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Jorge Corrales Quesada
27/03/2012, 08:18
EL PRECIO DEL AGUA
Por Jorge Corrales Quesada

En un programa matutino de la radio, escuché este jueves 22 de marzo, en ocasión del día del agua, a su directora proponer que, para que la gente redujera su gasto en ella, se aumentara el precio en lo que fuera. Ante esa propuesta, creo aconsejable que la coordinadora del programa consulte con algún amigo o pariente economista, el concepto de elasticidad de la demanda. Se dice que la demanda de agua es inelástica; es decir, que, ante un aumento de cierto porcentaje en el precio, la cantidad que se adquiere se reduce porcentualmente muy poco, con lo cual el gasto total en agua, que se hará con posterioridad a ese aumento, más bien se incrementará.

Me permito darle otro ejemplo, que tal vez sea más claro. Soy diabético y requiero de insulina. Si no la tomo, posiblemente no viviría más: para mí es vital. Suponga que aumenta el precio de la insulina (a mi me la da la Caja, pero el ejemplo sirve porque siempre alguien tendrá que ser quien la compre). Ante esto, posiblemente compraré la misma o casi la misma cantidad que antes, con lo cual, al mayor precio, gastaré más en insulina. Se dice que su demanda es sumamente inelástica. Caso contrario es una demanda elástica, como, por ejemplo, la de frutas en la feria del agricultor de Plaza Víquez. Si aumenta el precio de una de ellas, como hay demasiadas frutas con las que puedo sustituirla, reduciré mi gasto de forma importante.

Pues bien: ya hay programado un aumento en el costo del servicio del agua, que en algunos casos es de un 123%. La idea expresada por la conductora es que tal vez eso no será suficiente para reducir el consumo. Pero sí serviría, por ejemplo, que al agua se le aplique el aumento esperado en el servicio de alcantarillado, que se estima será de un 530%, en algunos casos. Pero la comentarista no tiene ni idea de si se reducirá o no significativamente el gasto total en cualquiera de las dos propuestas. Tal vez si alguien le da una estimación de cómo se comportará el consumo esperado de agua ante esos aumentos, sabrá qué decir. Porque es posible que, si el aumento en el primer caso casi no tiene efecto reductor, tal vez el segundo aumento sí lo logra significativamente. Por ejemplo, los pobres, quienes son casi siempre los más perjudicados con ese tipo de medidas, acudirán a fuentes alternativas de suministro de agua potable, como ríos, lagunas, charcas o similares, tal vez acudiendo luego a hervirla, lo cual es costoso, pero menos que comprarla al nuevo precio. Además, posiblemente reducirán su gasto bañándose menos, lo cual no es ni lo más higiénico ni lo más sociable, con lo cual su salud se deterioraría. Pero, bueno, ¿acaso no es que querían reducir el consumo de agua?

Siempre he creído que el agua es un bien que debe tener un precio. Antes se le consideraba un bien público y había empresas que hacían un hueco en la tierra, extraían el agua sin pagar por ella y la usaban como producto final o bien como insumo de otros. Por supuesto que, dado ese incentivo de no costo, la cantidad demandada fue enorme y eso debe haber afectado los mantos acuíferos, por ejemplo, en el Valle Central. Está por verse si en la actualidad el agua así extraída tiene un costo verdadero y no se le fija un precio político más. Los precios de mercado son el instrumento que racionaliza el consumo. No deben convertirse en un instrumento de políticos (disfrazados o no) ansiosos de elevar el precio (lo cual no es sino el equivalente de un impuesto), impidiendo que los seres humanos disfrutemos de ese triunfo enorme, cual ha sido contar con agua potable relativamente barata (pero que sea por un costo real y no producto de la apetencia de alguien en particular por subsidiar a algunos).


Publicado en La Extra del 27 de marzo del 2012