercados globales.

El proteccionismo es un instrumento que cultiva la ineficiencia. No sólo los consumidores, cuya satisfacción es el objetivo final de cualquier economía, debido a él se ven obligados a pagar mucho más por los productos que adquieren, sino que también se utilizan recursos escasos en una producción doméstica que podría alternativamente dedicarse a otros usos más eficientes, más rentables, en donde su competitividad no sea resultado del traspaso forzado de fondos que el estado hace de consumidores a productores por medio de la protección arancelaria. El arroz en Costa Rica es uno de los más caros en el mundo. Es tal el grado de protección y de sobreprecio interno, comparado con el internacional, que es de esperar que la Organización Mundial de Comercio obligue pronto a que el país desmantele esa infame y desmedida protección. Son ya muchas las naciones que se han quejado de ese alto costo del arroz en Costa Rica, debido al proteccionismo doméstico. Pero ante tan grave problema, las autoridades nacionales siguen como si nada estuviera pasando, a pesar de que es un producto que quienes relativamente más lo adquieren son los grupos de menores ingresos del país (hasta aquí llegó la llamada justicia social que suelen proclamar). Lo único que las autoridades internas hacen es buscar cómo, tal vez por arte de magia, se hace posible que un aumento de la competitividad interna catapulte a nuestros productores domésticos a competir cara a cara con los más eficiente productores internacionales. Eso nunca va a suceder en tanto el sistema actual continúe incentivando la producción doméstica protegida. Repito, la protección es enemiga de la eficiencia. El cambio no vendrá en tanto el proteccionismo continúe vigente. Los políticos domésticos que lo mantienen y promueven nunca lograrán que ese sector llegue a ser competitivamente eficiente. Esos políticos no pueden ir en contra de la buena economía, ni de las leyes de la física. Por eso el país no debe esperar tanto tiempo hasta que el TLC con Norteamérica o con algún otro país o bien por una definición de la Organización Mundial de Comercio, se nos obligue a rebajar el costo al consumidor, mediante una reducción del arancel proteccionista. A todas luces conviene que, de inmediato, el estado costarricense estimule una reducción gradual más intensa del arancel proteccionista vigente. No se puede ocultar el cinismo que significa cargar de costos a los más pobres, a fin de beneficiar a los que son más ricos gracias al proteccionismo.

Algo parecido sucede con el azúcar, pero, en este caso, la política actual en conjunto con las firmas de ciertos tratados de libre comercio, como el reciente con China, ponen en peligro a la producción doméstica que debe competir con la importada. Con la política comercial vigente, el productor doméstico de bienes finales que compiten con los importados, tendrá que seguir pagando más caro el insumo azúcar que incorpora en su producto final (existe una elevada protección efectiva al azúcar, es el nombre técnico de dicha política comercial). Por su parte, el exportados asiático hacia Costa Rica, al amparo del tratado de libre comercio en proceso de aprobación, está casi totalmente exento del pago de aranceles a su bien final, a la vez que no tiene que pagar un costo mayor por ese insumo azúcar, dado que puede conseguirlo a precios internacionales mucho más bajos que en Costa Rica. Tanto el consumidor costarricenses como el productor nacional que compite con el exportador extranjero, estarían mejor si pudieran adquirir más barato el azúcar doméstico, hoy más caro gracias al arancel proteccionista. Los primeros lo lograrían, como sucede siempre que es posible adquirir más y mejores cosas, de forma más barata, y los segundos, en cuanto a que podrían competir debidamente, bajo las reglas mundiales en juego, con el exportador extranjero en el mercado costarricenses; esto es, serían competitivamente más baratos, al estar en igualdad de condiciones de poder competir.

Hay otras áreas de nuestra economía, como ciertos monopolios y políticas de precios erradas, acerca de las cuales podríamos referirnos, pero será mejor hacerlo en otra oportunidad. Por el momento, es importante sacudir al país de la modorra provocada por el proteccionismo, que solo alienta la ineficiencia. Si tanto se habla en este gobierno de la necesidad de aumentar la productividad, pues que se tomen las medidas que estimulen su logro. La opción que parecen haber escogido algunas de nuestras autoridades es seguir patrocinando a los ineficientes, quienes de alguna manera viven del erario público a costa de todos nosotros. Y por supuesto que cobrándonos más caro de lo que podríamos tener que pagar.

No termino sin enfatizar la importancia que tiene la estabilidad macroeconómica, en especial en momentos en que en la economía doméstica parece que lo único que tiene importancia es ver cómo el gobierno agarra más plata, para poder gastarla, proveniente de todos los costarricenses. La verdad es que el déficit del gobierno central se debe a que éste gasta más de lo que recibe en impuestos. Por ello, ante la reacción del pueblo para que se ponga orden en ese desmadre fiscal, a los políticos de siempre y a los promotores de intereses sectoriales específicos, lo único que parece preocuparles, además de que no sean ellos a quienes se les vayan a cobrar los nuevos tributos, es ver qué gravámenes se elegirán para sustituir a los fracasados o bien cómo el gobierno se endeudará más, tanto en lo interno como en el exterior, aunque en ambos casos seremos todos los ciudadanos quienes tendremos que terminar pagando nuestra cuota de dicha deuda. En verdad no están dispuestos a entrarle a reducir el excesivo gasto público. Eso sí -ya los veremos- se nos ofrecerá un plato de babas como rebaja de un gasto público desaforado, todo con el pretexto de que es un tema propio de intocables. Eso es así, porque siguen creyendo que lo que la gente no quiere son los impuestos, cuando en realidad lo que busca es lograr un cierto grado de equilibrio entre esa gastadera gubernamental y lo que el estado toma de sus bolsillos.

Escrito el 16 de abril del 2012. También aparece en el sitio de ASOJOD el martes 17 de abril del 2012.