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Elisa
13/03/2012, 08:46
EL HOMBRE LIBRE Y EL IDIOTA

La Nación, 18 de julio de 1975.

En un artículo aparecido en esta página el pasado 13 de julio, don José Marín Cañas se refiere a la reglamentación de lo inalámbrico, tomando así parte en el ardiente debate suscitado por la ley mordaza que el Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes pretende imponer al pueblo costarricense.

Quisiera aprovecha esta oportunidad para hacer unos comentarios acerca de lo escrito por don José, puesto que de la lectura he llegado a una serie de confusiones que debo tratar de aclarar.

El argumento del señor Marín Cañas es que la televisión y la radio cumplen una función social y, por lo tanto, “exige responsabilidad en su trascendencia”. Con la televisión y radio actuales “estamos construyendo un mundo futuro de idiotas”.

Don José nos indica que existen dos teorías en el problema de encauzar una selección óptima de programas de la radio y televisión. Lo lamentable es que el escritor no sólo nos presenta una de ellas ̶ “El pueblo debe ver lo que mejora su condición cultural. Democracia no significa que el pueblo posea el derecho a elegir su cultura o su educación”” ̶ sino que también no analiza las implicaciones lógicas que las premisas anteriores van a ocasionar sobre el hombre libre.
El ejemplo comparativo que don José nos presenta es erróneo. Él dice que “aunque vivamos en la más perfecta democracia del mundo, la medicina la elegirá el médico, no el paciente”. Sin embargo, existe una diferencia crucial entre este ejemplo y la decisión de ver programas “culturales” regulados por un Estado. En el primer caso, el individuo busca al médico para ponerse en sus manos, para tomar las medicinas que él le recomienda, tal como uno busca a cierto profesor para aprender de él. Así hace uno en la vida muchas cosas: dejar libremente en manos de otros la decisión, la opinión o el consejo. Hay entonces una diferencia básica: es muy distinto que uno libremente deje que el médico le dé su medicina a que uno tenga que ver obligatoriamente un programa de televisión o radio. El actuar humano es muy distinto en ambas situaciones: es la libertad versus la violencia y la coerción del Estado.

Es más, siguiendo el planteamiento de don José, ¿desde cuándo está el individuo obligado a ver la televisión? (Aún no vivimos en la utopía negativa Orwelliana).

Si uno cree que un programa le está haciendo daño, pues apaga el aparato y dedica su tiempo a otras cosas, las que uno decida, que es lo importante.

Lo peor es que un empresario de la televisión o radio imponga su propia modalidad o su ética sobre lo que desean ver u oír las personas, Y digo que es lo peor para el propio empresario, puesto que, si no sigue los dictados del usuario soberano, quedará más solo que el héroe de Defoe. Supongamos, por ejemplo, que un señor muy moralista decide, según sus propios valores éticos, que la presentación al aire libre de las pantorrillas de la mujer es algo nocivo. Y él, en su cruzada moralizadora, en su concepto de “responsabilidad trascendental” que nos menciona don José Marín Cañas, decide dedicar sus programas a combatir esta “desviación cultural”. Nuestro pobre empresario encontrará muy poca clientela en nuestro medio ̶ por dicha ̶ y terminará o por cerrar su negocio o bien se dedicará a satisfacer lo que el pueblo quiere, según su propia concepción moral de la conducta humana. Tiene razón el columnista de La Nación G. F.
(supongo que es don Guido Fernández), quien, sin ocultar su preferencia por programas “cultos”, menciona que una de las funciones de la radio y la televisión es el entretenimiento y que no necesariamente muchos encontrarán el entretenimiento que buscan si sólo se presentan programas “cultos” en la radio y televisión.

No creo, como don José lo expresa, que “una niñez y juventud educada en el arte de Capulina y Chespirito, necesariamente se anquilosará, se envilecerá, se estupidizará”. Creo que tengo más fe en la juventud y en el hombre en general. Si le damos opciones, libertad de deducir sin coerción, creo que, en lugar deteriorarse, será un ser más feliz. De aquí que vivan los Capulinas y los Chespiritos, que vivan los Tolstoi y Bach, pero vivan según el gusto de cada quién. Yo prefiero eso a tener que escuchar y ver lo que un burócrata o un filósofo-rey desean imponerme. Después de todo, creo que el hombre libre es la antítesis del idiota.