PDA

Ver la Versión Completa : 1975-08-01-UN PUEBLO DOMESTICADO



Elisa
13/03/2012, 08:48
UN PUEBLO DOMESTICADO

La Nación, 01 de agosto de 1975.

Cuando José Figueres con su tradicional locuacidad se atrevió a decir que los costarricenses estaban domesticados, puso en práctica la veracidad de su afirmación: los costarricenses brincamos por esa ofensa a nuestro amor propio, pero, como todo lo que implican las palabras de Figueres, el ocaso de la acción cívica se presentó demoledoramente, languideciendo como un atardecer puntarenense.

Así suceden tantas cosas en nuestra patria: es un permanente decaimiento de principios y tradiciones básicas que van cediendo su lugar a la componenda, al conformismo y al diálogo entreguista. Esto logra la mayor parte de las veces sólo el privilegio, el almuerzo o el desayuno presidencial, aunque en un manto de transacción se convierte exclusivamente en la cesión de principios, en una aureola de temor, de entrega, de acuerdo para agarrar algo; aunque ocasione, ni más ni menos, que la entrega de la libertad a la omnipotencia del Estado.

Muchas veces el cálculo económico es la piedra básica en el edificio de la entrega. Asumir una posición digna, libre, recta, firme ante la arbitrariedad, puede significar malos negocios, vitrinas rotas, ostracismo en las “altas esferas”, desesperación pecuniaria. De esta forma la decisión consecuente es evidente: “transemos para poder sobrevivir”.

Las poses públicas del Estado costarricense son un síntoma de la decadencia moral que acosa a nuestra nación. Los cheques, que a diario reparten ciertos políticos, se toman como donaciones personales de estos señores, quienes se sienten califas árabes, sin hacer mención a que es producto del esfuerzo del trabajador costarricense. No hay cosa más agradable que regalar los dineros ajenos. Ah, y adónde vayan los repartidores de la miseria estarán acompañados de sus cohortes de lambiscones, asesores, publicistas, burócratas, reporteros estériles, vacuos y poco dispuestos al planteo inteligente de los problemas, y de muchos otros más quienes nunca faltan al festín político, que el pueblo costarricense, el verdadero anfitrión, paga y no le beneficia.

Y esta domesticación no es nada: la actitud filosófica del costarricense es, aunque duela decirlo, la de una gallina que sólo cacarea y nunca pone el huevo. Cuántas personas que se encuentra uno a diario hablan de lo mal que está esto o aquello; de la corrupción rampante, cuya eliminación ha sido un mito político de los últimos años; de que Vesco será ya, en menos de un año, un compatriota nuestro, junto a los Mora, Cañas, Guardia y Castro Madriz; de que la vida es insoportable; de que la burocracia nos agota; de que ya no se puede trabajar sin estar bien con los políticos poderosos; de que estamos a punto de caer en un partido único (¿a punto?; ¿no estaremos ya?); de que las libertades de expresión se cercenan cada vez más y de que el derecho a la propiedad se erosiona hacia un control estatal cada vez mayor. Hasta que aburren con esas poses que los dignifica. ¿Por qué no hacen nada?, ¿tienen miedo? ¿No es esa la domesticación de que nos habla Figueres?

Así de tétrico se presenta nuestro panorama moral y político y el ciudadano costarricense honesto tiene la obligación, con su tradición y con sus hijos, de legar algo mejor para el futuro. En próximos artículos me referiré a estos temas.