PDA

Ver la Versión Completa : 1974-07-01-EL CONGELAMIENTO DE LOS PRECIOS ES UN ERROR



Elisa
13/03/2012, 07:56
EL CONGELAMIENTO DE LOS PRECIOS ES UN ERROR

La Nación, 01 de julio de 1974.


En mi artículo anterior señalé la necesidad de que el nuevo gobierno defina las políticas monetaria y fiscal que va a proseguir durante su gestión. Esto se debe a la importancia que reviste la existencia de una moneda sana en la estabilidad económica del país.

La definición de las políticas económicas del gobierno cobra una trascendencia especial cuando se observan las muchas sugerencias orientadas a la aplicación de alguna forma de congelamiento de los precios. Es interesante recordar cómo, hace varios años, en Costa Rica se hablaba del problema con la inflación de otros países, con su secuela de congelamiento de precios y de retroceso en los niveles de producción y, hoy día, la inflación en nuestro país se agrava cada vez más y dolorosamente se observa cómo las personas se dejan seducir por los cantos de las sirenas, que piden el control de precios.
A veces dudo acerca de si la gente aprende lecciones de la Historia, como puede deducirse al observar los múltiples intentos de congelamiento de los precios que se han ensayado a lo largo de los siglos.

Puedo señalar el edicto del emperador Diocleciano en el año 301, el cual fijaba controles de precios y que terminó en el fracaso más rotundo, incluyendo derramamientos de sangre en la consecución de provisiones.

Poco tiempo después, el emperador Julián de Antioquía utilizó un sistema de controles semejantes y gracias al mercado negro fue que se suministró algún alimento a la hambrienta comunidad.

En la época de la guerra de la independencia de los Estados Unidos se impuso el control de los precios, lo cual casi ocasionó la muerte por hambre de los ejércitos de Washington en Valley Forge.

Los nazis controlaron los precios en la Alemania de la segunda guerra y, al termina ésta, durante tres años más se mantuvo un control estricto de los precios. No fue sino hasta que los valores de los artículos se dejaron al libre mercado, que los alemanes pudieron tener productos en los cuales gastar sus marcos.
Recientemente, Richard Nixon, quien meses antes había asegurado que no congelaría los precios y salarios, haciendo cálculo político decidió en agosto de 1971 fijar los precios y salarios como una medida para combatir la inflación. Hoy día, casi tres años después, el veredicto ampliamente generalizado de los técnicos entendidos en la materia es totalmente negativo y, al contrario, muchos economistas explican que los problemas económicos actuales de ese país se deben, en gran parte, a las erróneas políticas de control de precios proclamadas por el señor Nixon.

Las experiencias históricas acabadas de describir deberían de hacer meditar a muchos de los encargados de fijar las políticas nacionales. Es obvio que ordenar una limitación a los precios suena sumamente placentero a los oídos de muchos. Después de todo, ¿por qué no fijar un precio de cero o casi cero a todas las cosas y de esta manera lograr un caudal de satisfacciones sin paralelo? Es por esta razón que el político generalmente acepta medidas de control de precios, pues ello, por lo menos durante un tiempo, le asegura el favor popular. Sin embargo, las distorsiones que ocasionan a la economía medidas como esas, terminan por imponerse: la escasez hace surgir los mercados negros y la ausencia de incentivos normales a la producción terminan por dislocar los sistemas de abastecimiento.

Los controles generales de precios que se han aplicado en Costa Rica han funcionado por una razón muy sencilla: igual hubiera sucedido si tales leyes de control de precios no hubieran existido; han sido totalmente innecesarias e irrelevantes. (Dejo de lado, por supuesto, a ciertos productos específicos, como, por ejemplo, la leche; tal vez los pasajes de autobuses). El problema surge cuando el gobierno cree que en una situación inflacionaria puede controlar por decreto todos los precios de los bienes y servicios que se producen en la economía. Lo anterior no sólo requiere de un ejército contralor de precios, sino que es una lucha realmente estéril.

El sistema de mercado es tan complejo que lo mejor que el hombre puede hacer es dejar que las miríadas de decisiones individuales se conjuguen en la oferta y la demanda para la determinación de los precios.

Hace muchos años que en Costa Rica se han venido exponiendo los peligros de la inflación: ahora la tragedia está presente en nuestra nación. Es necesario, ahora, llamar la atención acerca de los costos sociales elevados que ocasiona una supuesta política social de fijación de precios. Espero que la sabiduría humana se imponga y que nuestras autoridades no prosigan el camino fácil, alejado de la ciencia, de atacar los síntomas y no las causas de la inflación.
Lo impostergable es que el gobierno busque una solución al problema. Hace bastante tiempo que se espera que el Estado fije clara y concretamente su posición frente a la inflación: es necesario conocer qué medidas de tipo fiscal y monetario se piensa utilizar. La incertidumbre entre los productores privados es enorme. El consumidor no sabe cómo ajustar sus presupuestos familiares ante las variaciones cada vez más fuertes de los precios y los ahorrantes e inversionistas tienen complicaciones cada vez mayores en la determinación de sus políticas de precios.

El problema de la inflación y del control de precios me recuerda el ejemplo que señalaba un distinguido economista; es como tener una caldera u olla de presión, con el fuego a todo meter. Mientras haya un escape, la situación no es peligrosa. Si se le pone una tapa, terminará por explotar. Si nuestra economía está siendo objeto de presiones sumamente fuertes, los precios al alza son esa válvula de escape. Si se congelan los precios; o sea, se le pone esa tapa a la olla, la economía terminará desintegrándose. Lo conveniente es reducir las llamas que están recalentando nuestra economía y no poner un control de precios.